Bangladesh se agrega entonces a Pakistán, Sri Lanka, y Nepal, tras la caída de Hasina, convirtiéndose en una nueva perla del collar con que el Departamento de Estado norteamericano intenta acollarar a China.
Por Guadi Calvo | 22/08/2024
El reciente proceso de destitución de la Primera Ministra de Bangladesh, Sheikh Hasina, que, a lo largo de un mes, fue desde manifestaciones cada vez más numerosas y violentas, al punto que, el cinco de agosto, el ejército terminó de quitarle el respaldo, no puede leerse fuera del contexto de las operaciones que Estados Unidos está ejecutando en la región, con un único objetivo: cercar y provocar una reacción violenta de China.
En estos últimos dos años se dio la «extraña» coincidencia de que cuatro gobiernos de esa área, a fines con la propuesta china de la «Nueva Ruta de la Seda», han sufrido repentinos cambios de gobierno.
El mega proyecto económico global de integración y aperturas de mercados trazado por Beijing, a partir de 2013, amenaza comercialmente la influencia de Washington en muchas áreas, que hasta entonces aparecían como cotos cerrados, donde solo podía actuar la industria norteamericana, que permitía, en algunos casos, que países subordinados como los de la Unión Europea, Japón y algún otro pudieran disputarse las migajas del gran banquete de Washington.
En este contexto se produce la caída del Primer Ministro pakistaní, Imran Khan, ahora en prisión y con docenas de acusaciones incomprobables, que lo han sacado del escenario político. Aun el mayor de sus crímenes ha sido establecer políticas de acercamiento tanto a Moscú como a Beijing. Finalmente, después de un espurio juicio parlamentario que destituyó a Khan, llegó al gobierno de Pakistán, Shehbaz Sharif, quien pertenece a una vieja e importante familia política, que ha jugado históricamente a favor de los Estados Unidos.
Lo mismo podemos decir del actual presidente de Sri Lanka, Ranil Wickremesinghe, quien llegó al cargo provisoriamente en 2022, casualmente, después de una revuelta popular que terminó con el gobierno de Gotabaya Rajapaksa, que había permitido el desarrollo de importantes inversiones chinas en la isla. Entre las que se encuentra la construcción del puerto de aguas profundas de Hambantota y la del aeropuerto internacional Mattala Rajapaksa.
En Nepal, KP Sharma Oli, en el poder, una vez más, desde julio de 2024, ha ratificado las medidas de su antecesor, Pushpa Kamal Dahal, quien en junio último había anunciado que su país abandonaba la iniciativa de la «Ruta de la Seda», mientras que, pocas semanas después de su asunción, Sharma Oli, un legendario guerrillero comunista, alejó al ala maoísta de su gobierno, para continuar sin presiones el camino señalado por su antecesor.
En este contexto de inestabilidad regional, no podemos obviar la guerra civil en Birmania que, desde septiembre del 2021, un conjunto de organizaciones étnico-regionales libra con «renovadas» fuerzas contra el ejército birmano o Tatmadaw, quien había derrocado al gobierno civil, que, desde las sombras, dirigía el Premio Nobel de la Paz 1991, Aung San Suu Kyi, una aliada histórica de Occidente.
En el momento del golpe, China se encontraba desarrollando un importante plan de inversiones, en Birmania, entre las que se incluye la construcción de un puerto y la creación de una línea ferroviaria, que le permitiría llevar su producción desde el interior de China hasta el Golfo de Bengala, agilizando en muchos días sus exportaciones.
Bangladesh se agrega entonces a esta lista, tras la caída de Hasina, convirtiéndose en una nueva perla del collar con que el Departamento de Estado norteamericano intenta acollarar a China.
La ahora ex Primer Ministra, Hasina, había sabido mantener un muy dificultoso equilibrio en la tensa relación entre Nueva Delhi y Beijing; por lo que hay que descontar que, con su ausencia, ese equilibrio podría precipitarse a mayores enfrentamientos entre los dos gigantes asiáticos, teniendo a Bangladesh el octavo país más poblado del mundo, con cerca de 180 millones de habitantes, como el escenario propicio.
Por un lado, es dudoso que el gobierno del provisional Primer Ministro Muhammad Yunus, Premio Nobel de la Paz 2006, un clásico agente occidental, lleve en su agenda otra propuesta que distanciarse de China, con quien Hasina tenía no solo excelentes relaciones, sino multimillonarios acuerdos económicos.
