Sol Gómez Arteaga: “En mis poemas intento reconciliarme con esa niña que siempre perdía al escondite, a los cromos, a la soga, a la gallinita ciega”

Foto: Miguel A. Paramio Rodríguez

Los que descubrimos a Sol gracias a su narrativa, comprometida con su tiempo y con su tierra, sabíamos que en cada uno de sus relatos había un eco poético, que en algún momento tendría que germinar en forma de poemario.

Por Angelo Nero | 24/01/2024

Los que hemos disfrutado de la prosa de Sol Gómez Arteaga sabíamos que no tardarían en aparecer los versos. Porque, además de su compromiso social y literario, hay una vena lírica importante en sus escritos que da profundidad y belleza a los personajes e historias que pueblan sus páginas”, dice en el prólogo de “Tiempo de Vilano”, el poeta gaditano Francisco Javier Gallego Dueñas, y no puedo estar más de acuerdo, porque los que descubrimos a Sol gracias a su narrativa, comprometida con su tiempo y con su tierra, sabíamos que en cada uno de sus relatos había un eco poético, que en algún momento tendría que germinar en forma de poemario. Y de qué forma tan deslumbrante ha germinado, para dar esta estupenda cosecha de versos que es el último libro de nuestra compañera Sol Gómez Arteaga, que en los últimos años nos ha regalado en NR una serie de entrevistas a Mujeres con Memoria.

El vilano de la portada, obra de la fotógrafa leonesa Julia González Liébana, siguiere una reivindicación de la fragilidad, de la nostalgia, del rural y de la niñez, cuatro elementos que se confirman con rotundidad en tus versos, pero también es una mirada hacia un pasado muy honesta, sin idealizarlo, sin miedo a mostrar esas cicatrices que te llevan a decir: “De lo vivido / confieso que me quedo con la lluvia”. ¿Por qué el vilano, por qué la lluvia, por qué regresar a eses lugares donde fuimos, no sé si del todo felices, pero donde nos llama la tierra?

Tiempo de vilano, mi primera incursión en la poesía, es una selección de poemas escritos en los últimos diez años, que en enero del 2023 tuve necesidad de sacar a la luz como un reto personal, humilde pero a la vez muy ilusionante. Así se lo planteé a la editorial Marciano Sonoro, que desde el pueblo de San Román de la Vega (León) dirigen Cristina Pimentel y Jesús Palmero. Ellos habían editado mis dos libros anteriores y tiramos para adelante. Se presenta por primera vez el 20 de agosto de 2023.

Vilano, que no milano -pájaro-, es la pelusilla que rodea la semilla de muchas plantas compuestas y facilita su dispersión. Pero lo prodigioso para mi es que es resultado de la transformación de la planta al secarse. El vilano es un resto y pocas cosas tienen tanta fuerza, tanta potencia, como las del resto. Esta idea la refleja muy bien la fotografía de la portada de la artista leonesa Julia González Liébana, perteneciente a su serie “Herbarium Evanescente”. Muchas plantas tienen vilanos, el denostado cardo es una de ellas, pero yo he querido referirme a los vilanos del diente de león por su belleza, su magia, su poder de evocación. Como niños eternos soplamos el diente de león y pedimos deseos que esperamos ver cumplidos. Dice Ana María Matute que hay infancias que duran más de lo que dura la vida.

El título de este trabajo tiene que ver con un poema que hice en un viaje en coche de Asturias a Madrid en el mes de otoño de 2017. En esos momentos estaba leyendo al poeta norteamericano William Carlos Williams y contagiada de su escritura, escribí: “Como diente de león / que en su leve, / etéreo, / ciclo vital / va perdiendo de sí el vilano, / pero no lo pierde, / algunas de sus semillas de aire / fructifican, / así la vida”. Creo que resume la esencia de todo el poemario, pues habla de la fugacidad de la vida que se nos va -y nos vamos- pero en ese “arte de perder” que es la vida siempre algo queda.

