Ahorrar es bueno para nuestra economía y para el planeta

Por Manuel López Arrabal

La crisis financiera mundial del año 2008 y la creciente necesidad de recuperar los ecosistemas y el restablecimiento del equilibrio natural del planeta, hizo que muchos de nosotros tomáramos consciencia de que estábamos viviendo por encima de nuestras necesidades y, lo que es peor aún, por encima incluso de nuestras posibilidades. Esto, por supuesto, tuvo graves repercusiones no solo en la economía de muchas familias que, a partir del 2008, no podían pagar sus hipotecas ni llegar a fin de mes, sino también, hasta ese momento, generó mayor contaminación y destrucción de los ecosistemas planetarios por el altísimo nivel de consumo de las sociedades más ricas.

Por tanto, tomemos dicha crisis como una oportunidad de aprendizaje, que a muchos nos sirvió para empezar a administrar mejor nuestras economías personales o familiares y también nos ayudó a tomar más consciencia para mejorar nuestra relación con el medio ambiente. Y si aún no hemos aprendido la lección porque la gran recesión del 2008 no nos afectó directamente o porque actualmente parece que ya se ha superado, aún estamos a tiempo de tomar medidas concretas para empezar a vivir de la manera más sencilla posible, al menos en cuanto al consumo de bienes que requieran la explotación de recursos naturales. Para ello, una de las mejores medidas sería el ahorro, sobre todo para quienes más ingresos tienen. Pero no debe tratarse de una medida temporal y tomada como una triste obligación. Es una oportunidad para cambiar nuestra relación con el dinero y experimentar con otra forma de vivir menos materialista y, por lo tanto, más plena y satisfactoria.

Vicki Robin y Joe Dominguez explican en su libro “La bolsa o la vida” un programa para transformar nuestra relación con el dinero. Su objetivo es construir un estilo de vida coherente y saludable, que sea a su vez respetuoso con el entorno y satisfaga las verdaderas necesidades propias y las de los demás. Seguirlo representa no sólo gastar menos y ahorrar más, sino evaluar los valores personales y modificar los hábitos de consumo, liberando tiempo y energía para dedicarlos a la familia, los amigos, las aficiones, el servicio a la sociedad y a la vida espiritual.

Pocas personas son conscientes de cómo han llegado a su actual círculo vicioso de ingresos y gastos. Lo más frecuente es que la relación con el dinero se inaugure con la paga semanal (o el dinero puntual) que obteníamos durante la adolescencia. A menudo se obtenía por obedecer a los padres o cuidadores y se destinaba a conseguir pequeños placeres inmediatos entre la abundante oferta de la sociedad de consumo. Una vez emancipados, la lógica continúa con la motivación añadida de crear un hogar. Cuando encontramos un empleo más o menos estable, comenzamos adquiriendo un vehículo, quizás una vivienda y también todo tipo de objetos que creemos necesarios, aparte de la ropa, el calzado y la alimentación.

Ahorrar no siempre significa reducirlo todo a la mínima expresión. Es obtener lo máximo a partir de lo mínimo

Si las circunstancias son mínimamente favorables y los ingresos aumentan, entonces perseguiremos unas cuantas comodidades más: una casa más grande y/o una segunda vivienda, un coche más potente y, en su caso, otro para la pareja y una moto para el hijo, una televisión más moderna, muebles mejores, más electrodomésticos, móviles de última generación, ordenadores más potentes, etc. La escalada no tiene fin. Pero simultáneamente nos vamos dando cuenta que aumentan las preocupaciones por el mayor número de posesiones a la vez que aumenta el estrés derivado del mayor número de horas o mayor responsabilidad en el trabajo, para conseguir sostener los mayores ingresos posibles. Al final, resulta que cada vez estamos más lejos de realizarnos como personas. Las relaciones con los demás se enturbian y los sueños de la infancia o la adolescencia parecen haberse esfumado.

En algún momento de nuestra vida superamos el punto de inflexión en la curva de la satisfacción, cuando teníamos todo lo necesario y el estrés no era excesivo. Descubrir el punto en que ya tenemos suficiente es una de las claves del programa que se aconseja en libro “La bolsa o la vida”. Con ello adquirimos un criterio sobre cuánto y cuándo es suficiente, respondiendo a nuestras ideas sobre lo que es justo y sostenible. Cuando conseguimos ser independientes de las presiones sociales, obtener una renta suficiente para vivir llega a convertirse en un pasatiempo y no en una dificultad. Con más tiempo liberado, podemos desarrollar habilidades para vivir de una manera más sencilla, autónoma y divertida. Además, establecemos lazos constructivos con otras personas, a las que podemos ayudar y que a su vez también estarán dispuestas a ayudarnos cuando sea necesario.

Cuando necesitamos poco para ser felices, obtenemos una serie de beneficios. El principal de ellos es dormir con la consciencia tranquila o, como a mí me gusta decir, vivir con paz interior. Una vez nuestra vida está en orden, el temor a no tener suficiente dinero para sobrevivir se desvanece. Donde había miedo aparece la ilusión por explorar los caminos del crecimiento personal y espiritual. Aunque esta relación no es de causa y efecto en una sola dirección, pues los caminos de desarrollo espiritual también ayudan a encontrar soluciones económicas. De esta forma, conseguimos reducir las deudas hasta eliminarlas y aprendemos a vivir sin necesidad de ellas, por lo que desaparece la gran inquietud de tener que trabajar para pagar las deudas presentes y futuras. Solo tenemos que ocuparnos de gastar lo que realmente necesitamos en el presente, ahorrando para las posibles necesidades futuras.

