Durante la Guerra Fría, el llamado Tercer Mundo fue escenario de diversos acontecimientos de índole revolucionaria. Desde Cuba, pasando por Angola, hasta las tierras de Asia, hubo una serie de revoluciones socialistas que marcaron épocas. Pero una de ellas quedó en el olvido, pero luego hizo mucho ruido geopolítico. El 27 de abril de 1978 los comunistas tomaron el poder en Afganistán e iniciaron una revolución social sin precedentes en el mundo de Asia Central.
Afganistán es un país que siempre ha sido caracterizado como “indomable”. Se dice que resistió a los ejércitos del macedonio Alejandro Magno, que no pudo ser invadido por grandes imperios antiguos. Pero desde el siglo VII sus diversos pueblos montañeses y rurales no pudieron resistir a la islamización, y pronto surgieron ramas sunna y shiíes por el país. Luego emergieron diversos estados islámicos hasta que en el siglo XIX Afganistán estaba presionado por el imperio de los persas de los Shah y el imperialismo británico que molestaba desde el Indostán. También la Rusia de los Zares quería tener influencia sobre los afganos desde el norte.
Luego de intensas guerras contra las intenciones imperialistas de Gran Bretaña, los afganos lograron ser independientes. Y se proclamó la independencia, y se consagró el pleno reconocimiento de la soberanía de Afganistán con el armisticio de Rawalpindi (8 de agosto de 1919) y el importante tratado de Kabul (22 de noviembre de 1921). El líder independentista Aman Allah Khan inició la modernización del país: se promulgó una constitución (1922) y un código administrativo (1923); se dio comienzo de la instrucción femenina (1924) y luego se proclamó una nueva constitución (1928). Khan viaja a Europa y se hace coronar rey. La reacción conservadora no tardó mucho. El soberano fue derrocado, y un aventurero, Habib Allah Khan, ejerció durante seis meses una sangrienta dictadura.
Nadir Shah, pariente de Aman Allah Khan, elimina al usurpador y se hace proclamar rey en 1929. Instruido por la experiencia, reemprendió con prudencia las reformas, pero fue asesinado en 1933. Le sucedió su hijo Mohammed Zahir Shah, quien hizo que su país entrara en la Sociedad de Naciones (1934) y abrió progresivamente el país a la influencia exterior.
Zahir se mantuvo al margen de la Segunda Guerra Mundial y en los primeros tiempos de la Guerra Fría quiso convertirse en un campeón del no alineamiento. Bajo su reino “progresista” se firmaron tratados de amistad con Estados Unidos, Alemania Federal, Gran Bretaña y la Unión Soviética. También estaba en buenas amistades con el Shah de Persia. Hubo roces fronterizos con Pakistán. Resueltos los problemas exteriores, Zahir dio una nueva prueba de voluntad reformadora al hacer aprobar, en 1964, por la Asamblea Constituyente, una nueva constitución y al estimular la escolarización de las mujeres, a las que en 1959 se había concedido el derecho de no llevar velo. Todo esto generó un revuelo en los mullah del interior rural del país, que querían impulsar la Sharía islámica.
Al mismo tiempo surgieron diversos movimientos revolucionarios e izquierdistas, que recibían apoyo de la Unión Soviética. Mucho de sus líderes eran admiradores de Lenin y también de la Revolución Cubana de 1959 y del Che. En 1965 se creó por un grupo de intelectuales de Kabul, la capital afgana,, del Partido Democrático del Pueblo (PDP), una escisión dentro del partido gobernante, que acabó por dividirse, en 1967, en dos partidos, el Khalq y el Parcham, que se enfrentaron violentamente en movimientos de agitación estudiantil (1969), dando como resultado un parlamento incapaz de legislar.
