Asonada

Por Jesús Ausín

Anochece. Las calles, lúgubres de por sí, comienzan a ser cubiertas por una penumbra que no deja distinguir una capa de un jubón. Por un callejón estrecho, aparece un chiquillo corriendo. Detrás se oyen gritos y silbidos. Es un pobre ladronzuelo que le ha quitado la bolsa a un comerciante pasado en vino y demasiado distraído con los generosos pechos, casi fuera del peto, de una mujer con la que estaba tratando a la puerta de un prostíbulo, como para tener cuidado con el numeroso capital que llevaba, cuatro libras y quince sueldos, con los que debía de pagar un cargamento de papel genovés para la confección de libros y biblias de alta calidad. 

Pero no hay quién cambie las costumbres de quien se cree superior y vive en un mundo paralelo.

A la mañana siguiente, Maurice, el impresor descuidado, tiene que dar explicaciones en su gremio. El papel no era solo para su imprenta, sino para varios de los agremiados, nuevos ricos a base de la edición de libros sobre la Grecia clásica tan valorados por la nueva burguesía, cuyo poder adquisitivo está muy por encima de una Aristocracia ramplona que vive a base de privilegios y favores, exenta de la talla, ese impuesto regresivo que pagan todos, menos ellos y la curia.

En la reunión del gremio dónde Maurice da explicaciones, el ambiente es muy tenso. Están hartos de sanguijuelas, nobles y curas que no pagan por sus libros, que no contribuyen con el sostenimiento de la corona y que están matando de hambre a la plebe que no tiene otro remedio que dedicarse a robar a los burgueses para salir adelante. La presión a los campesinos es tan fuerte, que muchos han dejado de labrar las tierras del señor porque no les merece la pena trabajar de sol a sol todo el año, para que luego venga el marqués, desde París y les deje sin nada. Esto ha producido escasez de alimentos que ha llevado a los más pobres a una terrible hambruna que ha elevado a niveles inaguantables la delincuencia. Que los soldados del rey se dediquen a extorsionar a los campesinos para quitarles lo poco que han podido salvar de las cosechas, con el objetivo de intentar pagar una deuda, que no es posible hacer que desaparezca ni aun vendiendo toda Francia, está crispando aun más a la gente.

Del gremio ha salido la propuesta de llevar a los Estados Generales la necesidad de pedir al monarca reformas que acaben con las injusticias y con esta forma de estado que ha horadado una brecha tan inquietante de desigualdad,  tan radical y evidente, que los nuevos burgueses, no solo impresores, sino alfareros, comerciantes de paño, de pieles traídas de Rusia, carpinteros, ebanistas…, todos, temen una revuelta sangrienta e inminente. Pero nobles y clero siguen en su mundo. Sin miedo ni temor. En sus fiestas de alta sociedad, sus amoríos prohibidos, sus lujos, sus grandes banquetes en los que las sobras se echan a los perros y se prohíbe terminantemente a criados y chambelanes tocar esa comida o repartirla entre los harapientos que pululan por las cercanías de los palacios. Nobles y clero, una y otra vez, impiden al rey las reformas que los burgueses solicitan.

Así, ha llegado el día en el que les ha sido imposible impedir que los Estados Generales se reúnan proclamándose como Asamblea Nacional. El rey, como respuesta,  les cierra las salas de liberación y los asamblearios se mudan al edificio aledaño que la nobleza usa para jugar a la Pelota. Allí juran no salir hasta que redacten una nueva Constitución en la que el pueblo se auto dirija.

Días más tarde, el rey, en una nueva metedura de pata, cesa al ministro de Hacienda. El pueblo se echa a la calle, toma la cárcel y se dirige al ayuntamiento donde asesina al alcalde por traidor. El suceso prende en toda Francia como una mecha de pólvora. Francia se transforma en una Monarquía parlamentaria.

Pero no hay quién cambie las costumbres de quien se cree superior y vive en un mundo paralelo. Cuatro años más tarde, el rey ha seguido haciendo de las suyas. El pueblo se cansa, lo destituye y lo condena a muerte. Es guillotinado un 21 de enero. El pueblo del que su esposa María Antonieta decía que si tenía hambre, comieran pasteles, ignorando lo más mínimo de la vida de sus súbditos, se ha hartado de recibir palos, pasar hambre y sostener con su esfuerzo a las sanguijuelas.

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Asonada.

“España es un país de inconformistas”, dice un anuncio de una cadena de clínicas dentales. Nada más lejos de la realidad y nada más certero como publicidad, porque va directo en vena al actual estado de enajenación mental colectiva que sufre una parte del pueblo español. Ese virus nacionalista inculcado en las entrañas, durante años por el franquismo, que, al igual que el desgobierno de la corrupción y sus adláteres y posibles sucesores falangistas, saben exprimir entre la idiocia colectiva de un pueblo desinformado y manipulado a través de esos medios de incomunicación, adoctrinamiento y difusión del pensamiento único. Sin la prensa concertada, o Medios de Comunicación Vertical, lo que en tiempos del eunuco genocida de voz aflautada, vinieron a llamar NODO, sería imposible sostener un ideario que a quién más beneficia, es a quién más oprime a ese pueblo. Que España no es un país inconformista lo demuestra que no fuimos capaces de deshacernos de un tirano genocida como Franco que murió en la cama. O que, una vez muerto el tirano, cuarenta años después, el régimen sigue atado y bien atado. O que, el concepto nacionalista inculcado por él, una, grande y libre (con un pueblo atado y amordazado) sigue más vigente que nunca.

