¿Arde Francia? Las razones de una revuelta

Tratamos de arrojar luz sobre las razones de la muerte del joven Nahel a manos de un agente de policía durante un control de tráfico en Nanterre el pasado 27 de junio, y las posteriores revueltas que en los barrios populares en todo Francia. 

Por Faïza Zeroula & Paul Rocher | Viento Sur

Comenzamos con la entrevista de Faïza Zerouala al sociólogo Michel Kokoreff, profesor universitario en París VIII y especialista en los barrios populares y sus relaciones con la policía, quien analiza las revueltas que siguieron a la muerte de Nahel. En su opinión, nada ha mejorado realmente desde el año 2005 hasta la actualidad.

El sociólogo Michel Kokoreff, profesor universitario en París VIII y autor de Sociologie des émeutes (Payot, 2008) y La Diagonale de la rage (Divergences, 2022), habla con el medio Mediapart sobre los disturbios que han seguido a la muerte de Nahel en Nanterre. Para él, que trabajó sobre las revueltas de 2005 y las promesas gubernamentales fallidas, la cólera en los barrios populares es legítima, dadas las condiciones socioeconómicas de sus habitantes, las tensas relaciones con la policía y el racismo que sufren. En su opinión, la única salida posible a la crisis es revertir el Art. de la ley de 2017 que facilita y legitima el uso de las armas de fuego por parte de la policía, aunque ello signifique ofender a los cada vez más poderosos sindicatos policiales.

Después de estas tres noches de revuelta, los paralelismos con el otoño de 2005 parecen evidentes. ¿Cree que es pertinente?

Michel Kokoreff: Me sorprende la amnesia colectiva. Sí, la historia social de los disturbios se repite. Desde los años 70, todos los disturbios urbanos en Francia, hasta el de 2018 en Nantes, han seguido el mismo patrón. Es decir, un joven negro o árabe de raza muere como resultado de una interacción violenta con un agente de policía.

La emoción colectiva resultante desemboca en disturbios, escenas de violencia y enfrentamientos con la policía. Las Marchas Blancas hicieron un llamamiento a la calma, pero los disturbios han continuado durante varios días alimentados por la represión policial y acompañados de declaraciones incendiarias y la gesticulación autoritaria y despectiva por parte del ministro del Interior. En 2005, los disturbios duraron casi tres semanas. En aquel momento, el primer ministro, Dominique de Villepin reactivó el estado de emergencia de 1955, que se había utilizado en plena guerra de Argelia. Con la vuelta de la ley y el orden, desaparecieron las promesas de soluciones y la desguetización de los barrios.

En esta ocasión, aún no hemos llegado a ese punto, aunque la situación en muchos barrios populares se ha inflamado desde el día en que mataron a Nahel y durante las noches siguientes. Pero yo me inclino por establecer la conexión con la agonía en directo de George Floyd, en 2019. El vídeo del tiro del policía motorizado y su colega en Nanterre muestra un abuso policial similar al que se vio en Minneapolis. A menudo las pruebas [sobre los abusos policiales] son difíciles de probar, pero no en este caso. De ahí, sin duda, el perfil bajo que han mantenido las autoridades, la denuncia de los políticos (con la excepción de Marine Le Pen) y de deportistas y artistas populares. Pero en 2005, los alborotadores estaban solos…

¿Qué continuidad ve en los factores desencadenantes de estas revueltas de las tres últimas noches con respecto a las anteriores?

Las mismas causas producen los mismos efectos. Los problemas sociales siguen siendo los mismos y se acumulan. La pobreza, el desempleo, la precariedad laboral, el fracaso escolar y el abandono de los estudios son causas estructurales, a las que se superponen las causas etnorraciales, con ese sentimiento de exclusión, el racismo, la islamofobia, las discriminaciones de todo tipo, en particular los controles discriminatorios conocidos como au faciès [por el color de la piel].

El sentimiento de discriminación, junto con la dificultad de encontrar un empleo estable, se ve alimentado por la lógica de guetización que la política de renovación urbana no ha conseguido romper.

