Aún sé lo que hicisteis el 1 octubre

Por Daniel Seixo

“Los catalanes, los gallegos y los vascos serían anti-españoles si quisieran imponer su modo de hablar a la gente de Castilla; pero son patriotas cuando aman su lengua y no se avienen a cambiarla por otra. Nosotros comprendemos que a un gallego, a un vasco o a un catalán que no quiera ser español se le llame separatista; pero yo pregunto cómo debe llamársele a un gallego que no quiera ser gallego, a un vasco que no quiera ser vasco, a un catalán que no quiera ser catalán. Estoy seguro de que en Castilla, a estos compatriotas les llaman "buenos españoles", "modelo de patriotas", cuando en realidad son traidores a sí mismos y a la tierra que les dio el ser. ¡Estos sí que son separatistas!”.

Alfonso Daniel Rodríguez Castelao
"El Estado es el arma de represión de una clase sobre otra."

Vladímir Ilich Uliánov, Lenin
"Las cadenas de la esclavitud solamente atan las manos: es la mente lo que hace al hombre libre o esclavo."

Franz GRrillparzer

El 1 de octubre, mientras las urnas llegaban silenciosamente a los puntos de votación distribuidos por toda Catalunya, la policía del estado español madrugaba para intentar impedir lo que hasta ese momento su gobierno había calificado como un desafío intolerable. Algo así como un golpe de estado, sin elefante blanco, sin su ¡Quieto todo el mundo!, sin sus disparos disuasorios y únicamente con ciudadanos dispuestos a ejercer su derecho a votar, a expresarse, pero al parecer, un golpe de estado contra un estado indefenso.

Decenas de furgones policiales abandonaban el puerto de Barcelona, repletos de abnegados policías llegados de todas partes del estado y que apenas alimentados con un par de sándwiches y unos zumos de naranja de marca blanca, se disponían a confrontarse al clamor popular de todo un pueblo. Azuzados por gritos de ¡A por ellos! y enaltecidos por el nacionalismo español, rebosante en un parlamento paralizado por la inoperancia y la incompetencia, las fuerzas policiales olvidaban por un momento sus condiciones laborales, sus nexos de clase o su propia humanidad, para porra en mano, disponerse a ejercer aquello para lo que habían sido desplazados a tierra hostil: reprimir el derecho a decidir de un pueblo.

Mientras las urnas llegaban silenciosamente a los puntos de votación distribuidos por toda Catalunya, la policía del estado español madrugaba para intentar impedir lo que hasta ese momento su gobierno había calificado como un desafío intolerable

Pronto la sangre, los pisotones en los torsos y cabezas de ciudadanos indefensos, el desprecio, la ira o la más cruel ignorancia, dibujarían en su persona la triste caricatura de un estado poco acostumbrado al diálogo y siempre injusto con su exigencia a las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado. Pero como todo en esta historia, la mañana tuvo dos partes.

Los payeses formaban líneas de protección con sus tractores frente a los centros de votación, los primeros colegios electorales abrían sus puertas y poco a poco, los periodistas cubrían sus puestos dispuestos a perpetuar lo que por aquel entonces era poco más que una incógnita. Desde los cuatro millones de firmas del Partido Popular contra el Estatuto de Cataluña, hasta esa mañana, muchas habían sido las cosas que habían pasado entre el estado español y Catalunya. Muy pocas buenas.

No vayamos a ponernos románticos, ni fanáticos ahora.

El independentismo en Catalunya ha crecido como un árbol en un desierto. Nadie se ha molestado en cuidarlo, pero con su discurso, han sido muchos los que día a día se han encargado de regarlo para ver completado su crecimiento en un terreno aparentemente hostil. El sentimiento de pertenencia a una nación y la identidad catalana, como tantas otras por otra parte, ha sido siempre en el estado español o bien un arma arrojadiza o un mero recurso mercantil previo a las formaciones de gobierno en Madrid. Solo cuando la corrupción, la crisis institucional galopante y la aceptación del populismo más rancio como animal de compañía hicieron su definitiva puesta en escena, comenzó realmente el sentimiento independentista a ser una realidad.

Entonces las soflamas separatistas comenzaron a resonar con verdadera fuerza en las calles de Catalunya y las amenazas de sus líderes políticos, dejaron de ser una simple bravuconada en busca de mayor financiación o competencias, para convertirse casi de la noche a la mañana, cuando de ciclos históricos hablamos, en un lo tomas o lo dejas en toda regla. Izquierda y derecha catalana hicieron borrón y cuenta nueva y olvidándose del 3%, la represión de los Mossos o los duros recortes, se plantaron ante Madrid como una unidad dispuesta a llevar el desafío hasta el final.

Un estado democrático o medianamente inteligente o prudente, hubiese comprendido en aquel momento la necesidad de recalibrar todos sus movimientos, pero España es el estado del 155, carecemos de la profundidad de análisis, la flema o el hábito de diálogo que el franquismo nos arrebató y eso en estas ocasiones se nota. Pero continuemos con nuestro relato.

Desde los cuatro millones de firmas del Partido Popular contra el Estatuto de Cataluña, hasta esa mañana, muchas habían sido las cosas que habían pasado entre el estado español y Catalunya

Son cerca de las 9:00 de la mañana y en el colegio de Sant Julià de Ramis, periodistas, voluntarios por el derecho a decidir, curiosos y miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado español, esperan con interés la llegada del president Carles Puigdemont. Poco sospechan los cerca de setenta periodistas y los servicios de inteligencia españoles que Carles les ha dado esquinazo, como más adelante conocerán, el president ha conseguido dar esquinazo al helicóptero que le persigue desde que ha salido de su casa y con ello evita todo lo que vendrá después.

La tensión en las calles, los asaltos a los colegios electorales por una policía aparentemente compuesta por restos del ejercito de Gengis Kan y las primeras cargas policiales comparten escenario con los flashes de los fotógrafos, las conexiones en directo y los espeluznantes gritos y lamentos de un pueblo cuya única arma, nunca lo olvidemos, era una papeleta dispuesta a ser depositada en una urna.

Podría continuar desde aquí, explicar la búsqueda infructuosa de urnas y pruebas del golpe, los heridos, las detenciones, el bochorno internacional o todo lo que vino después. Podría hablaros de la ruptura que todo ello supuso y de las consecuencias electorales y políticas que todavía hoy arrastramos. Pero no voy a hacerlo, prefiero dejarlo aquí, en esas dos versiones de la historia: una que parte de un puerto dispuesta a cumplir ordenes y evitar a toda costa un referéndum pacífico y otra que en los colegios electorales espera un liderazgo político que nunca acaba de llegar.

Los que sí llegaron tras aquel día fueron los presos políticos, los represaliados, el 155, el fantasma del terrorismo, los montajes policiales, la crispación, la demagogia, el electoralismo… Todo ello a la espera de que alguna de las partes se olvide de sus potenciales escaños y se decida de una vez por todas a poner la reforma constitucional y territorial del estado sobre la mesa.

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