Anatolia oriental, zona de genocidio. Turno para Karabaj

Todo hace pensar que el Karabaj armenio ha desaparecido para siempre tras la huida de una población aterrorizada tras los acontecimientos vividos en los últimos años. Sin embargo, nada garantiza que con este episodio se haya cerrado el ciclo de conflictos en la región.

Por Tino Brugos | Viento Sur

A lo largo de la segunda quincena de septiembre hemos asistido a lo que podría ser la última fase del conflicto de lo que se conoce con el nombre de Nagorno-Karabaj, un territorio de población abrumadoramente armenia, enclavado dentro de las fronteras internacionalmente reconocidas de la república de Azerbayán. Se trata de un enfrentamiento que tiene su origen hace justamente un siglo cuando, tras producirse la sovietización de Transcaucasia, la dirección comunista decidió que ese territorio, a pesar de su composición étnica y los deseos de su población, debía integrarse como territorio autónomo dentro de Azerbaiyán en lugar de incorporarlo a  la república de Armenia.

A finales de los años ochenta del pasado siglo, la población armenia de Karabaj se movilizó de forma incontestable para pedir su incorporación a Armenia. Del mismo modo, dichas movilizaciones fueron respondidas con manifestaciones masivas en las calles de Ereván, capital de Armenia, apoyando dicha petición. Esta oleada de movilizaciones permitió visibilizar un conflicto latente desde la institucionalización de la URSS en la década de los años veinte. Pasadas seis décadas, el malestar estalló y planteó un conflicto inédito hasta entonces en la URSS, en el que dos repúblicas constituyentes se enfrentaban por un mismo territorio. Lo que al comienzo constituyó una sorpresa pronto se convirtió en una oleada masiva de reivindicaciones de carácter nacionalista extendidas a otras zonas que contribuyeron, de forma decisiva, a acelerar la crisis del gobierno de M. Gorbachov y la posterior disolución de la Unión Soviética.

Desde entonces, el conflicto se ha desarrollado en varias fases que han venido determinadas por los enfrentamientos militares. Entre 1988-1994, se produjo la primera guerra entre Armenia y Azerbaiyán que se saldó con el triunfo armenio. Karabaj se proclamó república soberana que sólo tuvo el reconocimiento armenio y ocupó una serie de territorios circundantes para alcanzar una continuidad territorial con Armenia. Todo ello en medio de acontecimientos dramáticos, como las manifestaciones en Bakú, reprimidas con muertos, matanzas de población armenia en Sumgait, huida de población civil a sus repúblicas nacionales. En todo caso, la superioridad armenia se impuso sin demasiadas dificultades sobre el terreno.

Sin embargo, esta superioridad no afectó al reconocimiento internacional. La disolución de la URSS se hizo partiendo del criterio de respeto a las fronteras correspondientes a cada una de las repúblicas que formaban la Unión, de tal modo que Karabaj quedó en un limbo jurídico. No se sometía a la autoridad de Azerbaiyán pero, a la vez, la república no podía ejercer su soberanía sobre el territorio rebelde. La mediación de Rusia y de organizaciones supranacionales como la OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa) permitió congelar el conflicto durante años.

Pero después de treinta años, la correlación de fuerzas cambió. Azerbaiyán es en la actualidad un Estado consolidado, estable, que se beneficia de la exportación de gas y petróleo, con relaciones diplomáticas privilegiadas con Turquía e Israel. En ambos casos se trata de una relación interesada de cara a lograr armamento y asesoramiento de países especializados en la represión sin contemplaciones de sus propios movimientos internos (kurdo y palestino) que desafían su soberanía. Con estas condiciones, desde el año 2016 se asistió a un dramático cambio en la correlación de fuerzas, jalonado por ofensivas militares que lograron la retirada armenia (2016), la recuperación de algunos territorios –significativamente el corredor de Lachin que separa a Armenia de Karabaj (2020)– y la ofensiva final hasta la rendición en este 2023.

