47 millones de violables y uno que no lo es

he repasado mi propio currículum escribiente y he comprobado que, de los 821 artículos diferentes que los medios han tenido la amabilidad de publicarme desde 2012, sólo en seis de sus títulos he incluido las palabras “inviolable” o “inviolabilidad”

Por Domingo Sanz

De repente pienso en los tres únicos españoles que han ocupado de manera sucesiva el mismo cargo político desde 1939, disfrutando de una protección tal que podían y siguen pudiendo cometer cualquier delito, por execrable que sea. La Justicia no investigó a los dos primeros ni investigará al actual, pues no podría condenarlos, aunque fueran culpables.

Sobra poner los nombres de estos tres privilegiados. Basta recordar que el primero falleció en 1975, el segundo reside en Abu Dabi y el vigente, su hijo, continúa en el Palacio de la Zarzuela.

Por tanto, he repasado mi propio currículum escribiente y he comprobado que, de los 821 artículos diferentes que los medios han tenido la amabilidad de publicarme desde 2012, sólo en seis de sus títulos he incluido las palabras “inviolable” o “inviolabilidad”, un 0,7% del total, lo que me permite confirmar que estoy lejos de padecer una de esas obsesiones que tanto pesimismo provocan cuando no consiguen lo que buscan.

En cambio, en ninguno de los títulos de esos 821 artículos escribí las palabras “violable” ni “violabilidad”, ni en singular ni en plural. Pensaba anoche que tal discriminación terminológica podría deberse al hecho de que, cada vez que lo intento, mi procesador de textos (probablemente el más utilizado del mundo) las marca siempre en rojo para avisarme de que son palabras que no existen.

Le di otra vuelta de tuerca a la duda y pensé que quizás ese “rojo” conseguía asustar a mi subconsciente, aconsejándome subrepticiamente que, si lo hacía, sería prueba suficiente de una osadía que, animada por la libertad de expresión vigente, podría convertirse en motivo bastante de represión cuando en España vuelvan a fusilar por opiniones vertidas en el pasado (es decir, hoy) pero que no coincidieran con las del nuevo dictador que podría mandar en un futuro del que, ni sabemos cuánto pueda tardar en llegar, ni tampoco lo que se pueda parecer al gobernado por el primer inviolable de los tres citados al principio.

Abro paréntesis para invitarle a usted, que sigue ante estas letras, a que teclee las palabras “violable” o “violabilidad” para comprobar si también se enrojecen en su pantalla y, además, a que las escriba en la sede virtual de la autoridad competente, del idioma español, por supuesto, a ver si tiene suerte y le responden algo que no sea “No existe”.

Puesto a buscar excusas para minimizar riesgos futuros, anoche era 30 de agosto de 2022 y me dirigí a la Fundéu-RAE con la siguiente consulta:

“¿Por qué aparece en el Diccionario la palabra “inviolable” pero no “violable»

La Fundéu-RAE funciona y la respuesta no se hizo esperar, llegando a las 08:22 de hoy mismo, 31 de agosto:

«Probablemente porque se usa relativamente poco. Tiene información en:

https://www.wikilengua.org/index.php/Diccionario_de_la_lengua_espa%C3%B1ola#T.C3.A9rminos_incluidos

Saludos cordiales.”

Por una parte, si se trata de palabras poco usadas pero que sí aparecen en el diccionario de la RAE, sin el menor esfuerzo podemos citar “bahorrina”, “lobanillo” o “zonzo”, de las que no recuerdo a nadie que las haya pronunciado durante los últimos 70 años, y menos yo, y cuyos significados acabo de descubrir en el mismo diccionario que le niega una definición a “violable”.

Por lo demás, y, salvo error, en el enlace facilitado no aparece referencia alguna a las palabras “inviolable” o “violable” y, además, se da el agravante de que “inviolable” es una de las escasas palabras para las que la autoridad competente citada no reconoce la existencia de su par sin el “in” delante. Por ejemplo, nadie emplearía “incierto” si no existiera “cierto” o “indefendible” sin pensar en “defendible”, y muchas más.

No buscaré la ley, si es que la hubo, que aseguraba la inviolabilidad del primero de los tres inviolables citados, el que vivía en el Palacio del Pardo, pues la historia ha demostrado que, al igual que con los dos siguientes, ningún juez español hubiera iniciado contra ellos ninguna instrucción, ante la evidencia de que nunca podría sentarlos en el banquillo de los acusados.

Como este asunto no acabará aquí, en defensa del idioma, en contra de las autoridades que eliminan del diccionario palabras incómodas con excusas de mal pagador y a favor de que las leyes no incluyan mentiras y trampas, ahora que los “hijos” y los “nietos” de quienes fueron los “padres” de la Constitución del 78 están con el debate de si sacar o no del artículo 49 la palabra “disminuido”, aprovechen para quitar la de “inviolable” del 56.3 o, si deciden mantenerla, redacten el artículo 14 de la siguiente manera:

“Los españoles son igualmente violables ante la ley, salvo lo dispuesto en el Título II en beneficio exclusivo del rey de España, que podrá hacer siempre lo que le dé la gana”.

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