Por Ricard Jiménez
Inmersos en la apabullante crisis sanitaria y la incipiente y pujante debacle económica el hartazgo comenzó a hacer mella en una campaña electoral, que aunque acalorada, no ha sido capaz, por lo general, de articular proyectos con capacidad de volver a movilizar a un grueso mayúsculo de la población.
Los prolegómenos a los comicios electorales, como es bien sabido, y como ya forma parte del clima tenso que vehicula la política institucional catalana, transcurrieron con choques frontales entre el nacionalismo catalán y el español.
No obstante, y pese a todo el pábulo mediático concedido a esta polarización más absoluta, la abstención se situó en más de 20 puntos por encima de las de 2017, es decir, significa que prácticamente una de cada dos personas del censo no votó.
VOX, sobre quien hoy correrán ríos de tinta, aunque preocupante, supone, aún estando en la cresta de la ola, unos 220.000 votos en toda Cataluña. Mientras que por otro lado, el independentismo se ha dejado más de 600.000 votos por el camino.
En el seno del movimiento independentista la vía de JxCat perdió 380.812 votos, ERC 333.203 y la CUP, que fue el partido independentista que menos acusó la abstención, perdió 6.416 votos.
Quizá el votante medio dejó de esperar que a la tercera fuera la vencida o el reclamo del combate contra la ultraderecha no fue suficiente nítido, desde una izquierda de falsa bandera, para congregar a una amplia mayoría que la «combata» en las urnas.
La victoria fue para Illa, que con su «efecto mágico», no consiguió mucho más que los votos de 2017, aunque viendo el contexto podría resultar incluso un éxito. Sin embargo, y aunque este afirme que se presentará a la investidura, por el momento, parece complicado.
En Comú Podem, aún con la alegría inexplicable del Vicepresidente del Gobierno, tan solo mantiene escaños, a causa de la mayor abstención, pero pierde un tercio de sus votantes, más de 100.000.
El batacazo de Ciudadanos, siguiendo su tónica general, expone la ambivalencia del votante que ellos definían como liberal, que más bien podría decirse que va por libre. Mientras que el PP en Cataluña continúa su caída libre, que por otro lado no es novedad. Así que a grandes rasgos, pese al apogeo verde, la derecha centralista pasa de 40 diputados a 20, aunque este sea un voto más extremo.
Hoy los medios seguirán pujando por la fractura y la división entre dos bloques. De hecho lo necesitan, ya que como empresas privadas, cuanta más polaridad para arañar los sentimientos, mayores números, pero estas elecciones catalanas no marcarán ningún punto de inflexión en el discurrir de la sociedad.
A mi parecer, más que dos bloques yo añadiría otro más y es que mucho votante desapegado sigue votando a la contra, aunque con la abstención, su participación haya sido menor. Es más, la clase política circense lo sabe y también se aprovecha de ello. El pez que se muerde la cola aún necesitándola para nadar.
Ya inmiscuidos en un análisis en clave de la democracia liberal dos son los posibles gobiernos que parece que puedan conformarse, pero las opciones son también múltiples.
En primer término, y uno de los focos que más irradiaron las redes sociales fue que, en escaños, los partidos independentistas suman 74 escaños, cuatro más que en 2017, que dan mayoría absoluta y les permitiría mantenerse en el Gobierno. Para ello debería llegarse a un acuerdo y aquí entra una disyuntiva clara, ¿cheque en blanco por parte de la CUP? ¿Serán capaces de dirimir asperezas?
La segunda opción, la que hace relamerse a Ferraz y a Ferreras, es el pacto entre PSC, ERC y los Comunes, pero asalta otra duda, ¿ERC cederá la presidencia? De hacerlo, sin duda, tendrán que hablar de amnistías y de pactos a nivel estatutario.
A pesar de la plausabilidad parece complicada esta opción, ya que poco antes de las elecciones, Catalans per la indepèndencia, una organización promovida por exdirigentes de la Assemblea Nacional Catalana (ANC), logró que todos los partidos independentistas, incluidos Esquerra Republicana, Junts per Catalunya, la CUP y el PDeCAT se comprometieran por escrito a no pactar con los socialistas la formación de Govern.
También se baraja la posibilidad de otros entuertos y tejemanejes o incluso una posible repetición electoral, sin embargo, querer adelantarse a los crupieres no es más que un juego de trileros, después todo cambia en un instante.
Siempre, y no solamente anoche, hay un derrotado claro, la clase trabajadora a la que ahora se acusará de «fascista» por votar a VOX. En este aspecto cabe destacar la ya clásica y abrupta abstención en los barrios de menor renta de la metrópolis urbana, frente a un votante más acérrimo de las zonas de mayor renta per cápita. También a destacar todos aquellas personas de los barrios obreros que ni tan solo tienen derecho a voto, pero bien que son productivos y explotados para y por la burguesía catalana.
Pocas, nulas o residuales son las opciones que aporten soluciones tangibles y reales más allá de lo mezquino y el votante medio lo sabe, pese a todo la gente no es gilipollas, pese a la prensa, pese a los partidos, pese a quien le pese.
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