Bananeros

Por Jesús Ausín | Ilustración: ElKoko

El rey estaba muy enfermo. El dedo gordo del pie derecho permanecía inflado como una zambomba. En los tobillos no se apreciaban los huesos. La orina era oscura y con un olor dulzón. Los médicos de la corte no sabían ya cómo reaccionar. Las sangrías no funcionaban y el rey seguía postrado en cama sin remedio.

A la villa y corte hacía un par de lunas que había llegado un cantero que también ejercía de sacamuelas y vendedor de pócimas. Su fama se había ido incrementado entre la plebe hasta llegar a oídos de la nobleza. Los médicos del soberano estaban en contra de toda intrusión y más de un facundo engañabobos, pero ante la gravedad de la enfermedad del rey, uno de ellos, confabulado con el hermano del rey que sería declarado regente si el rey moría, apostó por llamar al charlatán y probar si lo que la plebe decía era verdad. «Total, no perdemos nada» les dijo a sus colegas, «lo peor puede pasar es que el rey acabe muriendo, lo que sucederá irremediablemente si no hacemos nada».

Melquiades, el cantero vendedor de pócimas, era un tipo enjuto, con un bigotillo ralo que le hacía parecer serio ante la multitud que se apelotonaba entorno a su carro. Había viajado aprendiendo el oficio de cantero por todo oriente. Allí había observado cómo curaban algunas de las enfermedades más dolorosas en Europa, que allí eran simples contratiempos.

Melquiades fue a ver al rey y propuso a los cocineros que dejasen de darle de comer embutidos, cerdo asado, faisanes, palomas o cualquier otro animal de caza. Ni tampoco dulces. A cambio les enseñó a cocinar sopas de verduras, alcachofas, berenjenas y pechugas de pollo de corral. Poco a poco el rey empezó a mejorar hasta que en una luna, ya podía caminar correctamente.

El rey, como premio, le concedió el título de médico real, pero el sacamuelas desestimó el nombramiento, pidiéndole a cambio, que le dejara ser constructor de puentes que es lo que realmente le gustaba y de lo que sabía.

En el primer puente que realizó, se quedó con un tercio del presupuesto. Era una mole de piedra,  con ocho arcos muy pequeños, por los que circulaba el agua de manera holgada aunque sin excesivo caudal para crecidas. Llegada la segunda primavera, el agua tuvo que saltar por encima del puente dejándolo intransitable durante unos días. Algunos de los vecinos del arrabal, con sus casas inundadas a consecuencia de la retención provocada por el puente, levantaron la voz, pero el rey estaba tan agradecido y los mercaderes presionaron tanto al rey, por el miedo a tener que volver a la situación anterior de un rodeo de varias leguas, que permitió que el puente siguiera abierto. En el otoño siguiente, el agua, contenida de nuevo por el puente, se llevó todo el arrabal cambiando el curso del rio y dejando el viaducto sin utilidad.

Melquiades, entonces presentó un nuevo proyecto, más caro aún que el primero. El nuevo paso, contaba ahora con tres grandes arcos de más de tres metros de altura. Una vez finalizado, era un paso esbelto. Pero no tuvo en cuenta la presión del agua y dos años más tarde, el cauce había erosionado las bases de los arcos y el puente acabó derrumbándose,  matando a treinta personas que cruzaban por encima. Muchos pidieron la cabeza de Melquiades, pero el rey dictaminó que no había sido culpa suya. Los comerciantes, de nuevo por miedo a tener que perder una jornada para vadear el rio, presionaron para que Melquiades construyera otro puente.

Con el último, Melquiades se hizo tres veces más rico que con los anteriores. Ahora eligió un puente colgado por cigoñales que sostenían tres enormes vigas de madera que cruzaban de lado a lado. El puente terminó, de nuevo, en la ruina cuando una de las sogas que sujetaba la viga central, acabó cediendo.

El rey, designó entonces a Melquiades asesor real de mercaderías.

