«Acuerdo del Siglo»: Comprar Palestina con dinero saudí para regalársela a Israel

Por fin se desveló el “Acuerdo del Siglo”. Por el tiempo transcurrido desde la primera vez que se anunció, con toda la parafernalia a la que Trump nos tiene acostumbrados, daba la impresión de que el presidente estaba preocupado en exceso por las reacciones internacionales negativas que podría suscitar, señal inequívoca de que su acuerdo iba a ser cualquier cosa menos ecuánime, como finalmente ha resultado ser.

La Casa Blanca se ha llevado años tejiendo una trama de complots y conspiraciones con los aliados para que apoyasen su plan estrella en el ámbito geopolítico de la legislatura, pero han bastado un par de días para que todo el débil entramado se viniese completamente abajo como un castillo de naipes. Quizá todo estuviese previsto de antemano, pero el hecho es que ni si quiera los países que han conocido de primera mano los pormenores del texto y que formaban parte de la cohorte de pagafantas del mismo, se han atrevido a mostrar su conformidad pública con el documento. Aunque inicialmente, siguiendo el guión prefijado, se mostraron dubitativos, pidiendo una lectura calmada para buscar las supuestas bondades ocultas o considerarlo como un buen punto de partida para la paz, la vergüenza ante su ciudadanía los ha obligado a convertirse en críticos —cara a la galería al menos— con el documento.  Algo parecido le sucedió a la Unión Europea por boca de su responsable de exteriores, Josep Borrell, quien, en vez de condenar las violaciones del derecho internacional que consagra el acuerdo, se limitó a decir inicialmente que era un punto de partida para las conversaciones de paz, aunque posteriormente varios estados miembros lo han ido enmendado. No obstante, esta vez, la ONU ha puesto las cosas en su sitio y ha rechazado totalmente el acuerdo por no ajustarse a sus resoluciones y al derecho internacional. No podía hacer otra cosa, de lo contrario, su secretario general debería haber decretado la inmediata disolución de Naciones Unidas si reconociese abiertamente que los petrodólares y los tanques pesan más que el ordenamiento internacional. También la Liga Árabe en bloque, finalmente, se ha reafirmado en su propio plan de paz de 2002 basado en las fronteras del 67, a pesar de su dependencia extrema y sumisión a EEUU.

Un acuerdo sin acuerdo

Se supone que un acuerdo de paz tiene que ser acordado por las partes en conflicto. De lo contrario se convierte en una rendición, en la claudicación total. Y esto es lo que ha sucedido, de hecho, Trump no tuvo ni la decencia de presentar el documento en solitario. Acompañarse de Netanyahu durante el acto de puesta de largo del “Acuerdo del Siglo”, tendría mucho sentido atendiendo a la campaña judicial y electoral del primer ministro israelí, pero no en aras de mostrar la equidistancia que se espera de un supuesto árbitro. Esa actitud muestra el poco tacto de Trump, pero también la poca fe en que el acuerdo se llegue a implementar en algún momento. Es obvio que EEUU jamás ha sido neutral en este asunto, pero tras el cambio de la embajada de Tel Aviv a Al Quds (Jerusalén) a finales de 2017, se decantó por ser parte activa del conflicto e impedir cualquier tipo de solución negociada.

¿Solución de dos estados o un estado y medio?

Curiosamente, a pesar de que el texto acaba con cualquier atisbo de legalidad manifiesta, dice mantenerse en el paradigma de los dos estados, lo cual es absolutamente falso. No deja de ser un guiño a un consenso bien asentado en el imaginario colectivo, pero es también la manera de no absorber a una población palestina para no alterar la mayoría judía del estado de Israel. Desde la colonización subsiguiente a la farsa de Oslo, la solución de dos estados dejó de tener viabilidad. Pero como un solo estado democrático e igualitario es algo inadmisible para el estado sionista, los redactores han optado por la salvajada de la convivencia de un estado pleno, el de Israel, y otro palestino que jamás podría ser considerado más que una colonia, un protectorado o un conjunto de cárceles al aire libre rodeados de alambradas, muros y carreteras solo para judíos. Un estado sin continuidad, sin control de fronteras, sin espacio aéreo, sin aguas territoriales o sin la protección de un ejército, rodeado por un país enemigo o armado hasta los dientes, no puede ser seriamente considerado como tal.