La lluvia que mencionas es una constante en Tiempo de Vilano. Lo atraviesa de principio a fin y tiene un significado catártico, sanador, liberador. No por casualidad elegí como segunda cita del poemario unos versos del poema “Ha de llover” de Antonio Gamoneda, que descubrí en la inscripción que aparece en el Memorial de Carrocera a los represaliados de la Guerra Civil, entre los que está el nombre de mi abuelo -Ha de llover hasta que se levanten los maíces sagrados y / sea posible la celebración de la muerte-. Se trata de uno de los poemas más bellos que he leído y que más me han influido. “Sí, ha de llover: hoy es martes / especialmente. Hoy resucitan / los fusilados de Villamañán”.

El regreso a los lugares donde nos llama la tierra tiene que ver con el momento vital en el que me encuentro. Por mi profesión como Trabajadora Social, tras escuchar durante más de treinta años historias de vida durísimas que imagino me afectan más de lo que creo -la realidad supera con creces la ficción-, siento la necesidad imperiosa de desconectar de lo humano para conectar con la naturaleza que tiene tanto que contar: de pronto para mi es importante conocer de árboles, de bosques, de plantas, de aves. Y caigo en la cuenta de que lo esencial está en las cosas que siempre estuvieron ahí, esperando que me fijará en ellas, las prestara atención. Ahí están, claro, los paisajes pelados, bellísimos, inmensos, del sur de León, de donde procedo. Dice Gabi Martínez en su libro “Un cambio de verdad. Una vuelta al origen en tierra de pastores”, refiriéndose al páramo, a la estepa, a las turberas, al desierto, que hay quien dice que eso es la nada, y unas líneas más adelante añade “la nada es el agujero donde puede verse todo con tiempo y voluntad”.

A veces siento nostalgia de un tiempo no vivido”, leyendo versos como esta uno tiene la tentación de hacer un inventario de cicatrices propias, o de hacerse amigo de esa “niña agazapada bajo la mesa de formica que perdía siempre”, ¿es también este Tiempo de Vilano un camino inverso a aquello que decía Rainer Maria Rilke de “La verdadera patria del hombre es la infancia”, para señalar que la infancia también puede doler?

La infancia es un tema recurrente en mí. Vuelvo a ella una y otra vez. Infancia que tiene la connotación de paraíso perdido, sueño, posibilidad porque es un momento de la vida en el que aun todo está por hacer. Pero efectivamente reconozco que es infancia idílica o idealizada, porque en mi caso fue en ocasiones un territorio hostil, de mucho sufrimiento. Fui una niña distinta, “ensimismada en la luz”, como digo en uno de mis poemas. Una niña que entre cartones en el corral de su casa, ataviada con un can can rosa demasiado holgado encontrado en el desván, ideaba comedias sin público. Una niña que sisaba en el cajón de la tienda de sus padres para comprar golosinas y cromos y, de paso, el afecto de unas niñas que jamás la iban a buscar. Sufrí el aislamiento, el crecer apartada, rechazada, bullying lo llamarían ahora, entonces ese término no existía, aunque el acoso psicológico ha existido siempre, y me pasó fractura y factura.

También hubo cosas buenas, claro, estaban los afectos de los míos, que hoy ya no tengo, estaban los sueños, estaba un futuro por hacerse… Hablo de estas cosas en mis poemas con cierto pudor, pero por encima de ese sentimiento se impone la necesidad de escribirlo, de contarlo para superarlo y de esta manera intentar reconciliarme con esa niña que siempre perdía al escondite, a los cromos, a la soga, a la gallinita ciega… y sanar de lo que supuso un trauma. En el poema “Veo a la niña”, curiosamente es la niña la que salva a la adulta cuando ésta última se detiene a mirarla y se imanta de su dolor. La escritura, estoy convencida, es también una forma de terapia.

También encuentro una fuerte evocación a tu geografía emocional, a los lugares comunes, “Vuelvo a mi casa: el epicentro del mundo”, dices con la rotundidad de un soldado que regresa de la guerra, ¿Tienen raíces los versos de este poemario en esa geografía que no necesita mapas para nombrarse?

