Castigos de humillación social: España 36-39, Ucrania 2022

La incertidumbre abre un horizonte inconcluso ya que la víctima no sabe cuándo puede reaparecer su imagen marcada con los signos del oprobio social que autorizan, preparan y legitiman el acoso.

Por Lucio Martínez Pereda

Los fascismos se han servido de dos tipos de repertorios represivos para permeabilizar el terror sobre la sociedad: la represión dura o caliente que incluye la muerte y cárcel; y la represión blanda o fría, con su abanico de destierros, incautación de bienes y propiedades, expulsiones laborales, y l castigos de humillación social.

En la España de la dictadura franquista se creó un castigo específico para hacer visible la condición de «roja»: el rapado cumplía esa función. Un castigo que buscaba producir una penalidad directa, pero también provocar humillación psicológica en espacios públicos para que la marca de esa humillación forme parte de la visión que la comunidad va a tener de la mujer castigada. La mujer así marcada se veía obligada en muchos casos a llevar una vida de exclusión social.

El rapado acostumbraba a convocarse con antelación para que pudiese acudir todo el pueblo. Se hacía en los cuarteles de falange, pero también en las casas consistoriales con lo que ello suponía de institucionalización de la práctica. Las rapadas eran llevadas en medio de un pasillo humano formado por milicianos de falange o soldados. En ocasiones fue una ceremonia realizada con el acompañamiento musical de una orquesta, para que toda la comunidad con sus burlas y chanzas reverberase los efectos de la humillación. De la hazaña se dejaba constancia en fotos que tomaban los propios organizadores para sus archivos personales, incluso en ocasiones aparece el organizador que dirige los rapados rodeando de las mujeres humilladas, mostrándose orgulloso de su acción.

A veces el rapado de pelo se intensificaba con el rapado de cejas y otras variantes que incluyeron dejar un mechón de pelo para colgar de él una bandera bicolor, así el cuerpo de la roja se trataba como una pieza de caza cobrada para el nacional catolicismo. El repertorio, como decimos, no es fijo, pero está documentado en todas las regiones, en las zonas en las que desde el principio de la guerra fueron retaguardia rebelde, pero también en las que incorporaron a medida que las tropas franquistas entraban en una localidad. La mujer así marcada se veía obligada en muchos casos a llevar una vida de auto reclusión, a marginalizarse de los espacios de ocio, o a irse a vivir fuera de su localidad.  El castigo afectó a la entera cotidianeidad de su vida y la de su familia, al menos hasta que el efecto de la agresión corporal resultase visible. Los hijos en los lugares públicos, en las escuelas, eran señalados como los hijos de la roja con insultos y vejaciones frecuentes.

Los historiadores del fascismo han contemplado estos castigos de humillación social con poco interés, a fin de cuentas este tipo de punición tiene una larga historia detrás. Una historia que hunde sus raíces en la Europa del Antiguo régimen, cuando la pena impuesta acostumbraba a tener un elemento de visibilidad social añadido a la punición dictada por los jueces. En eso el fascismo no es moderno:  lo único que hace es reactualizar una práctica de largo arraigo, conocida desde la época de la Edad Media, pero generalmente abandonada a lo largo del siglo XIX, cuando los códigos legales de los estados liberales renunciaron al oprobio social como elemento acoplado a la punición de los delitos

Pero lo sucedido estos días en Ucrania: niñas y familias gitanas con rostros pintados de verde y cuerpos atados a postes y farolas con ligaduras que llevan el color amarillo de la bandera ucraniana, han vuelto a poner de actualidad estos castigos que parecían desterrados definitivamente de Europa. Las exposiciones vergonzosas son cuidadosamente preparadas y fotografiadas. No son consecuencia de la explosión popular de una rabia colectiva. En los márgenes de las fotografías se observa a agentes de la autoridad del estado ucraniano, militares o policías que autorizan y garantizan con su presencia una protección que por supuesto no es necesario explicitar en un documento que la legalice. Estas imágenes de gitanas humilladas no habrían sido reproducidas de no haber contado con la aprobación de una parte importante de la ciudadanía. No parecen ser algo anómalo y ajeno a un sentir de aprobación generalizada.

Una interpretación torticera- probablemente salida de los terminales propagandísticos del gobierno ucraniano- pretende explicar estos hechos como un castigo espontáneo realizado por pequeños hurtos o robos. Pero las imágenes nos permiten comprobar que esta forma de marcaje es una práctica social culturalmente aceptada, una forma de signar visualmente a las personas como ajenas al cuerpo social aceptable, representando su condición de culpable, no como algo circunstancial que depende de una acción individual, sino como una conducta inherente a un grupo étnico.

Con la reproducción en las redes del castigo de humillación social se reverbera al máximo el sufrimiento: queda un signo constante de la agresión que en cualquier momento, en cualquier circunstancia, y en cualquier lugar puede desencadenar un subsidiario castigo de acoso a cargo de cualquier persona, produciéndose, de esta forma, una dosificación de temores alargada en el tiempo. La incertidumbre abre un horizonte temporalmente inconcluso ya que la víctima no sabe en qué momento y en qué circunstancia puede reaparecer su imagen marcada con los signos del oprobio social que autorizan, preparan y legitiman el acoso. El horizonte de la punición está permanentemente abierto.

Viendo este tipo de castigos resulta inevitable pensar en lo que Roger Griffin llama fascismo genético. Cada fascismo tuvo sus propios orígenes, trayectorias históricas diferenciadas, diversas formas de propagarse y alcanzar el poder y distintos contenidos ideológicos, pero existe un elemento común que comparten los fascismos de entreguerras y posteriores: todos ellos propugnan un resurgimiento nacional, un renacer de un pasado glorioso mitificado que pondrá fín al actual periodo de decadencia. En ese antiguo pasado glorioso la fuerza de la unidad nacional se basaba en su pureza étnica, religiosa o racial, libre de los contaminantes elementos ajenos que la podrían debilitar. Para conseguir renacer a esa grandeza pasada se deben eliminar los obstáculos étnicos y multiculturales que la amenazan.

La sociedad ucraniana que ve como naturales estos castigos de humillación social ha dejado de compartir los valores de una sociedad democrática. Ve el multiculturalismo como un riesgo para el renacimiento de la fortaleza de la patria y en ese sentido concibe como deseable y entiende como lógico marcar con un signo de exclusión a aquellos grupos que la ponen en peligro.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.