Bosques comestibles en las ciudades

Por Manuel López Arrabal

Nuestras raíces como especie son claras. Venimos de la naturaleza y a ella debemos regresar. Olvidarnos de nuestros orígenes, principalmente quienes vivimos en las grandes urbes de cemento y ladrillo, nos hace enfermar cada vez más. Recuperar el contacto con la tierra, respirar el aroma de las plantas, oler la fragancia de las flores, escuchar el trinar de los pájaros y disfrutar de la sombra de un árbol ya son de por sí aspectos muy saludables a tener muy en cuenta en nuestro día a día. Pero si, además, somos capaces de aprender a conseguir nuestro propio alimento directamente de la tierra, sin apenas esfuerzo y en cooperación con los demás, entonces estaremos logrando nuestra soberanía y seguridad alimentaria.

Hoy día, hay 43 megaciudades en el mundo que superan los 10 millones de habitantes, con Tokio a la cabeza poblada con más de 37 millones y con una media de 16.800 personas por kilómetro cuadrado. Pero lo preocupante de las estadísticas y previsiones de Naciones Unidas para el futuro es que las ciudades que más crecerán serán las de menos de un millón de habitantes, que actualmente acogen a cerca de la mitad de la población mundial.

En mayo de 2018 la ONU estimó que el 55% de las personas del planeta vivimos en ciudades y que esta proporción seguirá en aumento hasta alcanzar el 68% de la población en el año 2050. Es decir, de los 9.700 millones de habitantes previstos para el año 2050, unos 6.600 millones vivirán en ciudades y megaciudades si la tendencia de crecimiento y distribución de la población sigue la misma tendencia que hasta ahora. Además, la distribución del proceso demográfico es muy desigual puesto que África y Asia acogen cerca del 90% de la población rural a nivel mundial. Sin embargo, América del Norte (82%), América Latina (81%) y Europa (74%) son las zonas del mundo con más áreas de población dentro de las ciudades.

Está claro que esta tendencia de crecimiento poblacional dentro de las ciudades, a la vez que se van despoblando y desertizando las zonas rurales, nos augura un pésimo futuro, al menos en cuanto a sostenibilidad medioambiental se refiere, puesto que la globalización y mercantilización de la industria alimentaria para suministrar alimentos a todas las ciudades del mundo está aumentando la contaminación, acelerando el cambio climático y deteriorando los ecosistemas. Sin embargo, aún  estamos a tiempo de cambiar el rumbo de la superpoblación en las ciudades. Va llegando el momento, para muchos de nosotros, de mirar hacia atrás y replantearnos la posibilidad de volver a vivir en contacto y comunión con la naturaleza sin tener que renunciar a las comodidades de la modernidad ni a las ventajas de las nuevas tecnologías. Para ello podemos empezar a revertir el gran proceso migratorio iniciado con la revolución industrial que fue llenando las ciudades en detrimento de las zonas rurales. Ahora toca regresar de nuevo al campo, a la Naturaleza, para que poco a poco nos vayamos repartiendo por toda la geografía mundial en forma de pueblos y comunidades autosuficientes, valiéndonos de las tecnologías de la autosuficiencia, transformando  progresivamente las grandes ciudades en lugares de residencia y de encuentro más sanos y acogedores, sin contaminación y con grandes zonas de espacios verdes, hasta que algún día volvamos a ver en el mundo más personas que vivan fuera o alrededor de las ciudades que dentro de ellas.

Existen multitud de aldeas y pueblos abandonados o semiabandonados, además de muchísimas ecoaldeas en el mundo, que podemos reconstruir o donde muchos de nosotros podríamos ir a vivir progresivamente. Además, están quienes desean vivir en mayor soledad y comunión con la Naturaleza, alejados de la vida en comunidad, aunque sea temporalmente, para vivir experiencias individuales, en pareja o en familia muy independientes y autosuficientes. Además, como ya sabemos, la era tecnológica en la que vivimos nos permite desarrollar desde cualquier lugar remoto toda aquella actividad profesional que esté vinculada a las tecnologías de la información y comunicación.