Tras la retirada de las fuerzas armenias en 2017, las posibilidades de supervivencia de Karabaj (República de Artsaj) eran escasas. En la última ofensiva su defensa estaba formada por un contingente aproximado de 2500 combatientes frente a los 60.000 movilizados por Azerbaiyán. Sin apoyo internacional, sin que las tropas rusas de interposición se mostraran activas para impedir los movimientos azeríes y tras un año de duro bloqueo que afectaba a alimentos básicos, medicinas o municiones, la ofensiva final azerbaiyana fue un paseo militar. Las defensas de Karabaj se desmoronaron tras sufrir ataques con drones y lanzacohetes proporcionados por Turquía. Murieron la mitad de sus efectivos de defensa y la única salida era la rendición.

Las condiciones impuestas por Azerbaiyán han sido draconianas: detención y entrega de dirigentes políticos de Karabaj, deposición de armas, disolución de milicias y entrega del armamento. Estas condiciones eran previas para autorizar la huida de la población civil hacia Armenia. Se calcula que en los primeros días de octubre, Karabaj ha quedado prácticamente vacío de población armenia, unos 150.000 habitantes, que suponía el 90% del total. Una auténtica limpieza étnica a la que la comunidad internacional apenas ha prestado atención al estar centrada en el conflicto de Ucrania.

Esto ha permitido a Ilham Aliev, presidente azerí, anunciar la disolución de todas las instituciones karabajíes a partir del 1 de enero de 2024  y la desaparición de cualquier rastro de autonomía. De este modo, se pone fin a un enclave de población armenia centenario y se avanza en el proceso de homogeneización étnica de un país multicultural donde las minorías étnicas siguen suponiendo un 20% de su población.

Anatolia oriental: zona de genocidio

Para la república turca, heredera del antiguo Imperio Otomano, el territorio más alejado de la zona mediterránea que se adentra hacia el interior es Anatolia oriental. Sin embargo, en términos geográficos se trata de la alta Mesopotamia, la zona montañosa en la que nacen los ríos Eufrates y Tigris que descienden hacia las llanuras de Siria e Irak. Esa zona, la meseta armenia, en la que han coincidido durante siglos diferentes pueblos (armenios, kurdos, asirios), vierte sus aguas también hacia el norte (mar Negro) y el Este (mar Caspio). En este último caso, es el río Araxes el que se abre camino hacia las tierras bajas de Azerbaiyán.  Su curso ha sido, a lo largo de la historia, el camino tradicional de acceso hacia Anatolia y el Mediterráneo de diferentes pueblos invasores procedentes de Asia central así como de las caravanas comerciales de la Ruta de la Seda. Curiosamente, el sentido inverso, será el que sigan las tropas turcas, semanas antes de acabar la I Guerra Mundial en su camino hacia Asia con el sueño panturanio (intento de unificar a los pueblos del mundo de la turcofonía), dando origen a diversos conflictos, entre otros el de Karabaj que se mantienen hasta nuestros días. Los geógrafos al referirse a este territorio, hablan de una unidad  natural que abarca unos 120.000 km cuadrados, que contiene en su interior tres grandes lagos, Van, Seván y Urmia (en Turquía, Armenia e Irán, respectivamente) con una diversidad de paisajes naturales que van desde las llanuras esteparias en las zonas bajas hasta elevaciones superiores a los 5000 m en el monte Ararat.

Esa zona ha sido un punto de contacto entre grandes Imperios durante la historia, y en la época contemporánea ha sido el lugar de confluencia entre el Imperio turco, el persa y el ruso. El enfrentamiento entre ellos en  la fase previa y durante la I Guerra Mundial está en la raíz de prácticas genocidas que han asolado al territorio en el último siglo.

El imperio zarista se instala en Transcaucasia en los primeros decenios del siglo XIX, siendo el más expansivo de los tres con su presión para avanzar  hacia las aguas cálidas mediterráneas. Esto va a coincidir con la llegada de los nacionalismos. Se trata de un producto europeo que rompe las comunidades étnicas tradicionales, de base religiosa, al lanzar ideas nacionalizadoras, de carácter secular, coincidiendo con la introducción de relaciones económicas capitalistas en medio de políticas represivas hacia las comunidades prenacionales. Primero surgirá la resistencia espontánea y luego la aparición de propuestas nacionalistas entre las comunidades georgiana, armenia y la musulmana azerí que, confrontadas entre ellas e instrumentalizadas por las potencias imperialistas, dará como resultado una serie de conflictos que se saldaron con prácticas genocidas que afectaron a diversos pueblos: armenios, asirios, griegos del Ponto, kurdos, entre otros. La idea de Estados nacionales, étnicamente homogéneos, producirá matanzas monstruosas. Es por ello que se puede hablar de zona de genocidio para explicar la importancia e intensidad de los conflictos regionales.

