Bajo la misma luna, retrato de una frontera social

Por Daniel Seijo

«El dinero de los países ricos viaja hacia los países pobres atraído por los jornales de un dólar y las jornadas sin horarios, y los trabajadores de los países pobres viajan, o quisieran viajar, hacia los países ricos, atraídos por las imágenes de felicidad que la publicidad ofrece o la esperanza inventa. El dinero viaja sin aduanas ni problemas; lo reciben besos y flores y sones de trompetas. Los trabajadores que emigran, en cambio, emprenden una odisea que a veces termina en las profundidades del mar Mediterráneo o del mar Caribe, o en los pedregales del río Bravo.«

Eduardo Galeano

«Algunos están más preocupados por el islam que por nuestra religión verdadera, que ya digo que es el neoliberalismo, el fundamentalismo financiero. Otra cosa es el terrorismo, y otra, la inmigración, que es uno de los efectos del neoliberalismo. Necesitamos buenas ideas sobre esas dos cosas, no tópicos.«

Hanif Kureishi

Perdonad que no me una a la fiesta del progresismo en España, pero una vez más me toca ser la nota discordante. Puede que en realidad simplemente sea capullo inconformista, y por ello cuando medio país celebra ansioso el magnánimo gesto del gobierno de Pedro Sánchez dando unos granos de arena extra en su particular reloj a los 630 migrantes que permanecían a la deriva en el Aquarius, yo no pueda evitar reflexionar acerca del pasado y el futuro que le espera a toda esa gente en su llegada a Europa. Claro que me he emocionado con sus cánticos y he sentido como propia la sonrisa de quienes al fin lograban escapar de la inmensidad de un océano, que al igual que el sistema político y económico europeo, no tiene piedad del ser humano, por eso mismo siento especialmente romper la magia del momento, pero personalmente no puedo evitar pensar en nuestras participación en Libia, en la realidad de los CIE`S, el racismo institucional –tan silenciado en nuestro territorio– o en el alarmante auge del fascismo que hace del color de la piel o de la religión un motivo suficiente para llegar a sufrir exclusión social e incluso violencia cuando uno es migrante en suelo Europeo. No me me juzguéis con severidad, agradezco que la gestión de la política migratoria en España no permanezca durante más tiempo en manos de auténticos psicópatas, pero vamos, que tendremos que admitir que ni los muros en Ceuta y Melilla se han levantado en estos últimos cuatro años, ni los demenciales acuerdos fronterizos con Marruecos han sido desafiados por ningún gobierno, con talante o sin talante, aquí todos han aceptado jugar al mismo juego, aquel que siempre ha dictado el apartheid europeo.

Es de agradecer un gesto como el Aquarius, pero necesitamos que ese gesto se transforme en un plante estatal frente a la flagrante violación de los DDHH llevada a cabo al militarizar nuestras fronteras y negar sistemáticamente la prestación de auxilio a las personas que se encuentran en las mismas.

A estas alturas del artículo muchos estarán llevándose las manos a la cabeza y otros tantos, los más impacientes, seguramente ya habrán buscado mi cuenta de tuiter para lanzarme airadamente ese tópico y típico mensaje que suele argumentar: «si tanto te gustan los migrantes, llévatelos a tu casa.», pero querido lector xenófobo, ha dado usted con la horma de su zapato, resulta que además de rojo, soy gallego. Y no existe un gallego en el mundo que no tenga los genes de un migrante fuertemente grabados a fuego en su corazón y su espíritu. «¡Van a dejar la patria!…/ Forzoso, y supremo sacrificio./ La miseria está negra en torno de ellos,/ ¡ay!, ¡Y delante está el abismo!…, como bien recita Rosalía en sus cantares, el migrante es un ser derrotado por las circunstancias, una víctima del sistema, pero también un luchador, un activo para el país en el que recala si este extrañamente sabe apreciarlo.

Imagínense por un instante solos en una embarcación perdida en el Mediterráneo en mitad de la profunda oscuridad de la noche, perdidos, sin esperanza más allá de no morir ahogados en las próximas horas y únicamente aferrados a un espejismo dibujado en un sistema político y social que presume ante el mundo de ser la cuna de la civilización, el seno de la democracia. Imaginen entonces su sensación al ver como un supuesto país amigo, un «estado civilizado», les niega el acceso a sus puertos simplemente por una cuestión política, por la decisión de un gobierno dominado por el fascismo –permítanme ya llegados a este punto no ponerla máscaras a lo evidente-, ¿Cómo definirían ustedes esa situación? Solos, sin apenas pertenencias y arrojados al abismo en una lancha neumática de cuya estabilidad y resistencia depende su vida, agotados tras una interminable travesía y sin fuerzas para una cicatriz más en su cuerpo o en su mente tras continuas agresiones y violaciones sufridas desde que abandonaron su hogar. Esa es la imagen que Europa está dando al mundo, esa misma Europa que apenas recuerda ya la barbarie de los campos de concentración nazis o las oleadas de migrantes que abandonaban sus puertos durante la IIGM, hoy mira impasible cara otro lado ante la persecución y humillación que nuestras políticas provocan en los migrantes que cada día transitan las diferentes rutas que desembocan en los países miembros. Es de agradecer un gesto como el Aquarius, pero necesitamos que ese gesto se transforme en un plante estatal frente a la flagrante violación de los DDHH llevada a cabo al militarizar nuestras fronteras y negar sistemáticamente la prestación de auxilio a las personas que se encuentran en las mismas..

Tenemos miedo a perder lo poco que conservamos y por ello poco a poco aceptamos políticas y medidas que en nada se alejan de la firma de una sentencia de muerte para miles de migrantes cada año

Celebramos la exoneración de Proactiva Open Arms, pero no exigimos el envío de embarcaciones españolas a reforzar la tarea de estos voluntarios de la sociedad civil, olvidamos lo sucedido en El Tarajal o en Archidona y por supuesto no tenemos ni remota idea de la persecución que sufren los gitanos húngaros en Ucrania a manos de fuerzas parapoliciales y auténticos grupos neonazis que campan a sus anchas ante la pasividad de Europa. No nos importa ver a Sebastian Kurz liderando un frente antimigración europeo, ni nos preguntamos el trasfondo de nuestros acuerdos migratorios con Rabat  o quienes coño quiera que se sienten al otro lado de la mesa de negociación en el infierno libio. Hoy vemos como crece el fascismo en el interior de Europa y no hacemos nada porque tenemos miedo, tenemos miedo al diferente, al pobre, al migrante. Tenemos miedo a perder lo poco que conservamos y por ello poco a poco aceptamos políticas y medidas que en nada se alejan de la firma de una sentencia de muerte para miles de migrantes cada año. Esto no se va a solucionar haciendo regalos solidarios por el cumpleaños de nuestros hijos –no tengo nada en contra de ello, pero tras hacerlo lean a Thomas Sankara y dejen en paz un rato las puñeteras redes sociales-, no se trata de poner cartelitos en los ayuntamientos de nuestras ciudades, ni de campañas en change.org. Debemos de tomar medidas, tenemos que poner de una vez por todas la migración encima de la mesa como un asunto de estado y decidir sin máscaras y con determinación que clase de sociedad queremos cimentar de cara a la historia. Perdonen que una vez más no me deje llevar por el optimismo, pero en un mundo con niños separados de sus padres y encerrados en jaulas y fascistas en los gobiernos, necesito un poco más que gestos para dejarme llevar presa del entusiasmo. Ningún ser humano es ilegal, ninguna muerte en la frontera tiene justificación.

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