Heinz Bierbaum: “La globalización le da miedo a la gente y por eso hay que contenerla”

Heinz Bierbaum es, desde noviembre de 2022, Presidente de la Fundación Rosa Luxemburgo. Antes ejerció durante tres años como Presidente de la Izquierda europea, ahora ocupa la responsabilidad de Relaciones Internacionales en el partido Die Linke (La Izquierda). Como sociólogo y economista ha sido profesor y diputado en el Sarre (Alemania) y ejercido como experto en el ámbito del asesoramiento de comités de empresa europeos.

Nuestro colaborador Ricard Bellera ha coincidido con él en el Congreso de la Confederación de Sindicatos en Berlín y ha aprovechado para hacerle una entrevista.

Por Ricard Bellera

En la historia de la izquierda europea Rosa Luxemburgo ocupa un lugar preeminente, pero sin embargo tal vez no tenga el reconocimiento que le corresponde. ¿Cuáles crees que son los aspectos del pensamiento de Rosa Luxemburgo que son hoy de mayor actualidad?

Si creo que hay elementos de su pensamiento que son de mucha actualidad. Está la famosa frase de ‘Socialismo o Barbarie’ por ejemplo. También si consideramos la guerra en Ucrania, conviene recuperar su reflexión y cómo llamaba la atención sobre el hecho de que es siempre el proletariado el que paga la factura de la guerra. Primero en el campo de batalla y después por las consecuencias sociales que esta genera. Por otro lado Rosa Luxemburgo es pionera en la perspectiva del socialismo democrático. Defendió siempre el respeto a las posiciones discrepantes. Y, finalmente, siempre repetía que le gustaba vivir en ‘tiempos de tormenta’ y eso sin duda es también de gran actualidad. El problema es tal vez que se lee demasiado poco y ahí tenemos en la Fundación una obligación y una oportunidad.

Rosa Luxemburgo era economista y planteó de manera visionaria cuestiones como la globalización o las consecuencias de la acumulación de capital. ¿Es también actual en este sentido?

Sí, pero tal vez el contexto ha cambiado. Ya Marx reflexionó sobre la autonomía del capital financiero, pero no lo describió en su configuración actual. En el tiempo de estos dos pensadores la economía especulativa no dominaba aún la economía real con la contundencia que experimentamos hoy.

Esa subordinación de la economía real a la financiera es uno de los grandes problemas que enfrentamos. ¿Es posible cambiar desde el sindicalismo o la política, ambos instalados en la economía real, esta predominancia de la economía financiera?

Creo que sí. En primer lugar hay que dominar los mercados financieros. En este aspecto se ha transigido demasiado. No se sacaron las conclusiones necesarias de la crisis financiera del 2008, que como recordamos todos comportó una fuerte crisis económica. Es un problema a nivel europeo porque el Banco Central Europeo sigue trabajando hoy con sus propios criterios, cuando, como hemos defendido y defendemos desde la izquierda, tendría que asumir obligaciones con la economía real.

¿Crees que un cambio de este calado es posible articularlo desde el Parlamento Europeo y que existe por tanto una oportunidad en el marco de las elecciones que tendremos en 2024?

No, no creo que lo consigamos exclusivamente con las elecciones europeas. Durante mucho tiempo hemos vivido una fuerte polarización sobre si ‘Europa sí, Europa no’, sobre si ‘Euro sí o Euro no’. Por suerte estamos un paso más allá. Hemos descubierto la Unión Europea como un ámbito de debate político y precisamente se trata de eso. Cuando fui Presidente de la Izquierda europea el objetivo era superar la polarización para pasar a definir las políticas que son necesarias. Hoy sabemos que existe una oportunidad. Lo vivimos con la pandemia, cuando se dejaron de lado rápidamente cuestiones que parecían sacro-santas. Por poner un ejemplo, Next Generation pasa página y abre un capítulo nuevo en la política financiera europea. Aún existe quien quiere volver a la política de austeridad. Pienso en el ministro liberal alemán Lindner, que quiere volver a introducir el límite al endeudamiento a nivel europeo, cuando se ha demostrado que es necesario eliminarlo. El Pacto de Estabilidad y Crecimiento fue suspendido aunque no eliminado, y esto constituye una novedad que nos muestra que, si cambian las circunstancias, también puede cambiar la política europea. El reto es que la izquierda sea suficientemente fuerte para conseguir que se realicen esos cambios.

Parece como si la izquierda europea no viva su mejor momento. Lo acabamos de ver con las elecciones en Grecia. ¿Porqué cuesta tanto conseguir que la clase trabajadora, que las personas con pocos recursos y muchas dependencias utilicen su voto para defender sus intereses?