Desde la corte, daba lecciones a los nuevos constructores de los puentes.

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Bananeros

Recuerdo con añoranza aquellos finales de los setenta, cuando abducido por lo que veía en la televisión le dije a mis padres que deberían votar que sí a la ley de reforma política y después a la Constitución. Eran años duros en Madrid dónde falangistas, franquistas y demás fauna facha se dedicaban a “buscar rojos” por las calles para darles un escarmiento a base de cadenazos y puñetazos realizados con puños americanos. Sin embargo, aunque eran tiempos difíciles en provincias, y aunque la de Burgos siempre ha sido considerada como franquista, jamás tuve ningún percance serio fuera del instituto con ese tipo de fauna. Es verdad que debíamos tapar, por miedo, nuestras carpetas con la figura del Che y la bandera republicana, pero jamás nadie me paró por la calle para preguntarme por mi ideología o para simplemente darme una paliza por llevar el pelo tan largo que caía sobre los hombros.

Recuerdo el ansia que teníamos para que llegaran las televisiones privadas. Iban a ser el sumun de la libertad de expresión y de información. Con la concesión de las primeras licencias, algunos ya vimos por dónde iban los tiros. Premoniciones que se han quedado cortas porque son el principal medio de seducción y manipulación de la sociedad española y de que esta acepte este sistema bananero.

Aquel aire de libertad de los primeros años del supuesto cambio se vio enaltecido con el triunfo del partido pseudosocilista en el año 82. Yo fui uno de los que con 19 años brindé con champán catalán por el triunfo de Isidoro, el charlatán fulero al que había votado en mis primeras elecciones.

Recuerdo también el salto a la fama de Susana Estrada, las películas en las que, como supuesto síntoma de libertad, aparecían mujeres desnudas (sin venir a cuento). Y las portadas de Interviú, del Lib, e incluso de algunas revistas pornográficas francesas que se exhibían sin contratiempo en los kioscos burgaleses. Y la Televisión de la Bola de Cristal y de las Vulpes aparecidas en 1983 en el programa de Carlos Tena, “Caja de Ritmos”. (Aunque aquí debo hacer un inciso porque la inquisición encabezada en aquella ocasión por el entonces director del ABC, Luis María Ansón, quién curiosamente fue acusado de ser un acosador por el periodista Enrique de Diego en Rambla Libre, a base de titulares, consiguió que Carlos Tena dimitiera y que las chicas y el propio presentador fueran acusados por la fiscalía por saltarse el pudor y las buenas costumbres conforme a los artículos 431 y 432 del Código Penal [suprimidos en 1995]).

Entonces era posible cocinar un cristo en un horno, salir desnudo en televisión o cantar canciones con letras obscenas o contrarias a ciertos políticos. Incluso hacer nudismo en una playa sin que vinieran a detenerte. Los franquistas estaban arrinconados. Unos habían cambiado la chaqueta para declararse demócratas de toda la vida (la mayor parte afiliados a Alianza Popular) y otros, simplemente se retiraron a los cuarteles de invierno arrinconados por la acción de la justicia, el gobierno y el periódico “El País” que hacía de contrapeso a la caspa nacional del ABC.

Así estábamos cuando, un enjuto mediocre, un fullero meapilas llegó a las Cortes de Castilla y León. Y allí empezó todo. Allí empezó su discurso hosco, sus maneras de matón de barrio, sus formas marrulleras y chulescas que emponzoñaron a un pobre de espíritu como Demetrio Madrid, al que empezaron a caerle hostias llovidas desde la tribuna, mentiras que los medios que auparon al insufrible ególatra difundían sin pudor, hasta que el pobre Demetrio tuvo que irse a su casa acorralado por la justicia. Evidentemente fue declarado inocente tres años después porque no había hecho nada de todo lo que habían urdido contra él. Allí empezó todo porque fue el salto del acomplejado inspector de hacienda a la política nacional.