Además, en 1970 y 1971, las cosechas fueron catastróficas y el hambre asoló el país. Esto provocó un cambio de gobierno, aunque la inestabilidad continuó. También hubo enfrentamientos entre las etnias rurales del país. Los conservadores musulmanes del campo declararon la Yihad bélica contra los “ateos comunistas”. Afganistán, desde hace tiempo, era un crisol de etnias y lenguas. Al estar en un cruce de caminos de múltiples rutas comerciales e imperios, la cultura afgana es rica y multilingüe, con herencias de todas las etnias y pueblos que arribaron a su territorio, donde el islam tiene una importancia predominante, pero hay influencias budistas y nómadas. La mayoría de afganos (cerca del 99 por ciento) son musulmanes, de los cuales el 80 % son sunna y solo el 19 % son shiíes. Existe una pequeña minoría de sikhs en la nación. La población de Afganistán está dividida en un gran número de grupos étnicos. Más del 40 % es de la etnia pashtún; el 30 % es de la etnia de los tayikos; el 10 % pertenece a la de los antiguos hazaras. Los idiomas oficiales de Afganistán son el persa afgano o dari (“persa afgano”), hablado por el 50 % de la población, y el pashtún (en inglés, Pashtun), hablado por el 35 % de la población. Otras lenguas incluyen idiomas turcos, entre ellos, el uzbeko y el turcomano (este último, hablado por el 10 % de los habitantes), así como 30 lenguas menores.
Bajo todo este panorama, se estaba gestando una conflictividad social. En Kabul los comunistas estaban liderando las protestas y los mullah estaban fundando pequeños emiratos islámicos para resistir a los “modernizadores ateos”. El 16 y 17 de julio de 1973, un golpe de estado militar, dirigido por Sardar Muhammad Daud, primo y cuñado del rey, y apoyado por los dos partidos de la oposición derrocó a Zahir, quien salió hacia el exilio hacia Roma. Fue proclamada una república, con promesas más progresistas. Pero la reforma agraria que obtuvo poco apoyo y el autoritarismo del presidente condujo al derrocamiento de este en abril de 1978. Empezó la Revolución de Saur.
Dirigida por el PDP de Afganistán contra el mandato de Daud, esta Revolución estaba dispuesta a radicalizarlo todo. Saur es el nombre del segundo mes del año en el calendario persa utilizado en Afganistán. Pero los revolucionarios de Kabul adoptaron el calendario gregoriano para demostrar que eran herederos de Lenin. Al tomar el poder, los comunistas enfrentaban un difícil panorama. En 1979 en Afganistán alrededor del 97% de las mujeres y del 90% de los hombres eran analfabetos; alrededor del 5% de los propietarios poseían más del 50% de las tierras fértiles; sobre 17 millones de habitantes había 35 mil obreros pero 250 mil mullah; escasas industrias y carreteras; la esperanza de vida era de 42 años, la mortalidad infantil era la más alta del mundo; la mitad de la población sufría tuberculosis, una cuarta parte malaria, etc.
Lo singular del comunismo afgano es que tenía sus seguidores entre las filas de las fuerzas armadas, que venían recibiendo mucho asesoramiento militar de la Unión Soviética en tiempos de Daud. Una alianza cívico-militar hizo fuerte a los comunistas afganos. En la noche del 27 al 28 de abril de 1979 unidades militares irrumpieron en el palacio presidencial, en el corazón de Kabul. Con la ayuda de la fuerza aérea las tropas sublevadas vencieron la resistencia de la Guardia Presidencial. Daud murió durante el ataque. El coronel Abdul Qadir tomó el mando del país, hasta el día 30 de abril, cuando se lo traspasó voluntariamente al imponente líder comunista Muhammad Taraki. Cientos de miles de personas festejaron en las calles la victoria de la Revolución de Abril.
A los revolucionarios comunistas afganos no se les hizo fácil. Luchas internas (y étnicas) llegaron al poder nuevo de Kabul. Taraki fue asesinado. Le sucedió Hafizullah Amin. Este líder hizo que el Consejo Revolucionario le nombrara presidente y también se convirtió en líder del PDPA. Fue uno de los primeros que expuso la idea de la necesidad de una intervención soviética en Afganistán ante la presión de los mullah del campo. A Amín se le estaba escapando la situación crítica de las manos y buscó romper con Moscú. Se lo acusó de ser agente de la CIA y fue asesinado. Por Radio Kabul se informó que era decisión del Consejo Revolucionario, el destituir y condenar a muerte a Amín y llevar a cabo de la pena. Babrak Karmal, el nuevo líder, se dirigió al pueblo con un discurso prosoviético a fines de 1979.
