El régimen franquista no los eligió al azar, simplemente por infundir el terror, no mató a cientos de miles de españoles por su bondad, los mató porque eran antifascistas
Por Angelo Nero
“La memoria histórica es un tema pendiente en la sociedad española, que tiene una deuda moral enorme con las familias de los desaparecidos”, declaró Pedro Almodóvar en la inauguración del Festival de Cine de Venecia, donde presentó su última película “Madres Paralelas”. Estas declaraciones del director manchego me han hecho reflexionar sobre un debate abierto, aunque creo que todavía sin la suficiente profundidad –hay que seguir cavando con la cuchara, como decía mi querido Chato Galante- en el movimiento memorialista, sobre alguno de los pilares fundamentales sobre los que se ha levantado: la reclamación de esa deuda, y la memoria de las familias.
Respecto a lo primero señalaré que, en mi humilde opinión, la deuda no la tiene la sociedad española, que bastante endeudada está con el rescate de los bancos y el espolio de las eléctricas, si no el estado español, como continuador –no olvidemos que aquí no hubo ruptura, si no transición- del régimen franquista. Y para muestra solo hay que echar cuentas de cuantos jueces franquistas fueron apartados de los tribunales, cuantos funcionarios franquistas fueron depurados, y cuantos militares y policías franquistas fueron juzgados por sus crímenes durante la dictadura, por no hablar de la continuidad en la jefatura del estado, ocupada por el sucesor designado por el mismísimo Franco.
Al estado, y no a la sociedad que sufre continuamente recortes también en derechos y libertades, es a quien hay que reclamarle esta deuda, que no debe ser solo moral, si no también económica, para resarcir a los que, en nombre de ese estado, fueron objeto de espolio, y judicial, comenzando por anular todos los juicios políticos de la dictadura, por los que muchos españoles sufrieron años de prisión, con torturas y vejaciones inimaginables, y por los que muchos también fueron ejecutados.
En cuanto a la segunda cuestión, y desde mi mayor respeto a las familias de los que sufrieron la cárcel, las torturas o la muerte a manos de los esbirros de la dictadura, quiero decir que, como no podría ser de otro modo, reconozco el derecho de cada familia a llorar a sus muertos, y a invocar sus bondades y la injusticia de la que fueron objeto, pero creo que debemos de romper con ese discurso del buenísmo: ellos eran inocentes, no habían hecho nada…
El régimen franquista no los eligió al azar, simplemente por infundir el terror, no mató a cientos de miles de españoles por su bondad, los mató porque eran antifascistas, por que aquellos hombres y mujeres (ellas, que siguen siendo, en muchos casos, víctimas invisibles) eran los que podían dar la batalla al fascismo. Del mismo modo, señalar que la Memoria Antifascista no les pertenece a las familias, si no a toda esa sociedad española que invoca Almodóvar.
“La ley de Zapatero fue muy incompleta, sin dotación económica. Creo que España, después de 85 años, necesita cerrar esa deuda”, declaró el director manchego en Venecia, quizás con la esperanza de que la nueva Ley de Memoria Democrática venga a cerrar esas heridas abiertas, pero ni tan siquiera los sectores más tibios del movimiento memorialista se lo creen. Sin la derogación de la Ley de Amnistía, que es en realidad una Ley de Punto Final, creada para cerrarle las puertas a cualquier responsabilidad penal sobre los crímenes de la dictadura, no es posible que hablemos en serio de cerrar ninguna herida.
Ni tan siquiera en la apertura de las fosas y en la recuperación de los restos de las víctimas se está actuando, a mi entender, de forma correcta, y aunque exista una implicación económica de las administraciones, estas seguirán siendo un acto –importante y necesario- privado, circunscrito a las familias y a los colectivos que promueven las excavaciones, cuando lo que deberían es realizarse bajo la supervisión de un juez, en representación del estado, para que abriera una investigación sobre los crímenes cometidos.
Otro de los temas que me viene preocupando al respecto de la Memoria, que hemos de llamar siempre Antifascista, porque si no estamos hablando de otra cosa, es la campaña orquestada contra los lugares donde honramos a nuestros mártires, a los lugares donde fueron encarcelados, donde cayeron en combate, o fueron asesinados por el fascismo.
Calificados por la prensa canalla, en el mejor de los casos, como “vandalismo”, solo en Galicia se han registrado, en los últimos años, graves ataques contra los lugares de la Memoria, como el reciente robo de la placa dedicada a Manuel Otero, combatiente republicano muerto en el desembarco de Normandia, en O Freixo; el ataque al monumento en a Volta da Moura, dedicado a los últimos defensores de la República, en Tui; al de los Mártires do Anguieiro, en Cangas do Morrazo…
En Vigo, en la ciudad desde la que escribo estas líneas, también fueron “vandalizados” los monumentos antifascistas de Puxeiros, O Calvario y As Fontes, y ahora ese fascismo 2.0 quiere seguir mostrando su músculo en nuestras calles, atacando cualquier tipo de propaganda nacionalista, feminista o, simplemente, de izquierdas, como viene denunciando repetidamente el colectivo Vigo Antifascista, creado hace un año ante la amenaza que ya se ha manifestado en el parlamento español.
También han denunciado, el ataque continuado del que ha sido objeto el mural feminista donde se rinde homenaje a siete pioneras, entre las que se encuentran Urania Mella, presidenta de la Unión de Mujeres Antifascistas; Rosario Hernández, A Calesa, violada y asesinada por los falangistas; o la maestra, periodistas y guerrillera, Placeres Castellanos. Esto se une al ataque que ha sufrido el mural de homenaje a Moncho Reboiras, asesinado por la policía franquista en 1975, en el barrio de Teis, donde residía el histórico dirigente de la UPG.
Es urgente que toda la sociedad actué contra la amenaza de este fascismo que ya campa a sus anchas por nuestras callas, con total impunidad, ante la inanición de un estado que sigue sin reconocer a las víctimas del franquismo, y también, no conviene olvidarlas, a las de la transición, que se cuentan por cientos, y que sufrieron el terrorismo de estado más atroz.
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