No obstante, mientras se produce o no el mencionado proceso migratorio inverso, existe otra magnífica posibilidad que deberíamos estudiar y apoyar dentro de las ciudades. Se trata de recrear ecosistemas naturales que produzcan alimentos dentro y en los alrededores de cualquier ciudad. Esta posibilidad ya tiene un nombre y se está implementando en muchas ciudades del mundo: los bosques comestibles o bosques de alimentos.

Un bosque comestible es un policultivo perenne, principalmente de árboles frutales, con múltiples funciones. Se trata de crear, desarrollar y guiar un ecosistema completo (en nuestro caso dentro de una ciudad), tratando de imitar los procesos naturales que ocurren en un bosque joven sin intervención humana, usando para ello las técnicas de la permacultura. El conocido microbiólogo, filósofo y permacultor japonés Masanobu Fukuoka, en su libro La revolución de una brizna de paja, nos explica cómo es posible emular a la naturaleza para que, sin hacer prácticamente nada, nos proporcione todo lo necesario para nuestro sustento. En la simplicidad de la observación y el no-hacer está el secreto que nos traslada el señor Fukuoka: no arar, no fumigar, no añadir fertilizantes químicos, no quitar la “mala hierba” e, incluso, no regar. El objetivo es crear un ecosistema conscientemente orientado a la producción de alimentos y otros beneficios para el ser humano, con capacidad de mantenerse por sí mismo. En definitiva, se trata de conseguir un vergel que imite lo máximo posible a un bosque natural joven, utilizando una gran variedad de árboles, principalmente frutales, además de arbustos y plantas, que se beneficien mutuamente. En estos ecosistemas alimenticios la fertilidad del suelo se auto-mantiene mediante el reciclaje de nutrientes, tal y como ocurre en un bosque natural, donde el suelo siempre está en buenas condiciones gracias a que siempre está cubierto por los desechos del propio bosque. Una alta diversidad de especies vegetales genera una buena salud al ecosistema, capaz de atraer a los depredadores naturales de plagas, reduciéndose así los problemas de enfermedades.

En muchas regiones del mundo, ya sean de clima templado, tropical o subtropical, la vegetación clímax es el bosque o la selva. Como todos sabemos, los asentamientos humanos en tales lugares que fueron abandonados en el pasado, con el paso del tiempo vuelven a convertirse en bosques o selvas. Esto quiere decir que las fuerzas de la naturaleza trabajan activamente para generar ecosistemas cada vez más ricos y complejos hasta convertirse en esplendorosos lugares repletos de biodiversidad. Con esto podemos deducir claramente que los bosques y las selvas no nos necesitan para nada, más bien al contrario, para su máximo desarrollo, lo único que necesitan es nuestra no intervención.

No obstante, cuando los paisajes naturales han desaparecido o se han degradado drásticamente por nuestra causa o por causas naturales, sí que podemos intervenir inteligentemente en su recuperación a través de lo que se conoce como Forestería Análoga, mediante la restauración de los ecosistemas para el soporte de vida del planeta. La Red Internacional de Forestería Análoga actúa sobre los territorios amenazados por la deforestación, las plantaciones de monocultivos, los acaparamientos de tierra y la degradación de los ecosistemas forestales, todo ello en cooperación con pequeños agricultores y comunidades indígenas para restaurar y mantener sus bosques y, a la vez, mejorar sus posibilidades de sustento y sus fuentes de ingresos. Al igual que se define para la Forestería Análoga, los bosques comestibles son una forma holística de silvicultura, que minimiza la aplicación de insumos externos, tales como agroquímicos y combustibles fósiles, y en su lugar fomenta las funciones ecológicas para aumentar la resiliencia y la productividad del lugar.

Uno de los factores más importante a la hora de diseñar y comenzar con un bosque comestible es el suelo, que siempre debería de permanecer cubierto a ser posible con plantas herbáceas perennes o, en su defecto, con madera rameal fragmentada (MRF). De este modo, es mucho más fácil mantener el suelo siempre húmedo y fértil. En un bosque comestible bien diseñado existen pocos espacios u oportunidades para que se establezcan hierbas no deseadas, debido a que una gran densidad y variedad de plantas y árboles en una extensión de terreno suficientemente grande, impiden la proliferación de tales hierbas. Y si aparecen, sobre todo al principio, tampoco sería mayor problema puesto que se utilizarían como abono verde cortándolas a ras y dejando las raíces como materia orgánica para mejoramiento del subsuelo. Posteriormente, se cubrirían dichas zonas con la MRF, antes mencionada, para acolchar, fertilizar y mejorar la calidad del suelo.

