Por José Luis García
El 4 de octubre de 1980, es decir hoy hace exactamente 40 años, publicaba en mi página quincenal de un periódico regional, un artículo sobre la educación sexual y la pornografía donde afirmaba lo siguiente:
“El hecho de que la pornografía, con su peculiar información sexual y con su objetivo, eminentemente lucrativo, se haya introducido en nuestro Estado antes que una auténtica educación sexual, va a generar consecuencias graves en la salud sexual de las personas”
Hoy escribo esta crónica que estás leyendo, amable lector/a y vengo a decir tres cuartos de lo mismo, solo que esas consecuencias graves a las que aludía, ya están generalizadas en nuestra sociedad. A pesar de haber transcurrido 4 décadas la sociedad española no ha dado respuesta a esta necesidad y, por tanto, no pocas familias se lamentan por ello.
Para no andar por las ramas voy a comenzar citando los dos últimos informes de la Fiscalía española, correspondientes a 2018 y 2019, donde se concluye que «existe una inequívoca tendencia al incremento de la violencia entre menores, adolescentes y jóvenes”, en particular los 16 y 17 años. Este incremento, cercano al 40% está, a juicio de la institución, “asociado al consumo de pornografía en las redes sociales, donde se cosifica a la mujer”.
Esta directriz es evidente desde 2012, en el área de las relaciones sentimentales “iniciadas a una edad cada vez más temprana, y que se asientan sobre pautas de control y dominación del chico sobre la chica”.
Además, en el informe de 2020 se alertaba de un «alarmante incremento» de las ideas sexistas y de la violencia sexual entre menores y adolescentes, considerando “muy preocupante los abusos sexuales cometidos por menores”, cuyo incremento fue significativo y que la Fiscalía de Barcelona, estimaba en un 25%. Una auténtica epidemia.
Pero no solo en España. La realidad es que esto ocurre en otros muchos países. La organización NSPCC (Sociedad Nacional para la Prevención de la Crueldad hacia los Niños) señala que alrededor de un tercio de los abusos sexuales en Reino Unido los cometen menores y que estas agresiones aumentaron en un 57% en el último año.
Finalmente se constataba que las chicas menores agredidas, toleran en alguna medida esta situación, ofreciendo menos resistencia, quitándole importancia y hasta disculpando al agresor, de tal modo que es su familia la que denuncia la agresión.
Es decir, el guión de muchas de las películas porno que ven los menores españoles desde los 8 años (Informe Universidad de Baleares) o inclusive a los 6 años (Informe Save the Children), se ha trasladado a sus conductas sexuales, porque el porno violento se ha convertido en el principal educador sexual de esta generación, su tutorial 2.0 o, si se prefiere, el manual de instrucciones de sus primeras relaciones sexuales. La pornografía violenta se ha normalizado en nuestro país.
Diferentes informes de ONG y profesionales de la salud, informan de casos concretos de:
- Participación de chicas menores en webcam sexuales.
- Violaciones de menores (solos o en grupo) sobre otras menores.
- Incremento de lesiones anales en chicas muy jóvenes.
- Juegos sexuales infantiles que incluyen la felación.
- Acceso frecuente a páginas porno violentas de manera intencionada.
- Incremento del sexting y el acoso sexual.
- Subir fotos y video eróticos a cambio de dinero en nuevas plataformas como Onlyfans.
En el campo de las actitudes sexuales ha habido un cambio significativo y que se resume en que los niños perciben que las niñas con poca ropa merecen ser violadas o que la violencia contra las mujeres es aceptable porque a ellas les acaba gustando.
Hace unos días se publicó un informe de Save The Children con los resultados de un estudio realizado con jóvenes españoles. Entre otras cosas concluía que:
Más de la mitad de los adolescentes cree que la pornografía da ideas para sus propias experiencias sexuales y que el 53% de los niños tiene el primer contacto con algún contenido explícito sexual entre los seis y los 12 años.
Los jóvenes españoles afirman que el porno influye en su vida, produciendo, en algunos casos, que dejen de realizar otras actividades. Así mismo reconocen que les influye, no tanto en el disfrute de sus propias relaciones sexuales, pero sí en la construcción de su deseo sexual y en la determinación de qué cosas les atraen. También que su deseo sexual se va construyendo sobre unos cimientos irreales, violentos y desiguales.
Pues bien, prácticamente la totalidad de los jóvenes españoles antes de los 16 años ha consumido porno y sabemos que la mayoría del porno que consumen tiene contenidos violentos. Las chicas menos, aunque por los datos de otros países, parece que tienden a igualarse. El consumo de porno se ha incrementado en un 18,5% en la cuarentena y los controles parentales de acceso a Internet se han relajado, con lo cual el tiempo dedicado a navegar es ilimitado.
Hay que decir claramente que un menor, con un móvil con acceso a internet, es muy probable que vea porno más temprano que tarde, incluso aquello que nos pueda parecer imposible, como una película donde se tortura a una chica aniñada. Yo lo he visto, por tanto, lo puede ver cualquiera, porque en las webs porno no hay ningún control y, si hubiere alguna restricción, los chavales avezados se la saltan al igual que algunas de las inspecciones parentales que se les ponen en el ordenador de casa. Y si no, tienen el móvil de su amigo.
Tenemos que saber que cualquier niño/a con un móvil se va a topar con el porno violento. Tus hijos, nietos, o sobrinos, amable lector/a, también lo harán, si no lo han hecho todavía. La propia industria del porno tiene recursos sobrados para que cualquier persona se tropiece con él, copando las aplicaciones y videojuegos donde recala la juventud y donde, hábilmente, está infiltrada. Ese es su objetivo, como los grupos de presión del tabaco, del alcohol o los cárteles de la droga. Un chico puede jugar al Fortnite con una actriz porno conocida. Y eso mola.
A la luz de los conocimientos disponibles deberíamos considerar el consumo de pornografía violenta como un grave problema de salud de nuestra sociedad. Sus efectos en este ámbito y en el de las relaciones de pareja e interpersonales son graves: adicción, hipersexualidad, trastornos y disfunciones sexuales, conflictos de pareja, aumento del consumo de prostitución, incremento de ETS…etc. consecuencias muy documentadas científicamente.
La falta de educación sexual endémica en nuestro país, obliga a nuestros niños y jóvenes a buscar respuestas a sus inquietudes e intereses sexuales legítimos, en Internet, y las resuelven con películas porno violentas, lo que más abunda en la red, de manera gratuita, a cualquier hora del día o de la noche.
El porno violento enseña a menores y a jóvenes, el modo y la manera de cómo la chica debe plegarse a los deseos del varón puesto que él, es el que manda. Ella debe someterse ya que, además de que debe hacerlo por ser mujer y porque, en el fondo, disfruta con ello. La máxima perversión del porno es que normaliza la idea que a las mujeres y a las chicas aniñadas les gusta que las violen. Es absolutamente inaceptable desde una perspectiva sexológica y ética.
Viendo una película porno violenta un menor, además de ver agresión contra una mujer, se excita sobremanera, se masturba y obtiene placer. El placer sexual es la recompensa y el refuerzo natural más importante en la especie humana. La producción de dopamina es extraordinaria en los consumidores y en los adictos al porno. Además, convendría recordar que la erotización de la violencia aumenta el riesgo de repetirlo.
Estamos haciendo una generación de niños y niñas pornográficos, en una sociedad hipersexualizada y pornoviolenta. Lamentablemente mi pronóstico de hace 40 años se ha cumplido
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