Vicki Robin y Joe Dominguez explican en su libro varios pasos para alcanzar el bienestar económico y personal. Al principio, la atención se concentra en adquirir consciencia sobre cómo nuestra forma de consumir objetos está relacionada con la destrucción de la naturaleza. Es un proceso similar al de aprender a ir en bicicleta. Al empezar parece muy difícil, pero con la práctica se controla de manera intuitiva el impacto sobre el entorno con cualquier decisión económica que se tome. El primer paso que Vicki y Joe aconsejan, consiste literalmente en saldar cuentas con el pasado. Hay que calcular cuál es nuestro patrimonio neto. Para ello, sumaremos todo el dinero, tanto en efectivo como en cuentas o inversiones, más el valor actual de mercado de los bienes inmuebles y otros. A la cantidad resultante, le restaremos las deudas para averiguar lo que tenemos realmente. Este primer paso nos ayudará a tomar consciencia de cuál ha sido el fruto de nuestros esfuerzos y de nuestro estilo de vida. A continuación, calcularemos cuánto dinero estamos ganando actualmente a cambio de nuestro tiempo y esfuerzo. Por un lado, sumaremos los ingresos anuales, por otro, todos los gastos y, finalmente, el tiempo aproximado que dedicamos para ganar el dinero, así como para gastarlo. El objetivo es saber realmente cuánta energía y tiempo nos cuesta lo que ganamos y gastamos cada día, simplemente restando los gastos a los ingresos y aplicando unas sencillas reglas que se pueden encontrar en “La bolsa o la vida” o en otro estupendo libro, “Simplicidad radical”, de Jim Merkel, donde se encuentran unas útiles tablas para realizar las anotaciones y los cálculos.

Seguramente no será posible prescindir inmediatamente de todo lo que antes parecía necesario, pero se puede establecer un plan gradual. Si es el caso, este plan tiene que ser consensuado por todos los miembros de la familia. Una buena idea sería que cada miembro se encargue de diseñar un plan para ahorrar en un aspecto determinado. Alguien puede encargarse de la lista de la compra, otra persona del gasto de luz y agua y una tercera del transporte, por ejemplo. Cada plan debe proponer las medidas que hay que tomar y fijar unos plazos. Es probable que algunas de las propuestas, para llevarse a cabo con éxito, requieran aprender nuevas habilidades, como podría ser aprender los rudimentos básicos de la agricultura para gestionar un pequeño huerto familiar, en el jardín o en la terraza, por ser una actividad realmente ecológica y muy satisfactoria. Pero no todas las medidas que permiten un ahorro significativo son complicadas ni deben aplazarse. Si las tablas muestran que tenemos un gasto excesivo de agua, podemos empezar por revisar la instalación por si hubiera pérdidas que pasan desapercibidas, así como tomar consciencia de los hábitos de higiene: cerrar el grifo mientras nos cepillamos los dientes, nos afeitamos o nos enjabonamos en la ducha.

La lista de las pequeñas cosas que se pueden hacer para eliminar gastos es demasiado larga para enumerarla. Si no disponemos de tiempo suficiente para ello, un aspecto muy importante a tener en cuenta para ahorrar tiempo y dinero, además de reducir el impacto ambiental, es resolviendo varios asuntos a la vez con menos esfuerzo. Por ejemplo, si queremos hacer ejercicio físico para mejorar la salud, en lugar de ir al trabajo y al gimnasio en un vehículo a motor y pagar una importante cuota mensual para estar en forma, podríamos desplazarnos en bicicleta, que además de ecológico sería mucho más económico al permitirnos ahorrar la cuota del gimnasio y los gastos del vehículo, además de ganar tiempo para otras cosas. Otras decisiones, sin embargo, pueden ser más complicadas, como las relacionadas con el puesto de trabajo y con la vivienda. El trabajo puede estar demasiado lejos del domicilio, ser poco rentable o poco satisfactorio. La vivienda quizá sea demasiado grande, muy costosa o esté mal ubicada. Es responsabilidad de cada persona tomar la decisión que sea más coherente con sus valores y posibilidades.

Con más tiempo liberado, podemos desarrollar habilidades para vivir de una manera más sencilla, autónoma y divertida.

En cualquier caso, antes de tomar una decisión que se limite al ámbito personal y familiar, vale la pena considerar el gran recurso que supone compartir. En el caso de la vivienda, los proyectos compartidos disminuyen considerablemente los costes del alquiler o de la compra, así como de los gastos de mantenimiento, limpieza y alimentación.

Ahorrar no siempre significa reducirlo todo a la mínima expresión. Es obtener lo máximo a partir de lo mínimo o, dicho de otro modo, disfrutar de una gran calidad de vida con un esfuerzo razonable y provocando un impacto ambiental lo más reducido posible. Por otro lado, gastar menos dinero y trabajar menos tiempo tampoco implica una idealización de la miseria. El bienestar es una aspiración legítima del ser humano, pero se trata de buscarlo donde realmente se encuentra, es decir, en las relaciones personales, en cubrir las necesidades materiales básicas y en satisfacer las necesidades espirituales auténticas.

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