Por Jesús Ausín | Viñeta de Manel VIZOSO
Nuevamente el ataque del pangolín había diezmado la colonia de hormigas. La reina y su séquito de sirvientas que acicalan y distribuyen tareas dentro del hormiguero, de nuevo, eran las únicas que no habían estado en peligro durante el ataque de ese horrendo animal que se había postrado en la entrada, succionando con su larga lengua todo lo que encontraba a su paso. Su graciosa majestad, ensimismada en sus puestas de huevos, nunca percibe los peligros a los que se enfrentan las hormigas de su colonia. Las sirvientas, cercanas a la cámara real, están al corriente de lo que sucede fuera, pero no les preocupa, a salvo en las profundidades. Las hormigas porteras, cuando sus hermanas acarreadoras y las soldado dan la alarma, se encargan de cerrar los orificios y esconderse entre los recovecos de la caverna intentando no ser succionadas por el pegajoso órgano de pangolines, equidnas y osos. Los demás individuos de la colonia, a lo único que aspiran es a no estar dentro cuando eso sucede.
Unos días después del último ataque, una de las hormigas soldado llegó al hormiguero portando una noticia extraordinaria. A una distancia prudencial, había encontrado un fruto que crecía en un matorral, que caía al suelo una vez seco y que traído a las bodegas creaba un hongo especial que lo convertía en un manjar para las hormigas. Solo había un pequeño problema. Para llegar al matorral debían cruzar un fuerte torrente de agua que podría arrastrarlas al intentar cruzarlo. Ella había sido capaz de ir y volver, aprovechando que una rama se había caído atravesando el regato, sirviendo como puente entre las dos orillas. Pero cuando volvió a cruzarlo, de vuelta al hormiguero, un jabalí, que corría desesperadamente, había pisado la rama haciendo que el caudal se la llevara aguas abajo.
La hormiga jefa de intendencia sacó muchos de los efectivos de la colonia y, una tras otra, en fila india, siguieron el rastro dejado por la hormiga soldado exploradora que había encontrado el fruto que daba el manjar. En un rato, llegaron al arroyo. No era muy profundo ni tampoco muy ancho. Pero el agua bajaba produciendo un temible estruendo y con una velocidad, que haría que cualquier hormiga que se acercase al cauce, acabara arrastrada. Mientras pensaban en una solución, la hormiga jefa dispuso que varias obreras volvieran al hormiguero en busca de más efectivos. Se le estaba ocurriendo una idea que haría posible cruzar el arroyuelo sin peligro. Cuando llegaron todas las hormigas ya eran cientos. Entonces explicó el plan. Colocarían una fila de hormigas cerca de la ribera. Otras se subirían encima. Luego enredarían sus patas y sus mandíbulas sobre otras que a su vez se enlazarían con las de otras. Poco a poco la estructura fue formado un puente que acabó atravesando el regato y llegando a la otra orilla. Ahora, el resto, pasaría por encima de sus hermanas hasta el matorral. Allí cada una cogió con sus mandíbulas una semilla y retornaron a la orilla por la otra esquina del puente que formaban las obreras. Cuando hubieron dejado limpio de semillas el matorral, desmontaron el puente de forma inversa y volvieron todas a la colonia.
El éxito fue tal que a otra de las intendentes del hormiguero se le ocurrió que quizá todas juntas serían invencibles y podrían luchar contra cualquier peligro que acechara al hormiguero.
La respuesta no tardó en llegar. Dos puestas de sol después de la gran hazaña, el cielo se turbó a negro. A medio día se hizo de noche y el agua empezó a caer de tal forma que pronto toda la zona del hormiguero comenzó a encharcarse. Las porteras comenzaron a tapiar con barro la entrada al hormiguero pero la presión era tanta, que el tapón no aguantaba y el agua entraba a chorro por la abertura que cada vez era mayor. El peligro de inundación de la cámara real y de la despensa donde crecía el hongo que servía de sustento, empezaba a ser muy preocupante. La hormiga jefa de intendencia llamó a capítulo. Quería que las obreras formaran una estructura como la del puente para taponar la entrada al hormiguero. Las porteras estaban de acuerdo con la idea pero ellas taponaban con barro y por tanto no creían conveniente participar. Las obreras que prestaban su servicio en la cámara real, igualmente se mostraban de acuerdo, pero ellas tampoco participarían. Las hormigas soldado dedicadas a masticar los frutos para hacer crecer los hongos dijeron que esa era una misión para las exploradoras. Estas protestaron diciendo que lo suyo era salir al campo y encontrar vegetación sobre la que pudiera crecer un hongo bueno. Por tanto, tampoco estaban dispuestas a formar parte de la misión. Una de las camareras de la reina taponó la entrada a la cámara real salvando los huevos y a la propia reina. Todas las demás murieron ahogadas. Pasado el temporal, la reina y los huevos eclosionados, emprendieron vuelo en busca de un nuevo hogar.
8M ¿Éxito rotundo?
¿La gran movilización sucedida el 8 de marzo, con una huelga de alta participación entre las mujeres y unas concentraciones numerosas, ha sido un éxito?
