2017, los años bárbaros

Por Daniel Seijo

«Es que, cuando los hombres llevan en la mente un mismo ideal, nada puede incomunicarlos, ni las paredes de una cárcel, ni la tierra de los cementerios, porque un mismo recuerdo, una misma alma, una misma idea, una misma conciencia y dignidad los alienta a todos.»

La historia me absolverá, Fidel Castro

«La diferencia entre una democracia y una dictadura es que en una democracia, primero votas y después recibes órdenes. En una dictadura no tienes que perder el tiempo votando.»

Charles Bukowski

 

Despedimos un año en el que la censura, las leyes coercitivas, las profundas desigualdades y  el servilismo promovido por el sistema en casi todos los ámbitos de la vida han vuelto a apretar nuestras cadenas. Terminamos el año menos libres, más anclados que nunca a las grandes hipotecas y a las numerosas trampas ideológicas que los mass media nos imponen cada día debido a nuestros míseros sueldos y al escaso tiempo libre tras horas de duro trabajo.

2017 ha sido el año en el que la precariedad se ha revelado para nosotros como una realidad permanente y no como una crisis pasajera, en el que nuestros jóvenes han comprobado como pese a que hoy las banderas inundan nuestras calles, la economía y la política hacen que resulte más complicado que nunca poder trabajar y buscar un futuro mejor en España. Un año de recortes y precariedad filtrada entre las largas listas de espera en los hospitales, en los barracones habilitados como colegios públicos y en las caras de desesperación y vergüenza ordenadas en absoluto silencio ante el recurso a los comedores sociales como salvavidas ya permanentes para muchas familias. La pobreza de un país como el nuestro -al igual que la pobreza en los bloques de edificios de la depauperada clase media- se manifiesta inicialmente en los pequeños detalles que únicamente identifican aquellos que todavía hoy, permanecen con los ojos abiertos a la realidad de los desfavorecidos por un sistema profundamente injusto; puede que con ello, se explique en el fondo el silencio o la complicidad de muchos de nuestros medios de comunicación con el hostigamiento a quienes se rebelan contra sus consecuencias.

La guerra de clases y no la de votos, es lo que siempre ha marcado el eje izquierda derecha, no tiene sentido renunciar a nuestra propia ideología solo porque ellos vayan ganando

A lo largo de 365 días parte del periodismo patrio ha continuado cerrando sus ojos, ha descubierto que resulta más rentable para sus cuentas ser valiente contra los estibadores, los taxistas o quienes deciden su camino a miles de kilómetros en Venezuela o Irán, mientras guardan un cobarde silencio ante la opresión y la sangre en Honduras, Yemen o Palestina. Hoy los cínicos lanzan una desesperada y dura ofensiva destinada a arrebatarnos la voz en los medios de comunicación, su ceguera les impide ver que pese a la precariedad y a las continuas zancadillas, los que estamos dispuestos a dignificar el periodismo todavía somos legión.

Hoy 4 millones y medio de españoles esperan la llegada del invierno sin recursos para combatir el intenso frío, mientras las grandes eléctricas aumentan sus beneficios y pagan con ello anuncios en cada periódico, en cada cadena de televisión o radio. Los verdaderos dueños de la imprenta buscan esconder en la parrilla televisiva y erradicar de las portadas las numerosa muertes causadas por la pobreza en nuestro país, quienes hoy mueren carbonizados por la mala combustión de un brasero o debido a incendios causados por instalaciones eléctricas precarias, en el mejor de los casos serán víctimas de la pobreza energética para nuestros medios de comunicación, como si ponerle un adjetivo a la pobreza sirviese para erradicarla. Incluso yendo más allá, medios como El País se aventuran en su páginas a frivolizar con la pobreza intentando convertirla en algo trending, algo normalizado. Friganismo o nesting, son únicamente términos que denotan la bajeza moral y profesional de una cabecera periodística en franca decadencia.

2017 ha sido el año en el que la precariedad se ha transformado en muerte en nuestros puestos de trabajo. La táctica de gobierno y patronal para maquillar las cifras macroeconómicas de nuestro país a base de exprimir con total desconsideración a los españoles, ha terminado pasando una cruel factura a quienes hoy buscan desesperadamente su pan en un país en donde la tasa de pobreza entre ciudadanos con empleo no deja de crecer, la temporalidad se vuelve norma y las medidas de seguridad en el puesto de trabajo son únicamente una realidad durante las escasas inspecciones de trabajo. Durante el primer semestre de 2017 la siniestralidad laboral se cobró 300 muertes de trabajadores en nuestro país, mientras tanto Ciudadanos y Partido Popular se dedicaban únicamente a promover paquetes de medidas neoliberales dirigidas a reformar el mercado laboral, Espejo Público criminalizaba al trabajador y los sindicatos…Los sindicatos simplemente se ponían guapos para salir en una foto que nos debería abochornar a todos.

