Argentina | Apuntes sobre la derrota electoral de la derecha

La derrota electoral de Cambiemos y el triunfo del Frente de Todos tributan a la idea que el giro conservador en la región encuentra sus límites

La derrota electoral de Cambiemos significó un acontecimiento político que impactó por su profundidad y contundencia. El triunfo de la fórmula Fernández-Fernández en las PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias) del 11 de agosto -por más de 16 puntos a nivel nacional- y de Axel Kicillof sobre la candidata estrella del Gobierno, María Eugenia Vidal, en la inmensa provincia de Buenos Aires, desangelaron el experimento del PRO y lo pusieron al borde de la descomposición.

Otro dato, no menos relevante, es la posibilidad compleja -pero cierta- de que Cambiemos pueda perder en la Ciudad de Buenos Aires después de doce años de hegemonía absoluta. El Frente de Todos logró reconfigurar (no exento de tensiones) su oferta electoral y presentar a Matías Lammens, un candidato novedoso que logró empatizar con el esquivo electorado porteño. Si la crisis económica y la caída en la aprobación del oficialismo se agudizan, las chances de un balotaje se acrecientan. Una derrota del PRO, en el lugar donde nació, sería el tiro de gracia a ese experimento.

¿Fin de ciclo progresista?

Durante los últimos años se construyó, desde las usinas de poder global, la idea performática de que el giro conservador en la región significaba el fin de ciclo de la experiencia popular/progresista iniciada a principios del siglo XXI. Muchos sectores asumieron ese destino como inevitable pero, sin embargo, desde distintos rincones del continente se fue afirmando la idea que la contienda estaba abierta y había un escenario en disputa. La derrota de Cambiemos y el triunfo del Frente de Todos tributan a la idea que el giro conservador encuentra sus límites y, a su vez, habilitan múltiples lecturas.

La resistencia, el Waterloo de Macri

Una de las lecturas que consideramos relevante para el análisis, es que el Gobierno de Mauricio Macri, aún produciendo un daño enorme en materia económico-social, no pudo quebrar el núcleo duro de la resistencia social-sindical a su modelo de ajuste.

Para avanzar con su programa neoliberal en el Reino Unido a principios de lo ’80, Margaret Thatcher tuvo que derrotar a los mineros de la National Union of Mineworkers después de un largo conflicto; Ronald Reagan hizo lo propio con el sindicato de controladores aéreos en EE. UU. En la Argentina, Carlos Menem precisó de dos hiperinflaciones (1989 y 1991) y, a su vez, someter a los sindicatos telefónicos y ferroviarios para avanzar con su programa de despojo.  Mauricio Macri, a diferencia de Menem, se hizo cargo del Gobierno en 2015 sin la ansiada “hiperinflación” necesaria para la aplicación de la “doctrina del shock”, concepto que acuñó Naomi Klein y a partir del cual el temor generalizado en la población habilita medidas de ajuste para salir del pánico, que generan brutales transferencias de ingresos desde los sectores más vulnerados hacia la cúspide de la pirámide.

El Gobierno de Cambiemos se encontró con una férrea resistencia que contó con multitudinarias movilizaciones y que, entre otras cuestiones, bloqueó la sanción de la reforma laboral. Macri buscó, pero no pudo, lograr una derrota paradigmática en el movimiento obrero. Lo intentó y fracasó sistemáticamente con el Sindicato de Camioneros, con los docentes en la provincia de Buenos Aires, con el Sindicato Bancario y con los llamados “metrodelegados” de la Ciudad de Buenos Aires, por citar los casos más emblemáticos. Hubo otros, sin lugar a dudas. Las persecuciones judiciales, las detenciones, los allanamientos y los despidos no lograron su objetivo.

