El colectivo Capitán Gosende recuerda en un memorial a los vecinos de Cerdedo (Pontevedra) asesinados o perseguidos tras el triunfo del golpe de Estado del 36
Por Selene Serrano de Juan / Infolibre
En un prado de Cerdedo (Pontevedra), el colectivo Capitán Gosende recuerda a través de un memorial de piedra a los vecinos represaliados por el franquismo. Desde el año 2016, ese espacio, Campo das Laudas, busca hacer justicia. Lo hace concediendo un lugar simbólico a los asesinados, detenidos y perseguidos por “defender los valores democráticos y la legalidad de la República”, cuenta Carlos Solla, portavoz del colectivo. Y lo hace porque, subraya, “Cerdedo es uno de los territorios donde aún no se cumple la Ley de Memoria Democrática. No porque en el ayuntamiento no sepan que es de ley y de justicia, sino por esa identificación con la ideología de la que son originarios”. Y como no lo hacen quienes gobiernan, lo hacen los gobernados.
El Partido Popular tuvo el poder en Cerdedo desde el regreso de la democracia, hasta 2016, y sigue teniéndolo tras la fusión en una nueva entidad municipal, Cerdedo-Cotobade. El proyecto nace de un colectivo que se autogestiona y financia con el dinero de las publicaciones de los miembros de Capitán Gosende. “Era hora de honrar a estos vecinos, con nombres y apellidos. Las distintas autoridades de Cerdedo no las consideraban merecedoras de este homenaje”, añade Solla. La simbología franquista, de hecho, sigue presente en las calles del municipio. El que fue alcalde durante el franquismo, Manuel Gutiérrez, tiene, por ejemplo, una calle a su nombre. «Se ha exigido por activa y por pasiva que se retire, pero hasta el momento… petición infructuosa. Sí consideraron adecuado homenajear a los vencedores, a los golpistas y a los secuaces de la dictadura, ahora Campo das Laudas es la respuesta de la ciudadanía», explica Solla.
Este memorial cuenta de momento con nueve laudas, que son las lápidas que históricamente se colocan encima de los sarcófagos con inscripciones o escudos de armas. En este caso esconden nueve historias. El próximo 11 de diciembre se plantará la décima, dedicada a Xosé Cortizo González, carpintero y militante socialista de Barro de Arén asesinado en Pontevedra el 11 de agosto de 1936. Se plantará como si de una semilla se tratase. Carlos Solla recuerda las palabras de Castelao, el símbolo de la Galicia del exilio: “No entierran cadáveres, entierran semillas. Es lo que hacemos: cada lauda es una semilla. Una semilla de memoria, de justicia, de reparación”. El acto será de día, un domingo a mediodía, para que repiquen las campanas. Las campanas, según cuenta Solla, redoblaban en los pueblos en poder de los fascistas cada vez que se conocía un nuevo triunfo de las tropas de Franco. Ahora, cada vez que se instala una lauda, “las campanas de la Iglesia parroquial tocan también por ellos. Hubiesen creído en dios o no, porque es algo que siempre les habían negado. Escogemos ese día y esa hora para que ahora las campanas toquen por los otros, por los olvidados”, concluye.
Ninguno de los detalles es una casualidad. El escultor Marcos Escudero se encarga de recordar a cada uno de los asesinados usando algo característico de su vida, de su apellido o de su profesión. «Hay representación de todo el abanico social: gaiteros, carpinteros, profesores… hay de todo», subraya Carlos Solla.
Xosefa Rivas Touriño y los Ventín
La lauda dedicada a los Ventín contiene seis nombres y apellidos. Es la historia de una familia. Los Ventín fueron acusados de un delito de rebelión militar y detenidos. Tras ello, fueron conducidos por la Guardia Civil a la prisión de Zamora y condenados a muerte. Eran trabajadores de las obras de ferrocarril, construían en aquel momento el túnel del Padornelo, que iba a unir Galicia con la meseta. Eran militantes del PSOE y afiliados a la UGT.
Fueron fusilados en Zamora después de un juicio terrible. Sus nombres eran Perfecto Ventín Barreiro, Manuel, Erundino y Olegario Ventín Rivas y Ramiro Lois Ventín. El nombre que falta es el que encabeza la lápida: Xosefa Rivas Touriño. Era la madre de tres de los condenados. Ella, anciana y viuda, se desplazó a Zamora para pedir clemencia al tribunal. Los jueces accedieron por tratarse de una viuda y le dieron a elegir un nombre de los tres. La bondad del tribunal era dejar a uno de los hijos vivo y cargar en la madre el peso de condenar a muerte a los otros dos. «Se enfrentó a todo un tribunal, tuvo el arrojo y la categoría moral de enseñarles a los jueces lo que era hacer justicia al no elegir a ninguno de los hijos», rememora Solla.