A decir verdad, una vez establecido el bosque comestible, las labores de deshierbe, riego, adición de nutrientes, control de plagas, preparación del suelo y todas las cosas que requiere un huerto o cultivo normal, ya no habría necesidad de hacerlas puesto que el nuevo ecosistema las hará por sí mismo. Al menos ese es el ideal. Nuestra función sería únicamente la de guiar la sucesión y evolución del ecosistema, introduciendo o quitando ciertas plantas o especies para minimizar la competencia y maximizar la cooperación, creando de este modo las mejores sinergias posibles.

En cuanto a las ventajas de los bosques comestibles en comparación a los cultivos anuales o tradicionales se pueden nombrar los siguientes:

  • Menos energía y esfuerzo para mantenerlos.
  • Alta productividad y diversidad en frutos cuando el sistema está maduro.
  • Más resilientes ante situaciones climáticas extremas.
  • Biológicamente sostenibles gracias a su compleja red de interacciones que logra bajo y sobre el suelo.
  • Mayor densidad de vegetación a distintos niveles en un mismo espacio, lo que produce mayor cantidad de oxígeno, sombra y humedad.
  • Alto nivel de reciclaje de nutrientes.
  • Nula contaminación.
  • Excelente hábitat para la vida silvestre.
  • Capturan y retienen mayor cantidad de agua de las lluvias.
  • Proveen de muchos nichos para insectos, aves y otros pequeños animales (según ciertos estudios los bosques comestibles llegan a conseguir la misma o mayor biodiversidad que los bosques nativos).
  • Los alimentos procedentes de plantas perennes tienden a ser más nutritivos que los procedentes de plantas anuales, debido al sistema radicular más extenso de las primeras que por ser perennes pueden explorar capas del suelo más profundas y, por tanto, acumular mayores cantidades de minerales.
  • Con el paso del tiempo, ayudan a generar más suelo fértil y a movilizar más nutrientes gracias a la intensa biodiversidad subterránea que se desarrolla bajo el bosque (hongos micorrizas, bacterias, protozoos, micelios, ácaros, lombrices, hormigas y otros insectos, además de otros posibles animalillos). Tengamos en cuenta que el suelo terrestre alberga la cuarta parte de la biodiversidad del planeta y que hay más organismos vivos en una cucharada de suelo fértil que personas en toda la tierra.

 

Como ventajas extraordinarias de los bosques de alimentos situados dentro de una ciudad podríamos añadir la estética que se puede lograr con ellos, incluyendo también especies ornamentales. Esto produce en los ciudadanos que lo visitan la sensación de estar en un lugar más silvestre y menos manejado. Por tanto, el diseño de tales espacios dentro de los parques de una ciudad debe realizarse considerando su uso y disfrute por parte de las personas adultas y ancianas, pero también de los niños. Estos últimos, disfrutarán no solo con el juego dentro del bosque con la posibilidad de comer fruta recién cogida, sino que sería también un magnífico lugar de visita y de enseñanza para las escuelas de la ciudad. Además, el diseño, creación y mantenimiento de tales bosques urbanos podría recaer de manera compartida entre el Ayuntamiento de la ciudad que los acoja y los ciudadanos que lo disfrutan, vinculándose su cuidado y la recolección de frutos, por ejemplo, a asociaciones vecinales o de hortelanos urbanos.

Si el bosque de alimentos en una ciudad es lo suficientemente extenso, sería factible crear claros o espacios abiertos para ubicar plantas que requieran más sol además de otros usos: lugares para sentarse, zonas de juego para niños, estanques, etc.

Como experiencias de bosques comestibles más destacables que he podido descubrir están las de dos personas que los han diseñado y desarrollado durante más de dos décadas. Y como experiencias de soberanía y seguridad alimentaria dentro de la ciudad me han llamado la atención principalmente las de Todmorden al norte de Inglaterra y las del vecindario de Beacon Hill en Seattle (EEUU). Veamos brevemente cada uno de los casos con los enlaces correspondientes.