La resistencia de los trabajadores formales (hubieron múltiples sindicatos, comisiones internas, regionales, que jugaron un papel muy destacado), de los movimientos de trabajadores desocupados, de decenas de miles de jóvenes y diversas luchas reivindicativas forjaron una tenaz masa consistente que operó como dique de contención al avance neoliberal. Las cientos de miles de mujeres que protagonizaron la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito, y los cientos de miles de estudiantes en las calles también fueron parte de ese fenómeno

Al calor de este proceso se forjó una identidad “antimacrista” que posibilitó caminos hacia la unidad de una propuesta política opositora. A su vez, los doce años de gobierno kirchnerista sentaron las bases de un modelo de recuperación de derechos que operó eficazmente a la hora de impedir la asimilación, por parte del pueblo, de un modelo de mercantilización de la vida.

El antimacrismo como eje aglutinante

La unidad se venía forjando en la calle y tuvo su hito en el conflicto por la sanción de la reforma previsional, en diciembre de 2017. La búsqueda de un gran frente opositor se venía imponiendo como tendencia en la dinámica política. En ese marco, Cristina Fernández de Kirchner (CFK) tuvo la visión de largo alcance de impulsar una construcción político-electoral adaptada a este nuevo tiempo, lo que posibilitó la emergencia del Frente de Todos.

Había dos riesgos en la conformación de la propuesta opositora, ambos peligrosos: el primero, poner el eje en una construcción endogámica, melancólica del retorno a un pasado que, como la historia demuestra, nunca se repite. Ello hubiera facilitado la constitución de un escenario organizado en torno al clivaje “kirchnerismo/antikirchnerismo”, funcional a los intereses de Cambiemos. El otro era licuar los principios, los valores y la ideología del movimiento popular, para terminar siendo una oposición asimilada y oportunista que, en nombre de ganar elecciones, desarrolla más similitudes que diferencias con su oponente, como ha pasado en muchos lugares del mundo. Un caso es el inglés: después de varios años de abandonar el Gobierno le preguntaron a Margaret Thatcher cuál había sido su mayor logro, a lo cual respondió: “Tony Blair y el Nuevo Laborismo”.

La heladera pudo más que el televisor

Estos riesgos fueron sorteados con inteligencia en el armado de la propuesta electoral. Lo que primó fue la construcción de un polo que forjó un escenario donde el eje terminó siendo la confrontación macrismo/antimacrismo. Todxs contra Macri, con perspectiva de futuro. Se logró construir una propuesta que confrontaba con Cambiemos y su proyecto, pero basado en la esperanza.

Hay otro elemento a analizar del resultado de estas elecciones: el peso relativo de los grandes medios de comunicación, el uso del Big Data, los trollsbots y demases. Pareciera ser que no han sido tan efectivos en esta coyuntura, al menos en términos electorales. Como se decía en la campaña, “la heladera pudo más que el televisor”. Efectivamente, hubo un triunfo de la política, entendida como creación, tanto sobre las formas rígidas como sobre los experimentos de laboratorio.

La política de asumir riesgos, la resistencia, la audacia de salir de zonas de confort, la claridad para interpretar el momento histórico y sus límites y, a su vez, no resignar los fundamentos emancipatorios del movimiento popular, evitaron una derrota electoral que hubiese tenido consecuencias devastadoras para la Argentina y la región.

¿La derecha logró sus objetivos?

Cambiemos deja un país y una economía en una crisis profunda, con una notoria reducción del salario en dólares, un endeudamiento alarmante, la capacidad productiva funcionando casi al 50% y millones de pobres e indigentes. Sin embargo, ¿logró sus objetivos? Alguno podrá decir que sí. Que sus funcionarios se enriquecieron, que la transferencia de riquezas a la cúspide de la pirámide ha sido asombrosa y que la monstruosa deuda externa operará como condicionante para el futuro Gobierno.

Todo eso es cierto.

