Arte Románico: Maiestas Domini

Susana Gómez Nuño

Tanto el arte románico como el gótico se crearon de forma espontánea, sin que fueran en ningún caso, formas impuestas o dirigidas como ocurría con el arte Bizantino. El realismo que caracteriza al arte románico estaba condicionado en cierta forma, por varios factores. Por un lado, representaba a la naturaleza, aunque también aspiraba a representar el mundo sobrenatural. Ese realismo se evidenciaba solamente en la escultura, en cuanto a temática se refiere, ya que no había problema en deformar las figuras para poder insertarlas dentro de sus diferentes marcos. Esto era más importante que representarlas fielmente. Por otra parte, los pintores se preocupaban más por la perfección de las líneas que por el realismo de las figuras.

La mentalidad de la sociedad medieval era simbólica y el arte románico se hacía eco de ese simbolismo, que no dejaba de estar sometido a ciertas reglas: se conseguía la belleza a través de la austeridad, de un realismo deformado y de la simbología.

El arte románico se presentaba como una teofanía o revelación de Dios, el cual era omnipotente y castigador y al que los hombres temerosos, debían obediencia.

Así pues, el arte románico se presenta en un marco donde predomina la sociedad feudal. Con la iglesia como autoridad en la sociedad, el arte adoptó una visión deshumanizada, antinatural y simbólica de la realidad, lo que potenciaba la idea de que el hombre nada podía hacer sin ayuda de Dios. Esta época románica coincide con el feudalismo y con una etapa de crecimiento económico y demográfico que propicio el desarrollo de las ciudades, las cuales crecieron proporcionalmente.

El arte románico se presentaba como una teofanía o revelación de Dios, el cual era omnipotente y castigador, y al que los hombres temerosos, debía obediencia. Además, tenía como finalidad recordar a los fieles sus obligaciones cristianas y, a la vez, alejarles de las tentaciones y las malas acciones. El artista reproducía el esquema feudal en los elementos que conformaban su obra y estos se supeditaban a la figura de Cristo en majestad. No hay una imitación de la realidad ni una percepción formal, sino que hay un reconocimiento de símbolos por parte del espectador. O sea, su función era docente. Lo único que lo diferencia con el gótico, es que este último enseñaba preceptos religiosos a un público no instruido y en el románico el público ya conocía el significado de cada símbolo, cuya contemplación les acercaba a Dios.

La escultura y la pintura románicas estaban supeditadas a la arquitectura. Ambas comparten ciertas características como esquematismo, bidimensionalidad, simbología y deformaciones intencionales. Destacan la expresividad y el simbolismo para comunicar ideas y sentimientos de gran transcendencia.

La Catedral y la Torre de Pisa son un ejemplo muy conocido de arquitectura románica

También son factores significativos la simplicidad en la composición, la simetría y el orden jerárquico de los personajes en las escenas. No importan los detalles, ni copiar fielmente la naturaleza, ni la perspectiva, ni la similitud de los colores reales, solo se pinta de forma tal que el mensaje pueda ser entendido fácilmente. La cromática románica está compuesta por colores planos, intensos y vivos para atraer la atención de los fieles y facilitar su visión en los lugares poco iluminados.

Las formas se desproveen de su esencia y adoptan símbolos de índole sobrenatural. El protagonista principal es el hombre presentado, por regla general, en sus tres cuartas partes y frontalmente. No se sigue la anatomía real, sino que se busca la armonía mediante los colores y los pliegues de las vestimentas.

Los personajes que aparecen en la pintura románica suelen tener actitudes meditativas, atormentadas, sádicas, vengativas o suplicantes. La expresividad de las figuras se produce gracias a los rostros que, impenetrables, reflejan emociones tales como angustia, tristeza, admiración o crueldad. Destacando como elementos más expresivos el rostro, los ojos y, sobre todo, la manos. También hubo tendencia a reducir el paisaje y otros accesorios para centrar la atención sobre la figura representada.

Maiestas Domini: Mural de la Iglesia de Sant Climent de Taüll

Este mural forma parte de las grandes obras maestras medievales. Datada del año 1123 fue trasladada al Museo Nacional de Arte de Cataluña, en Barcelona, y en la localización original se conserva una copia idéntica. Esta pintura está realizada sobre una bóveda de cuarto de esfera en el ábside de la iglesia de Sant Climent.

Mural de la Iglesia románica de Sant Climent de Taüll en Lérida

La figura central es el Maiestas Domini o Cristo en Majestad, sentado sobre una franja con motivos vegetales y rodeado por una mandoria de perlas. En la parte superior de la cabeza lleva una aureola blanca y viste una túnica gris sobre la que lleva un manto azul. Su rostro, de mirada penetrante, es simétrico y alargado. Y como es habitual, tiene levantada la mano derecha en señal de bendición y con la izquierda sujeta un libro donde se lee esta frase en latín: Ego sum lux mundi (Yo soy la luz del mundo). Los pies sobresalen de la mandoria y están apoyados en una media esfera.

Alrededor podemos observar como el Tetramorfos rodea la figura de Cristo en forma de cuatro ángeles que portan los símbolos: San Mateo (el hombre), San Marcos (el león), San Juan (el águila) y San Lucas (el toro alado). Esta obra representa un pasaje del Apocalipsis de San Juan, en la que el Maiestas Domini representa a Jesús en un acto transcendental: bendiciendo el mundo y siendo juez de los humanos. La simbología está clara: si el hombre sigue el mensaje divino podrá alcanzar su salvación eterna.

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