26 años de los bombardeos de la OTAN en Yugoslavia: Una agresión basada en mentiras

La destrucción de Yugoslavia, primero mediante su fragmentación en los años 90 y luego con los bombardeos de 1999, fue un paso deliberado para erradicar este vestigio del socialismo y consolidar el control occidental en los Balcanes.

Por Gabriela Rojas | 25/04/2025

El 24 de marzo de 1999, hace 26 años, la OTAN inició una campaña de bombardeos contra la entonces República Federal de Yugoslavia que se prolongó durante 78 días. Esta operación militar, que dejó un saldo de 1.200 personas muertas y miles de heridos, se llevó a cabo bajo el pretexto de evitar una supuesta limpieza étnica orquestada por el gobierno de Slobodan Milosevic en Kosovo. Sin embargo, lo que en su momento se presentó como una ‘intervención humanitaria’ ha sido objeto de un profundo escrutinio que revela una realidad mucho más turbia: los bombardeos se justificaron con hechos manipulados y una narrativa fabricada que sirvió como excusa para una agresión planificada.

Uno de los pilares fundamentales de esta justificación fue la supuesta ‘masacre de Račak’, un incidente presentado por Occidente como prueba irrefutable de las atrocidades cometidas por las fuerzas serbias contra civiles albanokosovares.

Según la versión oficial, en enero de 1999, 45 civiles desarmados fueron ejecutados por las tropas yugoslavas en la aldea de Račak, en Kosovo. Esta acusación, amplificada por los medios internacionales y respaldada por figuras como el entonces jefe de la misión de la OSCE en Kosovo, William Walker, fue el detonante que la OTAN necesitaba para legitimar su intervención. Sin embargo, el documental Comenzó con una mentira, producido por la televisión alemana WDR, desmonta esta narrativa al demostrar que la masacre fue una puesta en escena. Investigaciones posteriores, incluyendo análisis forenses, revelaron que muchas de las víctimas eran combatientes del Ejército de Liberación de Kosovo (UCK) y que los cuerpos fueron manipulados para simular una ejecución masiva. Esta mentira sirvió como casus belli para la alianza atlántica, evidenciando cómo la propaganda jugó un papel crucial en la preparación de la agresión.

Otro elemento clave en la escalada hacia el conflicto fue la negativa del gobierno yugoslavo a firmar los acuerdos de Rambouillet, presentados como un intento de paz por parte de Occidente. Lejos de ser una propuesta equilibrada, el documento era una imposición humillante que exigía la presencia de 30.000 soldados de la OTAN en territorio yugoslavo, con plena libertad de movimiento y control sobre el país. En esencia, se trataba de una ocupación militar que implicaba la entrega total de la soberanía nacional, algo que Milosevic, líder de una Yugoslavia ya debilitada por años de sanciones y conflictos internos, se negó a aceptar.

La agresión contra Yugoslavia debe entenderse con un contexto más amplio. La Yugoslavia socialista había sido un símbolo de resistencia al dominio de las grandes potencias durante la Guerra Fría. Como líder del Movimiento de Países No Alineados, representaba un modelo alternativo al capitalismo y al bloque occidental, un ejemplo incómodo en suelo europeo que desafiaba la hegemonía de Estados Unidos y sus aliados. La destrucción de Yugoslavia, primero mediante su fragmentación en los años 90 y luego con los bombardeos de 1999, fue un paso deliberado para erradicar este vestigio del socialismo y consolidar el control occidental en los Balcanes.

En este sombrío capítulo de la historia, destaca la figura del político español Javier Solana, que ocupaba el cargo de secretario general de la OTAN en aquel momento. Fue Solana quien, el 24 de marzo de 1999, dio la orden de iniciar los ataques aéreos que devastaron ciudades, infraestructuras y vidas en Yugoslavia. Bajo su mando, la alianza llevó a cabo una campaña que no solo desmanteló lo que quedaba del socialismo en la región, sino que también facilitó la construcción de una de las mayores bases militares estadounidenses en Europa: Camp Bondsteel, en Kosovo. Esta instalación, estratégicamente ubicada, simboliza el verdadero objetivo de la intervención: afianzar la presencia militar de Washington en los Balcanes y proyectar su poder en el este del continente.

A 26 años de aquellos bombardeos, la memoria de lo ocurrido sigue siendo un recordatorio de cómo la manipulación informativa y los intereses geopolíticos pueden converger para justificar una agresión imperialista. Los 78 días de ataques no solo destruyeron un país, sino que marcaron el fin de una era en Europa, eliminando un modelo alternativo y dejando tras de sí un legado de división y dependencia. La verdad sobre Račak y Rambouillet, silenciada durante mucho tiempo, nos obliga a cuestionar las narrativas oficiales y a reflexionar sobre las consecuencias de una agresión que, lejos de ser humanitaria, respondió a una lógica de dominación y poder atlantista.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.