Carlos Palomino, memorias de un asesinato

El infecto juego mediático para equiparar fascismo y antifascismo no dudó ni tan siquiera por un instante a la hora de bucear en la vida de un joven de 16 años para intentar de esa forma tildarlo de violento ultraizquierdista y radical

Por Dani Seixo

«Soy español, nada más. Soy una persona a la que le gusta que gane la selección española»

Josué Estébanez de la Hija, militar y militante fascista responsable del asesinato del joven Carlos Palomino.

«Al Fascismo no se le discute, se le destruye»

Buenaventura Durruti

El 11 de noviembre de 2007, el joven militante antifascista Carlos Javier Palomino, era asesinado en la estación de metro de Legazpi mientras se dirigía al barrio de Usera para intentar impedir una manifestación que la organización fascista Democracia Nacional convocaba contra la emigración y a favor de España en un barrio prominentemente obrero e inmigrante.

El menor, de tan solo 16 años encontraba la muerte en la línea 3 del metro de Madrid tras recibir una certera puñalada de manos del soldado del ejercito español y militante fascista Josué Estébanez de la Hija, la herida provocada con la navaja que el soldado ocultaba mientras se dirigía a la concentración fascista, afectó al lado izquierdo del tórax y al corazón del militante de izquierda provocándole finalmente la muerte poco después por un shock hipovolémico. El nombre de Carlos Palomino se sumaba de ese modo a la larga lista de crímenes fascistas en nuestro país, la mezquindad ni tan siquiera respetaría su duelo.

Escasas horas tras el asesinato fascista en pleno corazón de Madrid, los grandes editoriales y los vistosos minutos de televisión comenzaban a afanarse por intentar convertir un crimen fascista en una reyerta entre grupos radicales. El infecto juego mediático para equiparar fascismo y antifascismo no dudó ni tan siquiera por un instante a la hora de bucear en la vida de un joven de 16 años para intentar de esa forma tildarlo de violento ultraizquierdista y radical, las fotos subidas a las redes sociales o la difusión de material propagandístico de izquierda llegaron a ser usados por la derecha patria como vano intento destinado a ocultar en la violencia entre jóvenes radicales un asesinato con un caro detonante político.

La sudadera de la marca Three Stroke habitualmente usada entre militantes fascistas y los gritos de «Sieg Heil» que el militante «patriota» o «español – él mismo llegó a definirse de esa forma- Josué Estébanez profirió a sus víctimas apuntaba a todas luces a un crimen por motivos ideológicos, a pesar de ello no fueron pocos los medios que decidieron normalizar al asesino, al tiempo que victimizaban al estamento militar ante una supuesta reacción de la izquierda radical que finalmente nunca llegó.

Pese a la condena final a 30 años de reclusión y a haberse tenido en cuenta la agravante del artículo 22.4 del Código Penal en relación a la discriminación por motivos ideológicos, la sentencia final no podía evitar dejar una sensación general en la izquierda de desprotección por parte del sistema frente al fascismo.

Los fascistas y neonazis se transforman en Barcelona, Madrid o Valencia en ultras, patriotas o radicales del mismo modo que los rebeldes en Siria se tornan en terroristas en Londres o Paris

El emponzoñamiento mediático, la negativa por parte del Partido Popular a situar ideológicamente al agresor o el uso partidista especialmente por parte de la derecha española del asesinato, mostraban una vez más la cara oculta de una España que no ha terminado de desprenderse supuestamente ya en plena democracia de los viejos tics autoritarios del fascismo.

Como sucediera con el asesinato de Guillem Agulló, cuyo asesino confeso Pedro J Cuevas pasaría a incorporarse a las filas de la ultraderecha española como candidato en las listas de Alianza Nacional o con la cobarde ejecución de Lucrecia Pérez, considerada la primera víctima por un crimen xenófobo en España, el asesinato de Carlos Palomino pasaría simplemente a suponer un recuerdo imborrable y una profunda cicatriz en el corazón de la izquierda española. Nada cambió entonces en la actitud de los políticos y los medios españoles hacia el fascismo, ni nada parece haber cambiado con el tiempo.

Todavía hoy podemos observar claramente las dificultades que encuentran la mayoría de los medios mayoritarios a la hora de tildar como agresiones fascistas o nazis actuaciones que claramente se engloban bajo esa ideología. Los fascistas y neonazis se transforman en Barcelona, Madrid o Valencia en ultras, patriotas o radicales del mismo modo que los rebeldes en Siria se tornan en terroristas en Londres o Paris. Una postura en el terreno de las palabras que ni mucho menos debemos considerar inocente.

No podemos olvidar, ni debemos perdonar la afrenta a quienes bajo actuaciones denominadas «a favor de España» ejercer la violencia fascista en nuestras calles con total impunidad. Periodistas, activistas LGTBI, militantes de izquierda, sindicalistas, estudiantes, personas sin hogar, emigrantes, personas de diferentes razas, hinchas de futbol…la lista de los afectados por la violencia fascista en nuestro país se alarga cada día bajo el paraguas de una sociedad que pretende ver patriotas o jóvenes descarriados en un movimiento político que se afianza en España del mismo modo que lo hace en el resto de Europa. No debemos tomar como referencia los resultados electorales de una sociedad en donde organizaciones como Hogar Social Madrid o Democracia Nacional comienzan a ocupar espacios únicamente visibles en escaños a largo plazo, pero no por eso menos peligrosas. El simple lavado de cara o el apoyo directo a estas organizaciones, lleva consigo impresa la mancha de sangre de sus crímenes. Una realidad que harían bien en tratar de recordar aquellos periodistas o políticos que por distintos fines deciden acercarse a ellos.

Publicado en NR el 11/11/2017

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