La I Guerra Mundial y sus consecuencias regionales

La aparición del nacionalismo armenio se produjo en el Imperio Otomano aunque la presencia de una fuerte comunidad en el Imperio zarista haría que muy pronto su presencia fuera notable también tras la frontera rusa. Como si fuera un espejo, la amenaza de un posible Estado armenio despertó el nacionalismo kurdo. Las sociedades tradicionales de ambas comunidades tenían una base religiosa. Al ser  musulmanes, los kurdos se sintieron vinculados al Imperio Otomano frente a la percepción de un apoyo de la Rusia ortodoxa al nacionalismo armenio de raíz cultural cristiana. Sin embargo, las relaciones de los grupos tribales kurdos con los gobernantes otomanos estaban marcadas en esa época por su resistencia al proceso de centralización  y reformas (Tanzimat) impulsado por los gobernantes turcos. A finales de siglo, los gobernantes otomanos instrumentalizaron a los nobles kurdos, canalizando sus temores en contra de los armenios y causando matanzas masivas en 1894-95.

Al mismo tiempo, tanto en Turquía como en Rusia aparecieron propuestas  de carácter panislamista y panturanio. Estas ideas llegaron al imperio Otomano y, tras la revolución de los Jóvenes Turcos de 1909, se convirtieron en el eje ideológico del gobierno del Comité de Unidad y Progreso (CUP) que, con las propuestas panturquistas, intentará movilizar a las poblaciones musulmanas del Imperio Ruso. Todas las contradicciones estallaron con la I Guerra Mundial. El Imperio Otomano, dudando de la fidelidad de la población armenia ante el avance ruso, optó por pasar a aplicar su propia solución final al problema: el genocidio, que se camufló tras el pretexto de una deportación masiva para alejar a la población armenia del frente de guerra. Se calcula que hubo más de un millón de muertos y decenas de miles de personas desplazadas que se refugiaron en territorio ruso.

El frente de guerra se estabilizó en  la zona del Cáucaso tras la derrota turca y avance ruso hasta Erzurum, manteniéndose estabilizado hasta que el estallido de la revolución en Rusia reanimó la actividad militar. Las promesas de los bolcheviques de proceder a un reparto de tierras sirvieron para fomentar las deserciones masivas en el ejército ruso que, tras la paz de Best-Litovsk, se retiró del territorio ocupado. Turquía recuperó las provincias de Kars y Ardahán que había cedido en la anterior guerra de 1878. Esta zona se había repoblado con población armenia refugiada y, tras la retirada rusa, las unidades militares armenias se enfrentaron solas al ejército turco.

A lo largo de 1918, Enver Pachá dirigió la ofensiva turca. Su objetivo era bajar por la cuenca del río Araxes hasta Bakú y entrar en contacto con las  poblaciones musulmanas de Rusia y Asia central. En plena convulsión revolucionaria, Transcaucasia proclamó su independencia, pero el nuevo Estado federado duró muy poco tiempo. Los turcos agudizaron las contradicciones entre sus componentes mayoritarios –georgianos, armenios y azeríes–, de tal modo que cada uno de ellos proclamó, a su vez, su propia independencia, iniciándose un enfrentamiento entre ellos por delimitar los límites fronterizos en función de la composición étnica de cada distrito.

El obstáculo principal para los planes turcos era la nueva república Armenia, en torno a la provincia de Ereván. Su plan consistía en atacar a Armenia en forma de tenaza por dos frentes. En la parte occidental, limítrofe con Georgia, los armenios retrocedieron en Kars, pero tras una resistencia desesperada, lograron vencer y parar el avance turco en Sardarabad. El otro frente se situaba hacia el sur, juto al Araxes, rechazando a los armenios hacia las montañas, quedando así abierto el camino hacia el mar Caspio. En éste teatro de operaciones, Enver logró avanzar venciendo la resistencia armenia con apoyo de la población musulmana. Cuando faltaban solo dos meses para el final del conflicto, sus tropas alcanzaron Bakú, pero fueron rechazadas por una alianza entre los soviets bolcheviques y nacionalistas armenios. En su camino, dejó sin tomar posiciones como las montañas de Karabaj, tradicional feudo de población armenia, al tiempo que irregulares nacionalistas armenios dirigidos por el general Andranik tomaron las montañas del Zangezur llegando hasta el río Araxes, todo ello en medio de matanzas y políticas de limpieza étnica practicadas por todas las partes enfrentadas.