Tiempo de Vilano es una evocación constante a esos objetos familiares, cotidianos, de apego -entendiendo por apego esa relación afectiva más íntima, profunda e importante que establecemos los humanos- que me tranquilizan, me sosiegan, me reconfortan, me a-islan, me protegen, me dan paz, seguridad: esa habitación con manzanas, el rincón del patio de mi madre donde crecen las caléndulas que ella sembró con sus propias manos que remiten ambos, habitación y rincón, al útero materno; la mesa de escritura en la cocina, espacio primordial donde en medio de papeles, desorden y cacerolas, se cuecen las cosas que luego alimentan; el hueco de la escalera en el que tejen pacientemente su hogar de filigrana y arte las arañas… Hay tres lugares geográficos a los que siempre regreso en busca de cobijo o refugio de guerras externas y también intestinas, propias: mi pueblo, ese sur de León que señalaba antes, que es patria y matria, lugar del padre y de la madre, respectivamente, la zona más oriental de Asturias con el mar siempre omnipresente al Norte y el bosque a mis espaldas, y mi casa-cobijo de Madrid, donde siempre quiero volver cuando he estado algún tiempo fuera.

¿Que puedo hacer hoy con esta vuelta al pasado”, dice otro de tus versos, y en otro dices, “He buscado los huesos de mis muertos / allá donde mis pasos me llevaban”, en ese camino de la memoria intima y particular, de los que lloraron a las víctimas del franquismo en silencio, hacia el camino de la Memoria colectiva, de los que nos sentimos huérfanos de los hombres y mujeres que se dejaron la piel luchando por la democracia, ¿es importante conectar ambas memorias para poder construir un presente donde el fascismo no pueda volver a hacerse dueño de nuestras calles y de llamar en medio de la noche a nuestras puertas?

Hay una frase del investigador y amigo, Miguel García Bañales, comprometido con la Memoria Histórica, que dice: “La memoria propia no se expropia”. Con ella pone de manifiesto que hay que respetar tanto a quien quiera saber como a quien no. Yo sí quiero. Por elección personal adquirí el compromiso personal de trasmitir lo que me contaron para que la muerte de tanta gente inocente como la de mi abuelo, al que sacaron de su casa y de sus cosas y fusilaron -hubo miles-, tenga algún sentido. Creo que tenemos una deuda histórica con los verdaderos padres de la democracia, hombres y mujeres que lucharon por unas condiciones de vida más dignas como las que nosotros ahora gozamos, y desde esa convicción trato de aportar mi granito de arena tanto a través de la militancia como de la escritura, que también es militancia. Hace unos días escribí un texto titulado “La cartera de mi padre”, en el que sacaba a la luz buena parte de sus conflictos religiosos más íntimos (a su padre le hicieron la misa del entierro en vida y esto fue algo que siempre llevó atravesado). Mientras lo escribía no dejaba de cuestionarme si era ético sacar a la luz algo tan personal suyo. Un lector me dio la respuesta: tu padre tenía la cartera de todos nosotros. Es importante y es necesario que la memoria individual conecte con la memoria colectiva que al fin y al cabo se construye de la suma de pequeñas memorias personales. Mas si tenemos en cuenta que vivimos en unos tiempos en los que el fascismo, que nunca se fue, está calando en la sociedad y ha entrado en las instituciones públicas, algo que en mi opinión nunca se debería haber permitido. Por eso sigue siendo necesario, más necesario que nunca, seguir haciendo pedagogía humildemente, sin triunfalismos, ni egos -que malos los egos-.

Me desnudo”, digo en otro de los poemas, “razones elementales me sostienen (…) Mas no se equivoquen los insaciables buitres a los que les gusta escarbar en las heridas ajenas. No lo hago gratuitamente. Mi desnudez (la desnudez de los míos) tiene un precio (fiel a mi pasado, fiel a mis principios): No está en venta”.

