Con la progresiva normalización de la vida post-pandemia se reanuda la vida económica y social. Reaparecen debates sobre ideas y proyectos. Entre estos, y con una inusitada insistencia, la prensa refleja el debate que los sectores supuestamente dinamizadores de la economía catalana han aflorado de nuevo sobre la necesidad, que parece muy urgente, de ampliar el aeropuerto de Barcelona.
Por Josep Velasco | Social.cat
Artículos, debates, conferencias, pronunciamientos … todos en una misma dirección: O se amplía una de las pistas del aeropuerto y se aumentan el número de operaciones con el consiguiente debilitamiento del espacio ambiental protegido, o se intensifican sobrevuelos y se aplican las configuraciones más agresivas (que antes del confinamiento ya estaban cada minuto) sobre los ciudadanos de las zonas colindantes. Como si la salud de estos ciudadanos fuera materia de cambio para consumar una operación económica y como si cualquiera de las alternativas no causara daños a la salud de la población más o menos cercana.
El largo confinamiento para todos los ciudadanos nos ha permitido entender que, entre las causas que explican la rápida expansión del coronavirus, está la intensa movilidad de la población y mercancías, y la desaparición rápida de las diversas barreras ecológicas que nos protegían de los saltos de virus entre especies. Una buena parte de la sociedad, por suerte, ha comprendido que el compromiso con el medio ambiente no sólo significa una mejora directa de la salud y el bienestar para la reducción de la contaminación y su efecto inmediato para la salud de los adultos y niños, sino que hemos comprendido que, a medio y largo plazo, su ausencia, compromete la misma conservación de la especie.
En toda Europa, en nuestro país y en las ciudades se han comprometido esfuerzos importantes en la conservación del medio ambiente y se han emprendido iniciativas en todo el mundo que tienden a reducir emisiones, empezando por el impacto de los combustibles fósiles, promoviendo por todos los medios una movilidad más equilibrada y limitada. Los mismos hospitales de la ciudad de Barcelona se están fijando ambiciosas metas de descarbonización en los próximos diez años. Sin ir más lejos, buena parte de los fondos Next Generation tienen este objetivo y esta exigencia.
En los debates que mencionábamos al inicio de este escrito, se ha dado voz a eminentes catedráticos, asociaciones económicas y empresariales, políticos con mando, directivos de empresas aeroportuarias … pero en muy pocos casos los habitantes expuestos, todo y que serán los que principalmente van a sufrir los efectos y que ya sufren más riesgos de enfermedad cardiovascular con mayor incremento de ingresos hospitalarios en las zonas expuestas (según British Medical Journal, 2013), muertes por infarto ( European heart journal, 2020), que sufren trastornos importantes del sueño y deben hacer uso de medicamentos para dormir ( Ocupational and Envionmental Medicine, 2004) o la ralentización del aprendizaje de los niños ( Lancet, 2005), entre otros problemas expuestos en artículos científicos serios en las mencionadas y otras revistas acreditadas.
Estos ciudadanos suelen reducirse, cuando se alude a ellos, a los ciudadanos del Prat o de Gavá, pero también están intensamente afectados los de Castelldefels, Viladecans y los de territorios en un radio de 15 o 20 kilómetros del aeropuerto, como un reciente trabajo de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) ha acreditado. Acallar estas verdades avaladas científicamente no parece la mejor manera de tener un debate social maduro.
No se trata de eliminar el aeropuerto, se trata de darle una dimensión que haga posible su convivencia en un espacio intensamente habitado y que su gestión considere, además del lucro económico, la poco tangible pero necesaria protección de la salud de las personas. Ciertamente, hemos aprendido poco de la epidemia.
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