Alejandro Magno: Orígenes divinos y muerte

Por Susana Gómez Nuño

El padre de Alejandro, Filipo II, se creía descendiente de los argivos y de Héracles, además, sostenía que el fundador de su dinastía había sido Príamo de Argos, familiar de Témenos, también descendiente de Héracles. Por su parte, la madre de Alejandro, Olimpia, era una princesa de la familia real del Epiro y descendiente de Aquiles, además, le contaba a su hijo que había sido engendrado por Zeus, considerado dios de dioses.

Así pues, Alejandro ya creía en su naturaleza heroica y divina desde temprana edad. Su pasión por La Ilíada de Homero, que estudió con su maestro, Aristóteles, le hizo sentir una gran admiración por Aquiles y Patroclo, cuyas heroicidades y aventuras no solo llegó a emular sino que, incluso, superó. Ya en sus primeras expediciones militares en Grecia visitó el oráculo de Delfos donde se le profetizó fama pero una vida corta. Presagio que, finalmente, se cumplió.

Por otro lado, cuando Alejandro llegó a Egipto (331 a.C.), donde fue recibido como un libertador, se adentró en una dificultosa marcha por el desierto hasta al Gran Oasis de Siwa, sede del Gran Templo y Oráculo de Amón-Ra, divinidad egipcia que correspondía al dios griego Zeus. Allí le reconocieron como hijo de Amón y se cree que el mismo dios le confió el secreto divino de su nacimiento y la predicción de la creación de su imperio.

Dios egipcio Amon Ra

Más tarde, en Menfis, los sacerdotes egipcios lo nombraron faraón. Todo esto favoreció la divinización de Alejandro y la creencia en su destino divino, no ya como héroe conquistador sino como divinidad.

Pero lo que se sabe con seguridad es que el propio Alejandro relacionó posteriormente acciones suyas importantes con lo que, según afirmaba, aprendió y con las instrucciones que recibió en Siwah. Quizá subyace aquí una parte importante de lo que hizo que Alejandro se convirtiera en algo más que un simple conquistador militar macedonio. Paul Cartledge

En el año 333 a.C., cuando Alejandro se dirigía a la conquista del Imperio Persa, llegó a Frigia en Anatolia. Allí, existía la leyenda de que el rey Gordias le ofreció un presente a Zeus. Este presente era un carro atado a un yugo con un nudo tan complicado que nadie podía desatar, y quien lo consiguiera sería llamado a conquistar toda Asia. Alejandro, viendo la complejidad del nudo, sacó su espada y lo cortó, considerando que era lo mismo desatarlo que cortarlo. Esa noche una gran tormenta de rayos fue considerada por Alejandro como una revelación de carácter divino, un símbolo de que Zeus apoyaba su solución. Este episodio también contribuyó a potenciar la creencia de un destino ya prefijado por los dioses para el conquistador de Persia.

Dionisio, dios griego del vino

El ansía de poder y la obtención de objetivos extremadamente difíciles eran rasgos característicos de Alejandro, que habiendo dejado de considerar rivales a los hombres mortales, se puso a emular a los héroes (Héracles) e incluso a los dioses (Dionisio), quizás porque consideraba que, dados sus orígenes sobrehumanos, nada inferior a eso era digno de él.

Alejandro se identificaba con los héroes y divinidades citados, porque eso le legitimaba y le elevaba a la categoría de dios. Para algunos autores el macedonio poseía cierta tendencia a la megalomanía, que junto con los orígenes mitológicos y heroicos de su familia materna y paterna, su audacia en la batalla emulando a los grandes héroes y las revelaciones de los oráculos constituyeron las piezas clave que favorecieron la confirmación de su identidad divina.

Alejandro muere con tan solo 33 años, se cree que víctima del paludismo, aunque escritos más antiguos nos hablarían de una muerte lenta, posiblemente provocada por algún veneno. Después de su fallecimiento, el poder recayó en los sucesores o diádocos, que se dividieron en los partidarios de la unidad política del imperio (herederos del rey) y los que deseaban una división (gobernadores del las provincias persas). El pacto inicial de mantener la unidad se mantuvo durante poco tiempo puesto que el objetivo era reducir el poder de los representantes del gobierno central.

Seleuco, gobernador de Babilonia

Los conflictos desembocaron en la Primera Guerra de los Diádocos donde murió el regente Pérdicas (321 a.C.) y la disgregación territorial tomó impulso. Se estableció otro pacto para mantener la unidad, llamado pacto de Triparadiso, pero también fracasó y provocó la Segunda Guerra de los Diádocos (319-316 a.C.) y la muerte del segundo regente del imperio, Antípatro. De esta forma, la figura del regente desapareció y la disgregación era ya un hecho. Aun así, hubo una Tercera Guerra (316-311 a.C.) donde se enfrentaron Antígono Monóftamos y su hijo Demetrio Poliorcetes, con el control del ejército y la flota bajo su mando y con el objetivo de restaurar la unidad del imperio, contra el resto de diádocos: Casandro, que se hizo con el control de Macedonia, Lisímaco en Tracia, Ptolomeo en Egipto y Seleuco en Babilonia.

Finalmente, la derrota de Antígono en la batalla de Ipsos (301 a.C.) dio lugar a la división del imperio en cuatro reinos para los diádocos vencedores, que se proclamaron reyes. Casandro se quedó con Macedonia, Lisímaco con Tracia y Asia Menor, Ptolomeo con Egipto y Seleuco la parte oriental del Imperio Persa.

Antígono Gónatas, hijo de Demetrio Poliorcetes, venció a los gálatas,  tribus celtas procedentes de los Balcanes, que invadireron Grecia, lo cual legitimó su poder sobre Macedonia.

Posteriormente, Lisímaco y Seleuco se enfrentaron por un asunto familiar que terminó con la muerte de Lisímaco en la batalla de Curupedión (281 a.C.). Poco después, la invasión de Grecia por parte de unas tribus celtas procedentes de los Balcanes, llamadas gálatas, fue aprovechada por Antígono Gónatas, hijo de Demetrio Poliorcetes, para recuperar Macedonia. Luchó y venció a los gálatas, lo cual legitimó su poder sobre Macedonia.

Finalmente, se consolidaron tres grandes reinos helenísticos que quedaron repartidos en Macedonia, gobernada por los Antigónidas; Siria, controlada por Seleuco y sus descendientes, los Seléucidas, y Egipto, encabezado por Ptolemeo y sus descendientes, los Lágidas.

Alejandro Magno fue ensalzado como un gran conquistador y considerado un segundo Aquiles por los griegos a la vez que fue considerado un tirano por los persas. Sin embargo, al margen de estas apreciaciones, el sueño del conquistador macedonio de mantener unido al gran imperio greco-persa terminará con su muerte.

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