Ara és hora

Por Daniel Seixo

"Ahora procederemos a la edificación del orden socialista."

Vladímir Ilich Uliánov, Lenin
"Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro."

Groucho Marx
"En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo."

Ramón María del Valle-Inclán

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Arden los contenedores, las calles vuelven a ser recorridas por jóvenes inconformes con la situación social y no tan jóvenes eternamente rebeldes, últimos reductos de una generación en la que las decisiones políticas todavía tenían un eco en la sociedad más haya de hashtags y corrientes estéticas desechables. Durante la mañana, los primeros conatos de una fuga real de la rabia e indignación contenida, ya habían propiciado su dosis de carnaza fresca para las tertulias «políticas», los escasos minutos de video en los que una constitucionalista, así los llaman ahora, termina en el suelo tras un forcejeo con un independentista que pretendía arrebatarle la rojigualda que blandía, coparán todos los informativos nacionales. No importa que la imagen de confrontación social que esconde esa anécdota puntual sea en realidad mucho más compleja que una mera secuencia, no importa que descontextualizarlo todo arroje más leña al fuego, enseguida la simpatizante de Vox se olvida de las magulladuras  y pasa a ocupar una plaza entre las voces autorizadas para explicar a la audiencia lo que sucede en Catalunya. Los espectadores crecen en número, la verdad es de nuevo la primera víctima del conflicto en España, el periodismo languidece sin que nadie pretenda rescatarlo. El show televisivo y la precariedad en el oficio, propician que constantemente se confundan opiniones e información, realidad con negocio. Sea como sea, son malos tiempos para la crónica.

En el Passeig de Gràcia pronto la cosa comienza a descontrolarse, los primeros objetos impactan sobre las robustas protecciones de las fuerzas de seguridad, las primeras vallas arden en el suelo, primeras cargas, primeros heridos y primeros detenidos… Todo pasa tan rápido y con tal naturalidad, que apenas nos percatamos de las numerosas pistas que pretenden explicarnos mínimamente de que va todo esto: a un lado de las cargas Generalidad de Cataluña y Estado Español codo a codo, comandados por diferentes caras del poder, pero juntos a la hora de la verdad, a la hora de reprimir al pueblo. Ese mismo pueblo que siempre termina soportando el amor más cruel, el del amo.

Porra o toga, pueden resultar igualmente represivas cuando se ciernen únicamente a la norma y desatienden la justicia social

Apartados de la mayoría de los focos y los cargos políticos por una gruesa línea de fuerzas antidisturbios, el pueblo. El pueblo es aquello por lo que todos dicen luchar, pero que cuando mira atrás siempre se encuentra solo, aunque decidio ya a avanzar. En primera línea de manifestación los «radicales violentos» o directamente «terroristas», en su mayoría jóvenes que por diversas razones han decidido que en ese preciso momento ya es hora de devolver los golpes, hora de actuar. La mayoría de los medios de comunicación y líderes políticos los condenaran en cuanto tengan la menor oportunidad, unos al considerar que los derechos democráticos son asunto exclusivo del parlamento, otros para devolver los diversos favores que los han ido alejando de la calle en su ascenso a los cielos. A muy pocos les interesa conocer el motivo que lleva a esos manifestantes a mostrarse violentos, nunca se han preguntado si existe razón en la rabia de un pueblo arrojado a la calle y como primerizos en los por otra parte repetitivos procesos históricos, han decidido optar por la represión como única forma de diálogo, ¿qué podría fallar?.

El estado burgués solo contempla la libre expresión y el derecho a manifestación cien metros más allá de la primera línea, allí en donde las performances, las batucadas y las chorradas de todo tipo le ganan la batalla al compromiso social y político. La rebeldía y la lucha social para la izquierda parlamentaria se da exclusivamente entre móviles último modelo y lemas huecos plasmados entre originales manualidades y no entre capuchas y barricadas. Los comunicados del entorno Podemos, PSOE y Esquerra Repúblicana son el equivalente a eses niñes posmos sacándose selfies una vez la policía ya ha despejado las barricadas. La política real sigue tan lejos de los barrios proletarios  a día de hoy, que uno podría pensar que tienen razón aquellos «antisistema» que antes de tirar la piedra al cielo aseguran continuar en dictadura.