Si únicamente atendemos a los parámetros de participantes en la huelga y de manifestantes, evidentemente el éxito es más que rotundo.
Bilbao con una multitudinaria manifestación de más de ciento cincuenta mil personas (50 000 según la policía), ha sido, según fuentes de las organizaciones feministas, la ciudad donde las movilizaciones consiguieron un mayor éxito porcentual.
En Madrid, la movilización nos llevó al entorno de la diosa Cibeles a más de medio millón de personas (350 000 según la delegación del gobierno). Por segunda vez en mi vida, pasé miedo en una concentración ya que al llegar a la confluencia de Alcalá con Gran Vía, llegó un momento en que nos vimos arrastrados por la corriente que se dirigía a salir de allí por Marqués de Valdeiglesias. Sin poder controlar tus movimientos, puedes llegar a sentir agobio. Nunca había visto tanta gente reunida en ese entorno. Ni en las marchas de la dignidad de marzo de 2014 donde colapsamos todo Atocha, Alfonso XII, el Paseo del Prado, Cibeles, Alcalá, Sol y el Paseo de las Delicias. Ni tampoco en el “NO a la guerra” en febrero de 2003. Entonces el periódico global hablaba de 650 000 manifestantes. Para hacerse una idea decir que la cabecera, que debería haber salido de Neptuno (la manifestación comenzaba en Atocha) al final salió de Gran Vía. Todo el espacio entre Atocha, Paseo del Prado, Alcalá desde la puerta de Alcalá hasta Gran Vía, parte del paseo de Recoletos y del inicio de la Gran Vía, estaba lleno de manifestantes.
Hasta en ciudades tremendamente conservadoras como Burgos llenaban su plaza Mayor con la protesta.
Parece evidente entonces, que esta visibilidad de la lucha feminista fue un éxito.
Pero hay algo que como Pepito Grillo no puedo dejar de plantear ante tanta euforia. Si alguien cree que toda esta movilización se va a transformar en un masivo voto a la izquierda, creo que se equivoca.
Decía Jesús Maraña en un twit al día siguiente: “Aunque les pese a no pocos agoreros, la Marea Violeta ha vuelto a llenar las calles” a lo que respondía Elisa Beni: “Y llenará las urnas”. Es algo que a muchos de los que estuvimos allí nos gustaría. Pero la realidad es otra bastante más cruel. En mi entorno, que aunque no supone ningún tipo de extrapolación ejemplar, si puede ser muestra de lo que sucede en los demás entornos, a la manifestación acudimos tanto mujeres progresistas como menos progresistas que dicen serlo, como votantes claras del Partido Popular o Ciudadanos. Lo que quiero decir es que en una manifestación de 500 000 personas que hubiera sido convocada por Podemos (por ejemplo) el sesgo ideológico es claro. En esta manifestación no solo no lo es tanto sino que creo que justamente si ha tendido el rotundo éxito es porque de lo que se trataba era de manifestar aquello que nos une a todas. La reivindicación de que ser mujer no debería suponer menos derechos, menos salario y menos seguridad que la de ser hombre. Esto que parece una perogrullada es algo en lo que estamos de acuerdo todos los progresistas (los de verdad) pero también muchas de las mujeres que votan ciegamente al PP haga lo que haga o que creen (como los hombres) que el salvapatrias de la Falange que ahora se llama Ciudadanos es un tipo centrado y no de extrema derecha.
Es evidente que el 8M tanto de este año como el de 2018 han sido un éxito, y no solo por la cantidad de manifestantes, sino por la concienciación que supone. Cuanta más publicidad le demos al feminismo, más posibilidades tenemos de que se imponga la cordura. Porque hasta las más recalcitrantes defensoras del patriarcado creen que pedir igualdad es algo bueno. (Otra cosa es que su defensa de la igualdad esté lejos de serlo). Hemos conseguido que la igualdad salarial, aunque siga siendo un lastre para las mujeres, sea algo en lo que la opinión pública, en general, esté de acuerdo. Hemos conseguido visibilidad para el problema patriarcal de los consejos de administración donde las mujeres solo son una rareza dispar y con frecuencia, las que llegan a lo más alto, como la Sra. Botín, se comportan de igual manera que los hombres.
Hemos conseguido sembrar la concienciación de que nadie debería sentir miedo al volver a casa de noche. De que las mujeres son atacadas por el hecho de ser mujer. A todo el mundo pueden robarle la cartera en un callejón oscuro a las dos de la mañana, pero si eres mujer, desgraciadamente ese es el menor de los problemas porque te expones a ser vejada, violada y maltratada. Ningún hombre será agredido sexualmente en una calle solitaria. Ningún hombre se sentirá acosado por unos ojos libidinosos, fuera de sí, por alguien que se cree con todo el derecho de tocar, palpar o atacar verbalmente. Eso es algo que hemos logrado poner encima de la mesa y que, aunque aún es el tema más peliagudo de hacer entender, al menos empezamos a concienciar.