Y luego están las causas políticas, es decir, el hecho de que la política urbana, que durante mucho tiempo fue un batiburrillo muy complejo, se haya abandonado por completo desde François Hollande, con el entierro del informe Borloo por parte de Macron.

Entre las causas más coyunturales, podemos citar la ley de 2017, en la que no entraré en detalles, que es una caja de Pandora en la medida que amplía las condiciones para el uso de las armas por parte de los agentes de policía, de forma que el número de tiroteos por negarse a acatarla se ha duplicado y ha provocado el doble de muertes desde 2020 que la media observada en la década de 2010, ¡tal y como ha contabilizado Basta!

Por último, otro factor es la extrema derechización del poder.

¿Qué significa esto?

Hay que decir que en Francia estamos en un momento fascista. Sin remontarnos a la secuencia 2016-2023, esto puede medirse por el posicionamiento político de los sindicatos policiales. Tras la Segunda Guerra Mundial, estuvieron cerca del Partido Comunista, luego del Partido Socialista en los años 80, y hoy del Rassemblement National [extrema derecha], o a veces peor. Las reacciones de Alliance y France Police, que aplauden la muerte de Nahel, son despreciables. Al mismo tiempo, muestran hasta qué punto la seguridad pública y la policía están cogestionadas por los sindicatos mayoritarios tanto como por el Ministerio del Interior. No se expresaban así en 2005, y la presión de estos sindicatos, su presión de cara a la ley de 2017, era mucho más débil.

Ahora las redes sociales se utilizan masivamente en estos casos. ¿Cambia esto la situación y la forma en que se perciben estos acontecimientos?

En 2005, todavía estábamos en el siglo XX. Ahora estamos en el siglo XXI, en la era de la revolución digital y la contra-comunicación. Durante [las movilizaciones de] Nuit debut [2016 y los chalecos amarillos, se utilizaron mucho las redes sociales. Se filmó y utilizó mucho los smartphones para proporcionar una contranarrativa a la violencia policial, para mostrar lo que las televisiones de desinformación continua, obviamente, no estaban mostrando.

La juventud de los barrios populares no se quedan atrás y utiliza esta táctica para hacer el zbeul e imponer una contranarrativa. Las motivaciones lúdicas de esta violencia no son las únicas en juego. Un adolescente murió brutalmente (podría haber sido cualquier otro joven), de ahí la ira que estalló contra el brazo armado del Estado, que condensa todas las formas de dominación. Lo que nos recuerda que los disturbios siempre tienen un significado político. No se trata sólo de quedar bien, se trata de mostrar la cólera y el levantamiento de la gente que, si es necesario, utiliza la pirotecnia para hacer valer su punto de vista, con una novedad: disparar morteros.

¿Este tipo de reacción no existía en 2005 o 2007 en Villiers-le-Bel?

Puede ser anecdótico, pero no existía en 2005, al igual que no existía en las manifestaciones. En Villiers-le-Bel, en 2007, sacaron las pistolas de perdigones, pero eso fue realmente muy excepcional. Pero aquí, el fuego de mortero crea una atmósfera de tensión; además de ser muy visual y de crear imágenes virales, es una especie de respuesta al sobrearmamento de las fuerzas del orden que envían las BRI [brigada antibandas]. Básicamente, es una forma de resistencia inspirada en los levantamientos de Hong Kong. Y es a través de las redes sociales como se están desarrollando las movilizaciones.

Ayuntamientos, escuelas, mediatecas y centros sociales han sido blanco de ataques en diversos barrios, con la polémica recurrente de la destrucción de los servicios públicos que benefician a los residentes locales. ¿Por qué prevalece tanto esta retórica y qué respuesta se le puede dar?

