Uno de los principales efectos colaterales que ha tenido el cambio de rumbo español en el Sáhara ha sido el empeoramiento de relaciones con Argelia. Hay que entender que Argel y Rabat mantienen una gran tensión desde hace décadas.
Por Pablo del Amo / Descifrando la guerra
El 18 de marzo, el presidente español decidió cambiar el rumbo de la posición española respecto al Sáhara: el de la neutralidad y el apoyo al plan de autonomía marroquí. Dicho acuerdo prometía el fin de la crisis con Rabat, cediendo a cambio de un asunto sensible para la política exterior española. Meses después, no queda claro qué tipo de acuerdo se alcanzó con Marruecos, además de que ha desatado una nueva crisis con Argelia, socio estratégico español.
Crisis con Rabat y posterior cesión
La crisis entre Madrid y Rabat llegaría en 2021, pero fue en 2020 donde debemos detenernos, exactamente en el momento en el que el entonces presidente estadounidense, Donald Trump, decide reconocer la “marroquinidad del Sáhara”. Marruecos en ese momento se siente con fuerza para presionar a los distintos países europeos, como España y Alemania (con el que tendría su propia crisis al respecto), para que adoptasen la posición de Washington.
En abril de 2021 salta la noticia que el secretario general del Frente Polisario, Brahim Ghali, está tratándose de covid-19 en España, una operación que tuvo el visto bueno de Exteriores (y el rechazo de Interior). El hecho de que Madrid hubiera decidido acoger a uno de sus mayores enemigos enfureció a Marruecos. Recordemos que el Frente Polisario lleva luchando décadas contra Marruecos en pos de conseguir la independencia del Sáhara Occidental. Al mes siguiente estalla la crisis de Ceuta, cuando más de 10.000 migrantes pasan la frontera con la connivencia de las autoridades marroquíes. En ese momento las tensiones entre Rabat y Madrid se encuentran en su punto más álgido.
En julio de ese mismo año, Pedro Sánchez cesa a la ministra de Exteriores, Arancha González Laya, un movimiento bien visto desde Rabat, y es sustituida por José Manuel Albares, cuyo objetivo es relanzar las relaciones “con el vecino y amigo marroquí”. Dicho y hecho: en marzo de 2022, se conoce el cambio de rumbo español sobre el Sáhara debido a la publicación de la carta del Rey de Marruecos Mohammed VI. En dicha carta, el gobierno español declara que el plan marroquí de autonomía es la propuesta más “más seria, realista y creíble” para resolver el conflicto. El presidente español realizó este movimiento tan estratégico en la política exterior española sin contar con su socio de coalición, ni hablar con la oposición, ni posteriormente dar explicaciones en el Congreso de los Diputados.
Solo unos meses después, en mayo, sale a la luz que los teléfonos de Pedro Sánchez y varios de sus ministros (Interior y Defensa entre los más notables) fueron infectados por Pegasus, una herramienta de espionaje que es utilizada por Marruecos. Aunque sin pruebas directas, todos los ojos apuntan a Rabat, por el uso de Pegasus y por las fechas, ya que los teléfonos fueron infectados en el momento culmen de la crisis entre Marruecos y España.
A finales de junio se produce un intento de salto de cientos de migrantes a la valla de Melilla. Las autoridades marroquíes “se emplean a fondo” resultando en la muerte de 37 migrantes según diversas asociaciones. Entonces Pedro Sánchez declara que el asunto ha sido “bien resuelto”, mientras elogia tanto a las autoridades españolas como a las marroquíes por su desempeño. Posteriormente el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, también se uniría a los elogios.
De momento, lo más palpable que ha conseguido España con su cambio de rumbo sobre el Sáhara es que las autoridades marroquíes vuelvan a mantener segura la frontera sur, al precio que haga falta.
Crisis Argelia-Marruecos
Uno de los principales efectos colaterales que ha tenido el cambio de rumbo español en el Sáhara ha sido el empeoramiento de relaciones con Argelia. Hay que entender que Argel y Rabat mantienen una gran tensión desde hace décadas. Ambos países representan sistemas contrapuestos, por un lado, el socialismo panárabe argelino y, por el otro, el islamismo conservador marroquí. Más allá de eso, hay una gran rivalidad por la hegemonía en el norte de África. Esta rivalidad llegaría a hacer que los dos países se enfrentasen en una guerra en los años sesenta.
