Anticapitalista

Nos conformamos y regodeamos con la sensación de no formar parte de ese cada vez mayor colectivo de desahuciados, abandonados y excluidos que pueblan nuestras calles ante nuestra indiferencia.

Por Dani Seixo

"Hay veces que un hombre tiene que luchar tanto por la vida que no tiene tiempo de vivirla." 
Charles Bukowski
"Hasta que no tengan conciencia de su fuerza, no se rebelarán, y hasta después de haberse rebelado, no serán conscientes. Éste es el problema." 
George Orwell

Obreros sin apenas tiempo para ver a sus hijos entre el último suspiro del sueño y el inicio de la jornada laboral, madres y padres preocupados por los malabarismos entre las cuentas a final de mes, hijos abandonados a su suerte en las calles frente a una vida modelada por las redes sociales y en cierta medida las compañías aleatorias, opositores agarrándose a un clavo ardiendo dibujado en un estado acosado y derribado por el liberalismo, supuestos compañeros peleando por la atención del jefe, jóvenes muy cercanos al juego o a las drogas rebajando sus expectativas, regalando horas extra a empresas de mierda y empresas no tan de mierda y en muchos casos haciendo las maletas a otro país en el que aunque no lo vean, serán migrantes, migrantes de tierras lejanas explotados y perseguidos, sindicalistas derrotados y desmotivados, políticos superados,periodistas encarcelados… Proletarios alienados, pauperizados, esclavizados.

Quizás no son buenos tiempos para mantener la esperanza o la ilusión. Vivimos en un mundo y una humanidad derrotada por el capitalismo, un sistema social cainita diseñado para dividirnos y enfrentarnos en una búsqueda del consumo incesante que ya nadie comprende y que ya a nadie llegar a llenar realmente. Nos pasamos toda nuestra vida acumulando horas de un trabajo que ya no nos motiva, desperdiciamos nuestra existencia en continuos trayectos entre dos puntos de nuestras ciudades, para únicamente desear llegar a casa y encerrarnos huyendo de nuestras vidas. En el mejor de los casos, lograremos difícilmente mantener un sistema de vida que logre garantizar a nuestra descendencia una realidad similar a la nuestra, a esa pura e irremediable decadencia. Nada parece tener realmente sentido.

Hace ya tiempo que nuestra clase social se rindió ante el supuesto y absurdo fin de la historia y decidió incomprensiblemente renunciar al legado de millones de hombres y mujeres libres que a lo largo de la historia decidieron que cualquier sacrificio era poco con tal de tener una oportunidad para cambiar las cosas. Hoy, en el mejor de los caos, hablamos de un consumo responsable, un capitalismo verde, una empresa socialmente comprometida o un entorno laboral digno. Parecen haberse esfumado las palabras de rebeldía y revolución, parece haberse esfumado el anticapitalismo. Ya no pensamos en la anchas avenidas como un punto de lucha, un lugar de encuentro, sino que abducidos por el germen del consumismo paseamos por nuestras calles como zombies intelectuales a la búsqueda de algún nuevo producto o alguna nueva experiencia que nos permita sentirnos vivos, sentirnos afortunados.

Nuestra única felicidad reside en la momentánea seguridad de sabernos alejados de la decadencia más absoluta. Nos conformamos y regodeamos con la sensación de no formar parte de ese cada vez mayor colectivo de desahuciados, abandonados y excluidos que pueblan nuestras calles ante nuestra indiferencia. Nosotros no tenemos que rebuscar en la basura para comer, ni tenemos que pedir limosna o dormir en la calle en las frías noches de invierno. Nos autoconvencemos de no tener nada en común con esos pobres desechos, no al menos tanto como con aquellos que visten ropa cara, tienen buenos coches y comen en los mejores restaurantes de la ciudad. Creemos que lo que nos separa del éxito capitalista es un golpe de suerte que nunca llega y permanecemos paralizados ante un sistema profundamente injusto que nos amenaza con excluirnos del sistema cada día que pasa.

Vivimos en un mundo de luchas fragmentadas y ridiculizadas pro el capitalismo, mientras nos mostramos incapaces de organizarnos y rebelarnos contra algo tan evidente como la imposición de un sistema de hombres libres frente a esclavos, patricios frente a plebeyos, nobles frente a siervos… Opresores frente a oprimidos. Aplaudimos a Florentino Pérez o Amancio Ortega y rechazamos a nuestro compañero de trabajo o a nuestra propia voz interior que nos dice que esto no puede seguir así, que pronto nosotros seremos los siguientes en desaparecer ante el peso del sistema.

No nos engañemos, las cosas no van a mejorar, no existe algo así como un capitalismo amable y ninguno de los que hoy viven a expensas del sudor y el sufrimiento del proletariado va a ceder libremente sus cuotas de poder por algo así como la conciencia o el arrepentimiento. Solo existe una opción para cambiar las cosas y esa es organizarse, retomar la lucha en las calles y en los barrios y llevar la conciencia obrera a cada centro educativo, a cada puesto de trabajo, a cada compañero y compañera con el que nos crucemos en nuestra pequeña e insignificante existencia.

Sé que muchos y muchas de los que hoy me leen están decepcionados y cansados de remar en un desierto, sé que resulta complicado creer en la posibilidad de cambiar las cosas y que resulta más sencillo sumarnos a la estética y la frivolidad frente al compromiso y la lucha. Pero también sé que existen personas ahí fuera que únicamente necesitan saber que no están solos, personas que están dispuestas a cambiarlo todo y a luchar hasta el final. A todos vosotros que hoy me leéis con la conciencia de quienes se saben herederos de una lucha eterna, tan solo deciros que nunca una derrota pudo parar a quienes han nacido para exigir justicia.


Este artículo fue publicado en NR el 19 de marzo de 2019.

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