La juventud de los barrios populares ataca los servicios públicos porque, junto con la policía, son el único rastro del poder del Estado. Destruirlos es una respuesta, aunque forme parte de una lógica autodestructiva que se puede comprender. ¿De qué otra forma puede hacerse oír? Históricamente, en Francia no nos gusta el uso de la violencia política porque nos parece necesariamente ilegítima. Pero en Sudáfrica, en Estados Unidos, fue la violencia la que puso las cosas en movimiento, por no hablar de los chalecos amarillos, aunque no consiguieran gran cosa.

El sentido de los disturbios es que aclaran las cosas, hacen que los problemas sean visibles públicamente. En 2007, Nicolas Sarkozy no nombró a sus ministros de la diversidad por casualidad. [Estos disturbios]También arrojaron luz sobre el divorcio de la izquierda con los barrios populares, a los que había abandonado.

En 2005, los habitantes de los barrios populares se sentían muy solos. Hoy, en el contexto de la represión dirigida contra los Soulèvements de la Terre y los activistas medioambientales considerados ecoterroristas ¿es posible un vínculo entre ambos y y que cambie la situación?

Sí, hay un eco inmediato de una forma de represión a otra, incluso el martes por la noche en la plaza de la República de París para la concentración de apoyo a los Soulèvements de la Terre. Varios oradores expresaron su solidaridad, no sólo con la familia de Nahel, sino también mostrando el vínculo sistémico entre la violencia del Estado aquí y allá.

Pero hay que decir que este eco no es suficiente. Sigue existiendo una relación complicada -quizá una relación de clase y raza- entre los activistas de la pequeña burguesía intelectual y los habitantes, que también pueden ser activistas, de los barrios populares y racializados.

Los primeros desconocen la historia colonial y de inmigración de los suburbios, lo que dificulta el cruce de la frontera entre ambos. Y ello a pesar del temor de quienes están en el poder desde mayo del 68 de que los campesinos, los obreros y los estudiantes cooperen, y que esta diagonal de rabia conduzca a la aparición de un frente de clase. Aunque en la práctica esta solidaridad es complicada de poner en marcha y hacerla durar, puede ayudar a mover las líneas contra un gobierno inflexible.

Sin arriesgarse a pronósticos arriesgados, ¿puede durar esta revuelta? ¿Y cómo salir de la crisis?

A fuerza de hablar de conflagración, estamos jugando con fuego; es lo que llamamos profecías autocumplidas. En realidad, las respuestas políticas serán decisivas. ¿El ejecutivo va a dejar que la situación se encone para legitimar su discurso de orden o va a tomar medidas enérgicas? Se ha hablado de tres ejemplos: que el caso del homicidio de Nahel no sea juzgado en el tribunal más próximo, tal y como solicitaron los abogados de la familia; revertir la ley de 2017 que amplía y oscurece las condiciones para el uso de armas de fuego por parte de los agentes de policía es otra cuestión clave. Por último, durante años se ha pedido la creación de un organismo de supervisión policial externo e independiente que no sea juez y parte como la Inspección General de la Policía Nacional (IGPN). No hay más que ver lo que hacen nuestros [países] vecinos. Pero en el clima político actual, ¿es posible esto?


Detrás de la muerte de Nahel, la institución policial

Por Paul Rocher

Un nuevo caso de violencia policial mortal ha sacudido el país. En tales situaciones, las autoridades suelen preferir rebatir la veracidad de los hechos. Esta vez, un vídeo que mostraba las circunstancias de la muerte de Nahel y el revuelo que causó no pudieron ser ignorados. Se erigió una nueva barrera para proteger a la policía de las críticas: el acto violento en cuestión podía explicarse por una falta individual del policía que efectuó el disparo y de su colega.

Voces más críticas apuntan como causas fundamentales a un cambio en la ley que regula el uso de las armas de fuego y a la falta de formación de la policía. Como explica aquí Paul Rocher, autor del libro Que fait la police? (publicado por La Fabrique), el debate actual no capta las causas subyacentes de la violencia policial y del racismo que se encuentran en el corazón mismo del cuerpo de policía [Contretemps].

