Buenos tiempos para el miedo

Por Luis Aneiros | Ilustración: JRMora

¿Qué va a ser de un país que ha elegido al miedo como forma de vida? ¿Cuál es el futuro de una sociedad que nota en sus genitales el puño del miedo a las consecuencias? Consecuencias de cualquier acto, de cualquier palabra, de cualquier gesto. ¿Por qué cuarenta años después de una dictadura católica, apostólica y romana, cagarse en dios puede llevar a alguien a los tribunales? ¿Por qué cuando ETA asesinaba casi a diario, una banda de rock podía decir “la prensa dice que la ETA provoca el pánico, contra mí no tienen nada, ¿por qué?” y hoy esas coplas podrían traducirse en una condena por enaltecimiento del terrorismo? ¿Por qué Carrero Blanco es más intocable para el gobierno del PP que para los primeros gobiernos de la democracia, que sentían los cañones apuntando a sus despachos? ¿Por qué una revista de humor tiene que preocuparse de si una caricatura puede ofender al personaje en cuestión? ¿Qué nos queda si, después de habernos robado el trabajo, la educación y la sanidad, y después de humillar a nuestros ancianos y de restregarnos los privilegios de la banca y las grandes empresas, consentimos además que nos empapen de miedo a hablar?

Y no solo es el miedo a expresarse el que protagoniza las últimas revoluciones involutivas de nuestro país. También el miedo a actuar como una sociedad libre y madura ha de tenerse en cuenta. Las prisiones ya no deben de ser lugares donde se busque la reinserción del delincuente, sino una especie de “Minority Report” que sirva para evitar futuras reincidencias. ¿Para qué esforzarse en mejorar el sistema si es más rápido convencernos de la necesidad de una cadena perpetua eufemística, con avanzados argumentos del estilo de “imagínate que fuera hijo tuyo…”. ¿Entiendo entonces que si, aun teniendo hijos, creo que ciertas medidas son un atraso, es que los quiero menos y soy un mal padre, o debo pensar que hay leyes y normas diseñadas para personas con hijos y otras para los que viven solos? “Tú tranquilo, tú no tienes hijos… a ti esto no te concierne…”. Legislar desde la presión del dolor y el miedo solo lleva a errar como sociedad. ¿Qué ocurrirá cuando, después de cincuenta años en los que algunos de los que hayan visto revisadas sus condenas salgan a la calle, estos vuelvan a delinquir, a pesar de haberse pasado los últimos veinticinco años en la cárcel? ¿Pedirán los familiares de las víctimas la implantación de la pena de muerte, a la vista del fracaso de las leyes del momento? ¿Se les concederá bajo alguna figura con la que sortear la imposibilidad europea de una pena de ese tipo? ¿Qué les parecería que se les condenara a una lucha en igualdad de condiciones contra un oso pardo? Eso no sería condena a muerte… existiría la posibilidad de que ganara el condenado, ¿no? Me resulta curioso ver como los familiares de las víctimas enarbolan el miedo como argumento, mientras no sienten el que sí deberían de sentir: el de que, una vez utilizados hasta que ya no den más beneficio electoral, se les tire al cubo donde antes han tirado a otros, como a los familiares de las víctimas del terrorismo o a los anti-abortistas.

Si eres artista, ten miedo a expresarte si con ello reflejas lo más podrido y caduco del sistema. Si eres mujer, ten miedo a salir con minifaldas y a beber, que esas son las causas de las violaciones, no que un desgraciado al que no hay que educar te tome por algo de su pertenencia. Si eres padre ten miedo a dejar que tu hijo se aleje más de dos metros de ti, porque las leyes incitan a que el monstruo ataque varias veces antes de ser definitivamente abatido. (Por cierto, cuando el Partido Popular afirma que las leyes actuales no son suficientes, ¿es consciente de que, en una buena parte, son los responsables de ellas, y de que los últimos casos que tanta alarma han producido entre la población han ocurrido con la cadena perpetua ya en vigor, lo cual demuestra su inutilidad disuasoria?). Si eres periodista, ten miedo a hacer tu trabajo y a dejar constancia gráfica de la actuación de las fuerzas del orden, esas a las que todos pagamos y que deberían de mostrarse orgullosos de lo que hacen y no intentar ocultarlo. Y si eres un ciudadano con alguna reivindicación legítima que hacer, ten miedo a manifestarte porque alguien con autoridad puede interpretar que tu actitud pacífica es un acto de resistencia ilegal y, además de romperte un par de costillas, lo mismo recibes una muy respetable multa. (Sí, los violentos deben de ser detenidos y castigados, pero tranquilos… esos no tienen miedo).

«El valor no es la ausencia del miedo, más bien, es la opinión de que otra cosa es mucho más importante que el miedo» Ambrose Redmoon.

A todo lo anterior solo debo de hacer una excepción: si tu cabeza luce un respetable corte al uno y un manifiesto vacío interior, y tu cazadora de cuero lleva una esvástica a la espalda, tranquilo… Esas son las marcas que te hacen merecedor de un trato especial. Ya puedes manifestarte destrozando mobiliario y huesos ajenos, puedes tuitear amenazando de muerte a quien consideres dañino para la patria y hacer chistes o comentarios que incluyan expresiones como “puta negra de mierda”, “rojo de los cojones” y lindezas por el estilo, que todo lo anteriormente expuesto afecta solo a la otra parte del espectro político y social. Y Ortega Cano está tranquilo, vosotros no le vais a caricaturizar.

1 Comment

  1. Un profundo suspiro me vacía. Una satisfacción me invade. La realidad consciente y sin sombras. Es el día a día que nos imponen, nos quieren imponer. No, mil veces no. No me someto. Esa no es mi vida. Mi vida está en la calle pregonando verdades. Gracias por compartirte con todos. Si no se acercan es que están vencidos.

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