Por desgracia y por incompetencia política, también este ha sido un período negro para las mujeres en nuestro país. El patriarcado y el terrorismo machista, como su expresión más siniestra, se ha cobrado la vida de 56 mujeres y niños en lo que va de año. La falta de inversiones económicas acordes a la magnitud del problema, las continuas trabas impuestas por la mentalidad machista de muchos políticos y numerosos jueces, además de la búsqueda con mayor ímpetu de fotos tras el pacto que de acciones realmente efectivas para proteger vidas, ha hecho que el año del «pacto de estado contra la violencia de género» haya sido uno más para el cruel e insoportable rastro del terrorismo machista en nuestro estado. Mientras no comprendamos la importancia de llamar a las cosas por su nombre, mientras las miradas de desprecio no se enfoquen en el machista y se sigan dirigiendo a las feministas por cuestionar los pilares del patriarcado, resultará imposible cambiar nada en nuestro país. Quizás 2018 sea el año en el que las mujeres protagonicen un paro nacional para defender sus derechos, francamente, así lo deseo.

2017 ha sido un año de derrotas, un año duro para nuestros derechos y para la lucha social y política de la izquierda, pero confío plenamente en que haya sido un año en el que militantes, y todos aquellos que aspiran a representarnos políticamente, hayan aprendido de sus errores

España es -y ha sido durante 2017- un país poco propicio para el cambio, un estado donde las mordazas siempre están listas para silenciar a la insurgencia, mientras el fascismo, el racismo o el machismo campan a sus anchas por las redes y las calles. La ley continua negándolo, pero una amenaza de muerte no parece pesar lo mismo cuando se dirige a un torero, que cuando es un activista de izquierda el que la sufre. Hoy ser militante de izquierda en España, puede ser utilizado en su contra. En una España aparentemente democrática, las porras y las pelotas de goma disuelven al pueblo organizado sin que exista responsabilidad alguna por la violencia ejercida en los desahucios, en las plazas de nuestros pueblos, en Murcia, Gamonal o Catalunya; por desgracia la experiencia nos dice que cuando uno reivindica sus derechos, la policía no suele ser un amigo. En definitiva, la foto que resume nuestros derechos la protagoniza el pueblo de Alsasua reclamando la vuelta a casa de sus jóvenes, mientras  los policías desplazados a Barcelona manipulan fotografías para reclamar un menú con mayor protagonismo para los langostinos, parece que las promesas de mayores sueldos no ha sido suficiente para ellos.

Mientras tanto 2017 ha pasado sin pena ni gloria para una izquierda cada día más trasnochada, desubicada ante realidades sociales y económicas que no dejan espacio político para la ambigüedad, para la búsqueda de una transversalidad que no dudo pueda dar muy buenos resultados en los trabajos de fin de carrera, pero que se antoja fútil y se desmorona con un simple paseo por nuestras ciudades. La guerra de clases y no la de votos, es lo que siempre ha marcado el eje izquierda derecha, no tiene sentido renunciar a nuestra propia ideología solo porque ellos vayan ganando. Después de todo, la búsqueda del voto de centro es lo más ridículo que recuerdo desde aquel cuadrado mágico de Vanderlei Luxemburgo, entonces como hoy, las miradas tarde o temprano terminarán dirigiéndose al banquillo.

Que coño… Por un puñado de votos que nadie nos ha garantizado, aceptemos una institución en la que los privilegios los otorga la sangre y el sexo, consintamos la herencia directa de la dictadura franquista y olvidemos también a los muertos republicanos, renunciando a su vez al deber de defender su memoria. Ya puestos, aceptemos las profundas desigualdades económicas del capitalismo y el imperialismo asesino de la OTAN, después de todo son realidades más recientes que la propia corona. Quién sabe, puede que entonces consigamos ese voto de centro, que ganemos al fin las elecciones, o puede que tan solo logremos cambiarnos a nosotros mismos transformándonos en todo aquello que siempre hemos combatido. Lo que es seguro, es que si hacemos eso, si renunciamos a nuestros principios básicos, ninguno de nosotros podrá mirar a la cara a las futuras generaciones. La lucha social y moral de la izquierda no consiste en una victoria electoral rápida, no consiste en bailarle el agua al poder para introducir pequeños cambios, sino que se trata de construir un mundo mejor por largo y tortuoso que sea el camino. El ejemplo de siglos de movimientos sociales y políticos, nos contempla con miedo a la traición que se intuye, pero también con esperanza en nuestra reacción ante ese peligro. De corazón, confío en que juntos podemos.

Terminamos el año menos libres, más anclados que nunca a las grandes hipotecas y a las numerosas trampas ideológicas que los mass media nos imponen cada día debido a nuestros míseros sueldos y al escaso tiempo libre tras horas de duro trabajo

2017 ha sido un año de derrotas, un año duro para nuestros derechos y para la lucha social y política de la izquierda, pero confío plenamente en que haya sido un año en el que militantes, y todos aquellos que aspiran a representarnos políticamente, hayan aprendido de sus errores, un año en el que hayamos descubierto que hoy resulta más importante que nunca reafirmar nuestros valores para servir de ejemplo a todos aquellos que todavía buscan una salida a tanto dolor, a tanta desigualdad. Nadie puede garantizarnos que los que hoy nos piden que renunciemos a nuestros principios para lograr llegar al poder, una vez alcanzado el mismo sean capaces de olvidar al pueblo para mantener sus propios privilegios. Mantenernos firmes en nuestros principios heredados generación tras generación es el único camino para el cambio.

Por un 2018 combativo y justo.

 

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