Cuando la ley pone en peligro a la población

La muerte de Nahel reabre trágicamente el debate sobre las personas asesinadas por agentes de policía en el contexto de lo que la narrativa policial presenta como una negativa a respetar la orden de la policía. Recopilando datos del Ministerio del Interior, un equipo de periodistas de Bastamag pudo demostrar que «los agentes de policía han matado cuatro veces más personas por negarse a obedecer órdenes en cinco años que en los veinte anteriores».

Por tanto, parece oportuno preguntarse por qué se ha producido este impresionante y relativamente reciente aumento de los tiroteos. Hace aproximadamente 5 años, en marzo de 2017, una nueva ley sobre seguridad interior flexibilizó el uso de las armas por parte de los agentes de policía. El texto autoriza a los agentes de policía y a los gendarmes a utilizar sus armas si no consiguen inmovilizar un vehículo «cuyos conductores no acaten la orden de detenerse y cuyos ocupantes puedan perpetrar, en su huida, un atentado contra su vida o su integridad física o la de otras personas».

La redacción de esta ley es notoriamente vaga: ¿cómo puede un agente de policía conocer razonablemente las intenciones de un conductor? Y es en esta vaguedad donde radica el problema. Un equipo de investigadores ha estudiado los efectos de esta ley de contornos difusos. Como resume uno de los coautores del estudio, «la ley que autoriza a los policías a disparar más a menudo da lugar a que… disparen más a menudo, y el número de homicidios policiales (media mensual) aumenta masivamente». Una ley de seguridad interior que reduce la seguridad pública sería casi cómica si no tuviera consecuencias dramáticas.

El elefante en la habitación: el racismo institucional

Al centrarse en el aumento de los tiroteos policiales tras un cambio en la ley, se corre el riesgo de pasar discretamente por alto un aspecto crucial de la muerte de Nahel y de tantas otras. Centrarse en los tiroteos -por importante que sea- tiende a situar el debate en un terreno a priori ciego ante la dimensión racial de la violencia policial. Sin embargo, las víctimas de los tiroteos no suelen ser blancas. Ante este hecho, el debate sobre la negativa a obedecer las órdenes de la policía es necesariamente un debate sobre el racismo policial, cuya existencia ha quedado sólidamente demostrada. En 2009, un estudio puso de relieve y cuantificó lo que los habitantes de los suburbios sabían desde hacía mucho tiempo:

«Dependiendo quien lo observaba, los negros tenían entre 3,3 y 11,5 veces más probabilidades que los blancos de ser controlados por la policía» y los árabes «tenían entre 1,8 y 14,8 veces más probabilidades que los blancos”[1].

La elaboración de perfiles raciales es una realidad. Diez años después, las conclusiones son las mismas. En 2019, el Defensor del Pueblo francés puso de manifiesto la existencia de «una discriminación sistémica que se traduce en la sobrerrepresentación de determinadas poblaciones inmigrantes y en prácticas despectivas en la realización de controles de identidad por parte de la policía»[2]. Estas prácticas sistémicas están tan arraigadas en el funcionamiento cotidiano de la institución que los agentes de policía no son necesariamente conscientes de ello.

Para comprender con claridad el alcance del racismo institucional, resulta instructivo el trabajo que el gran sociólogo británico Stuart Hall escribió específicamente para entender las revueltas en los barrios obreros británicos tras la intervención policial:

«En primer lugar, el racismo institucional no necesita individuos abiertamente racistas: el racismo se considera el resultado de un proceso social. [En segundo lugar, las normas de comportamiento racista] se llevan dentro de la cultura profesional de una organización y se transmiten de manera informal e implícita a través de su rutina, de sus prácticas cotidianas como parte indestructible del habitus institucional. El racismo de este tipo se convierte en rutina, en un hábito que se da por sentado. Es mucho más eficaz en las prácticas de socialización de los agentes de policía que la formación y los reglamentos formales. (…) Impide la existencia de una reflexividad profesional. Lejos de considerarse excepcional, este tipo de racismo involuntario se está convirtiendo en parte integrante de la definición misma del trabajo policial normal«[3].

