Carta al pequeño Abdalá

Por Rocío Aguilar Nogales & María José Robles Pérez

Querido Abdalá,

Te escribo esta carta porque quiero decirte algo muy importante.

Quiero decirte que tu peluche, ese pequeño delfín, sigue en tu cama, recostado sobre la bonita colcha que mamá te compro con tanto esfuerzo.

Tu puzzle sigue en tu escritorio, ahí, con las piezas a medio poner, con ese paisaje de animales en la selva que aún no se termina de vislumbrar aunque se intuye con gran facilidad.

Tus colores siguen guardados en el cajón, esperando que tú los saques y llenes de color un bonito dibujo que después mamá guardará con mucho cariño en el pequeño mueble del salón.

Tu amigo Rashid, que se quedó en su casa sigue esperando que llames a su puerta pidiéndole a su madre que lo deje salir para jugar.

La señora Marah espera que pases cada día por la puerta de su tienda y que saludes con esa sonrisa que siempre llevas dibujada en la cara.

El señor Taleh te espera al final de la calle para darte un caramelo, como cada día.

Como todos los días, Abdalá.

El descampado de detrás de casa te espera ansiando verte correr, reír, esperando que tus pequeños pies pisen nuevamente esa arena de la que un día tuviste que huir, la tierra de la que un día tuviste que correr.

¿Qué puedo decirte, Abdalá?

Lo cierto es que no sé cómo decirte que no encuentro palabras para explicarte que naciste en un mundo donde se nos condena antes de nacer. Un mundo que nos dice lo que seremos sin darnos oportunidad de elegir.

Naciste en Siria, en un pequeño pueblo, donde tu madre y tu padre hicieron todo lo posible para que fueras feliz. Pero naciste condenado: condenado al hambre, condenado a la miseria, condenado a huir, condenado a morir asesinado. Condenado a no cumplir tus sueños. Condenado a sufrir.

No encuentro palabras para explicarte pequeño Abdalá, que vivimos en un mundo cuyos líderes solo se mueven por una cosa llamada «dinero», unos papeles y unos metales que solo sirven para causar dolor y sufrimiento a otros. Un mundo donde gobierna un sistema capitalista cuyo único objetivo es ese: el capital, quien más capital tenga, más poderoso será. Y van por ahí, condenando a otros a la miseria y a la muerte a cambio de poder. ¿Sabes qué es lo más triste? Qué para que unos vivan dignamente, la otra cara de la humanidad estamos inmersos en la desgracia y en la miseria. Ellos lo saben, todo el mundo lo sabe, pero sus vidas son más dignas de ser lloradas que las nuestras, sus vidas valen más que las nuestras.

No encuentro palabras para explicarte pequeño Abdalá, que tu vida es insignificante para este mundo. Tú y todas los que estáis ahí, en esos campos abandonados, vosotros a los que llaman «refugiados»… ¿refugiados estáis, acaso? No, siento decirte que no existe refugio alguno, porque la indiferencia humana es tan grande que es imposible que escapéis de ella. Por mucho que corráis, por mucho que huyáis. Siento decirte que por las personas del otro lado del muro sí se sufre, sí se llora, sí se lamenta, y todo el mundo las piensa y recuerda. A nosotros nadie nos conoce, nadie, a ellos todos los conocemos, sabemos quiénes son, donde residen y cuáles son sus aficiones. A nosotros sí nos debe interesar sus vidas, a ellos ni siquiera les interesa nuestra desgraciada muerte.

No encuentro palabras para explicarte pequeño Abdalá, que el mundo sigue su curso, como si nada, que el mundo sigue viviendo, mirando a otro lado, mientras tú y tantos otros estáis condenados. Las producciones masivas siguen fabricándose, la comida se sigue tirando a la basura, se siguen levantando y construyendo esas fronteras que solo existen en la imaginación del ser humano.

No encuentro palabras para explicarte pequeño Abdalá, que este mundo te ha condenado y que ahora miramos para otro lado. Y que seguimos con nuestras vidas, sin que importe que tu madre muriera de una neumonía debido a esas largas y frías noches que pasáis teniendo solo como techo un oscuro y lluvioso cielo. Ese cielo donde dicen que habitan dioses que, al parecer, son igual de ciegos y sordos que nosotros.

No encuentro palabras para explicarte pequeño Abdalá, que el mundo actúa como si tu vida no importara, por eso estás ahí después de varios años, tras una valla, durmiendo entre cartones y telas, sin el abrazo de tu madre, sin nada. Y pretenden que ese sea tu hogar hasta que mueras. ¿Y sabes lo peor? Que el resto del mundo siempre nos culpará a nosotros, a los que gritamos, a los que saltamos e intentamos atravesar el muro en busca de una vida mejor. Oímos diariamente insultos y vejaciones dirigidas hacia nosotros, los invisibles, los olvidados, los que molestamos, pero que a su vez somos muy necesarios para que los privilegiados vivan como quieren vivir, y nos sigan culpando de todos los males que afloran a su envidiable mundo, a su deshumanizado mundo.

No encuentro palabras para explicarte pequeño Abdalá, que te he mentido. Tu peluche, ese pequeño delfín que reposaba en tu cama, no te espera. El puzzle que dejaste sobre el escritorio nunca podrás terminarlo. Tus colores tampoco te esperan para que sigas llenando de color esos dibujos tan bonitos que mamá guardaba con tanto cariño. Rashid no espera que llames a su puerta y le pidas a su madre que lo deje salir para jugar. La señora Marah no espera tu sonrisa. El señor Taleh ya no tiene caramelos.

Ya no habrá más caramelos.

Nunca más.

Tu peluche, tu puzzle, tus colores, tu amigo Rashid y su mamá, la señora Marah y su tienda, el señor Taleh y sus caramelos, siento decirte que todos ellos…

Todo lo que un día fue tu hogar está bajo los escombros. Todo está cubierto de cenizas. Todo no es más que polvo. Y por más que gritemos, el mundo seguirá igual….

Te escribo esta carta porque quiero decirte algo muy importante:

lo siento pequeño Abdalá, lo siento mucho.

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