La aburrida barbacoa electoral de los domingos

Por Luis Aneiros @LuisAneiros | Ilustración de @petardohuelva

Vivimos tiempos en los que se recurre a menudo al posible cansancio de los españoles por la situación política, su cada vez mayor desapego de la clase dirigente, y el hartazgo general por cómo marchan las cosas. En seis meses hemos tenido que acudir a dos citas electorales a nivel nacional, y cada vez se perfilan como más probables unas terceras elecciones generales. Añadamos a eso que, en dos comunidades autónomas (Galicia y Euskadi), tendremos también que votar para nuestros gobiernos correspondientes dentro de unos días. Y la idea de que es demasiado para los votantes, de que los ciudadanos “no merecemos” este vaivén electoral, y de que nos estamos aburriendo de la llamada “fiesta de la democracia”, se utiliza muy a menudo para desviar la atención de lo realmente importante. No sé cuál puede ser la opinión general, pero yo estaría dispuesto a ir a mi colegio electoral cada quince días, si fuera necesario, siempre y cuando ese esfuerzo se tradujera en algo positivo para el país, la comunidad autónoma o la ciudad en los que vivo. Sería importante que los políticos dejaran de engañarse, o de engañarnos a nosotros, y reconocieran de una vez que nuestro cansancio viene dado por su incompetencia y su absoluta falta de interés real por los verdaderos problemas de la gente. La abstención no es fruto de no querer bajar a la calle y expresar nuestras preferencias, sino de la sensación de inutilidad que  nos queda cuando, en muy poco tiempo, descubrimos que nuestros votos no sirven para nada.

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Yo vivo en una ciudad castigada duramente en la década de los ochenta por la mal llamada Reconversión Naval (nada se reconvirtió en nada) que el gobierno del PSOE se sacó de la manga al poco tiempo de acceder al gobierno. Necesaria o no, esa reforma sólo llevó a la destrucción de miles de puestos de trabajo, directos e indirectos, y al empobrecimiento paulatino de la ciudad, a lo que se sumó además la retirada de muchas de las instalaciones militares que tenían en ella su sede. Desde 1983, la población fue disminuyendo ante la inactividad absoluta de todos los gobiernos, tanto central como autonómico, que en ningún momento mostraron la más mínima preocupación por buscar soluciones al hundimiento de la que fue ciudad puntera a nivel mundial en construcción naval, y punto estratégico de primer orden en lo militar y en el tráfico comercial por mar. En los últimos treinta años, pasó de tener casi 90.000 habitantes, a tener los menos de 70.000 con los que cuenta ahora. Y si dan un paseo por las calles de su centro histórico, podrán ser testigos de su claro deterioro y del aumento vertiginoso de locales comerciales vacíos. Pues bien, “casualmente”, desde el año 1983, año en el que se inició la antes citada Reconversión Naval, la alcaldía de la ciudad ha ido cambiando de color político en cada convocatoria de elecciones municipales. Nunca un mismo partido gobernó la ciudad dos legislaturas seguidas, alternándose entre PP y PSOE, con las excepciones de una legislatura del BNG y la actual de una confluencia  de Podemos con otras fuerzas de izquierdas. Y no me cabe duda alguna de que, muy a mi pesar, tampoco será esta la ocasión en la que se repita dicho gobierno. Y,  también “casualmente”, mi ciudad es la que posee el triste record de la abstención más alta de las principales urbes gallegas en todas las elecciones, siempre moviéndose en torno al 45%. Este comportamiento claramente indicativo de una salud democrática muy débil, ¿se debe a que nos aburre ir a votar? ¿Es que mis conciudadanos y yo creemos que votar cada cuatro años a nuestro alcalde y nuestros concejales es excesivo? ¿En serio se trata de que pensamos que ese domingo de cada 208 es mucho para perderlo votando? Yo creo que no es por eso. Yo tengo el convencimiento de que lo que nos cansa es ver como nuestros hijos tienen que marcharse si quieren encontrar un trabajo, que estamos hartos de ver cómo nuestras tiendas, nuestros comercios, nuestros bares e incluso nuestras oficinas bancarias, tienen que cerrar sus puertas porque aquí ya no hay nadie que entre por ellas. Y lo que nos aburre es el convencimiento de que todo eso no le importa a nadie dentro de la clase política. Así que, o no vamos a votar, o votamos como se vota cuando no se sabe: en contra y por echar, no a favor y por aportar.

Nuestros políticos tienen que saber que son ellos los que no saben actuar en democracia, que unas tercera elecciones en un año sólo demuestran su incapacidad, su inutilidad, su egoísmo frente a nuestras necesidades.

Pues eso mismo está pasando en la política nacional. No podemos consentir que se nos diga que nos estamos cansando de ir a votar. No podemos seguir escuchando impasibles cómo nos califican de vagos democráticamente hablando y de que nos tomamos las elecciones como una barbacoa en casa de nuestro cuñado: algo que, cuando se repite mucho, termina siendo cansino. Nuestros políticos tienen que saber que son ellos los que no saben actuar en democracia, que unas tercera elecciones en un año sólo demuestran su incapacidad, su inutilidad, su egoísmo frente a nuestras necesidades. Cuando unos dicen que o ellos o el caos, cuando otros repiten cabezonamente el mismo mantra, sin ver que es un callejón sin salida para el pueblo, cuando los que acaban de llegar demuestran tan poca visión de futuro, sólo la falta de vergüenza  les puede llevar a señalarnos con el dedo y decirnos que el problema es que nos aburrimos, que nos cansamos de votar…

Nuestros representantes políticos deberían de saber que, si tras una consulta electoral o un referéndum, nuestros problemas encontraran solución y ellos demostraran tener el espíritu de servicio que se supone que los ha llevado a la política, nosotros nos levantaríamos cada domingo dispuestos a introducir un sobre en una urna, lo mismo que ahora salimos cada domingo a correr, a ir a una iglesia, a tomar un aperitivo o simplemente a pasear, porque eso nos reporta beneficios y bienestar. No nos cansa votar, nos cansan aquellos a los que estamos votando.

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