Lo destacable del contexto actual, es que, mientras España decidía cambiar su postura en la cuestión del Sáhara, Argel y Rabat estaban en una crisis diplomática importante, quizás el momento de más tensión entre ambos países desde hacía décadas. Los motivos de esta crisis son varios. En primer lugar, la normalización de relaciones entre Marruecos e Israel fue muy mal vista desde Argelia, ya que el país argelino es un gran defensor de la causa palestina. Por otro lado, la reanudación de las hostilidades en el Sáhara también agravó las relaciones entre ambos vecinos. Aunque el motivo final para esta ruptura de relaciones se produciría después de que Marruecos apoyara la secesión de la región argelina de Cabilia.
En agosto de 2021, Argel decidió cortar las relaciones con Rabat. Argelia tomaría entonces una serie de decisiones contra el país marroquí, como el cierre del espacio aéreo a toda la aviación civil y militar de Marruecos. Aunque la más importante sería la no renovación del gaseoducto de Tarifa, que suministraba de gas a Marruecos. Como se puede observar, España cambió su postura hacia el Sáhara en uno de los momentos más tensos de la relación Argel-Rabat.
Un cambio de postura que puede salirle caro a España
El cambio de postura de España sobre el Sáhara entraña múltiples riesgos y es que el gobierno español ha hecho ante Marruecos lo que se conoce como “rendición preventiva”, es decir, ceder antes de tiempo sobre un asunto sensible dando por hecho que la cuestión iba a resolverse en tu contra. La cuestión es que, por la propia idiosincrasia de Rabat este movimiento español puede ser percibido como una debilidad. Hay que entender que el régimen marroquí se asienta sobre un fuerte nacionalismo que usa como un medio de legitimación. Por tanto, cuando se resuelva la situación del Sáhara, ¿quién puede asegurar que Marruecos no presionará sobre otras tensiones abiertas como las aguas de Canarias o Ceuta y Melilla? Pero también podríamos analizar el corto plazo: dada la situación, en Rabat pueden pensar que Madrid cederá más si continúa presionando.
Además, de momento, no parece que España haya sacado beneficios claros con el nuevo cambio de rumbo en las relaciones con Rabat. El ministro de Exteriores Albares anunció la reapertura de la frontera comercial con Marruecos en Ceuta y Melilla, pero posteriormente las autoridades marroquíes lo negaron. El nuevo acuerdo u hoja de ruta no se ha sacado a la luz, de esta manera es imposible saber si se ha pactado algo o no (aparte de la cuestión del Sáhara), y bajo qué mecanismos de seguridad, es decir, ¿hay alguna garantía para España en caso de que Rabat decida volver a echar un pulso?
También hay otra cuestión importante que no se ha destacado lo suficiente: ¿Cómo piensa España que Marruecos va a hacer cumplir su plan de autonomía? No se ha hablado con el Frente Polisario ni otra institución que represente al pueblo saharaui. Es difícil pensar, por tanto, que este acuerdo unilateral guste en el territorio ocupado. Aparte del hecho de que resulta un tanto inverosímil que Rabat, dado su sistema político autoritario, esté dispuesto de verdad a ceder competencias en la región del Sáhara.
No es entendible tampoco que, para argumentar el cambio respecto al Sáhara, el gobierno español argumente que ellos defienden la misma posición de países como Estados Unidos, Francia o Alemania. Y es que la relación con Marruecos es una cuestión de primer orden para la política exterior española, y es necesario que tengan una posición propia que refleje sus intereses e inquietudes.
Por el camino, España ha enfadado a un socio estratégico como Argelia, clave en el suministro de gas en un momento en el que se vive una crisis energética. Con su cambio de posición en el Sáhara, España se ha unido al juego de suma cero que han planteado Rabat y Argel. Ha dejado atrás su política de neutralidad y de balance estratégico, para adherirse a los postulados marroquíes. La crisis con Argel es importante, no solo por las declaraciones incendiarios de estos últimos, sino por las amenazas, tanto con la casi ruptura de acuerdos comerciales y el fin del Tratado de Amistad, como con la posibilidad de encarecer los contratos de gas. Sumado a ello, varios ministros españoles, como Albares y la vicepresidenta Calviño, han insinuado que la actitud de Argelia era influencia rusa. Lo que ha echado más gasolina al fuego, ya que los argelinos son un pueblo orgulloso que se jacta de mantener una política exterior independiente.
Mientras, países como Italia han aprovechado la situación y han firmado acuerdos importantes con Argelia, sobre todo en el terreno energético para así romper su dependencia con el gas ruso. Hay muchas incógnitas sobre lo que puede pasar con Marruecos si finalmente se abre un nuevo período de entendimiento, unido a la situación con Argelia y ver si las relaciones se encauzan o por el contrario se produce una escalada.
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