En otras palabras, la definición de una buena labor policial comúnmente aceptada por la institución implica actuar partiendo del supuesto de que una persona no blanca es sospechosa.

La existencia de esta actitud se ve confirmada por una serie de estudios sobre el caso francés que abarcan varias décadas. En 2017, el trabajo del sociólogo Christian Mouhanna llegó a una conclusión muy similar a la de su colega René Lévy en 1987, quien afirmaba que las categorizaciones raciales «constituyen, por así decirlo, las herramientas del oficio y forman parte de ese conjunto de conocimientos prácticos que constituyen el trasfondo, el punto de referencia del trabajo policial»[4]. Esta literatura también muestra que «la sospecha policial actúa como una profecía autocumplida, es decir, ayuda a producir lo que se espera y, por tanto, confirma a los agentes de policía en su creencia en la relevancia de estas categorías»[5].

El poder de categorizar a la población, que la investigación pone de relieve, configura a su vez el uso de la fuerza. La policía es el único cuerpo al que se le reconoce la capacidad de determinar lo que se entiende por orden público y su opuesto, el desorden, justificando el uso de métodos coercitivos: el uso de un arma letal o no letal, o la movilización de otras prácticas de inmovilización[6]. El sociólogo Ralph Jessen señala que el criterio primordial para la intervención de un agente de policía es su evaluación de una situación; por tanto, las leyes y las normas sólo tienen una importancia secundaria, y las fuerzas del orden a menudo sólo tienen un conocimiento parcial de ellas[7].

A estas alturas, el alcance de la ley de 2017 está cada vez más claro. Al ampliar el ámbito del uso de las armas en función del juicio individual del agente de policía, inmerso él mismo en un entorno profesional impregnado de prejuicios racistas, esta ley expone especialmente a la parte no blanca de la población. Pero también está claro que el debate no puede centrarse únicamente en el uso de las armas de fuego, ya que la violencia policial no se limita a ellas.

Otra serie de estadísticas recopiladas por los periodistas de Bastamag muestra que de las 676 personas muertas como consecuencia de la acción policial entre 1977 y 2019, sólo el 60% fueron tiroteadas. Es más, la magnitud de la violencia policial va mucho más allá del caso más extremo de violencia mortal.

Una institución que transforma a los agentes

Aunque el racismo institucional es un hecho bien establecido en la investigación científica, si queremos comprender plenamente la violencia policial, debemos tener en cuenta otro rasgo específico de la policía, a saber, que se caracteriza por un extraordinario grado de aislamiento del mundo exterior y un formidable grado de cohesión interna. Desentrañemos este argumento en dos etapas.

En primer lugar, resulta que la mayoría de las personas que deciden convertirse en policías se caracterizan por una concepción puramente represiva de la profesión[8]. Así pues, la policía no atrae a una muestra representativa de la sociedad, sino a personas que destacan por su gusto por los medios autoritarios. Tras esta etapa inicial de autoselección, los policías son aislados aún más de la sociedad por la propia institución. Para comprenderlo, resulta útil estudiar la socialización profesional. Se trata de un doble proceso durante el cual el candidato adquiere las competencias técnicas y los conocimientos de la profesión, por un lado, y absorbe la visión de la sociedad que prevalece en el seno de la institución a la que se compromete, por otro.

Para aclarar la visión que prevalece en el seno de la institución policial, podemos utilizar los términos de un artículo científico según el cual los policías se ven a sí mismos como si vivieran en una «ciudadela sitiada», que une al grupo[9]. En otras palabras, los policías se sienten asediados por el resto de la sociedad. La formación de un espíritu de cuerpo se consigue por tanto mediante la construcción de un enemigo, y este proceso fomenta a su vez «un comportamiento excesivamente violento que sobrepasa los límites de la violencia legítima»[10]. Aunque el cuerpo de policía atrae a perfiles muy específicos, es sobre todo la institución policial, durante la socialización profesional, la que genera agentes muy unidos internamente y desconfiados, o incluso hostiles, hacia la sociedad.