Pero hay otro ángulo desde donde observar la experiencia de Cambiemos: si fueron capaces o no de construir hegemonía que, en definitiva, es de lo que se trata la política. Se puede decir que, en ese aspecto, han tenido reveses significativos: no han logrado que su programa de ajuste tenga consenso electoral y tuvieron que apelar a medidas “kirchneristas” para evitar una catástrofe que los eyecte del Gobierno antes del 10 de diciembre. Así, los que hicieron un culto del libre mercado terminaron aplicando el control de cambios y la regulación de capitales para evitar el colapso. Esto habla de una severa derrota ideológica del Gobierno y pone de manifiesto, una vez más, que el neoliberalismo no tiene nada nuevo para ofrecer.

No hay que descartar nada, pero parece inexorable un triunfo del Frente de Todos el 27 de octubre, sin necesidad de balotaje. La contundencia de la victoria dotará al futuro Gobierno de mayor fortaleza para encarar una situación crítica dominada por múltiples dificultades.

Los factores de poder, desechada ya la expectativa de una remontada electoral de Cambiemos, aspiran a encorsetar al nuevo Gobierno y tratar de convertir a Alberto Fernández en Alexis Tsipras, y a la Argentina en la tragedia griega. Las declaraciones del futuro presidente señalando al FMI y a Macri como responsables de la insensatez del acuerdo que firmaron y la imposibilidad de cumplirlo en los términos establecidos, así como el acercamiento a China, van en el sentido contrario a los condicionantes pretendidos por el establishment.

Por arriba y por abajo

La coyuntura económica será compleja y habrá tensiones sobre cómo crecer y salir del abismo, y sobre cómo distribuir el producto del crecimiento cuando se logre. El nuevo Gobierno va a requerir no solamente la recuperación de los instrumentos estatales y la firmeza en las decisiones, sino también estimular la movilización popular para poder dotar de más poder a los cambios necesarios para recuperar el país. La experiencia de lucha acumulada por el pueblo argentino a lo largo de su historia -y demostrada en estos últimos años- debe ser un motor y no un obstáculo para lograr un salto hacia adelante. La articulación entre el palacio y la calle deberá ser vista como una alquimia virtuosa.

Vamos a volver…

El caso argentino resulta un punto de inflexión, porque supone el “retorno” de una experiencia política derrotada en las urnas hace cuatro años. Pero lo que vuelve no es igual a sí mismo. Es indudable que no pudieron desmantelar el legado del kirchnerismo ni la vigencia de CFK. El lawfare, la persecución, las detenciones arbitrarias de dirigentes políticos opositores y la campaña de demolición no rindieron los frutos deseados. Hubo un espíritu que se mantuvo vigente, que asumió otras formas y que será diferente a su experiencia anterior.

Que se niega a sí mismo en términos dialécticos integrando nuevos actores y asumiendo nuevos retos. La esencia guarda relación con las formas, pero a veces la alteración de las formas permite no diluir la esencia. Las formas y los rótulos son muy importantes, a veces decisivos, pero circunstanciales. La experiencia del Frente de Todos expresa continuidad y ruptura, y encarna nuevos desafíos.

América Latina en disputa

Por último, el triunfo del Frente de Todos marca que los ciclos neoliberales son cada vez más cortos en nuestro país y que la región tiene posibilidades reales de revertir la derrota conservadora. El triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México fue una señal auspiciosa; el casi seguro triunfo de Evo Morales en las próximas elecciones en Bolivia y las altas chances del Frente Amplio en Uruguay marcan un sendero promisorio. A esto hay que agregar la imposibilidad de Estados Unidos y sus aliados de derrotar al Gobierno chavista por medio de guerras no convencionales, que incluyen bloqueos a la compra de medicinas y alimentos para asfixiar a su pueblo.

La derrota de Cambiemos también es una buena noticia para Lula, el PT y el pueblo brasileño, pero sobre todo pone en cuestión la máxima que habían decretado: que el giro a la derecha en la región era irreversible. Y nada es irreversible.

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