La “Operación Tormenta-333” fue el nombre en clave de la intervención de tropas especiales soviéticas que el 27 de diciembre de 1979 llegaron a Afganistán para apoyar al nuevo gobierno comunista de Karmal. Este gobernó hasta 1986, y luego vino el hombre fuerte del gobierno comunista afgano Muhammad Najibullah, que lideró el país hasta 1992. En los Juegos Olímpicos de 1980, celebrados en Moscú, casi 60 países se negaron a presentarse a raíz del conflicto. Cuatro años después los países comunistas harían lo mismo en los Juegos Olímpicos celebrados en Los Ángeles en 1984.
La Revolución Afgana nacionalizó toda la economía y con ayuda del bloque soviético instauró un régimen socialista de economía estatal planificada. El nuevo gobierno inició un programa de reformas que eliminó la usura, inició una campaña de alfabetización, eliminó el cultivo del opio, legalizó los sindicatos, estableció una ley de salario mínimo y rebajó entre un 20 y un 30 por ciento los precios de artículos de primera necesidad. A través de sus sindicatos, los obreros podían concertar contratos colectivos con la administración de las empresas, lo cual permite mejorar las condiciones de vida y trabajo.
En cuanto a los derechos de la mujer, el régimen socialista otorgó permiso de no usar velo, abolió la dote, promovió la integración de mujeres al trabajo (245.000 obreras y el 40% de los médicos fueron mujeres) y a la educación (el analfabetismo femenino fue reducido del 98% al 75%, el 60% del profesorado de la Universidad de Kabul eran mujeres, 440.000 mujeres más trabajaban en educación y 80.000 participaban en la campaña de alfabetización), así como a la vida política. El Decreto Nº 7 del 17 de octubre de 1978 otorgó a las mujeres iguales derechos que los varones. El período de la República Democrática fue en el que más mujeres profesionales hubo en Afganistán.
Inicialmente se separó la religión del Estado, manteniendo la libertad de culto. Posteriormente, se creó un fondo estatal para la reparación y construcción de mezquitas y se anuló la expropiación del excedente de tierras a los clérigos. La constitución provisional de 1980 definía a la República Democrática de Afganistán como “de todo el pueblo musulmán trabajador”. Pero en 1987, el Islam fue restaurado como religión oficial del Estado.
Esta última concesión al Islam local está relacionada con la guerra civil y la intervención soviética en Afganistán. Desde el principio, la república tuvo conflictos con los integristas locales, conocidos como muyahidines. Los “soldados de Dios” llevaron a cabo una guerra de guerrillas y atentados terroristas, mientras recibían armamento y recursos de Estados Unidos, a través de Pakistán (que incluso en algunas ocasiones envió directamente a su Ejército a participar de las batallas) y también de Arabia Saudí, Gran Bretaña e Israel. En los últimos días de 1979 la Unión Soviética entró en el país para ayudar al gobierno, pero se retiraron en 1989 después de nueve años de guerra.
La Revolución siguió hasta 1992, año en que cayó el régimen socialista. Ganaron terreno los aliados islámicos de Occidente. La guerra ha sido reiteradas veces calificada por la prensa norteamericana como “el Vietnam de la Unión Soviética”. La población de Afganistán cayó de 13,41 millones en 1979 a 11,61 millones en 1990 como consecuencia de la violencia de la guerra y la crisis de refugiados. Luego llegaron los talibanes en 1996. Los talibanes irrumpieron en la capital afgana, castrando y asesinando públicamente a Najibullah. Hoy Afganistán es uno de los países más castigados por los pretorianos de Occidente.
Artículo publicado originalmente en Revista Trinchera.
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