El populismo de izquierdas va desapareciendo poco a poco en pos de un proyecto de izquierdas más o menos convencional que, si bien no ha ‘asaltado los cielos’ sí que está emprendiendo reformas dentro del Gobierno de coalición.
Por Tomás Alfonso
- Introducción al fenómeno del populismo
Es frecuente ya en la literatura existente acerca del populismo empezar definiendo el objeto de estudio en cuestión dadas las enormes divergencias conceptuales, que pareciera incluso que son crecientes a raíz del auge de los denominados partidos- movimientos, así como de otros considerados anti-establishment.
Atendiendo a este primer asunto, cabe destacar que el populismo es, en su esencia, un modo de identificación basada en el antagonismo, cuyo fin es la constitución –entendida como construcción- del pueblo –en ocasiones entendido como nación- como sujeto político poseedor de la soberanía.
Así pues, el populismo no puede ser definido por su contenido, sino por su capacidad de articular contenidos y demandas sociales que creen un nuevo sentido común capaz de actuar de manera unitaria a pesar de la heterogeneidad existente en su seno, la cual a su vez es condición de posibilidad de su surgimiento.
En consecuencia, observamos que una primera precondición para el surgimiento del populismo es precisamente la existencia de demandas insatisfechas, que deben reagruparse mediante la lógica de la equivalencia, en la cual cada demanda tiene en su seno una identidad propia y una general nacida de la relación con las otras. Se trata de articular demandas de forma que conserven su esencia por sí solas y constituyan una nueva sustancia como conjunto que derive en la construcción de un nuevo sujeto popular.
En esta dirección, parece claro que este sujeto popular se encontrará en contraposición antagónica a quienes les nieguen la posibilidad de conseguir ver satisfechas sus demandas, creándose así un antagonismo entre lo que podríamos denominar ‘demandantes y demandados’, dándole a este segundo término un sentido jurídico figurado.
Así pues, observamos que mediante las equivalencias se crea una nueva subjetividad popular que será capaz de actuar políticamente al enfrentarse al ‘otro’, sea cual fuere éste.
Evidentemente, esto requerirá la producción de significantes –tendencialmente- vacíos que sean capaces de dotar de una homogeneidad equivalencial a una realidad potencialmente politizable pero altamente plural. Se trata de la disputa afirmación-apertura sobre la cual se asienta la posibilidad de que un proyecto sea crecientemente hegemónico. Así, se debe tener un discurso suficientemente definido como para poder consolidar a los convencidos pero lo bastante abierto como para también atraer a potenciales aliados.
Tratando de recapitular, se podría definir el populismo como un modo de articulación de demandas que, a partir de una serie de prácticas político-discursivas basadas en la construcción de un antagonismo social consiguen crear un sujeto político que se significa como pueblo a partir de su (re)apropiación , empleando una serie de significantes vacíos cuyo fin es dotar de coherencia y cohesión a la cadena de equivalencias sobre las cuales se asienta el proyecto popular.
- El caso español
Tal y como se puede deducir por las tesis defendidas en el punto anterior, el populismo no puede surgir en cualquier contexto histórico-social ni se puede abogar por él como sí se haría si se tratase de una ideología. Por el contrario, el surgimiento del populismo se ve condicionado por la aparición de una serie de elementos objetivo-subjetivos que lo posibilitan.
En las siguientes páginas intentaremos explicar desde las condiciones que explican su surgimiento como los motivos de la decadencia. Para ellos, nos haremos servir de lo que se podría denominar la teoría de ciclos populistas, en la que primeramente existe un ciclo del shock, posteriormente un ciclo movilizador, luego uno de la ilusión –que coincide con el momento populista por excelencia- y finalmente uno de desafección.
- El ciclo del shock (2008-2010)
En España, no se podría entender el surgimiento del populismo sin la crisis económico-financiera del 2008, que se enmarca dentro de la crisis global de lo que se denominó la Gran Recesión. Atendiendo a los datos, la tasa de desempleo aumentó del año 2007 al año 2008 en más de un 45% y los desahucios incrementaron de forma acuciante, a la vez que también subían los precios. También disminuyó el crédito para las familias y la oferta de empleo público, entre otros hechos.
Tal y como se observó después, la situación económico social todavía empeoraría más en los años posteriores, si bien ya era lo suficientemente mala como para provocar un shock social al compararse con los anteriores.
Esta época se caracteriza porque se gestan las condiciones materiales para el ‘momento populista’, estas son, una situación social desfavorable y una serie de demandas populares que son desatendidas a causa de atender otras demandas, principalmente venidas del poder económico y de la UE.
No obstante, existe un hecho todavía más definitorio de este ciclo, y es que la situación de bonanza previa, -junto a otros factores- había diluido buena parte del tejido social en España, lo que provocó que los primeros estadios de la crisis se vivieran de forma solitaria, individualizada, sin poner en común los problemas con la comunidad. De esta época es el temor a que tu entorno se enterara de que te habías quedado sin trabajo o que tenías problemas para pagar la hipoteca.