Una vez sacado a la luz el funcionamiento interno de la institución policial, el argumento de que la violencia policial puede explicarse por una formación inadecuada, un periodo de formación demasiado corto y la reducción del umbral de elegibilidad de los aspirantes a la profesión policial pierde casi toda su fuerza. Aunque estos factores puedan desempeñar un papel marginal, el problema no reside principalmente en quienes acceden a la institución, sino en una institución que transforma a los agentes que trabajan en ella; un efecto que, como señala Hall, priva a la institución de toda capacidad autorreflexiva.

Pensar en la institución policial también permite, sin diluir la especificidad del racismo policial, comprender que el aumento de la violencia contra el movimiento obrero y el movimiento ecologista en la primavera de 2023 no procedió exclusivamente de quienes daban las órdenes al gobierno, sino del propio aparato policial. Más aún si se tiene en cuenta la expansión sin precedentes de las fuerzas policiales en los últimos 30 años.

En Que fait la police? demostramos que, en contra del mito generalizado de que la policía, como el resto de la función pública, ha sufrido la austeridad, de hecho, ha experimentado un aumento de recursos sin precedentes durante este periodo: +35% (muy superior al aumento de los recursos asignados a la educación durante el mismo periodo: 18%)[11]. El número de policías ha aumentado en proporciones similares. La última ley de programación del Ministerio del Interior, aprobada a finales de 2022, prevé ir aún más lejos, asignando casi 15.000 millones suplementarios en los próximos cinco años.

Esta evolución indica que la policía está materialmente en condiciones de ejercer un control sin precedentes sobre la sociedad. Entre otras cosas, esto se refleja en un contacto más regular con la población, lo que supone una oportunidad para que queden al descubierto los prejuicios que caracterizan a la institución.

Esto ayuda a explicar por qué los levantamientos que siguieron a la muerte de Nahel no se limitaron a Nanterre. También explica por qué una investigación sobre el autor de los disparos y su cómplice no podrá erradicar la rabia por la discriminación que se vive a diario en la región desde hace muchos, muchos años, y el dolor de tantas personas, casi exclusivamente negras o árabes, que han sufrido la violencia o incluso han perdido a un ser querido.


Paul Rocher es economista y autor de Que fait la police? et comment s’en faire sans (La Fabrique, 2022) y Gazer, mutiler, soumettre – Politique de l’arme non létale (La Fabrique, 2020).

Notas

[1] Fabien Jobard y René Lévy, “Police et minorités visibles: les contrôles d’identité à Paris”, Open Society Justice Initiative, 2009.

[2] Défenseur des droits, Décision du Défenseur des droits n°2020-102, París, 2020.

[3] Stuart Hall, «De Scarman a Stephen Lawrence», History Workshop Journal, 48, 1999, p. 195.

[4] Citado en Xavier Dunezat, Fabrice Dhume, Camille Gourdeau y Aude Rabaud, «¿Racisme d’État en France? El caso de la policía».

[5] Ibid.

[6] Para comprender cómo las armas no letales amplifican la violencia policial, véase Paul Rocher, Gazer, mutiler, soumettre : Politique de l’arme non létale, París, La Fabrique, 2020.

[7] Ralph Jessen, «Polizei und Gesellschaft», en Die Gestapo. Mythos und Realität, Darmstadt, Primus, 1995, p.

[8] Philippe Coulangeon, Geneviève Pruvost y Ionela Roharik, «Les idéologies professionnelles», Revue française de sociologie, vol. 53-3, 2012, pp. 493-527.

[9] Cédric Moreau de Bellaing, «Comment (ne pas) produire une critique sociologique de la police», Revue française de science politique, vol. 62-4, 2012, pp. 665-673.

[10] Carsten Dams, «Polizei», en Gewalt: Ein interdisziplinäres Handbuch, Luxemburgo, Springer-Verlag, 2013, p.

[11] Paul Rocher, Que fait la police ? et comment s’en passer, París, La Fabrique, 2022, capítulo 1.

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