33 tesis para acabar con la dictadura de la economía neoclásica

Por Jaime Nieto

El pasado 12 de diciembre, un grupo de economistas clavaron de manera simbólica a las puertas de la London School of Economics 33 tesis para reformar la Economía. En 2017 se cumplieron 500 años desde que Lutero clavara sus famosas 95 tesis para reformar la Iglesia romana, desencadenando un auténtico terremoto en toda Europa que desembocaría en el nacimiento de las diversas corrientes protestantes. En este contexto, la Iglesia Católica no dudó en excomulgar a Lutero y en calificarle como “el peor de los herejes”, pues había atacado los dogmas de la institución que había configurado el sistema de valores europeo durante más de diez siglos.

Sin duda, la condición previa para que existan “herejías” es la existencia de “dogmas de fe”, conceptos ambos que nos parecen anticuados y anacrónicos bajo el paraguas de la posmodernidad. La legitimación del capitalismo neoliberal pasa precisamente por extender la creencia de que nos hemos sacudido la molesta ideología para abrir paso a un sistema tecnocrático basado en la eficiencia y el gobierno del cálculo económico. La paradoja, sin embargo, es que mantener este conjunto de creencias exige un asfixiante control de la enseñanza de la economía en las Universidades, los particulares templos de esta nueva Iglesia. Lo peligroso no es que la corriente neoclásica, o neoliberal, se haya impuesto como la corriente dominante, sino que el relato que hace de la economía es el que define el campo de “lo económico”. Este es el credo que se conoce en el mundo académico como “la ortodoxia”, que ha colonizado los planes de estudio de Economía de todo el mundo. Quien se mueve de la foto entra a formar parte de esa nebulosa escurridiza que vagamente se denomina como la “heterodoxia”, de la cual forman parte actores a su vez tan diversos como el marxismo, la economía ecológica, la economía feminista o la economía postkeynesiana (¡no confundir con la neokeynesiana!).

Y lo cierto es que, aunque no se pueda decir que hayan sacudido los cimientos del cristianismo como hiciera Lutero, la economía heterodoxa vive un momento muy interesante. Este grupo de economistas pertenecen al movimiento Rethinking Economics, que tuvo sus primeros pasos con el grupo de estudiantes de la Universidad de Manchester de la Post-Crash Economic Society. Algunas de las figuras principales de estos movimientos son Steve Keen, Ha-Joon Chang o Kate Raworth. Esta última recientemente ha publicado Doughnut Economics o La economía dónut en una metáfora de una economía circular delimitada entre un techo (los límites biofísicos del planeta) y un suelo definido por lo que se consideraría una sociedad justa.

Algunas de las 33 tesis planteadas por este grupo de “herejes” pasan por la redefinición de los objetivos de la economía, poniendo en el centro la distribución, la sostenibilidad, el papel de las instituciones (ignorado por la economía neoclásica, en cuyo planeta imaginario solo existe el mercado) o la democracia económica. También habla de la necesidad de replantear la forma en que se crea dinero en la economía actual (son los bancos comerciales los que tienen esta capacidad) y las dinámicas de endeudamiento que esto genera. “La finalidad de la economía la ha de decidir la sociedad. Ninguna meta económica puede separarse de la política”. Tan solo con esta tesis, la propuesta podría calificarse revolucionaria. De aplicarse en los planes de estudio, la economía quedaría liberada de las cadenas neoclásicas. “La distribución de la riqueza es fundamental”, “La economía debe reconocer que la disponibilidad de la energía y los recursos no renovables no es infinita”, “Las instituciones dan forma a los mercados e influyen en el comportamiento de los agentes económicos”, “Cualquier combinación de crecimiento del PIB y desigualdad es posible”, “El crecimiento es una opción política”, “La economía debe hacer más por alentar el pensamiento crítico”. Tan solo son algunos fragmentos de las 33 tesis, pero resumen a la perfección su sentido general: la economía no es neutral, está atravesada por la política y se encuentra sujeta a límites sociales y naturales. No hay una sola interpretación de la economía. Es revelador de la dictadura académica impuesta por la ortodoxia neoclásica el gráfico inferior en el que se evidencia la ausencia de debates en revistas económicas, antes tan habituales. La academia también es un campo de batalla político y en él se está aplastando la disidencia.