(Sonríe). Esta es la pregunta. Pero me temo que no tenemos respuestas suficientes. Tenemos propuestas de una política alternativa en el interés de la clase trabajadora. Pero tenemos un problema de credibilidad.  Lo que pesa es que la izquierda siempre ha estado muy dividida. Cuesta mucho trabajar conjuntamente y eso se traslada del ámbito de los estados al propio ámbito europeo, donde cuesta trabajar en la lógica de un partido en el sentido tradicional. Tal vez el problema ha sido que la izquierda tampoco ha planteado y desarrollado los debates que son necesarios. A cambio se han realizado acciones contradictorias. Nos hemos dividido en vez de concentrarnos en cuestiones esenciales. El Partido de la Izquierda Europea, en su documento político, ha descrito los ejes de una política de izquierda, cuyo elemento central es la ruptura con la política neoliberal de austeridad y a favor de una política económica y social que tiene que articularse en el interés del bienestar con inversiones públicas que faciliten una trasformación social-ecológica que, a su vez, supere los limites del desarrollo capitalista. La trasformación ecológica que es necesaria no se le puede dejar al mercado. Hace falta una política industrial activa por parte del estado combinando las exigencias ecológicas y las exigencias sociales.

Pero para ese cambio es necesaria la política en mayúsculas. ¿Se pueden enfrentar los retos de la clase trabajadora sin una ideología y una organización fuertes?

Sin eso no hay nada que funcione. Actualmente tenemos una situación en el que la derecha triunfa, también la extrema derecha, porque consigue aprovecharse del descontento generalizado. Ofrece como solución la confrontación y marginación de ciertos colectivos, como los inmigrantes, que ejercen como chivos expiatorios de todas las crisis. Brindan a las personas una falsa seguridad en un marco nacional. Esa es la receta de la derecha y por desgracia funciona, porque las personas hoy han de hacer frente a una gran incertidumbre. El éxito electoral de la extrema derecha muestra que son aquellos que tienen miedo de perder algo, los que los votan. No aquellos que están en la precariedad, sino los que tienen miedo de perder algo y quieren salvarlo. Frente a eso tan sólo sirve un cambio en la visión, en la estrategia, en el relato, y eso apela a lo que es la ideología. Estoy convencido que hace falta un debate sobre una concepción de un socialismo que corresponde a la realidad de hoy. La globalización le da miedo a la gente y por eso hay que contenerla, no eliminarla, pero sí contenerla. Mientras siga extendiéndose sin control seguirá despertando miedos que otros aprovecharán.

Hoy no tan sólo es la globalización la que nos confronta con la incertidumbre. Pienso también en el cambio climático o en la digitalización, con un discurso que a menudo es tremendista.

Creo que uno de los retos más importantes es el de la transformación que estamos experimentando.  El reto ecológico es evidente y tenemos que enfrentarlo también desde la izquierda. No podemos hablar en nombre de la clase trabajadora, sino que hemos de hablar con ella. Este es un punto determinante porque se trata de activar, de mostrar que hay la posibilidad de hacer algo. Este es para mi el punto central y requiere que impliquemos a las personas trabajadoras en el proceso, que conectemos este proceso con el desarrollo de la democracia en las empresas. Sin eso no funcionará. Hablamos de una manera muy abstracta de transformación y ecología. Los trabajadores ven la urgencia ecológica, pero es importante que se enfoque sindicalmente, desde la perspectiva de la transición justa.

Frente al cambio que impulsa el cambio climático o tecnológico, con fenómenos como la inteligencia artificial, parece que por momentos lo que falta es la mejora de las estructuras de protección social. ¿Hay que profundizar en el estado del bienestar?

Los sistemas de protección social se han de completar. Este es un punto central. Durante demasiado tiempo desde la izquierda europea no le hemos dado a esta cuestión la importancia que merecía. Necesitamos de un conjunto de derechos sociales que han de estar garantizados. Hemos avanzado en cierta medida con el protocolo social europeo defendido y promovido por la Confederación Europea de Sindicatos. Pero además de la cuestión de los derechos sociales y de la protección social, está la cuestión más amplia de lo ‘público’, de los servicios e infraestructuras, que es una cuestión clave.

Pero plantear profundizar en estos aspectos sin un cambio en la política y la arquitectura fiscal en Europa parece tal vez algo optimista…

Sí. Esa es una cuestión muy importante. Actualmente tenemos el problema de la inflación y, por otro lado los inmensos beneficios de las empresas energéticas. Se habla de impuestos a los beneficios extraordinarios que resultan estratégicos y necesarios. Tal vez desde la izquierda nunca hemos conseguido convertir la redistribución en una cuestión central. Hace falta una política fiscal diferente, empezando por los impuestos de patrimonio y de sociedades, pero a pesar de que hemos estado envueltos en diferentes campañas, nunca hemos conseguido resultados significativos.

¿No será que para ganar el interés de la clase trabajadora hacen falta reclamos u objetivos más ambiciosos como la semana de 4 días?