España más que inconformista es cuñadista. Capaz de ponerse como energúmenos hooligans delante de familiares y amigos, en reuniones de navidad, bodas o cumpleaños o en los bares con los colegas de caña, mientras pelan cacahuetes o gambas cuyas cáscaras tiran al suelo, o insultando a través de las redes sociales. Sin embargo somos más de agachar el testuz y maldecir por lo bajo al jefe que nos putea haciéndonos quedar dos horas más todos los días (horas que no cobramos) haciéndonos ir a trabajar un sábado para compensar el día de la huelga feminista, o aceptando condiciones laborales propias de los algodoneros del siglo XVIII en Luisiana.

Hace unos días con ocasión del pobre mantero senegalés muerto por un infarto, hemos visto hasta dónde llega la miseria humana del cuñadismo español. Aquí, donde la estupidez humana es tan enorme que somos capaces de reírnos del vecino porque se ha quedado ciego, mientras que nosotros solo tuertos, algunos han comprado el discurso del hijoputismo liberal que venden los que expolian a España, de que el manteo produce un enorme agujero en las arcas del Estado, y en puestos de trabajo. España deja de Ingresar 79 000 millones de euros/año por la alta tasa de evasión fiscal. La apertura en festivos y los horarios indecentes de apertura de las grandes superficies ha provocado la ruina total del pequeño comercio que ha desparecido de nuestros barrios. Las grandes multinacionales tienen sus fábricas de producción de ropa, bolsos y complementos en Asia. Pero son los pobres manteros los que arruinan al Estado con los impuestos que no pagan y los culpables del paro y de las condiciones laborales de esclavitud que padecemos. Y por supuesto, aunque no tienen papeles y por tanto no existen, vienen aquí a vivir de nuestro estado de bienestar (que no existe para los de aquí, pero por lo que dicen los cuñaos, sí para los que no tienen papeles. Todo muy coherente).

A pesar de los medios de desinformación y manipulación, el descontento general va en aumento. Pero ellos viven en sus mundos paralelos, en sus viajes a esquiar mientras la gente protesta porque no puede vivir.

En este país dónde robar prendas en el Corte Inglés por valor de menos de 400 euros es un delito menor y por tanto tiene una sanción administrativa, a la gente que viene a buscarse la vida, que se le niega sistemáticamente el derecho de asilo, aun procediendo de países en guerra, si compran su mercancía para ganarse la vida y les pillan, han cometido un delito. Una vez cometido ese delito, jamás van a regularizar su situación. ¿De qué van a vivir entonces? Y no me digan que no vengan porque nadie deja su casa, su familia, su vida para pasar dos, tres años de peregrinaje peligroso (más de cien han perdido la vida a las puertas de España en los últimos tres meses) por gusto. Cuando lo hacen es porque la situación en origen es insostenible o porque su vida tiene muchas posibilidades de acabarse en cualquier momento. Administrativamente, este tipo de personas no existen. Pero son seres humanos, y viven entre nosotros y porque lo neguemos no van a dejar de existir. Su problema es nuestro problema. Porque igual que han redactado el Código Penal para hacerles la vida imposible, redactan otro tipo de leyes para que los pobres, como en la Francia de Luis XVI, seamos los que sostengamos sus vidas de lujo, de capricho y de desparrame. Redactan sus leyes, presionan a la justicia y nombran sus jueces y fiscales (entre personas de su misma condición y estatus) para que defiendan sus intereses. Y nos dejan votar cada cuatro años. Y pensamos que eso, nos hace tener la sartén por el mango. Pero no. Al igual que en la Francia del XVIII, es la plebe la que paga el IVA del agua, la leche, las judías, los garbanzos, la luz, el gas… No te puedes librar de ellos porque tienes que vivir y todo está marcado. Ellos tienen la pasta en SICAV, exentas de impuestos, en paraísos fiscales, donde no llega el fisco, en cuentas sociedades offshore que permite camuflar el capital para no pagar a Hacienda. Y, muchos de ellos, el IVA lo camuflan en sus empresas. Ellos te dicen que puedes vivir cobrando 1 euro por cada cama que haces. Cobrando tres euros la hora en contratos de mierda, o con una pensión de 585 euros, y sin embargo sus dietas son libres de justificación y de impuestos y de entre casi mil euros y mil ochocientos.

A pesar de los medios de desinformación y manipulación, el descontento general va en aumento. Pero ellos viven en sus mundos paralelos, en sus viajes a esquiar mientras la gente protesta porque no puede vivir. En sus yates de lujo, en sus viajes de vacaciones a gastos pagados a embajadas con toda la familia. Y siguen creyendo que su mundo es el único mundo.

¿Cuánto creen que, de seguir así las cosas, el pueblo va a tardar en hartarse?

¿Y creen que todos van a salir indemnes?

Si yo fuera uno de ellos, intentaría cambiar las cosas. Porque la gente está empezado a abrir los ojos, a pesar de la desinformación y la manipulación. Y cualquier animal, por manso que sea, cuando se revuelve, salta a la yugular.

Salud, república y más escuelas.

2 Comments

  1. Gran artículo, pero lo de que la gente está abriendo los ojos hmmmm. El otro día en una muy pequeña concentración contra la empresa para la que trabajo empecé a entablar conversación con una persona de la concentración, que si es una vergüenza, que son unos ladrones etc. Luego la conversación cambia que si los negros de Lavapiés que les han dado 500€ para que no den problemas, que si las ayudas son sólo para los de fuera, que cogen la comida que les dan y la tiran a la basura porque no les gusta. Desmoralizante, le comentas que son bulos para enfrentar a pobres contra pobres, re rebaten que no que es verdad que lo ve con sus propios ojos. Desesperante porque piensas que como vamos a salir de esta mierda cuando muchas personas se tragan tantas patrañas. A quién terminaran votando? Esta claro que ha opciones de izquierda no.

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