Me viene a la mente, mientras escribo que, a principio de los noventa, un amigo mío empezaba a tontear con el Partido Popular. Hacían concentraciones en diversas provincias de Castilla y león e iban a gastos pagados. Allí les transmitían las consignas y arengas y hasta les enseñaban canciones para centrarlos en el discurso y elevar su moral. Me contaba cosas extrañas que no voy a reproducir aquí porque no puedo aportar las pruebas necesarias ya que este amigo, acabó, como en una secta, olvidando su pasado “revolucionario” y apartándose de sus viejas amistades conforme iba introduciéndose más profundamente en esa formación. Hasta que un día pasó de contarnos las cosas “raras” que hacían en el PP, a intentar justificar sus tropelías.

Felipe González y Carlos Solchaga.

Con este despreciable empezó a truncarse todo. El régimen del 78 está lleno de personajes siniestros que han provocado daños irreparables a la sociedad española. Personajes como Solchaga que dejó sin empleo a más de dos millones de españoles y que se pulió todo el tejido industrial del estado hasta convertir España en un país de turismo de medio pelo. Personajes como Felipe González, Elena Salgado, Roldán, Barrionuevo, Leguina, Corcuera,… solo han provocado sufrimiento a los españoles. Y ahora, junto con el insufrible ególatra, que puede ir a mentir al Congreso de los Diputados sin que le pase absolutamente nada (artículo 502 del Código Penal), se dedican a dar lecciones sobre libertad, democracia, constitución, prosperidad o trabajo digno, sin pudor, sin rubor y sin ningún tipo de estupor, cuando lo único que han traído al país ha sido pobreza, precariedad, privatización de lo público y un sobrecoste de un bien de primera necesidad como es la electricidad, que de investigarse, quizá podría llegarse a la conclusión de que es una estafa contra los españoles.

Decía el otro día Rosa María Artal en este artículo que “España tiene una justicia propia de un país autoritario, con sus leyes y códigos mordaza, tras los cambios ejecutados por el gobierno del PP”. Lo que solo es parte de la verdad. Porque todos esos recuerdos que me surgen cuando evoco la década de los ochenta, se truncaron (si es que todo esto no formaba parte del plan desde el principio) en el momento que todos estos cafres comenzaron a hacer la vista gorda en su huída hacia adelante. Con la corrupción que acarrearon tuvieron que permitir que el partido condenado por ser “partícipe a título lucrativo” de la corrupción de la Gürtel, se negara sistemáticamente a renovar los órganos de gobierno del Poder Judicial hasta que consiguieron que los Lesmes de turno, se hicieran con las riendas de la justicia del Estado.

Todo este “revival” del franquismo, o como los señores jueces dicen en su chat profesional, esta coyuntura que sufrimos “Como si de un país bananero se tratara” es consecuencia de todas las tropelías permitidas, especialmente a esa formación condenada por corrupción, pero también a los pseudosocialistas culpables por omisión y participación de un sistema que han llevado al colapso.

Porque, puestos a recordar, también recuerdo el ansia que teníamos para que llegaran las televisiones privadas. Iban a ser el sumun de la libertad de expresión y de información. Con la concesión de las primeras licencias, algunos ya vimos por dónde iban los tiros. Premoniciones que se han quedado cortas porque son el principal medio de seducción y manipulación de la sociedad española y de que esta acepte este sistema bananero, en el que lo único que importa es algo etéreo como la nación y no la justicia, la solidaridad y el bienestar de sus ciudadanos.

Muchos siguen creyendo estar a salvo y siguen apostando por este sistema de diferente vara de medir dependiendo de a quién se mida, de la injusticia social, de los salarios de miseria, de precariedad y de pobreza súbita. Para ellos solo es temporal. Pero lo temporal, como no lo paremos, será poder escribir este tipo de cosas sin acabar siendo encarcelado. Al tiempo.

Salud, república y más escuelas.

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