Pablo Casado y la reactualización de la propaganda ruralista fascistoide de los años 30: “ Ha sido atacada la remolacha”

En el imaginario anti urbano la ciudad figuraba como el espacio donde habían irrumpido las masas populares organizadas políticamente. La república había irrumpido en las ciudades, con el triunfo de las candidaturas antimonárquicas en abril de 1931.

Por Lucio Martínez Pereda

Es un viejo discurso fascistoide que algunos han llamado “nacional- ruralista”: el campo aparece como espacio cultural que preserva los valores patrios opuestos a la ciudad, lugar de desarraigo de esos valores.

Una visión idílica de la nación asentada entorno a una tradición que mantenía enraizados esos valores y protegía contra los valores materiales y disgregadores procedentes del mundo urbano. El campo era el espacio idealizado de una comunidad virtuosa, amenazado por la metrópoli, cosmopolita e intelectual, el lugar donde se creaba y reproducían las ideas que hacían peligrar esa armonía.

La España rural fue para la propaganda fascistoide una construcción imaginaria con atribución de sentido político y religioso. En este discurso nacional- ruralista se defendía un ideal patriótico sustentado por una interpretación tradicionalista de la Historia de España que hace que sus componentes nacionalistas y religiosos se ejecuten conjuntamente.

En el imaginario anti urbano la ciudad figuraba como el espacio donde habían irrumpido las masas populares organizadas políticamente. La república había irrumpido en las ciudades, con el triunfo de las candidaturas antimonárquicas en abril de 1931.

Las reivindicaciones populares urbanas y el movimiento obrero ponían en peligro el orden social tradicional, lo impugnaban como injusto. La vida en la España de los pueblos significa- al contrario de lo que sucedía en la ciudad- estabilidad en medio del cambio. Esta estabilidad era la condición adecuada para mantener orden político ideal, amenazado si se desligaba del orden natural que se observaba en la naturaleza.

El campo era una reserva de patriotismo que había de mantenerse alejado y a salvo de las impurezas corruptoras de las ideas izquierdistas. Las ciudades se habían contagiado del marxismo y del odio de clases, habían renunciado a la vida tradicional de la España agrícola. La ciudad era el lugar del engaño y la desorientación política. El modo de vida urbano era origen del pecado, facilitaba la extensión del laicismo e ideologías como el socialismo y el comunismo

En el campo se mantenían intactas las costumbres y valores propios del catolicismo.

Las virtudes “naturales” del campesino: fé cristiana, humildad y respeto, conformidad con las tradiciones religiosas y el orden social vigente, eran virtudes patrióticas de exportación al resto de la sociedad.

En el campo las personas adquirían la experiencia vital necesaria para no dejarse llevar por los impulsos y deseos que destruían el orden social y esta identidad era un legado que únicamente podía transmitirse en la familia cristiana. Las virtudes de la España rural se solidificaban en los valores religiosos dados por los padres a los hijos, este conocimiento hereditario dejaría de existir si la familia cristiana perdía su capacidad de transmitirlo, esa pérdida supondría la destrucción de la patria, ya que en la España rural estaban las raíces a recuperar para impedir la destrucción de la nación.

Y ya para finalizar: reactualicen este discurso fascistoide y guerra civilista con los componentes del nativismo, el antifeminismo, el familiarismo, la catalanofobia, y el espectro delirante del anticomunismo español, y dará como resultado el programa conjunto VOX- PP de destrucción democrática.

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