Al proclamarse el armisticio en noviembre de 1918, tropas británicas llegaron a Bakú para combatir al movimiento revolucionario soviético. El ejército turco organizó su retirada siendo sustituido por los ingleses que procedieron de manera arbitraria en función de las realidades locales que encontraron en cada zona. De este modo, se originaron los diferentes enclaves y fronteras objeto de litigios que, poco después, heredó la Unión Soviética tras la sovietización de las nuevas repúblicas caucásicas. Los armenios de las montañas de Karabaj formaron una Asamblea Nacional que solicitó de manera insistente unirse a la república armenia, pero no existía continuidad territorial ya que entre ambas partes se encontraba el corredor de Lachin poblado por musulmanes (mayoritariamente kurdos sunitas, sin vinculación con los azeríes chiitas). La franja de las montañas de Zangezur quedó en manos armenias, hasta el Araxes, separando a su vez al enclave de Najichevan, de población azerí, donde los turcos impulsaron la proclamación de una república propia.

Tanto las negociaciones de paz con Turquía, que dieron como resultado los Tratados de Sèvres y Lausana, como el Acuerdo de Moscú entre la nueva Turquía de Mustafá Kemal y la URSS, tras la retirada británica, tuvieron que abordar esta compleja situación. La relación de fuerzas, las realidades locales y las aspiraciones  imperialistas fueron los elementos en los que se basó la toma de decisiones. Así, los intereses de Inglaterra eran confusos al principio. Más allá de su voluntad de acabar con la naciente experiencia revolucionaria soviética, había dudas sobre si mantener la integridad territorial de Rusia o reconocer las nuevas realidades políticas surgidas tras el hundimiento del zarismo. También existían otros aspectos: su aspiración a controlar el petróleo de Bakú en una época en la que todavía no estaban en explotación los yacimientos del golfo Pérsico, la idea siempre presente de proteger el camino hacia la India, amenazado ahora por la revolución soviética y la necesidad de congraciarse con sectores moderados de la población local azeri. Por su parte, la URSS tenía que escoger entre el respeto a las aspiraciones nacionales y la autodeterminación que ofrecía como bandera y su deseo de buscar vías de entendimiento con las poblaciones musulmanas entre las que pretendía exportar la revolución hacia Oriente.

Sea como fuere, Armenia se convirtió en un problema delicado. Expulsados de Anatolia, una parte importante de su población se había atrincherado en torno al núcleo alrededor de Ereván, donde se encuentran lugares sagrados de la historia armenia como Etmiatzin, el Vaticano de la Iglesia armenia. Aunque no había logrado hacerse con el control de todo el territorio al que originalmente aspiraba, su permanencia en Zangezur, llegando hasta el río Araxes, haciendo frontera con Irán, se convertía en un obstáculo para la aspiración turca de llegar hasta el mar Caspio. Por otro lado, la permanencia del enclave de Karabaj planteaba un grave problema, ya que su integración en Armenia obligaría a modificaciones territoriales y dificultaría las relaciones con la mayoría azeri musulmana. Las montañas de Karabaj eran esenciales como pastos estacionales para la ganadería de las llanuras. En cuanto a Najichevan, los turcos se emplearon a fondo para garantizar su supervivencia como enclave republicano perteneciente a Azerbaiyán, aunque no tuviera conexión territorial. Para garantizar esa pervivencia, Armenia tuvo que ceder una franja de su territorio para que, aunque aislado de Azerbaiyán, mantuviera una conexión con el mundo exterior a través de Turquía. Esta concesión es la que explica que el monte Ararat, símbolo del pueblo armenio, pasara a estar en territorio turco pese a que desde Ereván se encuentra al alcance de la mano.

