¿A quién representa la monarquía?

Por Luis Aneiros | Ilustración: ElKoko

Cuando un país tiene un Gobierno y un Parlamento, no es tarea fácil intentar comprender la necesidad de un jefe de  Estado, más allá de ser una representación de la ciudadanía, por encima de ideologías, partidismos e intereses sectarios o de clase. Pero, si ni siquiera es capaz de cumplir ese papel, es lícito plantearse si el jefe de Estado es una figura imprescindible. Quien debería de reflejar un espíritu común que aúne las inquietudes e intereses de todo un pueblo tiene, ante todo, que poner en valor a ese pueblo,  sus necesidades y sus valores, y no permitir que prime el cargo sobre la obligación que dicho cargo conlleva. Pero… ¿quién le puede pedir todo eso a una persona que ni siquiera tiene el respaldo voluntario de aquellos a los que dice representar y de los que dice que son su prioridad y única preocupación?

Viñeta de Elkoko

España es una monarquía parlamentaria, sistema impuesto en primera instancia por el dictador Francisco Franco y refrendado posteriormente por los ciudadanos, al ser incluido en una Constitución sin más alternativa que el miedo a una vuelta al fascismo militar. Sin una consulta previa para saber si los españoles aceptaban la herencia impuesta por Franco, o si verían con mejores ojos un sistema republicano en el que tuviéramos derecho a elegir un presidente, lo más limpio posible de aquellos polvos franquistas. España es una monarquía en la que se bendice a un rey que no dudó en elogiar la labor del dictador que le nombró su sucesor, y que jamás rectificó esos elogios públicamente, en las múltiples ocasiones que tuvo para hacerlo. Pero… ¿son Juan Carlos I y su hijo Felipe VI merecedores del cargo que han ostentado durante más de 40 años? Para responder a esa cuestión, lo más sencillo es repasar las funciones que la propia Casa Real describe como propias del jefe de Estado. Como resumen, el rey debe de ser símbolo de la unidad del Estado, símbolo de la permanencia del Estado, árbitro y moderador del funcionamiento regular de las instituciones y el más alto representante del Estado español en las relaciones internacionales. Toda teoría es atractiva si se presenta como interesa, pero la realidad nos presenta una casa real más preocupada por mantener su status y sus privilegios que por cumplir las obligaciones antes citadas.

El pueblo español ha crecido más rápido que quienes lo dirigen. Estos últimos años de recortes, tanto en lo económico como en lo referente a nuestros derechos y libertades, no les han servido para que aceptemos con resignación un sistema que ya no se corresponde con la realidad del país.

La unidad del Estado no se garantiza tomando partido cuando una parte importante de la población de Cataluña manifiesta un sentir colectivo de cambio, incluyendo ese cambio la independencia de España y, por consiguiente, el rechazo a la monarquía. Amenazar y condenar en lugar de buscar el diálogo y el entendimiento pacífico no es la mejor manera de mantener unida a una nación y sus gentes. Como símbolo de la permanencia del Estado se habla de la bondad de que el cargo sea hereditario. Poco favor se hace al devenir democrático de un país cuando se le priva de elegir a su máximo representante y se le impone la sangre como garantía de efectividad. Un buen árbitro y moderador de las instituciones no bendice la disolución de un gobierno autonómico y el golpe de mano de un gobierno central que aprovecha las circunstancias para imponer su ideología donde no pudo “imponer” sus votos. Y la Justicia es también una institución que merece más respeto que el demostrado por la familia real. Las instituciones, cuando no están al servicio del ciudadano, están al servicio de quienes las ocupan, y el rey ha sido cómplice de esa ocupación.

Viñeta de Elkoko

Pero lo que merece una mención especial es el papel de la corona española como representante de España en el plano internacional. ¿Creemos los españoles que con subirse a los atriles de ciertas universidades extranjeras y lanzar discursos preparados para sonar modernos y democráticos, ya está todo hecho? Más allá de la poco conveniente notoriedad que ha supuesto la vida privada de algunos miembros de la familia del rey, resulta poco menos que inquietante el papel que este realiza en asuntos más oficiales. ¿Representa el rey a su pueblo y sus gentes cuando recibe con los más altos honores a dictadores, genocidas y violadores sistemáticos de los derechos humanos? ¿Lo hace cuando los visita en su país y les propone intercambios comerciales? ¿La unidad de España alrededor de la figura del jefe de Estado no se pone en riesgo cuando se firman tratados con quienes asesinan a homosexuales, lapidan a mujeres, reprimen sistemáticamente la libertad de expresión, decapitan a sus detractores y financian grupos terroristas? ¿Podemos sentirnos representados cuando el rey es el promotor de la venta de armas a quién hará sin duda un uso abusivo de ellas? Solo la garantía de que su cargo no está en peligro, de que no depende de la voluntad de los españoles, de que tiene el respaldo de todo el sistema político, incluso de partidos que se declaran republicanos, puede llevar a un jefe de Estado a tomar decisiones que, sin duda, serían rechazadas por los ciudadanos si tuvieran la ocasión de pronunciarse, decisiones motivadas, en algunos casos, por poco claras cuestiones personales.

El pueblo español ha crecido más rápido que quienes lo dirigen. Estos últimos años de recortes, tanto en lo económico como en lo referente a nuestros derechos y libertades, no les han servido para que aceptemos con resignación un sistema que ya no se corresponde con la realidad del país. Existe una exigencia de libertad y de poder de decisión, fruto de sacudirnos de encima miedos y complejos. Vemos a los gobernantes como nuestros servidores, no como nuestros amos, y peleamos para que desaparezcan privilegios y prebendas. Y, consecuentemente, no aceptamos que nos represente quien no haya sido elegido por nosotros, y mucho menos que se tomen decisiones que nos dibujen como país para las demás naciones. Exigimos democracia real y respeto a los derechos humanos, y condenamos a quienes pisotean ambas cosas. Eso es España y esos somos los españoles. Y quienes no lo lleven en su cartera cuando se sienten en foros internacionales, que no piensen que nos representan.

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