Como prueba de la veracidad de esto, basta comprobar las escasas movilizaciones que hubo durante los primeros meses de la crisis, en los que a pesar de que la gente se encontraba afectada por ella, miraba al que sabía que también lo estaba con más recelo que complicidad.
Así, cabe destacar que no hubo ninguna huelga general hasta finales del 2010, la cual fue convocada por los dos grandes sindicatos, que eran prácticamente los únicos entes en torno a los que se movilizaba la población, lo que da fe de la escasa autonomía de la ciudadanía en el ámbito de la movilización social que existía en este momento.
- El ciclo de los indignados (2011-2013)
Durante los años posteriores a la explosión de la crisis, la situación económico-social continuó empeorando, tal y como muestran todos los indicadores. Así, se llegó a una situación de quasi colapso social, en la que la precariedad vital del conjunto de la población se contraponía a la estabilidad del sistema político, asentado en el bipartidismo del PP-PSOE, a los que se empezó a identificar conjuntamente como los culpables políticos de la situación, a la vez que se empezaba a poner el foco en los bancos y las cajas de ahorro, es decir, en el poder económico, el cual no dudaba en defender sus intereses específico frente a los generales. . También se empezó a rechazar a la Unión Europea por impulsar políticas impopulares.
Así pues, si bien todavía no existía una reapropiación del concepto de pueblo, sí que se empezó a delimitar de forma cada vez más clara la frontera entre lo que en un primer momento se podrían considerar los afectados por la crisis y los beneficiados, no afectados o los -considerados por la población- promotores.
A su vez, debido a la gravedad de la crisis y a la extensión en el tiempo de ésta, se produjo un hartazgo generalizado de la ciudadanía, la cual cada vez tenía menos miedo a que se conociera su mala situación, lo que hizo que el miedo individualizado del inicio de la crisis fuera sustituido por la rabia colectiva propia de los momentos más críticos de la misma.
En esta línea, las movilizaciones cada vez fueron más recurrentes y –esto es importante- convocadas por un mayor número de agrupaciones populares, tal y como se puede comprobar al estudiar quiénes fueron los convocantes de las huelgas generales de 2011-2012.
Evidentemente, al hablar de estos años no podemos dejar pasar el Movimiento de los Indignados, iniciado en Sol el 15 de Mayo de 2011.
Sin querer entrar en profundidad en la herencia y los logros de este movimiento, del que por otra parte existe mucha y muy buena literatura, sí cabe poner de relieve un hecho fundamental: la indignación era un sentir colectivo que había superado ya prácticamente cualquier diferencia ideológica.
Al respecto de esto, cabe destacar que en su momento este movimiento contó con más del 70% del apoyo de la población española. Tal y como vemos, se iba creando un nuevo sentido común y una identificación de la idea de pueblo con los afectados/ indignados.
Por otra parte, también se identificó al ‘otro’, al enemigo, al que se reagrupó en torno al término ‘chorizo’, siendo éste el primer significante con el que el pueblo definió a la élite político-económica.
También es importante destacar que, a pesar de la relativamente rápida disolución del movimiento 15M, y de las acampadas que lo concretaban , los personas indignadas y afectadas empezarían a militar en distintos movimientos sociales y ciudadanas surgidos en este contexto. Probablemente, los más representativos sean la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y el resurgimiento de los movimientos vecinales, que sirvieron como espacios de apoyo mutuo. Es importante también destacar la relación entre todos estos nuevos movimientos, en los que ya se observaba una cadena de equivalencias.
Concluyendo este apartado, podemos afirmar que durante el ciclo de los indignados se gestaron las condiciones subjetivas para la aparición de un partido-movimiento populista en España, dado que el conjunto de las demandas que se estaban articulando se derivaban de un problema que se sentía como común y del que ya se identificaban unos responsables a los cuales se situaba fuera de la idea de pueblo e incluso en ocasiones de la de nación.
- El ciclo de la esperanza (2014-2016)
Durante el ciclo anterior, empieza a aparecer en televisión un profesor de universidad que se enfrenta a lo que el pueblo percibe como ‘el poder’ ,con un discurso parecido al que se estaba haciendo en ese momento en las calles y una estética más similar a la de un ciudadano común que a la de la élite. Estamos hablando de Pablo Iglesias, quien estaba alcanzando una notoriedad importante dentro de los sectores populares y era percibido por los indignados como uno de los ‘suyos’ luchando en el territorio de los ‘otros’.
Este joven profesor, junto a otros compañeros de la Universidad y el partido Izquierda Anticapitalista, fundó PODEMOS, un partido-movimiento que reclamaba una soberanía que consideraba que había sido hurtada al pueblo español. Así pues, se trataba esencialmente de un partido anti-élite, a la que acuñó con el término de ‘casta’, significante que se encontraba en perfecta consonancia con el significado que le habían dado los indignados a la palabra ‘chorizo’.