El desarme exigido no alcanza sólo al plano militar, también al jurídico. La futura Palestina diseñada en las enfermas mentes del sionismo más radical no podrá tener acceso a la justicia internacional ni firmar tratados que puedan suponer ninguna condena del régimen de apartheid puesto en práctica por los nazis del siglo XXI y que ahora pretenden blanquear y eternizar.

¿Capital en Jerusalén este o al este de Jerusalén?

Otro equívoco contenido en el texto del acuerdo y en las declaraciones que sus promotores han hecho sobre él, se refiere a la capitalidad de Al Quds. Trump dijo estar dispuesto a abrir inmediatamente una embajada en Jerusalén este. Algunos ingenuos creyeron que se refería a la Ciudad Vieja de Jerusalén, en una especie de gesto simbólico a la zona árabe reconocida internacionalmente donde se encuentran los santos lugares musulmanes (mezquita de al Aqsa), pero sin valor soberano de ningún tipo. Pero no, se refería realmente a una localidad fuera de Jerusalén, situada a varios kilómetros de la ciudad santa, a Abu Dis, donde Netanyahu pretende colocar la capital del estado palestino, ¡como si los palestinos no fueran capaces de distinguir su ciudad santa milenaria de un pueblo moderno!

¿Aumentaría el «Acuerdo del Siglo» el territorio palestino?

De nuevo otra afirmación de Trump con trampa. De implementarse algún día estaríamos hablando de bendecir la ocupación ilegal de las colonias palestinas en Cisjordania, de Jerusalén este y de las fértiles tierras del Valle del rio Jordán. Ello supone dejar reducida a Palestina a un 15% de su territorio histórico y sin acceso a ni una gota de la poca agua disponible en la región. A cambio, Israel cedería dos trozos separados de desierto en el Negev para cultivar y construir un polígono industrial para las gentes de Gaza. Esa es la dolorosa concesión de Israel y su enorme contribución a la paz: cambiar poblaciones y tierras de regadío por un desierto inhóspito.

La originalidad de Trump: Comprar Palestina con dinero saudí para regalársela a Israel.

Desde el anuncio del Acuerdo del Siglo, Trump se jactó de que su propuesta para Palestina se iba a basar en soluciones jamás exploradas anteriormente y que esa, precisamente, iba a ser la clave su éxito. Sin embargo, ya hemos visto que la única originalidad del documento es el desprecio al derecho internacional, que era la base de todas las negociaciones anteriores y que el régimen de Israel jamás estuvo de acuerdo en respetar.

Para ser más precisos, realmente el acuerdo quiebra todos los consensos históricos y jurídicos a cambio de generosas inyecciones de dinero cifradas en 50.000 millones de dólares. Pero ¿quién pondría ese dinero? La lógica nos diría que Israel, que es quien se va a beneficiar del robo del siglo, quien se va a quedar con el agua o con el gas de las aguas territoriales palestinas frente a las costas de Gaza. Pero no, tratándose de Israel, no hay lógica posible. En este caso, el ladrón no va a devolver lo robado, todo lo contrario, se le va a otorgar un título de propiedad, se le va a gratificar con otras propiedades ajenas que pretendía robar en el futuro, se le van a perdonar todas sus fechorías, jamás va a poder ser juzgado por ellas y las supuestas compensaciones a las víctimas de tal latrocinio las va a pagar… Arabia Saudí y otros países del Golfo. ¿Genial, verdad? Realmente original, si señor.

De esos 50.000 millones, aproximadamente la mitad iría para Gaza y Cisjordania, mientras que la otra mitad se repartiría entre Egipto, Jordania y Líbano, que tendrían forzosamente que acoger a los millones de refugiados de la diáspora palestina a los que jamás se les permitiría retornar a su tierra, tal y como les reconocen las resoluciones de la ONU.

El Acuerdo del Siglo es una completa aberración desde cualquier punto de vista del que se le mire. Además es un pésimo ejemplo para las relaciones internacionales y para las instituciones de gobernanza mundial. Usar el talonario para evitar la acción de la justicia es algo propio de gansters en mundos corruptos. Pero eso es algo de lo que saben mucho tanto Trump como Netanyahu…

Juanlu González – Analista internacional
biTs RojiVerdes

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