Pedirle tranquilidad y sosiego a la indignación y la rabia se trata de algo así como pedirle piedad al sistema capitalista. Claro que las protestas han subido de tono en Catalunya y lo harán tarde o temprano en el resto del estado español, no sé si por otros procesos nacionales aparcados por las naciones sin estado, fruto de los conflictos laborales derivados de una nueva revolución industrial imparable o simplemente por la acumulación de hambre y necesidad, pero las calles se caldean por momentos y esto es una realidad que ya parece tangible para todes. Desgraciadamente, la violencia es algo intrínseco a todos los sistemas políticos conocidos y experimentados por el hombre, la construcción social siempre ha visto acompañada por una lucha de clases más o menos violenta en la que las élites y el pueblo han competido para llegar a imponer sus intereses.

A muy pocos les interesa conocer el motivo que lleva a esos manifestantes a mostrarse violentos, nunca se han preguntado si existe razón en la rabia de un pueblo arrojado a la calle

Cuando el estado español canalizó la solución de lo que a priori se trataba de una encrucijada política a manos de la justicia, no hizo otra cosa que buscar un escenario propicio para ganar una batalla crucial para sus intereses, optó por el castigo como atajo al entendimiento. Nadie con dos dedos de frente esperaba realmente que la decisión del Tribunal Supremo fuese a calmar los ánimos de ninguna de las dos parte y la sentencia efectivamente ha terminado por no contentar a nadie. Unos se lamentan por unas penas demasiado blandas, alegando que cualquier amenaza a la unidad de España merece cuanto menos el Garrote Vil, otros, afortunadamente la mayoría, consideran claramente desproporcionadas las penas y en mayor o menos medida, muestran su descontento.

Porra o toga, pueden resultar igualmente represivas cuando se ciernen únicamente a la norma y desatienden cegados por unas inamovibles leyes la justicia social. La sentencia de Julian Grimau o la de las Trece Rosas también resultaron procesos burocráticos cuestionados por muy pocos, hasta el inevitable paso de la historia claro. Pretender convencer al pueblo catalán de que las penas derivadas del procés corresponden únicamente a una reacción quirúrgica contra elementos claramente violentos, resulta poco menos que una quimera, sino directamente un absurdo digno de auténticos zoquetes.

En país en el que los desahucios, la precariedad laboral, la especulación inmobiliaria, el desfalco de las arcas públicas o el capitalismo más carroñero nunca han llegado a ser juzgados por la violencia ejercida contra el pueblo, las penas a los líderes políticos catalanes ha sido interpretadas en las calles como un golpe contra su única alternativa de incidencia real en el sistema. Como un atentado contra los más básicos derechos de sus representantes electos. El riesgo de taponar las vías políticas de un pueblo reside precisamente en tener que enfrentarse a su acción directa en las calles. Y eso es lo que sucede hoy en Catalunya.

Teniendo esto claro y huyendo por tanto de la criminalización del pueblo catalán, intentemos analizar los pasos que nos han llevado hasta este bloque y señalemos en el proceso a los culpables. A Todas luces, el estado español está sufriendo los últimos coletazos del franquismo, unos dirán que para perecer definitivamente y otros señalarán que está a punto de revivir demostrando así que como decía el caudillo, todo estaba atado y bien atado.

La paciencia y la obediencia ciega que hasta ahora parecían reinar en las calles, desaparecen paulatinamente conforme los independentitas de barrios como el de Sarrià, comienzan a dar paso a la rabia y la indignación fruto de una vida realmente dura en los barrios más populares de Barcelona

Seguir escudándonos en una independencia judicial incuestionable, en la grandeza y neutralidad séptica de nuestro periodismo o en la solidez como garante de la unidad de España de la monarquía, resulta a día de hoy poco convincente hasta para el más radical de los españolistas. El estado español se tambalea y quizás acertaba José Yusty Bastarreche, al asegurar que la exhumación de Franco podría llegar a dañar definitivamente la estructura, aunque el juez conservador se refiriese a estructura física del Valle y no al correaje de la propia estructura democrática.

El cambio de chaquetas apresurado y el continuo ruido de sables proveniente del ejército, provocó que levantásemos en tiempo récord una estructura constitucional que llevamos cuarenta años remendando apoyados en una dura convivencia diaria, pero que nunca nos hemos decidido a remodelar de forma real. Aspectos como el derecho a vivienda, las relaciones laborales o incluso el llamado conflicto vasco, han tensado con anterioridad numerosas veces la solidez de la transición y no han sido pocos los que desde un principio, han puesto sobre la mesa la necesidad de una depuración de responsabilidades para poder evitar futuros pinchazos. El bipartidismo y el crecimiento económico, permitieron seguir adelante, la izquierda poco a poco compró el discurso de la inmovilidad de las reglas heredadas del franquismo y condeno todo intento de cuestionar la idea de la monarquía española como una opción demasiado radical, violenta.  Pese a la caída del dictador, las ideas de la república continuaron sin herederos políticos factibles.