Por otra parte, PODEMOS hizo en sus inicios ingentes esfuerzos para que no se le clasificara dentro del espectro ideológico convencional, afirmando que la lucha política actual no se debía dar entre los partidos de izquierdas y de derechas sino entre el pueblo organizado –los de abajo- y la casta –los de arriba-. Entramos en el ‘momento populista’, que posibilitó que el joven partido en poco más de un año de existencia llegara a aparecer primero en muchas de las principales encuestas del país, contando con el apoyo de los ‘indignados’, que pasarían a ser los ‘ilusionados’, -o al menos los esperanzados-n al verse representados por PODEMOS.
Así, se pasaría del ‘no nos representan’ del ciclo de los indignados al ‘¡Sí se puede!’ del ciclo de la esperanza.
No obstante, es importante señalar aquí que, tras un primer momento de relativa soledad del grupo motor de PODEMOS, el partido trató de captar a los cuadros de los movimientos sociales existentes en aquel momento, siendo el ejemplo más paradigmático de esto el de Ada Colau, quien pasaría de ser portavoz de la PAH a encontrarse en el espacio político del que PODEMOS era el eje principal.
En esta dirección, bien porque los que no se sentían representados pasan a estarlo, por la pérdida de cuadros, por la pérdida de la euforia inicial o por todos estos motivos juntos los movimientos sociales empiezan a perder cierto impulso, si bien se mantenían vivos -en parte- por la voluntad de PODEMOS, que trataba de movilizarlos en su favor a partir de sus cuadros políticos que habían pertenecido a los mismos.
Sea como fuere, observamos que surge en España un partido populista de izquierdas, que es capaz de articular las demandas de la gente en torno a un proyecto concreto y que convierte la indignación en esperanza, si bien no sin costes.
- El ciclo de la crispación (2017-actualidad)
A partir del año 2017 –o quizá incluso un poco antes- se puede considerar que se inicia en España el ciclo de la crispación. Ésta viene dado principalmente por dos motivos:
El primer de ellos tiene que ver con el ‘procés’ catalán, que desvía el foco mediático de PODEMOS a Catalunya. Además, por las características propias de un fenómeno como el vivido, se empieza a articular un nuevo antagonismo basado en la idea de España y los que intentan separarse de ella, el cual deja en un segundo plano el antagonismo pueblo-casta. En esta línea, cabe considerar que mientras éste último puede contribuir a una acción propositiva, el antagonismo derivado del ‘procés ‘catalán se basa en la negatividad, en la restricción y en la voluntad de imposición. Esto, unido a que el nuevo antagonismo se da comúnmente entre miembros de una misma clase social provoca que se origine una enorme crispación político-social.
Por otra parte, el segundo motivo tiene que ver con el propio funcionamiento y evolución de PODEMOS. En primer lugar, cabe destacar que un cambio de estrategia política provocó que se volviera al eje izquierda-derecha, lo que agotó el ‘momento populista’ y provocó que el espacio político de PODEMOS se encuadrara dentro de la ‘izquierda transformadora’, lo que hizo que mucha gente que no se identifica con esta ideología se sintiera descontenta. Además, los crecientes conflictos interno y, sobretodo, la imposibilidad de que sus miembros pudieran entrar al Gobierno provocó que se perdiera parte de la ilusión que el proyecto generó en un inicio.
Además, otros errores de tipo personal y una fuerte campaña mediática de desprestigio también contribuyeron a que la ilusión se tornara indignación, -si bien en esta ocasión en forma de desafección y crispación-, la cual no ha disminuido a pesar de que en la actualidad PODEMOS forme parte del Gobierno del Estado.
Conclusión: ¿Hacia un nuevo ciclo populista?
Tal y como se ha observado, el populismo de izquierdas en España va desapareciendo poco a poco en pos de un proyecto de izquierdas más o menos convencional que, si bien no ha ‘asaltado los cielos’ sí que está emprendiendo reformas dentro del Gobierno de coalición del cual es la parte minoritaria. No obstante, esto no implica necesariamente el fin de los populismos en nuestro Estado.
Desde el 2019, la formación ultraderechista Vox tiene representación en el Parlamento, habiendo conseguido en este escaso periodo de tiempo atraer hacia sus posturas a la derecha conservadora y la liberal y resignificar y articular parte de las demandas insatisfechas del ciclo del shock a partir de nuevos significantes vacíos, lo que junto a la creciente hegemonía del pensamiento reaccionario, que ha permitido situar en el debate público el antagonismo ‘españoles-enemigos de España’, está gestando nuevas condiciones subjetivas que quizá puedan dar lugar a un ‘momento populista’ de extrema derecha, del cual ya se observan algunos signos.
Así, si bien quizá todavía es pronto para juzgar la dimensión de esto último, vale la pena prestarle la suficiente atención para que la extrema derecha, sea cual fuere la estrategia que use, no vuelva al poder político en España.
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