El legado del estalinismo

Al iniciarse la revolución rusa de 1917, las ideas socialistas estaban bien presentes y extendidas por Transcaucasia. Los bolcheviques tenían implantación entre la población de las tres comunidades mayoritarias que, al final, acabarían convirtiéndose en Repúblicas Soviéticas titulares para cada nacionalidad. En el núcleo industrial de Bakú llegaron a organizar su propia Comuna revolucionaria que sólo pudo ser abatida con la intervención imperialista británica. La implantación bolchevique alcanzaba a la clase obrera de origen ruso y llegaba a otros grupos nacionales como los armenios y también al sector musulmán a través del Hummet, partido socialdemócrata federado. En Georgia, los mencheviques se convirtieron en mayoritarios y su incorporación a la URSS solo fue posible tras una turbia maniobra que facilitó una invasión a partir de la cual se produjo su incorporación forzada a la URSS. En cuanto a Armenia, además de la presencia de bolcheviques y mencheviques existían grupos socialistas soberanistas (especifistas, en el lenguaje de la época) y el socialismo populista impulsado por los nacionalistas del partido Dashnak.

Tras una primera fase federal, la organización soviética procedió a la creación de Repúblicas Soviéticas titulares, surgiendo de este modo las actuales Georgia, Armenia y Azerbaiyán. Contrariamente a lo previsto, las diferencias nacionales no se disolvieron con la experiencia soviética y la URSS resultó ser una fábrica de naciones.  La república de Georgia agrupaba a la inmensa mayoría de la población georgiana, pero, al mismo tiempo, contenía otras realidades nacionales como abjasios, osetios o adjarios que han generado problemas, especialmente en las primeras, que llegan hasta hoy. Armenia aparecía como la comunidad más homogénea, pero quedaban importantes bolsas de población armenia en Georgia y Azerbaiyán. Por su parte, ésta última nacía como una entidad plural en su composición étnica con numerosas minorías en su interior, entre otras la armenia, sobre las que se aplicaron medidas de asimilación cultural que llegan también hasta nuestros días.

Las soluciones adoptadas por el Comisariado para las Nacionalidades no sirvieron para resolver los problemas planteados. Con el tiempo, las políticas aplicadas por los gobiernos de las naciones titulares de los Estados reforzaron el predominio nacional a costa de sus propias minorías, originando agravios y rencores que estallaron en  la época de la perestroika de Gorbachov. En primer lugar, desde el centro se impuso la firma del Tratado de Kars entre las tres repúblicas caucasianas y Turquía para consolidar las buenas relaciones con los nacionalistas kemalistas de Turquía y dar por cerrada la época de las reivindicaciones sobre territorios cedidos a la República Turca que pronto sucedería al moribundo Imperio Otomano. En cuanto a la organización interior, se delimitaron definitivamente las fronteras internas. Armenia salió perjudicada al no obtener ninguna satisfacción a sus aspiraciones. Djavajetia siguió formando parte de Georgia pese a tener un 70% de población de origen étnico armenio. Lo mismo ocurrió con Karabaj, que fue incorporado a Azerbaiyán como unidad autónoma con más de un 90% de armenios. Mantuvo el territorio de Zangezur pero tuvo que renunciar a Najichevan, convertido en territorio incorporado a Azerbaiyán. La rigurosa organización jerárquica soviética obligó a elevar el status de Najichevan a República al tener frontera exterior con Turquía ya que. según esa jerarquía, ninguna unidad administrativa con nivel inferior a república podía tener una frontera exterior a la Unión Soviética.

La evolución de los territorios enclavados fue diferente según el origen étnico de su población. En Najicheván, la población armenia declinó pasando del 40% a poco más del 1% en vísperas de la perestroika. La nación titular utilizó en su propio beneficio los recursos políticos y administrativos. Así, en un primer reparto de tierras, en 1922, solo pudieron beneficiarse del mismo quienes estuvieran presentes sobre el terreno, lo que excluyó a miles de armenios desplazados. En cambio, Karabaj mantuvo el predominio armenio, pero no pudo beneficiarse del mismo grado de desarrollo de otras partes de Azerbaiyán. Su postración determinó que un importante número de habitantes emigraron de forma continua a otras partes de la URSS. La justificación oficial de una separación temporal de Armenia para favorecer el impulso revolucionario en Oriente se convirtió en un hecho irreversible con el tiempo. En el corredor de Lachin, la franja que separa a Armenia de Karabaj, se implantó la experiencia del Kurdistán rojo, un distrito autónomo que existió entre 1923-1929, disuelto definitivamente en 1930. El impulso a la producción cultural kurda no se concretó hasta después de la desaparición del distrito administrativo. Durante su existencia no se publicaron libros,  ni existió ninguna escuela kurda. En realidad, la política de alfabetización se hizo utilizando la lengua azerí para reforzar el proceso de sedentarización de una población todavía seminómada y de asimilación cultural a la nación titular de la República. En realidad, ese distrito kurdo solamente sirvió para exportar hacia los países vecinos con población kurda el resultado de la política socialista para las nacionalidades. En cualquier caso, cuando a mitad de los años treinta se manifestaron discrepancias con respecto a la colectivización, se iniciaron las deportaciones de población kurda hacia Asia central, al igual que ocurrió en otras zonas y con otros pueblos de la URSS.

