Por María Torres
Alonso Ríos ha sido tan silenciado como la I República Galega. Para los que se pregunten quien era el presidente de la desconocida Junta Revolucionaria decirles que Antonio (Antón) Hipólito Alonso Ríos nació en 1887 en Silleda, Pontevedra. Maestro, escritor, político, galleguista, y primer diputado y activista agrario de Galicia en 1936. Fundador de la Federación Gallega de Sociedades Agrícolas y Cultural fue enviado a España junto con Ramón Suárez Picallo para representar a los inmigrantes poco antes de la proclamación de la II República Española. Llegó desde Argentina, país al que había emigrado. En Buenos Aires fue director secretario de la Sociedad Científica Argentina, una de las instituciones culturales con más tradición en la ciudad de la Plata. También había dirigido la Organización Republicana Gallega Autónoma (ORGA) de Casares Quiroga. Esta entidad gallega, autonomista, republicana y de izquierdas, impulsó la creación de la Federación Republicana Gallega que fue fuerza hegemónica en Galicia con quince diputados en las elecciones constituyentes de 1931. En 1933 su denominación cambió a “Partido Republicano Gallego”.
En junio de 1931 Alonso Ríos fue elegido presidente de la Asamblea Republicana de La Coruña, convocada por la Federación Republicana Gallega, para el estudio del anteproyecto del Estatuto de autonomía de Galicia.
Alonso Ríos era un hombre sin dobleces, tan fiel a sus ideales que un enfrentamiento con Casares Quiroga por asuntos relacionados con la inmigración le apartaron de ser diputado, siendo excluido de las listas electorales, así que se dedicó a dirigir Aurora del Porvenir, una escuela fundada por inmigrantes en Tomiño, y a organizar el movimiento agrario en la provincia tras su nombramiento como presidente de la Federación Agraria de Pontevedra. Desarrolló una labor intensa en favor de la aprobación Estatuto de autonomía Galicia.
En Tomiño se encontraba Alonso Ríos cuando se produjo la sublevación fascista el 18 de julio de 1936. No dudó en participar en la formación de un comité de defensa de la República en esa localidad y en la organización de la resistencia en Tui, última ciudad de Galicia que en caer en manos de los rebeldes el 25 de julio de 1936.
A partir de ese día su vida se convierte en un apasionante periplo de supervivencia. Una huída de tres años por las provincias de Pontevedra y Orense, desde Tui hasta la Sierra de la Peneda. Después llegaría a Portugal, a Marruecos, y a su definitivo exilio en Buenos Aires, ciudad que alcanzó en junio de 1939 a bordo del Lipari. Durante todo ese tiempo cambió su autentica identidad por la de Afranio de Amaral, tomando prestado el nombre de un naturalista brasileño, y se hizo pasar por un mendigo portugués. A pesar de ser perseguido y de haber puesto precio a su cabeza en repetidas ocasiones, logró eludir una muerte segura, por parte de la que sin duda fue una de las dictaduras más sangrientas.
En Argentina, donde fue recibido como un símbolo del triunfo de la resistencia, fue secretario general del Concello de Galicia, el gobierno gallego en el exilio, fundado en Montevideo en 1944 por Castelao, Elpidio Villaverde, Ramón Suárez Picallo y él mismo. Tras la muerte de Daniel Castelao en 1950 ostentó el cargo de presidente hasta 1980, año en el que falleció.
Pero volvamos a la primera República gallega…
«Al terminar el mitin se formó una manifestación imponente, que se dirigió al Ayuntamiento, izándose la bandera blanca y azul en el edificio y proclamándose el estado gallego. Dimitieron inmediatamente todas las autoridades» (El Pueblo Gallego, 27 de Junio de 1931)
El 23 de junio de 1931 el Gobierno de la recién estrenada II República Española suspende las obras del ferrocarril entre Zamora y Coruña, al no considerarlas rentables. La dificultosa línea férrea había comenzado su construcción en 1927 promovida por Miguel Primo de Rivera y se prolongó hasta 1956. Era cierto que de todas las líneas en construcción la gallega era la más costosa y para el entonces ministro de Hacienda, Indalecio Prieto, se trataba de un despilfarro. No tuvo en cuenta que la ferrovía, una vez terminada, podría rescatar a Galicia de su incomunicación. Tampoco cayó en el pequeño detalle de que en la misma trabajaban cerca de doce mil obreros. Casi cinco mil en el tramo entre Sanabria y Orense.
La desafortunada decisión gubernamental dio lugar a un levantamiento popular contra el gobierno, declarándose una huelga por parte de los trabajadores que fue apoyada por comerciantes, pequeña burguesía y toda la prensa gallega. Los primeros conflictos se produjeron en Orense donde tuvo lugar una multitudinaria manifestación. La ciudad quedó paralizada. Al anochecer fue ocupado el salón de plenos del Ayuntamiento por parte de los huelguistas que procedieron a izar la bandera gallega y a proclamar la República. Así mismo, en asamblea redactaron una serie de puntos entre los que se exigían la dimisión de todos los cargos de Ayuntamientos y Diputaciones, que todos los gallegos que ostentaran cargos en el Gobierno central renunciaran a ellos y una declaración de baja en todas las tributaciones al Estado.
El 27 de junio, víspera de las elecciones constituyentes, en la ciudad de Santiago de Compostela se decreta también la huelga general revolucionaria. A las siete de la tarde tiene lugar un mitin en la Alameda con la participación de Carnero Valenzuela, Eduardo Puente “El Nécoras”, Pedro Campos Couceiro y Alonso Ríos. Cuando llega el turno de éste último proclama:
«Hacemos nuestra revolución por encima de todos los poderes y centrales incurridos por tener, proclamando la independencia. En los gobiernos civiles se cobija el más denigrante caciquismo. Las candidaturas formadas hasta ahora están plagadas de caciques. La verdadera voluntad gallega, democráticamente revolucionaria, aún no dejó oír su voz, y yo os conjuro, ciudadanos, a que de una vez hagamos nuestra revolución por encima de todos los poderes centrales habidos y por haber, proclamando nuestra independencia y abrazándose, si hace falta, cariñosamente a Portugal, nuestra hermana. (…) Yo os juro solemnemente que si llego al Parlamento pediré con todas mis fuerzas la confección de una constitución deseable, la consolidación de una República unitaria (…) Ciudadanos, vamos a hacer la revolución, si es preciso con las armas en la mano (…)»
Al finalizar el mitin una gran multitud se dirigió hacia el Ayuntamiento y tomó las dependencias municipales proclamando el Estado Gallego. Simultáneamente en el Ayuntamiento de Puebla de Sanabria se izó la bandera gallega, y una pancarta mostraba el sentir general de los cientos de manifestantes que allí se congregaban: “Queremos anexarnos a Galicia.”
En Santiago el pueblo pidió que Alonso Ríos ocupase la presidencia de la República, pero Alonso Ríos pidió un tiempo de espera para conocer el latido del resto de Galicia. Finalmente ninguna otra ciudad se sumó a la recién nacida República. Antes de que éste se produjera, concretamente al día siguiente, 28 de junio, el Gobierno decretó la reanudación de las obras del ferrocarril y los representantes de los trabajadores optaron por suspender las movilizaciones. La insurrección no se expandió y el sueño de la República Galega llegó a su fin en apenas unas horas.
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