La distopía que se avecina no se generó sola; se debe a la mano del hombre y a un consumismo exacerbado que necesitaría el equivalente a 1,7 planetas para mantenerse.
Por Remedios Copa
Una lluvia intensa golpea los cristales con tal fuerza que el sonido en los cristales hace la función de un diligente despertador avisando de que es hora de ponerse a la tarea. Dormirse en la placidez de las sábanas, cuando una tarea urgente te espera, traerá consecuencias que no siempre serán deseables.
A veces, cerrar los ojos y dejarse llevar por ensoñaciones, puede conducirnos a situaciones que ya no tengan vuelta atrás. No negaré que, cuando al despertar se hace presente la realidad, la tentación de sumergirse en cualquier ensoñación liberadora es atractiva.
Hay momentos en que los indicios distópicos que nos rodean son justamente lo contrario a la utopía de mantener un mundo de estabilidad, seguridad, comodidades, y bienestar perpetuo. Y no es porque, si nos lo proponemos, no podamos tener un bienestar incluso más satisfactorio que la forma de vida actual, pero eso sí, requiere cambios de mentalidad y de filosofía de vida. Y requiere actuar a tiempo. Quedarse entre las sábanas en la ensoñación y la comodidad y no tomar a tiempo las medidas pertinentes tiene un precio.
Si la distopía alude a un mundo imaginario que no se considera ideal, sino más bien indeseable, la utopía representa el proyecto de sociedad ideal que nos colmará de felicidad plena. La distopía representa la posibilidad de una realidad en la que esa sociedad supuestamente perfecta se transforme en un auténtico infierno, dónde las contradicciones ideológicas llevadas a sus consecuencias más extremas podrían derivar en sistemas injustos y crueles.
Los indicios de esa distopía futura hacia la que caminamos, y que puede suponer incluso el fin de la vida en el planeta, ya los estamos viendo materializados en los fenómenos provocados por la crisis climática: sequías, desertización, incendios incontrolables, inundaciones repentinas, y una paulatina desaparición de los rasgos climáticos que caracterizaban las estaciones y permitían las diferentes variedades de cultivos, cuyas consecuencias nefastas ya se están produciendo en la agricultura y demuestran el peligro de hambrunas y la imposibilidad de ciertos cultivos de temporada.
Otros indicios de la distopía que nos puede apartar del dulce sueño de Morfeo, tantas veces anunciados por los expertos y científicos e incluso por instituciones capitalistas, son la crisis energética y la escasez de recursos en el planeta, porque la actividad extractivista y especulativa del capitalismo salvaje ya agotó la mayor parte de los recursos limitados del planeta.
La distopía que se avecina no se generó sola; se debe a la mano del hombre y a un consumismo exacerbado que necesitaría el equivalente a 1,7 planetas para mantenerse. Esta situación nos conducirá a una situación infernal en la que, si no hacemos cambios profundos en la sociedad, viviremos situaciones de crueldad extrema dónde unos pocos se lo quedarán todo y otros muchos vivirán violentas situaciones de miseria y represión.
Al calor de esa taza de café que a día de hoy aún tenemos el placer de disfrutar, un placer como tantos otros condicionado por las amenazas expuestas, pensaba en la cantidad de advertencias que durante tantos años no se han querido escuchar. En esa reflexión, como tantas otras cuando de filosofía y la disciplina económica se trata, no podía faltar Karl Polanyi.
Aunque muy pocas Facultades de Economía incluyen en su programa a Polanyi, si lo hacen aquellos que se preocupan en formar a los futuros economistas en las distintas teorías económicas y en un análisis retrospectivo de los resultados. También es materia de culto cuando se analiza la necesidad de una sociedad y un paradigma económico diferente al que nos está conduciendo al desastre. Otros foros en los que se menciona a Karl Polanyi son los decrecentistas.
Si el Decrecimiento habla de los riesgos del eco-fascismo que podrían derivar en sistemas injustos y crueles, Polanyi dice que es una fantasía peligrosa la visión neoliberal del ajuste automático del mercado a nivel global.
La lección de Polanyi es que el liberalismo de mercado impone exigencias a las personas comunes que son “simplemente insoportables”. Argumenta como los trabajadores, agricultores y pequeños comerciantes no podrán tolerar durante mucho tiempo un modelo de organización económica que los someta a dramáticas fluctuaciones periódicas de sus condiciones económicas cotidianas. La utopía liberal de un mundo pacífico y sin fronteras requiere que millones de personas comunes en todo el mundo tengan que tolerar, cada cinco o diez años, un período prolongado en el que deban sobrevivir con la mitad o menos de lo que ganaban anteriormente y considera que “esperar ese tipo de flexibilidad es tan moralmente injusto como profundamente irreal”. Para Polanyi, es inevitable que la gente se movilice para protegerse de esas crisis económicas.
Autores como Michel Cossudovsky constatan numerosos ejemplos de perturbaciones globales atribuibles al régimen económico internacional. A medida que las perturbaciones económicas de la globalización intensifican la insatisfacción el orden social se vuelve más problemático y crece el peligro de que los dirigentes políticos procuren desviar el descontento sobre chivos expiatorios internos o enemigos externos.
Así es como la visión utópica del neoliberalismo conduce, no a la paz, si no a más intensificación de los conflictos. Y si Polanyi tiene razón, lo mismo que quienes advierten del colapso y el eco-fascismo, estas señales de desorden son el presagio de situaciones aún más peligrosas en el futuro.
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