En las décadas posteriores a la muerte de Stalin, la rivalidad entre las direcciones comunistas de Azerbaiyán y Armenia se mantuvo y quedó reflejada en algunos aspectos que resultaban inéditos en otras repúblicas soviéticas. Así, por ejemplo, las polémicas historiográficas o arqueológicas que intentaban demostrar la existencia de poblaciones nacionales en los territorios de la república vecina, o poner de relieve su  antigüedad con respecto a  la nacionalidad rival, para reforzar sus aspiraciones para alcanzar la titularidad en los territorios en disputa. La depuración de algunos dirigentes armenios poco después de las manifestaciones de los años sesenta que conmemoraban el aniversario del genocidio de 1915, los discursos oficiales de la dirección armenia dirigidos a la diáspora con llamadas a salvar la patria o los contenidos diferentes de las Enciclopedias soviéticas nacionales de Armenia y Azerbaiyán eran datos que escapaban a muchos observadores externos, pero que no pasaban desapercibidos para algunos académicos especializados o miembros de la oposición residente fuera de las fronteras soviéticas. De este modo, se puede presentar la explosión de Karabaj en 1988 como el estallido de los rencores acumulados durante las décadas previas.

¿Fin del conflicto?

Todo hace pensar que el Karabaj armenio ha desaparecido para siempre tras la huida de una población aterrorizada tras los acontecimientos vividos en los últimos años. Sin embargo, nada garantiza que con este episodio se haya cerrado el ciclo de conflictos en la región. El discurso panturanio de Ilham Aliev permite intuir que los problemas van a continuar. El anuncio de la creación del corredor de Zangezur para comunicar Azerbayán con Najicheván y, por lo tanto con Turquía, que facilitará la exportación de hidrocarburos, puede abrir una nueva fuente de conflictos ya que, inevitablemente, su construcción tendría que pasar por territorio armenio.

Por otro lado, la recuperación de una retórica turquista dirigida a  la población azerí que vive dentro de las fronteras de Irán (unos quince millones de habitantes que suponen en torno al 20% del total de la población iraní) está sirviendo para enrarecer las relaciones entre ambos países. Si a esto añadimos la presencia de asesores militares israelíes en Azerbaiyán, el resultado es la creciente preocupación de Irán. Los datos geopolíticos regionales pueden cambiar de forma sustancial y acercarnos a nuevos escenarios de conflicto. La renuncia de Turquía y Azerbaiyán a participar en la Cumbre europea de Granada de esta semana, donde se habían comprometido a asistir y abrir un marco de negociaciones, ofrece indicios pesimistas acerca de las intenciones del eje turcófono. La pasividad e indiferencia de la Unión Europea, ofuscada en el conflicto de Ucrania y en evitar la aparición de grietas en su apoyo a Zelenski, abre margen de maniobra para una posible escalada con enfrentamiento directo entre Armenia y Azerbaiyán por el control del Zangezur. La posición de Rusia, debilitada por un conflicto sin aparente final en Ucrania y acosada por las sanciones internacionales en su contra, dificulta que pueda jugar el papel de mediador histórico que hasta ahora ha venido desempeñando en la zona. Esa debilidad rusa ¿podrá afectar a la estabilidad e integridad del Estado armenio? Tradicionalmente, Rusia ha sido siempre el garante del Estado armenio. Estos interrogantes abren una nueva fase en la evolución del conflicto. Habrá que esperar un tiempo para ver cómo se van despejando las incógnitas.

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