La economía se ha convertido en una ciencia social que no discute consigo misma, algo que la empobrece y la devalúa como ciencia misma. Por ello, que la ortodoxia haya reaccionado ignorando a este grupo de singulares disidentes no ha sido ninguna sorpresa. Tampoco sorprende la reacción en la heterodoxia, dividida entre quienes miran este movimiento con simpatía y quienes lo hacen con desconfianza. Sirvan de ilustración las impresiones de una de las figuras más reconocidas de la economía marxista en España, Xabier Arrizabalo, a quien respeto y leo con interés. A través de las redes sociales, les afeaba que sean teóricamente débiles y eclécticas, además de políticamente reaccionarias (pues “no hablan de clases ni explotación”). Finalmente, afirmaba que los keynesianos defienden el capitalismo –un capitalismo “bueno”- con lo que asumo que no deben ser buenos compañeros de viaje y, para terminar, recomendaba una serie de lecturas.

No es mi ánimo aquí el de entrar a polemizar directamente con una opinión que además de respetable, está ampliamente fundada. Más bien, quisiera que habláramos abiertamente de cómo las dificultades que vamos a encontrar desde la economía heterodoxa pasan, antes que nada, por nosotras/os mismas/os. Ni que decir tiene que sin espíritu crítico no podría construirse una economía alternativa a la ortodoxa y que, por lo tanto, las críticas deben ser siempre bienvenidas. Este espíritu crítico, indudablemente una fortaleza para construir una mejor ciencia, se torna en debilidad cuando se trata de difundir nuestro mensaje, por muy bueno y correcto que sea. Este carácter contradictorio recuerda, no sin cierta ironía, a la famosa frase marxista de que “el capitalismo lleva consigo el germen de su propia destrucción”.

Si queremos abolir la aplastante hegemonía ortodoxa de la investigación, la enseñanza, e incluso del debate político, tenemos que prescindir de tentaciones totalizantes y avanzar con generosidad. Ninguna corriente es suficiente para explicar la economía; ninguna engloba a todas las demás; ninguna provee a la heterodoxia de las únicas categorías conceptuales posibles. Asumir la pluralidad de la heterodoxia, enfocarnos en los elementos en común, pero también en las complementariedades, es fundamental si queremos dar la vuelta al terreno de juego. Necesitamos a la economía marxista desnudando las contradicciones internas del capitalismo, a la ecológica analizando los límites ecológicos a los que la economía está sometida; a la feminista poniendo en el centro el conflicto capital-vida en el que el cuerpo de las mujeres es utilizado como campo de batalla; también a los postkeynesianos impugnando el dogma neoclásico con sus propias armas. Y, sobre todo, necesitamos a todas las corrientes trabajando juntas, bebiendo una de otras.

Lo peligroso no es que la corriente neoclásica, o neoliberal, se haya impuesto como la corriente dominante, sino que el relato que hace de la economía es el que define el campo de “lo económico”

Las tesis son un ejercicio simplificador, de eso no cabe duda. No trataban de elaborar un nuevo manifiesto comunista ni falta que hace: es obvio que ningún “fantasma recorre Europa”. Sin necesidad de definir la economía, las 33 tesis señalan de manera muy certera las debilidades de la ortodoxia y plantean una hoja de ruta para redefinir el objeto de estudio de la economía. Esas cuestiones, mencionadas más arriba, tienen una vocación inclusiva y generalista en la que, naturalmente, se pierde finura y rigor. Pero el objetivo es otro. La última de las tesis es, para mí, la más importante. En ella, apelan a que se anime a los estudiantes de economía a conocer y combinar teorías que provengan de diferentes corrientes e incluso disciplinas, sin corsés. Estos nuevos Protestantes no han venido a sustituir una ortodoxia por otra, sino a abrir puertas y ventanas para que las teorías ortodoxas -que han fracasado en la explicación de la realidad y, en particular, de la crisis- den paso a una pluralidad de corrientes que no se den la espalda unas a otras. En definitiva, se trata ahora de tender puentes en lugar de incendiarlos.

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