La izquierda acepto la idea de la unidad de España, las relaciones en igualdad con la iglesia y el uso de las fuerzas policiales, el ejercito o la inteligencia como método represivo contra la población civil. Por llegar a heredar, incluso heredamos el miedo y la indolencia contra toda larga marcha procedente de África. El estado español se levanta al menos sociológicamente de una forma muy clara sobre los cimientos del franquismo. Y eso, aunque parezca que no, se nota todavía hoy.

Solo tenemos que atender a Altsasu, Logroño, los ataques a la libertad de expresión o a la respuesta de los llamados constitucionalistas al 1 de octubre. El parlamentarismo español se ha transformado en un campo de juego en el que desplegar las tácticas electorales de los partidos, solo así podemos explicar que un año después de unas cargas policiales y una actuación política que avergonazarón al mundo, hayamos aprendido tan poco. Pablo Casado vículando el paro cardíaco sufrido por un ciudadano francés poco menos que a la gestión de Torra, Albert Rivera priorizando los scraches a su familia por encima del sufrimiento de las familias de los condenados o Vox jugando su papel de garante de las instituciones del estado, antes de enfrentarse a ellas por la exhumación de Franco, son el fiel reflejo de una política transformada en un mero espectacúlo, en el que ejercer de incendiario para pescar electoralmente en los extremos sale inmensamete rentable.

Únicamente desde la perspectiva de clase se entiende el compadreo final entre la Generalidad de Cataluña y Estado Español a la hora de valorar las cargas policiales. La burguesía catalana ha jugado con el pueblo durante un largo período de este procés mientras contaba las futuras monedas de oro de su traición. En ningún momento han pretendido los Pujol, Artur Mas, Puigdemont o Torra forjar una nación por encima de sus privilegios de clase. Desde el principio de las protestas los Mossos d’Esquadra han actuado por ordenes directas del govern catalán con el objetivo de reprimir y reducir a los manifestantes que se saliesen del guión establecido por los conservadores catalanes.

El riesgo de taponar las vías políticas de un pueblo, reside precisamente en tener que enfrentarse a su acción directa en las calles

Faltos de un proyecto alternativo al neoliberalismo español y europeo, los líderes del procés han jugado al ilusionismo más inmaterial, haciéndo de la bandera catalana un símbolo vacío para el proletario. No han dudado en pactar con España, no han dudado en ofrecer su apoyo a España para formar gobierno, ni dudarían muchos líderes conservadores del govern en firmar recortes que endurecieran las condiciones vitales de muchos ciudadanos que hoy están en la calle o la hora de mandar a sus fuerzas policiales para reprimir a quienes se enfrentan a un desahucio. El proyecto de la República Catalana de Torra, Puigdemont y compañia es el de los pisos turísticos, la gentrificacion, los riders trabajando en precario y la galopande diferencia entre clases. No pretenden ganar una nación para su pueblo, sino que pretenden ganar una nación para su propio e independiente proyecto neoliberal. En definitiva, ser menos a repartir. Quién sabe, quizás el tres por ciento podría pasar al seis o al seite…

Los manifestantes En Catalunya comienzan hoy a despertar de la ensoñación de una posible paz social con su propia burguesía, ante la clara utilización política y callejera que esa clase social enfangada hasta el cuello por los casos de corrupción ha hecho de ellos. La paciencia y la obediencia ciega que hasta ahora parecían reinar en las calles, desaparecen paulatinamente conforme los independentitas de barrios como el de Sarrià, comienzan a dar paso a la rabia y la indignación fruto de una vida realmente dura en los barrios más populares de Barcelona. La precariedad no permite pensar en la contaminación de unos contenedores en llamas o en los llamados a la paz de los medios, la precariedad y el hambre, apenas dejan pensar.