Pero hay algo que como Pepito Grillo no puedo dejar de plantear ante tanta euforia. Si alguien cree que toda esta movilización se va a transformar en un masivo voto a la izquierda, creo que se equivoca. Primero porque como he dicho antes, entre las manifestantes había personas de todo el espectro electoral. Sí, la mayor parte del que se considera de izquierdas, pero también de las de misa de domingo y servicio en casa.
Como vengo diciendo desde hace tiempo, es imposible luchar contra unos medios de desinformación, manipulación, sesgo y adoctrinamiento fascistoide que se empeñan en obviar, silenciar y masacrar a unos y en loar las idioteces de otros convirtiéndolas en noticia imprescindible. Los falangistas de Rivera, el año pasado se empeñaron en negar el feminismo (como todos los demás partidos fascistas). Este año, como todo lo que hacen es publicidad y marketing que detrás está vacío, aprendieron la lección y se han apuntado al carro. Eso sí, queriendo desvirtuar el sentido de lo que significa el feminismo, intentando convencer de que este no tiene ideología. Para ello, han afiliado (sin su consentimiento) a Clara Campoamor. Una mujer republicana y liberal que proclamaba la libertad religiosa, la igualdad, el derecho a la instrucción pública y laica y el reconocimiento de las diferentes lenguas del Estado. Justamente todo lo contrario a los idearios nacionalistas, elitistas y burgueses de estos falangistas camuflados como demócratas.
Por otra parte están todas esas mujeres que también se manifestaron el viernes que portaban banderas de la UGT o CCOO, reconvertidas al color morado que creen ser de izquierdas, que creen ciegamente en la igualdad de sexos pero que acaban siempre votando al PSOE. Un partido que lleva los últimos cuarenta y cinco años hablando de libertad, igualdad y solidaridad pero que cada vez que gobierna se ciega en recortar derechos, en realizar políticas de desigualdad y en gobernar para las minorías elitistas dejando de lado a los suyos. Quizá querido lector crea usted que exagero y podrá rebatirme con la verdad sobre las leyes del divorcio o del aborto. Pero como todo lo que hacen los vendehumos, para mí esas leyes, con ser importantes para la libertad individual de las mujeres, lo son mucho menos que las que realmente nos hacen iguales como una educación pública alejada del sesgo religioso y machista, los derechos laborales que ahora mismo no tienen ni siquiera las embarazadas a las que un empresario misógino puede despedir, un tribunal declarar improcedente y la mujer quedarse en casa con una mísera indemnización y sin trabajo, o los derechos de acceder a puestos en iguales condiciones, que incluso en las empresas públicas no son respetados y que cuando se hace, no se le asigna el mismo salario (se acaba camuflando denominando el puesto de otra forma aunque con las mismas funciones).
El feminismo es igualdad, no derechos para unos pocos.
En resumen, ante la pregunta de si la movilización del 8M ha sido o no un éxito, debemos considerar que la multitudinaria respuesta lo es porque representa una concienciación que antes no había, pero que si esa concienciación se convierte en el voto a los de siempre, el éxito habrá sido relativo.
Si queremos feminismo, es decir, si queremos igualdad efectiva, si queremos el cambio social que eso supone, no podemos votar a los que están educando a nuestros hijos a través de la instrucción pero también del entorno, en conceptos patriarcales y machistas, con libros de texto que recomponen la historia de forma adecuada al pensamiento predominante, retirando la filosofía de las clases, obviando escritoras y mujeres que participaron en la historia y emitiendo programas televisivos en los que la mujer es tratada como un trozo de carne sexual. No podemos suponer que aquellos que creen que la compra de seres humanos es un derecho o que la prostitución es un trabajo que se elige voluntariamente, son feministas. Nadie gesta a un niño para otro por empatía si no hay compensación económica por medio. Eso es mercantilismo y venta de seres humanos. Nadie se acuesta con hombres que le dan asco si no es por obligación.
Los que se oponen al feminismo lo hacen por egoísmo. Por la pérdida de poder y de comodidad que eso supone. Nosotros los hombres vivíamos mejor cuando estábamos tirados en el sofá mientras la mujer se mataba literalmente para limpiar nuestras mierdas. Los ejecutivos hombres estaban mejor cuando tenían la certeza de que para el puesto vacante no competía una mujer, más preparada y con mejor cualificación que ellos. Los gobernantes estaban mejor cuando no había mujeres que les remordían la poca conciencia que tienen por realizar guerras fratricidas en las que el único objetivo es el negocio de contratistas y amigos.
A todo el mundo pueden robarle la cartera en un callejón oscuro a las dos de la mañana, pero si eres mujer, desgraciadamente ese es el menor de los problemas porque te expones a ser vejada, violada y maltratada.
Un servidor es feminista justamente por evitar todas esas situaciones. Y también por egoísmo. Porque creo que el feminismo es la igualdad nos llevará a un mundo mejor en el que todos seremos más felices y, por tanto, todos podremos tener una vida mejor.
Ojalá las movilizaciones nos lleven a todos a las urnas el 28A. Y que ese voto sea un voto de libertad, igualdad, derechos y solidaridad.
Porque el futuro será feminista o no será.
Salud, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.
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