Especialmente me ha atraído muchísimo conocer y profundizar en la experiencia del español Juan Antón Mora de 83 años de edad quién creó su propio bosque comestible hace más de 20 años en su finca de naranjos en Alzira (Valencia), quien después de llorar mucho (como él dice) pensando en las personas que mueren de hambre en el mundo, tenía y debía de hacer algo al respecto. Se dio cuenta que la solución del hambre está en la tierra y que él, disponiendo de una buena parcela, debía estudiar la forma de sacarle el máximo provecho. Tras mucho trabajo al principio, se dio cuenta que con el tiempo cada vez tenía que trabajar menos, hasta el punto que actualmente su trabajo dentro de su bosque comestible (con unas 30 especies de frutales entre otras especies no alimenticias) solo precisa de la recolección de los alimentos y poco más. Además, desde el principio de su anhelo por ayudar a erradicar el hambre, se comprometió con varios proyectos que él mismo inició en Senegal y en Honduras, donando su dinero y su tiempo para crear bosques comestibles en tales lugares. Su maravilloso lema es: “Donde hay un bosque de alimentos, no hay hambre”.

En segundo lugar, está el británico Martin Crawford quien afirma que es posible alimentar a 10 personas con la producción de un bosque de alimentos de media hectárea, duplicando así la cantidad de personas que la misma superficie podría alimentar con la agricultura moderna. Martin tiene un bosque comestible que inició en 1992 en Darlington (norte de Inglaterra). Actualmente, dentro de una hectárea de terreno tiene cerca de 500 especies vegetales distintas (aparte de la extensa fauna, sobre y bajo el suelo, que ello conlleva). Según la fuente que he consultado, el señor Crawford solo necesita trabajar en su bosque un día por semana, principalmente para la cosecha, afirmando que si solo contabilizase el tiempo que dedica a las labores de mantenimiento, entonces solo emplea para dichos fines unos 10 días por año.

La ciudad de Todmorden (cercana a Manchester) con algo más de 15.000 habitantes, es una ciudad paradigmática en cuanto a la soberanía y seguridad alimentaria puesto que podría catalogarse como una ciudad comestible con su proyecto Incredible Edible, es decir, no solo producen grandes cantidades de fruta con sus árboles frutales (más de 800) disponibles para cualquier persona que desee comer fruta gratis, sino que además desde el año 2008 sus ciudadanos decidieron cambiar las plantas y flores ornamentales por el cultivo de hortalizas en todos los espacios públicos posibles (rotondas, parques, jardines,…). Son unos 300 voluntarios los que de manera rotatoria se van encargando del cultivo y mantenimiento para que todos, libremente, puedan cosechar los alimentos que vayan necesitando. Además, Incredible Edible da nombre a una auténtica revolución de la agricultura urbana con una red de más de 200 grupos repartidos por todo el planeta.

Por último, el bosque de alimentos de Beacon Food en Seattle,  se encuentra al oeste de Jefferson Park, en el vecindario de Beacon Hill y comenzó en al año 2009 como un proyecto innovador de permacultura urbana llamado Beacon Food Forest, pero a diferencia del proyecto Incredible Edible de Todmorden este es mantenido por el Departamento de Parques y Recreación de Seattle con la colaboración de una comunidad de vecinos voluntarios. El proyecto se desarrolla en 5 acres de terreno (algo más de 2 hectáreas), a disposición de los ciudadanos que participan y disfrutan en las múltiples actividades lúdicas, formativas o productivas que allí se realizan, sobre todo en relación a los huertos urbanos y cosecha de frutales.

2 Comments

  1. Pero tienen que estar min a 50 m de una carretera y si esta es importante mas distancia,
    ademas los árboles que den alimento deben estar en el centro del bosque lo mas protegidos posible
    Esto vale tbn para plantas como el yanteng etc

  2. Todo cuanto expones es digno de consideración. Veo que hay personas inteligente qué, en la jungla de cemento se ven, hoy día, preciosos huertos en lo alto de los bloques. Hay restaurantes (Lo vi en TV) que tienen sus propios huertos en lo más alto de las torres. Eso es ecológicos y digno de aplauso. No todo está perdido; veremos huertos entre plantas de edificios.Besos y abrazos de Lola y míos.

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