Alejandro El Grande, con tan solo veinte años, sucede en el trono de Macedonia a su padre, Filipo II, que había muerto asesinado a manos de Pausanias, uno de sus guardias reales. El joven rey continúa con la política de su padre y mantiene la hegemonía de Grecia, aun por la fuerza. Una vez sometida Grecia, Alejandro inicia su campaña de Persia (334 a.C.) con el objetivo de liberar a los pueblos griegos sometidos a los persas.
Esta campaña se presenta como una venganza griega contra persas por las Guerras Médicas perpetradas por Jerjes. Aunque, en realidad, se cree que el afán de conquista de Alejandro tuvo mucho que ver. El ímpetu de los macedonios por el éxito de sus conquistas, así como la debilidad de un imperio persa en decadencia, otorgaron el triunfo a la empresa de Alejandro y a Macedonia.
Durante la conquista del Imperio Persa, Alejandro libró tres grandes batallas que forman parte de las campañas más importantes entre los ejércitos macedonio y persa. La primera fue la batalla del Gránico, en la costa septentrional de Anatolia, que acabó con la desastrosa derrota de los persas. Esto provocó un fácil acceso por parte de Alejandro y sus tropas hacia las costas de Asia Menor, donde se liberaron todas las polis griegas. La segunda batalla tuvo lugar en las costas de Siria y Fenicia, y se conoce como batalla de Issos. Mediante una audaz estrategia militar, Alejandro cargó en el centro de las filas enemigas y logró una gran victoria. Darío III, desprestigiado y derrotado, huyó.
Después de la conquista de Siria, Fenicia y Egipto favorecida por los sentimientos antipersas de los habitantes de esos territorios, Alejandro se enfrentó a su tercera y decisiva batalla contra los persas: la batalla de Gaugamela, que conllevó la derrota y el fin del imperio persa. Darío III fue asesinado por uno de sus gobernadores y Alejandro se erigió como el nuevo “rey de reyes”.
El mosaico de Issos es una copia romana de una pintura helenística, en la que vemos representada la batalla de Isos (333 a.C.) —se cree que fue en esta batalla donde Alejandro pudo encontrarse más cerca de Darío III— aunque también hubiera podido ser la de Gaugamela (331 a.C.), donde el rey persa huyó para acabar asesinado a manos de uno de los suyos. Los principales personajes que aparecen en este mosaico son Alejandro El Grande, a la izquierda, y Darío III de Persia, situado en el centro-derecha, con sus respectivas tropas.
La conquista del Imperio Persa por parte de Alejandro tuvo consecuencias en el mundo griego. En primer lugar, todas las polis griegas situadas en Asia y bajo el dominio persa fueron liberadas y se ampliaron los horizontes geográficos del mundo griego. Por otro lado, Alejandro fomentó políticas de reconciliación con los vencidos y los persas tenían igualdad de derechos, pensando que la fusión entre ambos pueblos sería más efectiva utilizando el aprecio y la estima que imponiendo la fuerza.
El nuevo “rey de reyes” pretendía cohesionar al pueblo griego y al persa, ahora bajo su mandato. De esta forma se favorecía la unificación étnica y la confraternización general. El propio Alejandro adoptó la costumbre persa de tener un harén y varias esposas, y se casó con tres princesas persas, para dar ejemplo y favorecer, así, los matrimonios entre soldados grecomacedonios y mujeres persas.
El griego se difundió por los nuevos dominios, se impuso como lengua de la administración, de las élites aristocráticas y vehicular de la educación.
Este intercambio de culturas, fomentó la helenización de los nuevos territorios conquistados. Además, la moneda ática se puso en circulación por territorios persas, creándose un sistema monetario unificado. El griego se difundió por los nuevos dominios, se impuso como lengua de la administración, de las élites aristocráticas y vehicular de la educación. Es destacable, también, la recuperación de la figura del monarca que favorecía la hegemonía helenística —gracias a las gestas de Filipo II y Alejandro Magno— y en detrimento de las particularidades de las polis griegas que entran en decadencia. Esta legitimidad monárquica se ve fomentada, también, por los filósofos que resaltan la importancia de la formación adecuada de los monarcas.
En la época helenística aparecen diversas entidades sociopolíticas: las polis tradicionales, que entran en crisis por la caída demográfica y la limitación de su independencia política, ven reducido el número de ciudadanos, con lo que se instala la tendencia a transformar la democracia en oligarquías y se establecen interacciones entre las polis y las monarquías que las ayudaban.
Alejandro puso en práctica la separación del poder civil y militar de los gobiernos provinciales y su política de reconciliación marginó a la aristocracia persa de los órganos de poder controlados por los griegos.
Las éthne, poseedoras de un gran dinamismo y vitalidad, se reagrupan y unifican en reinos o confederaciones y avanza la urbanización. La economía se reactiva y aparece el proceso de sinecismo —se fundan nuevas ciudades que pueblan habitantes de diferentes regiones— bajo el beneplácito del monarca. Los reinos helenísticos, gobernados por monarcas legítimos, abarcan grandes metrópolis urbanas y conforman una gran variedad territorial y administrativa.
En su afán de mejorar la organización del imperio, Alejandro puso en práctica la separación del poder civil y militar de los gobiernos provinciales. Por otro lado, su política de reconciliación marginó a la aristocracia persa de los órganos de poder controlados por los griegos. No obstante, Alejandro adoptó algunas medidas originarias de los persas.
La más polémica de ellas fue la proskynesis —costumbre persa consistente en una genuflexión que debían realizar los súbditos ante el rey—. Alejandro no se consideraba el conquistador del Imperio Persa, sino el sucesor del anterior rey, el nuevo “rey de reyes”, con las connotaciones divinas que ello conllevaba. Para algunos ilustres persas, esta medida era aceptada, ya que pensaban que Alejandro debería ser considerado un dios, alegando que era más justo honrar al “rey de reyes” en vida que no en la muerte.
Sin embargo, esta medida no fue bien recibida por sus tropas y comandantes, y, ni siquiera por algunos de sus amigos y hombres de confianza. La razón del rechazo se produjo porque los macedonios consideraban una ofensa dar el trato de un dios a un hombre. Pensaban que Alejandro era merecedor y digno de cualquier honor, incluso el conferido a los héroes, alegando que Hércules y Éaco formaban parte de su ascendencia. No obstante, no admitían un trato divino hacia él, porque eso disminuía los honores otorgados a los dioses, además de considerar esa práctica como algo degradante para ellos.
Este malestar tuvo como consecuencia la muerte de varios amigos y hombres de confianza de Alejandro, como Parmenión, fiel colaborador real, el historiador Calístenes y Clito “El Negro” —llamado así por su caballo azabache—, general muy apreciado, que en la batalla de Gránico salvo la vida del rey, y, posteriormente, fue asesinado por este, en uno de sus arrebatos de furia, justamente a causa de una discusión provocada por la práctica de la proskynesis.
Alejandro se erige como uno de los mayores iconos culturales del Mundo Antiguo. Su determinación y valentía le llevaron a un destino extraordinario comparable a los héroes míticos de los que descendía. Su figura y su legado permanecen en la historia y la cultura de Oriente y Occidente.
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