Tiempo de Vilano está dividido en cuatro capítulos, el primero, titulado como el libro, y que forma la espina dorsal del mismo, es un recorrido emocional por los recovecos del corazón donde te vuelves a poner los ojos de niña, que ve “la fortaleza de una madre que tranquiliza”, “la tristeza un poco triste en la sonrisa de mi padre”, “la hermana mayor (que) te escucha en silencio cuando te enamoras por primera vez”, ¿es, en cierto modo, este libro también una declaración de amor a esa cobertura afectiva con la que sorteaste la fragilidad de la infancia?

Sí, creo que es un homenaje a los que siento que siempre han estado ahí, padre y madre, que como dice el prologuista Francisco Javier Gallego Dueñas lo dieron todo, no solo la vida; un homenaje a esa hermana mayor que desde el minuto cero te espera impaciente, te coge en brazos, te elige un nombre y con él un destino, crece y sueña contigo un futuro mejor, te escucha en silencio, te protege de las inclemencias de la vida, cree en ti, disfruta de tus éxitos… Homenaje también a esa estirpe de mujeres de dónde procedo (bisabuelas, abuelas, madre, hermana), todas ellas Penélopes domésticas que se aferran a la certeza de resistir sin pretensiones; mujeres, a las que en palabras del disco-libro de Isamil9, les sobra el corazón.

Suma de afectos para que en la vulnerable balanza de la infancia tenga peso también lo positivo.

Después está Manual de ausencias, que, a su vez, tiene dos apartados, Escribo un prólogo de letras ciegas, el primera, y el segundo, Voy pasando las hojas y no apareces, donde la nostalgia se atrinchera, pero ya no en la mirada de una niña, sino la de una mujer que evoca la casa y el padre, y que camina bajo la lluvia para ser parte del paisaje, “Hoy necesito caminar entre niebla y paisajes propios”, ¿caminar y escribir es un ejercicio para darse cuenta que “Éramos felices y no lo sabíamos”?.

Los poemas enmarcados en esos dos haikus que son los dos manuales de ausencias hacen referencia a un tiempo de duelo y están relacionados con la pérdida de mi padre.

El primer Manual de ausencias que dice: “escribo un prólogo / de letras ciegas”, remite a un tiempo de duelo pre-sentido, cuando ya mi padre estaba muy mal, su situación era irreversible y vivíamos en la incertidumbre de no saber cuándo y cómo se iba a producir el desenlace (el instante de la muerte es siempre el gran enigma). Y el segundo Manual de ausencias: “voy pasando las hojas / y no apareces”, tiene que ver con el duelo propiamente dicho, ese tiempo de dolor en el que la pérdida es ya un hecho real e irreversible.

Justo en ese momento uno toma plena conciencia de haber sido felices sin darle la importancia que el hecho de estar todos tenía. La imagen en el mar de una familia de tierra adentro -la mía- sujetando la tabla verde para mantenerse a flote y sonriendo, como si nunca nadie le pudiera arrebatar ese momento de felicidad, que digo en el poema “Es agosto” refleja esos instantes de plenitud que ya nunca más se van a dar, pues pase lo que pase jamás será ya lo mismo. En cambio ahora somos “supervivientes de un barco permanentemente a la deriva”, que aparece expresado en el poema siguiente “No hace tanto tiempo”. Aun así, como ocurre con la semilla del vilano -ese resto-, algo queda. Aun así me resisto. Aun así mientras haya alguien que nos imagine, en palabras del poeta Angel González, seguimos existiendo. De ahí la importancia de recordar. De ahí la importancia de la memoria.

Y para terminar nos regalas un hatillo de Nubes, entre la narración y la poesía, tal vez una burla a la frontera entre los géneros, donde hay perlas como “Recordar, del latín re-cordis, significa volver a pasar por el corazón. El olvido, la desmemoria, están llenos de recuerdos”, o esta otra, “No me gustaría abandonar el mundo sin haber roto, al menos, media docena de platos”, ¿como surgen esas nubes, que huyen de la estructura poética y acaban por desbordar el cielo del Tiempo de Vilano?

