Vencer a un muerto viviente debería ser sencillo, basta con pasar por encima y mirar al horizonte de la mano de la gran mayoría social que es la que está sufriendo las mismas condiciones socioeconómicas que tú.
José Antonio Martín Acosta
¿Qué hacer con este vacío que nos ha sido impuesto? ¿Cómo llenar la inmaterialidad de la nada? Y lo que es más importante, ¿De qué manera salimos de la condición posmoderna?
Para un posmo (vamos a llamarlos así por pura convención), la realidad es natural, objetiva e independiente del ser humano. Nos considera, por lo tanto, sujetos pasivos que ya no construyen la historia sino que se dejan, en el mejor de los casos, arrastrar por ella. Esta impotencia estructural no hace más que incidir en el vacío provocado por la relatividad de toda apreciación y construye la teoría desde la debilidad del que lo ve todo sin vida. Todos los puntos de vista se transforman así en válidos, en potencialmente armados con el argumento del punto de vista individual. El individuo, y no el grupo, se hace imprescindible, no es el ser humano el que realiza la labor histórica sino el individuo o, sin más, millones de individuos uno por uno contados. Esto nos impide pasar la página de la historia en la que estamos viviendo y el horizonte se nubla para dar paso a los movimientos totalitarios que esta teoría marchita pretendía evitar dado que fue precisamente el miedo a los grandes relatos, a las grandes contestaciones de la colectividad, el miedo a enfrentarse a cuestiones absolutas lo que nos llevó a la posmodernidad.
El relativismo moral que impregna a los periodistas y a los usuarios de nuestras redes sociales, sostiene que no hay bien o mal absolutos, sino dependientes de las circunstancias concretas. Esta concepción del mundo eleva a la pasividad del individuo a una auténtica categoría, le impide tomar decisiones, tomar partido y actuar en consecuencia. Esta, y no otra, es una de las causas de la ineptitud de nuestra izquierda que se mantiene atrapada dentro de la aceptación de lo injusto, dentro de una tolerancia mal entendida que no es más que buenismo y que considera, por ejemplo, al burka, el niqap, el chador o el hijab como prendas relativas a una cultura determinada y no como símbolo de opresión contra la mujer.
Pero vamos a intentar contestarnos a la gran pregunta de nuestro tiempo, ¿Cómo salimos de esta? Hemos observado cómo la condición posmoderna eleva al individuo y a sus luchas individuales a categoría. De esta manera tan sólo queda el conflicto. Entramos en el laberinto del odio, cosa que podemos comprobar en las redes sociales a diario. Si no piensas exactamente igual que yo te insulto, te denigro y te elimino, metafóricamente, bloqueándote. Es decir, que la respuesta emocional de la que disponemos es la guerra. ¿Y qué pasaría si sustituimos el conflicto por la interrelación, por el encuentro entre contrarios, y perdemos el punto de vista del yo, escaso y fuero de mal interpretaciones, para elaborar un nosotros? No estoy hablando de respetar todas las posturas sino de salir de nuestro yo destructor y viajar hacia el nosotros que construye para interpretar la realidad desde el punto de vista de la masa. Me vienen a la mente interpretaciones diferentes de la realidad social que vivimos porque si los movimientos sociales tienen ahora la poca fuerza que tienen es, precisamente, por esa disparidad de posturas y de objetivos. Salir de la posmodernidad significa crear una altermodernidad mirando a los sujetos que nos rodean como seres que sufren las mismas cuestiones que nosotros. Obviemos las diferentes causas y sumémonos a la gran causa común, que es la causa obrera y la lucha de las mujeres que, por sí solas, son la mayoría de la población.
El posmodernismo, débil teóricamente, se circunscribe a lo personal, a la atomización de factores, a la balcanización de luchas subjetivas, a la alteridad de pensamientos, que uno por uno se vuelven inútiles y por eso provocan angustia existencial, dolor y resignación individual y lleva directamente a la enfermedad mental que es uno de los males de nuestra sociedad. Para un posmo todo está hecho, el arte está muerto, todas las historias están contadas, las luchas políticas ya se hicieron, las revoluciones son imposibles, nada se puede conocer objetivamente, es decir, el posmo es un zombi. Y vencer a un muerto viviente debería ser sencillo, basta con pasar por encima y mirar al horizonte de la mano de la gran mayoría social que es la que está sufriendo las mismas condiciones socioeconómicas que tú. Si somos capaces de superar esto nos espera un porvenir maravilloso como sociedad y como especie, si seguimos en esta marea individualista que mira al fondo del océano en lugar de descubrir todas las islas del mundo, entonces, se habrá acabado la historia y los fascismos, que son muchos, habrán ganado.
Se el primero en comentar