A vueltas con la reforma laboral

Por Francisco Javier López Martín

Acaba de constituirse un gobierno de la izquierda. Ha podido más el miedo a los resultados electorales que depararían unas nuevas elecciones que los desentendimientos y desencuentros anteriores entre las fuerzas de progreso. De esta forma, con la ayuda, por activa o por pasiva, de fuerzas regionalistas y nacionalistas, podemos contar hoy con un gobierno que apunta maneras.

Parece que no va a ser un periodo fácil. La derecha, confundida como anda en la indecisión de saber si viaja hacia el centro o hacia una gran confluencia con la rancia ultraderecha patria, se ha tomado a mal el atrevimiento de la izquierda y se apresta a golpear con todos los medios, desde las calles a los tribunales, desde las fake a la crispación de los ejércitos tertulianos a sueldo.

Parece que algo ha aprendido la izquierda en ese no dejarse enredar en las raíces ancestrales que ahondan y se alimentan de la planta carnívora de los males de España. El que una comunista declarada, así, de frente y de cara, al frente del Ministerio de Trabajo, haya concluido un acuerdo con sindicatos y empresarios para subir el salario mínimo un 5 por ciento, me parece una buena señal.

Como esperanzador es que la primera decisión adoptada sea la subida de las pensiones y, poco después, cumplir los compromisos salariales con los empleados públicos y reanudar el camino de la recuperación del poder adquisitivo perdido durante los duros años de recortes mezquinamente justificados en la crisis económica.

Ya sabemos cómo la derecha ha afrontado la faena, lidiando y entrado a matar cada vez que un gobierno de progreso ha llegado al poder. No en vano son amantes de los toros y tienen bien aprendida cada una de las suertes de la tauromaquia. El miedo, la pasión descerebrada, el odio, son la muleta y el estoque que siempre les ha funcionado bien.

Poco podemos hacer contra eso. Poco, salvo corregir los propios errores, repensando los momentos en los que la izquierda ha gobernado. Decisiones atropelladas, impaciencia extrema, radicalismo de boquilla, división interna por cuestiones espurias, no hacer lo posible mientras se pide lo imposible, pasear pistolón al cinto por las Ramblas, o la Gran Vía (da lo mismo, que lo mismo da), mientras en los frentes, nuestras gentes mal armadas, peor adiestradas y con lamentables suministros, mueren con sus ilusiones desarboladas, a la intemperie.

Por eso no me parece mal la manera en la que la Ministra de Trabajo pretende abordar el problemón de una Reforma  Laboral impuesta. Una primera Reforma, la de Zapatero, asediado y asustado por la crisis y las imposiciones de Bruselas, que perturbaba su sueño a las tantas de la madrugada. Y la siguiente, la más dura y definitiva de Rajoy, en la que, utilizando la cantinela de las presiones externas, la derecha entregó los derechos de los trabajadores a los pies de la caballeriza empresarial desbocada.

Hasta tres duras huelgas generales hubimos de afrontar en las peores condiciones sin conseguir torcer el brazo de una derecha envalentonada que contaba con mayoría absoluta en mitad de una crisis en la que los empleos, los salarios, las condiciones de trabajo y los derechos laborales y sindicales fueron cercenados.

No me pare mal que la derogación de la Reforma, aunque se termine llamando de cualquier otra manera, cuente con dos fases, como anuncia la Ministra. Una primera para acabar con los abusos de contratas y subcontratas que hacen posible que un mismo trabajo cuente con contratos, derechos, salarios, jornada y condiciones laborales distintas.

Para restablecer la ultraactividad de los convenios, de forma que cuando acaba la vigencia del convenio los trabajadores y trabajadoras acogidos a él no se vean desamparados y sin acceso a los derechos adquiridos, hasta que acepten sí, o sí, las condiciones de la patronal bravucona y altanera.

Para recuperar, por ejemplo, la prevalencia del convenio sectorial sobre el de empresa, impidiendo que los convenios de sector puedan verse modificados a capricho por cualquier empresario de turno. Los propios empresarios deberían de ser conscientes de que destruir la negociación colectiva aplasta y silencia las reivindicaciones laborales, pero no acaba con ellas. Tarde o temprano, se abren camino por otros medios.

Otros temas como las fórmulas de contratación, condiciones para el despido, el papel de la causalidad para evitar que un puesto de trabajo fijo sea cubierto con contratos temporales encadenados, produciendo un abuso intolerable de la temporalidad y un escenario permanente de precariedad laboral, los requisitos y limitaciones para modificar las condiciones de trabajo, por poner algunos ejemplos, formaría parte de una segunda fase de propuesta, negociación, e intento de acuerdo, reforzando el valor del diálogo social, que ha sido otra de las víctimas de la Reforma Laboral.

Son muchas las cosas que hay que hacer para acabar con un empleo de baja calidad que forma parte de la insana estructura de la economía española. Empleo precario y sin derechos es economía insostenible y condenada al fracaso. Riqueza especulativa para unos pocos y miseria para muchos.

Por eso, la fórmula del vísteme despacio que llevo prisa adquiere mucho valor para este gobierno de izquierdas, que no podrá hacerlo todo, pero que tiene por delante mucho que hacer, sin caer en la indolencia del poder.

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