Al final del poemario hay un apartado de prosa poética que lleva el epígrafe de “Nubes”. Son dieciséis reflexiones cortas, inconexas, inspiradas en esa joya de libro titulado “Autorretrato” del artista, escritor y fotógrafo francés contemporáneo Édouard Lévé (1965-2007) que acabó suicidándose a los cuarenta y dos años. Edouard Lévé me parece un paradigma del hombre y de la mujer de este tiempo, un ser solitario, aislado y libre, que haciendo uso de esa libertad elige quitarse de en medio en un mundo demasiado hostil, extranjero, en el que no encaja demasiado. Un nuevo Camus. “Autorretrato” está compuesto de pensamientos y observaciones personales cortas del autor, separadas a lo largo de todo el libro por puntos seguidos. Las dieciséis nubes, párrafos fraccionados e independientes entre sí, nacen del deseo de imitar a este autor en su escritura y son un homenaje hacia él. Todo está ya escrito, lo que podemos aportar como nuevo es nuestra mirada, nacida de nuestra individualidad y circunstancias personales. Emular a los autores que nos gustan no es mala cosa.

Más que tratarse de una burla o trasgresión a la frontera de géneros, yo lo veo una querencia o inclinación a ese territorio de mi escritura, la prosa, que he desarrollado más y en el que me siento más cómoda. Aunque parece un ejercicio de escritura automático son frases muy meditadas, trabajadas.

Nubes que traen la lluvia. Y que el diente de león recibe como alimento para crecer. Es curioso como todo, de forma inconsciente, está interrelacionado.

Para terminar nuestra charla, me gustaría que nos contaras que recorrido ha tenido este libro, y si tienes algún proyecto en el cajón que ya esté pidiéndole paso a los vilanos para empezar su vuelo…

Siempre me he sentido más de prosa que de verso, pero Tiempo de Vilano nace de un deseo de dar espacio a esa parte poética que también está dentro de mí y forma parte de mi pequeña trayectoria literaria. Estoy contenta con esta aventura ilusionante de ver mis poemas reunidos en una publicación destinada a todos aquellos que quieran acercarse a ellos. Se presentó en Gordoncillo, Valderas, Madrid, Santas Martas, y el 1 de marzo se presenta en León a cargo de Bibliotecas Municipales. Lo mejor, como siempre ocurre en estas cosas, es la gente excepcional que ha apoyado y es soplo de este Tiempo de Vilano, alguna ya conocida y que está siempre está como los editores Cristina Pimentel y Jesús Palmero, Isamil9, cómplice absoluta de muchos de mis trabajos o Marcelo Tettamanti. Pero no quiero olvidarme de personas que han colaborado en el libro como el poeta gaditano Francisco Javier Gallego Dueñas, que desde el cuidado y su enorme generosidad hizo un hermoso prólogo, la fotógrafa y artista leonesa Julia González Liébana, Lucía Marcos Gómez, Lidia Fos, Nacho Díez Santos, la niña Vega Morala, Maite Ugalde, José Jaime Melendo Granados, Javi Morán, Camino La Puente, o los escritores Margarita Álvarez y Ruy Vega, que hicieron una reseña del poemario. Todos ellas son un lujo humano.

Respecto a mis proyectos a corto-medio plazo está el de dar continuidad y una nueva dimensión a las entrevistas que desde hace dos años estoy realizando para Nueva Revolución sobre Memoria y Mujer, y corregir el borrador de novela que, guiada por la profesora de escritura creativa Leonor Sánchez, escribí durante la pandemia. Se trata de un trabajo de ficción que tiene como trasfondo la Memoria Histórica y la Guerra Civil. Aun lo tengo que revisar, corregir, pulir. Sé que le quedan muchas horas de cocina y desbaste y también sé que volver sobre lo escrito después de dos años no será tarea fácil, pero como el poema “Herido” de Miguel Hernández entro en “El favor”, que es el título provisorio de la novela, como en las azucenas.

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