Martiño Ferreiro Álvarez
Fue concejal de Obras y teniente de alcalde en la ciudad de A Coruña adscrito a Izquierda Republicana. Murió tras una vida de película al defender, como autoridad que era, la legalidad republicana, destaca Carlos Solla. Al final tuvo que huir y ocultarse. Pudo hacerlo gracias a la ayuda de su familia, que lo pagó caro. Lejos de abandonar, volvió al frente de guerra y combatió el franquismo en Levante y en Cataluña.
Una vez caído el frente republicano, cruzó la frontera francesa y acabó en el campo de internamiento de Argelès-sur-Mer, al sur de Francia, muy cercano a la playa, donde en pleno invierno se refugiaron 110.000 exiliados españoles. Ferreiro fue uno de ellos. Más tarde fue capturado por la Wehrmacht (las fuerzas armadas de la Alemania nazi) y deportado al campo de concentración de Mauthuasen, en el que los triángulos azules eran el signo de identidad de los presos españoles. En un brazo le grabaron el número 4983. Murió en el campo de concentración de Mauthuasen-Gusen.
Xosé Otero Espasandín
Con él se levantó el primero de los monolitos del Campo das Laudas. Fue un poeta defensor de la República. Cruzó la frontera de Francia para acabar en el campo de concentración de Saint-Cyprien. Y, tras muchas vicisitudes de un lado para otro, acabo a Estados Unidos. Sus restos descansan en Washington. En un poema que escribió, Pico de Castrodiz, le pide a su querida montaña de Cerdedo metro y medio de tierra para descansar en paz. «No pudo ser. Murió en el exilio», recuerda el colectivo Capitán Gosende: «Ahora tiene su metro y medio de tierra en su hogar. Simbólicamente le hemos devuelto cuanto menos su memoria, su recuerdo y su reparación».
“Pídoche, Castrodiz, dende esta terra/ envellecida nova, metro e medio/de chan pra cando morra/ soñar cos emxamios dos vencellos, /ca fror do toxo, ca groria das labercas/ e a brancura das neves de febreiro”.
Pico de Castrodiz, de Xosé Otero Espasandín.
Manuel Garrido, O resucitado
Formaba parte de un lote de detenidos. Fue apresado en la madrugada del 11 de agosto de 1936. Lo trasladaron junto al resto al cuartel general de Falange y después a la parroquia de Alba, en Pontevedra, y allí procedieron a la ejecución en un cruce de caminos. Los cuatro asesinados fueron Xosé Torres Paz, Xosé Cortizo González, Xosé María Taberneiro Fraiz y Xesús González González.
Hirieron de gravedad a Manuel Garrido pero no lo mataron. Se hizo el muerto y, cuando se fueron los falangistas, se arrastró como pudo hasta llegar a su casa a unos 30 kilómetros. Vivió oculto en el agujero de un horno hasta que fue delatado y encarcelado. Al salir de la prisión, vestía la chaqueta con la que había sido llevado a su ejecución. Dejó el agujero del proyectil sin coser, para poderlo lucir como una condecoración.
Lo que busca también Campo das Laudas no es homenajear solo a los condenados a muerte por tribunales militares, a los perseguidos o asesinados, sino también a sus familias. En el caso de Manuel Garrido, hay que recordar a su mujer, Esperanza Barros García, apalizada y torturada para no revelar dónde estaba oculto su compañero.
Las otras cinco laudas que ya están en pie rinden homenaje a Francisco Varela Buela, a los canteros Francisco Arca Valiñas y Secundino Bugallo Iglesias, a Xosé Torres Paz, a Francisco Eloy Agapito Constantino Varela Garrido y a Antonio Sueiro Cadavide. Poco a poco, el proyecto pretende crecer y llegar hasta las 22 lápidas. La número 22 estará dedicada a la memoria de hombres y mujeres que dieron su vida y comprometieron su bienestar enfrentándose al franquismo y defendiendo la democracia y la libertad.
De este modo, no solo hace justicia a las víctimas. Solla lo deja claro: «Cada asesinado deja una viuda y huérfanos. Esas familias quedaron rotas». Ahora, ya en democracia, son los nietos y bisnietos los que se acercan al lugar y son ellos los que han convertido Campo das Laudas en un cementerio, en un lugar de memoria laico al que acudir cuando uno quiere depositar flores. «Por supuesto, las laudas orientan su frontal hacia Cerdedo, mientras Cerdedo les da la espalda. Pero ellas están allí. Y la piedra es eterna», resume Carlos Solla.
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