A España le sobran imbéciles, estúpidos y esnobs

Por Alberto Vila

“Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro.”

Albert Einstein

Esta columna procura contribuir a una mejor comprensión de las claves que pueden interpretar los acontecimientos que nos rodean. De este modo, el criterio personal superará la perversa intención de aquellos que pretendan pensar por los ciudadanos de España. La infoxicación se intensificará. Estamos en presencia de una operación de acoso y derribo del gobierno de coalición. Veamos.

Se dice que en muchas ocasiones es preferible un malvado que un imbécil, cuando de gestionar poder se trata. Esto es, porque los primeros son pragmáticos y negocian. En los sistemas democráticos efectivos, existen mecanismos que limitan los excesos de los malvados. Lo que no consiguen controlar, son los excesos de los segundos, por impredecibles y contumaces. El actual presidente de los EE.UU. reúne características a valorar. Suele definirse a una persona imbécil a esa que es poco inteligente o se comporta con poca inteligencia. Tengamos en cuenta que el éxito en los negocios no resulta de la sabiduría, que podría eximir a un individuo de ser imbécil. En general, es consecuencia de una picardía bien informada. Recordamos que Balzac decía que “un imbécil que no tiene más que una idea en la cabeza, es más fuerte que un hombre de talento que tiene millares».

No aburriré a los lectores con ejemplos cercanos y contemporáneos. En un sentido figurado, se suele utilizar la palabra imbécil como sinónimo de tonto. En este caso, se emplea para referirse a la persona que molesta haciendo constantemente tonterías. En cualquier caso, debemos distinguir a los imbéciles de los estúpidos.

El término estúpido deriva del latín “stupidus”, aturdido. Se dice así, de quienes son poco inteligentes o sensatos. Puede decirse que la estupidez es un fallo para percibir la realidad y convertirla eficientemente en información. Porque hacer esto sería inteligente, que no es en el caso de los sujetos estúpidos, ya que estos se valen del autoengaño para rechazar la información que los haría corregirse. Es así que también se aluda así a aquellos notablemente torpes para comprender las cosas. Seguramente están pensando ahora mismo en unos cuantos casos.

Cuando se desea indicar a un individuo que es arrogante generalmente nos encontramos con los y las esnobs. De esta categoría nuestro país tiene una extensa proporción. Expresan un postureo vacío que sólo pretende impresionar con las formas. Son superficiales. Cuando se menciona haber leído a Kant, sin haber pasado de las notas introductorias, por ejemplo. O se pretende asumir títulos de los que se carece. Los haraganes y diletantes suelen serlo. Esto es, porque los efectivamente preparados están ocupados en el desarrollo de sus competencias y en la búsqueda de su camino profesional en el duro mundo de la realidad. Por ello, el talento incomoda a los imbéciles y esnobs. Tal vez porque los deja en evidencia. De aquí que, en los Estados con mucha presencia de imbéciles y estúpidos, la inversión pública en Investigación y Desarrollo sea poco relevante.

El esnobismo definió un particular comportamiento, y demostración de actitudes, en las sociedades burguesas cuando intentaban imitar las costumbres y estilos de vida de la aristocracia.

Ya Ortega y Gasset mencionaba que el término provenía de la contracción de la expresión latina “sine nobilitate”. En Inglaterra las listas de vecinos indicaban junto a cada nombre el oficio y rango de la persona. Por eso, junto al nombre de los simples burgueses aparecía la abreviatura “s. nob.”, es decir, “sin nobleza”.

De este modo, una característica de los esnobs es su preferencia a relacionarse con personas de estatus social elevado con el fin de demostrar adoración por la riqueza y la necesidad de simular un estilo de vida que aspiran lograr. Aunque no son de origen aristocrático, el individuo esnob reproduce el comportamiento de una clase que consideran de alta sociedad, poniendo de manifiesto una arrogancia y superioridad en sus actitudes al tratar con desprecio a personas que consideran de clase inferior. Las que se caractericen por no poseer atributos dignos de su atención. Tales cómo, por ejemplo, riqueza, educación, belleza, nobleza, entre otros. Es decir, son parásitos sociales que carecen de los atributos que declaran. En los platós televisivos y tertulias mediáticas encontrarán casos en abundancia. También en los salones de eventos y recepciones. Son adictos a la conspiranoia y a la promoción de las fake news.

A España le sobran imbéciles, estúpidos y esnobs en estas críticas circunstancias históricas. La pandemia hizo y aún hará estragos mayores si se permite a estas personas incapaces que sigan agravando la situación con sus inoportunas decisiones e influencias. Aunque, también es cierto, que este tipo de sujetos son los preferidos por el statu quo para que, en su representación, desarrollen actividades que favorezcan los intereses de las corporaciones. Por tanto, nada es casual cuando los ciudadanos aprecien el protagonismo en la gestión pública de ciertos individuos notoriamente imbéciles, estúpidos o esnobs.

Estemos atentos.

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