La película nos lleva a la última década del franquismo, ese periodo de nuestra historia que un diputado de VOX, hace unos días, calificaba como “un periodo de reconstrucción, de progreso y de reconciliación para lograr la unidad nacional”.
Por Angelo Nero | 11/12/2024
En 2008 Francisco Javier Gutiérrez debutaba con su primer largometraje en el festival de Málaga y se llevaba cuatro premios, incluido la Biznaga de Oro a la mejor película -también se llevó el premio a mejor guión novel, maquillaje y actriz de reparto, que se llevó Mariana Cordero- y creo que Javier Clavijo también merecía el de mejor actor principal, que ese año se llevó Javier Cámara, por “Fuera de carta”. Y es que “3 días”, el drama apocalíptico que nos había regalado el director cordobés, era una de esas películas que te golpean el estómago, una y otra vez, planteándote como sería los últimos días del mundo -un meteorito va a impactar contra la tierra y no hay posibilidad de salvación- en un pequeño pueblo andaluz donde, además un criminal es liberado de la prisión y regresa en busca de venganza.
El planteamiento de “3 días” es la antítesis de las grandes producciones de Hollywood, donde un héroe, o varios, son capaces, muchas veces in extremis, de detener la amenaza, de desviar el meteorito o pulverizarlo, en medio de una sucesión de efectos especiales que hacen innecesario un guión. Lo inevitable sobrevuela todo el metraje del primer largometraje de Gutiérrez, y se refleja en la cara de Ale (Javier Clavijo), que no por eso dejará de luchar por los suyos ante la amenaza de Lucio, El Soro, un desalmado criminal interpretado de manera magistral por Eduard Fernández. Además de estos dos personajes, la atmósfera que recrea la película es ya de por si un buen anticipo del Apocalipsis, con esos espacios abiertos, desérticos y asfixiantes, que parecen por si mismos una amenaza.
Quince años después, cuando la amenaza del Apocalipsis se nos antoja más cercana, sin necesidad de echar mano de un meteorito, Francisco Javier Gutiérrez vuelve a golpearnos con “La espera”, con Javier Clavijo otra vez en el papel de anti-héroe, al que lo inevitable le lleva a la destrucción de su propio mundo. Nominada a la mejor película en el Festival de Sitges 2023, y premiada en la categoría de mejor actor, en los festivales de Porto Alegre, Molins de Rei, del Cine Andaluz, Málaga y Screamfest de Los Ángeles, esta película, con guiños inequívocos al western de Sam Peckinpah ha tenido una entusiasta acogida por parte del público.
Pero “La espera” no bebe solamente de las fuentes del western más violento, sino del brutal retrato de la España rural de la postguerra que narró como nadie Miguel Delibes, de señoritos y de cortijos, y sobretodo de una miseria de la que era posible salir a golpe de azada ni de suerte, y donde a menudo brotaba la sangre, para darle un toque de color a esa España en blanco y negro de “Los santos inocentes”.
La película nos lleva a la última década del franquismo, ese periodo de nuestra historia que un diputado de VOX, hace unos días, calificaba como “un periodo de reconstrucción, de progreso y de reconciliación para lograr la unidad nacional”, donde, especialmente en el rural, se reproducían los modos sociales del feudalismo.
Victor Clavijo da vida a Eladio, el guarda de un cortijo donde se organizan batidas de caza, con su mujer Marcia (Ruth Díaz), y su hijo Floren (Moisés Ruiz), al que se le abre una puerta para cambiar su misera vida, aunque esa puerta, la de aceptar un soborno de un cazador (Manuel Morón), para poner un puesto más de lo permitido, sea la puerta de entrada en su descenso a los infiernos particular, al que acompañaremos con el corazón encogido.
Mencionábamos antes a “Los santos inocentes”, la novela de Delibes que Mario Camus adaptó con tanto acierto en 1984, pero también hay que reivindicar a una película anterior, a la que nos remite también este film, “La caza”, que Carlos Saura estreno en pleno franquismo, en 1966, y que mereció el Oso de Plata en el Festival de Cine de Berlín. La violencia de aquel régimen, las brutales desigualdades sociales, donde hasta la tierra parece agotada, árida, yerma, habitada por gentes sin esperanza, desolados, una tierra de conejos, a merced de la voluntad de un puñado de hombres armados, es el escenario de este fragmento del Apocalipsis, donde el ser más insignificante, el más sumiso, se puede transformar, por pura desesperación, en un ángel exterminador.
En la parte final, hay la irrupción de un elemento sobrenatural, girando hacia la frontera difusa de otros géneros, y aún así la película de Francisco Javier Gutiérrez no pierde su garra, más bien al contrario, nos muestra la originalidad de su trabajo, que se acentúa la espectacular ambientación musical de Zeltia Montes, y la exquisita fotografía de Ángel Mora.
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