El pueblo catalán se ha visto secuestrado entre unas instituciones que no les otorgan los instrumentos políticos necesarios para encarar las gigantescas tareas que la nueva República conlleva y la clara falta de una organización política apaz de comprender el momento y el espacio en el que Catalunya se encuentra. Tanto la izquierda parlamentaria española, como la catalana, se han mostrado incompetentes para profundizar en ello. Unos por su inamovible sumisión a las Constitución de la mal llamada transición y otros por su incapacidad para construir un Frente Amplio que pudiese plantar sobre la mesa común la urgente necesidad de un proceso constituyente en el estado español. El afán de protagonismo de cada una de las formaciones y la falta de flexibilidad para alcanzar unos puntos de consenso mínimos, han hecho que la derecha siga gozando de vital importancia en el debenir no solo del futuro de Catalunya, sino en el de España mismo. No se trata tanto de que la suma parlamentaria de las formaciones conservadoras sea una amenaza urgente, sino que su discurso, su tono y sus bajezas, han pasado ya a formar un componente irrenunciable de cara a situarse con ventaja en las carreras electorales más mediatizadas que recordamos.

El estado español y el catalán necesitan recomponer un tegido social francamente herido. Resulta necesario estructurar un proceso asociativo que nos permita conectar las diferentes luchas que hoy todavía libramos desde la izquierda proletaria en una estructura política que conserve la capacidad de acción necesaria en la política moderna, pero que a su vez responda a una organización del poder que recaiga en última instancia sobre el pueblo. Sin la participación del pueblo, cualquier revolución se queda tarde o temprano sin combustible y eso es precisamente lo que pese a las grandes llamaradas en Barcelona de estos días, le está a punto de suceder al procés catalán, si no dan un salto cualitativo en su propuesta política.

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En el núcleo mismo de la izquierda obrera reside la necesidad de la solidaridad entre pueblos y del mismo modo que las muestras de apoyo recorren el estado español en muestra de clara solidaridad, debe comprender el pueblo catalán y muy especialmente su izquierda, que el único camino para la consecución de la independencia, pasa por el fortalecimiento del estado español. Solo mediante un proceso de reformulación del pacto básico de convivencia en España, se dotará al pueblo catalán de los instrumentos necesarios para poder construir una nación propia, que decida libremente su relación con el resto del Estado.

Pero es en este punto en el que la mezcla de complejo por el Imperio perdido y el temor ante la desconocido, termina convirtiendo a la izquierda española en un dudoso compañero de viaje. Ni el entorno Podemos, ni PSOE, ni la desaparecida Izquierda Unida, han tenido nunca los arreos, ni la capacidad de negociación suficiente como para crear un frente constituyente en el estado español. La izquierda en la capital, prefiere dedicarse a matar al mensajero, a criminalizar a Catalunya o a los manifestantes violentos, depende quién moleste más esa mañana.

Carecemos de un sindicalismo fuerte capaz de organizar la lucha obera y adolecemos de la capacidad para aunar la lucha feminista, el republicanismo, el ecologismo, la lucha por las pensiones… Y tantas otras causas que sin duda nos resultan comunes a todos los espacios de la izquierda, en un Frente Amplio Anticapitalista.

El pueblo catalán necestita hoy una identidad propia, al igual que urgentemente lo necesitan también los diferentes pueblos y naciones que conforman el estado español. Ya basta de medios de comunicación que únicamente profundicen en la crispación y enturbían irremediablemente el debate, ya basta de políticos profesionales incapaces de pensar más allá de las próximas elecciones, ya basta de camapañas electorales eternas y especialmente, ya basta de represión si no esperan respuesta.

Únicamente desde la perspectiva de clase se entiende el compadreo final entre la Generalidad de Cataluña y Estado Español a la hora de valorar las cargas policiales

Hoy la única solución para traer definitivamente de nuevo la calma a las calles de Catalunya, pero también del resto del estado, se dibuja en la hoja de ruta de un proceso constituyente en el estado español. Un proceso que debería arrancar por responsabilidad inmediatamente tras las próximas elecciones del 10 de noviembre y que debería de rematar una vez estipulados los diversos objetivos a encarar y los plazos para completarlos, con un nuevo proceso electoral que de inicio a una nueva etapa en la quién sabe si República de España.

Por el camino muchas preguntas que hacernos en común, sobre la laicidad del estado, la tauromaquia, la pertenenia a la OTAN, nuestro sistema económico, el derecho a un empleo y una vivienda digna… Pero también muchas otras cuetiones que tendrán que resolverse exclusivamente en los diferentes pueblos que actualmente conforman el estado español. Nunca el amor a una bandera debiera de ser un sentimiento impuesto, ni un motivo para segregar u odiar al diferente. Comencemos juntos por exigir el derecho a decidir.

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