La cuestión de la reducción de horario se ha enfocado mal desde la izquierda, porque tan sólo se ha intentado utilizar como reclamo. Sabemos desde los años ochenta, con la introducción de la semana de 35 horas, que para conseguir un objetivo de este calado, hace falta una movilización social amplia y un profundo debate sociocultural. Cuando se trata de hacer realidad la reducción del tiempo de trabajo hemos de hacer frente a cuestiones como la flexibilidad o la intensidad, que reclaman de condiciones especiales. En Alemania tenemos ahora en clave sectorial la experiencia pionera de IG Metall tratando de introducir la semana de cuatro días. El objetivo es el de garantizar el mantenimiento del empleo. Otra cosa sería que desde la izquierda haya un campaña amplia que vaya más allá de la exigencia y que inspire una alianza amplia a nivel europeo. Se trata de promover el mantenimiento del empleo en la línea de ‘menos trabajo para que trabajen todos’, pero también de luchar por mejores condiciones de trabajo, y de conquistar más tiempo para uno mismo, para la familia, para la cultura. En este sentido en el caso de las 35 horas hubo un consenso amplio. Hemos de ir más allá del eslogan. Lo hemos de articular y acompañar desde la negociación en las empresas y también desde la negociación de los convenios colectivos.

Otra propuesta que gana espacio en el debate público es el de la renta básica…

Ahora en la izquierda se está promoviendo una votación interna sobre esta cuestión. Veremos cómo se desarrolla. Hay una argumentación interesante de Axel Honneth en su último libro ‘El soberano trabajador’. Allí dice que para él es fundamental la relación entre trabajo y desarrollo social. También lo es la relación con la democracia. Vivimos en un mundo en el que la sociedad se constituye alrededor del lugar que ocupa el trabajo. La renta básica se orienta en lo privado, en el individuo, y saca a las personas de esta dimensión social. Creo que eso es algo que hay que tener en cuenta. A menudo se dice que la renta básica puede substituir o complementar el estado del bienestar, pero existe también la cuestión de la financiación, que no es sencilla. Desde mi punto de vista es una congelación de las relaciones sociales. Al margen de que todos reciban una renta, lo que no se garantiza es la emancipación a través del trabajo. Está también la cuestión del carácter ‘universal’ de la renta básica, que nos invita a preguntarnos porqué la tendrían de recibir todas las personas.

Si te parece hablemos de España que conoces bien y donde hemos vivido en los últimos tres años un progreso significativo en ámbitos como la legislación social o la reforma laboral. ¿Qué opinión te merece el gobierno de progreso?

España se ha vuelto más social. Ha mejorado. Lo que concierne a la situación actual, tengo que reconocer que me depara una profunda preocupación. Puede haber un giro a la derecha con Vox, la desaparición de Ciudadanos y un PP que siempre ha sido un partido muy de derechas. La cosa está complicada, más aún cuando existe la posibilidad de que la izquierda no se entienda de la manera que parece necesaria. Esta pugna entre Sumar por un lado y Podemos por el otro me preocupa. El día 28 hay elecciones municipales y también autonómicas en algunos territorios. Veremos qué pasa. Tal vez aún no sea decisivo, pero si ambos no se entienden de cara a las elecciones generales tendremos un problema. Conozco gente muy cercana que experimenta un notable entusiasmo por Yolanda Díaz, pero que no es consciente del todo del problema que comporta esta pugna. Soy bastante escéptico. La esperanza es que se entiendan y que la izquierda supere sus diferencias. Si es así veo una posibilidad de que la cuestión se enderece, por mucho que las previsiones no sean muy positivas.

¿Es posible extender y hacer crecer la izquierda sin disponer de estructuras de partido? ¿Tal vez sea ese el problema?

Yo creo que hacen falta estructuras de partido que tal vez haya que diseñar de una manera más abierta. En el caso de Unidas Podemos el tener una capacidad organizativa en Izquierda Unida ha sido positivo. También Izquierda Unida se apoyó en la estructura organizativa del PCE para tener mayor capilaridad también a nivel territorial. Se trata de observar el reto que enfrentamos desde la generosidad, de actuar con determinación pero desde el respeto.

Hubo un ministro socialdemócrata alemán que definía que la socialdemocracia deseaba ‘tanto mercado como sea posible y tanto estado como sea necesario’… Desde la izquierda el propósito común habría de ser el de ‘tanto estado como sea posible y tanto mercado como sea necesario’?

Sí. Ese ministro fue Schiller, y ese momento era el de la emergencia de una política económica keynesiana. Hoy las cosas ya no son tan fáciles. Sí convendría girar la frase y poner el acento no en el mercado sino en el estado, en lo público. Hoy, con la transición a la que nos enfrentamos, hacen falta inversiones públicas pero también una orientación pública de estas inversiones. El mercado no desaparece, pero el acento se ha de poner en el estado.

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