Mientras que tampoco ha hecho ninguna señal a India, que ha desobedecido a los Estados Unidos, negándose a condenar la contraofensiva rusa contra la OTAN en Ucrania, sin tampoco haber dejado de comerciar con Moscú, de quien se sigue proveyendo de petróleo, entre otras mercaderías.
Fuera India
En este contexto, es que los mismos agentes que iniciaron las revueltas estudiantiles contra Hasina, continuaron, apenas se conoció, la salida del país de la Primera Ministra, con ataques y saqueos contra todo lo que podría representar el gobierno recién derrocado. Turbas, bastante bien organizadas, avanzaron contra el Palacio de Ganabhaban, la residencia oficial del gobierno bangladesí, en Dhaka, la capital del país, donde se produjeron saqueos e incendios, con la intensión de exterminar cualquier recuerdo, tanto de los quince años del gobierno de Hasina, como de presencia histórica de su padre, el general Sheikh Mujibur Rahman, fundador de Bangladesh, quien fue asesinado tras el golpe de Estado de agosto de 1975, junto con la mayor parte de su familia. Matanza de la que solo se libraron Hasina y una hermana, en ese momento fuera del país.
Mujibur Rahman, apenas terminada la guerra contra Pakistán, por la que consiguió el surgimiento de Bangladesh, había declarado que el nuevo país, sería socialista y laico. Un reto al que no pudo sobrevivir.
Los pogroms, que se continuaron tras la ida de Hasina, se concentraron, a lo largo de todo el país, en un primer momento contra la dirigencia y la militancia de la Liga Awami, asaltando sus locales partidarios e incluso asesinando a algunos dirigentes medios. También las hordas fueron dirigidas contra canales de televisión, edificios públicos y las residencias de los ministros del gobierno derrocado.
En el marco de las revueltas, dos importantes prisiones fueron atacadas, liberando en total unos setecientos reclusos, entre los que se encontraban un centenar de miembros de grupos terroristas Ansarullah Bangla Team ABT (defensores del islām) y el Jamaat-ul Mujahideen, Bangladesh JMB (Asamblea de Muyahidines de Bangladesh).
Cuando todos los objetivos parecieron alcanzados, surgió un nuevo enemigo: las minorías religiosas, entre las que se destacan los doce millones de hindúes. Al grito de «Fuera India», miles de personas han comenzado a concentrar sus objetivos contra la comunidad hindú; a lo largo de todo el país se han reportado ataques contra viviendas, comercios y mandirs (templos) hindúes, mientras muchas de sus mujeres han sido violadas. En menor medida, también se produjeron asaltos contra sitios pertenecientes a las comunidades budistas y cristianas.
Las acciones contra la colectividad hindú de Bangladesh tienen también una raíz política, ya que esta comunidad, históricamente había apoyado a la Liga Awami, el partido laico fundado por el padre de Hasina y que la ha acompañado a ella, lo largo de toda su carrera política, incluyendo los quince años en que gobernó el país; en los que ha luchado contra los núcleos más extremistas de la comunidad musulmana, que finalmente se han abroquelado al Jamaat-e-Islami o JEI (Congreso Islámico de Bangladesh), partido que, junto al Partido Nacionalista de Bangladesh (BNP), resultaron los grandes beneficiados de la caída de Hasina.
Los ataques y la persecución que está sufriendo, particularmente, la comunidad hindú, han despertado la preocupación del Primer Ministro indio, Narendra Modi, que ha ordenado, una exhaustiva vigilancia de la frontera con Bangladesh, de más de cuatro mil kilómetros. Atendiendo a que, si se profundiza la crisis, es muy posible la llegada de olas de refugiados. Particularmente en el sector noreste, de unos dos mil kilómetros.
En este peligroso contexto, India sabe que, si bien es una nación mucho más poderosa que el resto de sus vecinos, ahora se encuentra cercada y amenazada por la serie de crisis políticas, económicas y de seguridad que comprometen a Pakistán en el noroeste, a Bangladesh en el este, Sri Lanka en el sur y a Nepal al norte.
¿Cuánto más podrá resistir India a esta realidad, antes que comience a filtrarse hacia su interior? Para evitar convertirse en parte de la inestabilidad regional con que Estados Unidos intenta cercar a China.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
Se el primero en comentar