Por Carmen Romero
Todo pintaba bien en una mañana cualquiera de un día cualquiera. Hasta que me llegó un mensaje. Una chavala de unos 30 años, en cuya biografía dice practicar yoga y acariciar cabras del campo, me llamó autoritaria y paleta por decir en Twitter que las normas y prohibiciones de ciertas cosas son necesarias para la convivencia. Además, me dijo que mi concepto de izquierdas era erróneo y que el suyo era el bueno. Esta chavala es lo que se suele llamar una pijipi, o dicho de otro modo; pijos de van de jipis. Así que me he visto en la necesidad de escribir sobre la metamorfosis del pijismo al pijipismo. Algún día tenía que pasar, y ha sido hoy.
Lo de las tribus urbanas es algo con lo que nunca conviví hasta que cumplí los 18 y me fui de mi pueblo a la ciudad para estudiar en la universidad. En mi pueblo la única tribu urbana que existía por aquel entonces (si se le puede denominar así) era la de los pijos a caballo. Ni skaters, ni emos, ni rockeros, ni hip hoperos, ni nada. Como mucho, canis con peinado de cenicero, caballistas y el resto. Pero la que más me llamó la atención fue la de los pijipis; chavales con apariencia radical que no han pisado una manifestación en su vida y a los 30 terminan trabajando en el despacho de sus padres.
En 2014, un sevillano llamado El Toxa subía a Youtube un videoclip llamado Pijipi. La canción está llena de humor y buen rollito, y va dedicada a esas chicas que van de estilo hippie y vienen de la burguesía. Como la que me mandó el mensaje llamándome autoritaria.
El Toxa tenía razón
El estribillo de la canción es el siguiente:
“Pijipi, pijipi, me gustan las pijipis,
sin pelo en el sobaco, sino sería hippie
Pijipi, pijipi, me gustan las pijipis,
de clase media alta, chalet y pisciniti”
Y cuanta razón. Las pijas ya no quieren ser como Tamara Falcó. Ahora llevan tatuajes minimalistas, aspecto informal y piercings. No toman vino caro, toman cerveza artesanal en un bar con sillones hechos con palés de madera. No comen chuletones, comen heura, una carne vegetal cuya fabricación no le cuesta la vida a ninguna animal. Menos a ti, que te sacan el riñón al pagarla por lo cara que es. Las pijas ya no se afilian a las Juventudes del PP, ahora votan a PACMA, se van de retiro espiritual al campo y creen que eso de la ideología es el nombre de un Pokemon.
Que cada uno haga lo que quiera, vista como quiera y coma lo que quiera, faltaría más. El problema viene cuando este tipo de pijos urbanitas que han crecido entre algodones te miran por encima del hombro. Como la chavala que hace yoga y acaricia cabras que me mandó el mensaje llamándome autoritaria y paleta y me dijo que mi concepto de izquierdas era erróneo y que el suyo era el bueno.
Busco el perfil de la chavala en Facebook y me encuentro con que forma parte de un grupo de gente de Madrid centro que se va al campo de retiro. Lo de acariciar cabras también era verdad. También tiene fotografías caminando descalza por el paseo marítimo de Tarifa, otra desayunando en una autocaravana que cuesta casi como mi casa y sigue a una página en apoyo al 15-M.
Aquí es cuando la vida me pega un tortazo y me dice que no tengo nada que ver con ese tipo de gente, por mucho que digan ser de izquierdas.
Intersección: Cruce o encuentro que se produce entre dos líneas
Todo esto me recordó a la rave de Llinars del pasado 2 de enero. La chavala que me llamó paleta y autoritaria lo hizo porque en mi tuit dije que la responsabilidad individual era paja y que prohibir ciertas cosas no está mal, refiriéndome a la necesidad de endurecer las medidas preventivas por el Covid. Claro, esto para un pijipi del paz y amor es atentar contra su libertad individual.
Esto mismo defendían los Cayetanos que se manifestaron en mitad de la pandemia en el barrio de Salamanca. Y es que las caceroladas de los Cayetanos, la rave de Llinars y el mensaje de la pijipi tienen más en común de lo que creéis.
En una intersección, dos líneas se cruzan encontrándose así en un punto común. Digamos que una de esas líneas son los Cayetanos y la otra los de la rave o la pijipi acaricia cabras de mi mensaje. El punto común ya lo saben: el individualismo.
Pero entonces, ¿cómo llega la chavala de mi mensaje a la izquierda si defiende el mismo discurso que la derecha? Pues déjenme que les diga que llega por culpa de la pildorita que llaman transversalidad. Cuando eso de lo transversal se entiende como la intención de llegar a mucha gente vaciando tu ideología, se te cuelan este tipo de gente. La izquierda se entiende como un saco en el que cabe todo, porque se entiende la política como eso, como un eje izquierda-derecha inamovible cuando deberíamos estar hablando de un eje antiliberalismo-liberalismo. Pero eso sería hablar de ideologías, conflictos y lucha de clases. Eso es construir un sujeto político claro: la clase trabajadora. Y para construir un sujeto político se necesita de trabajo, tejido organizativo y tiempo. Y hay quien prefiere entender la política como una performance constante para que luego este tipo de gente como la chavala de mi mensaje les vote. Pero el precio a pagar es caro: la desideologización.
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