Por Daniel Seixo
“Los catalanes, los gallegos y los vascos serían anti-españoles si quisieran imponer su modo de hablar a la gente de Castilla; pero son patriotas cuando aman su lengua y no se avienen a cambiarla por otra. Nosotros comprendemos que a un gallego, a un vasco o a un catalán que no quiera ser español se le llame separatista; pero yo pregunto cómo debe llamársele a un gallego que no quiera ser gallego, a un vasco que no quiera ser vasco, a un catalán que no quiera ser catalán. Estoy seguro de que en Castilla, a estos compatriotas les llaman «buenos españoles», «modelo de patriotas», cuando en realidad son traidores a sí mismos y a la tierra que les dio el ser. ¡Estos sí que son separatistas!”.
Alfonso Daniel Rodríguez Castelao
«Vasco o catalán, hay unos que entran en la fábrica por la puerta de atrás vestidos de mono y viven en unos barrios marginales, y hay otros que entran en la fábrica por la puerta de delante bajándose del Cadillac. Yo estoy bastante más cerca, evidentemente, del obrero vasco, o del obrero catalán o del trabajador campesino de Soria que de la oligarquía vasca y catalana, a la que se le llena la boca de nacionalismo, y fue la primera que fue colaboracionista con el régimen de Franco, cosa que la gente está olvidando».
Pablo Castellano
1 de octubre, una fecha difícil ya de olvidar para muchos, también una fecha complicada de analizar para aquellos que de vez en cuando, con mayor o menor acierto, nos aventuramos a plasmar en negro sobre blanco las vicisitudes políticas de este estado convulso y cambiante, aunque no tanto como pueda parecer a vuelapluma. Resulta imposible encarar lo sucedido durante aquella particular jornada sin el sonido de las sirenas, los cristales rotos, los gritos de impotencia, la rabia, las porras, los golpes, las urnas… Incluso en el momento culmen una tanqueta de agua y un barco de los Looney Tunes llegaron a plasmar progresivamente en el imaginario colectivo catalán el símbolo de la barbarie civilizada, aquella que permite a un estado de derecho bordear las leyes y desafiar la lógica, sin aparentemente renunciar por ello a su imagen democrática y cabal. Estuvo en ocasiones cerca el estado español de romper incluso ese elástico uso de la violencia del que goza mediáticamente cuando el orgullo pudo a la estrategia y las órdenes de mostrar músculo remataron por evidenciar el nerviosismo y la incapacidad de sus dirigentes políticos.
Guste o no guste escucharlo, parte del pueblo catalán tenía claro entonces, y parece tenerlo hoy, aunque sinceramente esto ya comienza a adentrarse en el terreno de la fe, lo que quería llegar a ser con todo aquel desafío lanzado políticamente el 1 de octubre de 2017. El soberanismo en Catalunya «ansiaba» un estado independiente, se habían cansado de las falsas promesas lanzadas desde Madrid, los juegos partidistas y se habían llegado a cansar especialmente de suponer un objetivo fácil al que golpear para medrar electoralmente en la capital del reino. Desde el Partido Popular de Mariano Rajoy, hasta Albert Rivera y los suyos, la amenaza de la «mano dura» contra Catalunya lleva siendo durante largo tiempo un recurso demasiado manido en la política española. Una de las actuaciones más cínicas e inoportunas de todo este proceso la llevó a cabo Marino Rajoy al presentar en el Congreso cuatro millones de firmas para instar a un referéndum en toda España que pudiese decidir acerca del futuro del Estatuto de Cataluña. Una iniciativa que el futuro presidente definía entonces como «ni de derechas ni de izquierdas», sino «en defensa de la nación española», y que ha terminado por enfrascar a toda la nación en una huida hacia delante con difícil solución parlamentaria en el peor escenario político de nuestra reciente historia. A partir de aquello, simplemente el caos.
No eran Pedralbes o La Bonanova los que ardían, ni tampoco son El Viso o Recoletos los barrios monitorizados y vigilados por la policía a causa del coronavirus
Debemos admitir que gran parte de la política española atacó de forma continua durante aquel período la lengua, la cultura, la convivencia en Catalunya e incluso la relación de este pueblo con sus pueblos vecinos. Nadie puede negarlo, ya que la hemeroteca es amplia y caprichosa. Memorables son frases como las destinadas a españolizar niños catalanes o campañas como aquella desarrollada por el Partido Popular en Aragón contra «la imposición del catalán». El caldo de cultivo se ha cocinado a fuego lento y sostenido en todo este asunto, la defensa de lo propio para el pueblo catalán ha estado ligada desde muy temprano con la oposición a Madrid, la animadversión a España y todo lo español, incluso a Mourinho se ha llegado a señalar como agente provocador de Madrid. Mourinho que es portugués, aunque eso fuese lo de menos. No ha existido nunca mano tendida desde el estado español para evitar que esto sucediese, mientras Partido Popular y Partido Socialista jugaban al poli malo con los políticos catalanes, la izquierda española veía con buenos ojos los desafíos culturales lanzados desde los nacionalismos periféricos, mientras simplemente intentaba pescar los máximos votos posibles de cara a las puntuales elecciones sin llegar nunca por ello a poner sobre la mesa una propuesta real de formación alternativa para el estado español. La Republica, únicamente usada como mero fetiche del pasado, pero nunca como horizonte político real, fue lo máximo que en décadas nos hemos acercado a esa vital tarea por realizar.
Así mientras el nacionalismo catalán crecía con el objetivo claro de una nación independiente en oposición a España, la izquierda española se mostraba incapaz de atender al descontento, la frustración o la esperanza de todo un pueblo que en su interior se desarrollaba inevitablemente como lo que para muchos siempre había sido, un pacto social en mayor o menor medida deseado entre pueblos. La crisis, la tensión política y social, los pulsos que se van de las manos, todo ello sorprendió a Madrid con un nacionalismo catalán estructurado sobre la base del resentimiento y el desprecio a lo español y una política central digerida y diluida en una partidocracia que había transformado a Catalunya en el escenario principal de sus necesidades y sus miserias. Tan solo fue necesario la parición de la corrupción como el gran eje a ocultar, ese transversal tema por todos evitado y que precisaba de ser silenciado, soterrado y apartado de la vida pública antes de que las calles estallasen. Entonces los desafíos parlamentarios subieron exponencialmente el tono, las banderas comenzaron a ocupar las aceras y los políticos se transformaron en aparentes líderes, hombres abnegados e idolatrados que tras toda esa aparente capa de cinismo y desfachatez lograron en el último segundo arrinconar la verdad: esa que hablaba acerca de una España que necesita urgentemente sacar a la luz un debate sobre su configuración territorial, tanto como Catalunya necesita dilucidar los horrores y las miserias que la han llevado a ignorar el escandaloso tres per cent.
Resulta sin duda necesario el salto a un nuevo marco social para dejar atrás el actual escenario, pero para ello deberá primar la solidaridad entre los pueblos y el respeto al camino decidido por ellos
Acompañaba a aquel nefasto grito de «A por ellos, a por ellos» un «Yo soy español, español, español» sin que todavía sepamos hoy lo que es realmente ser español. En esto coincidiremos todos, no es lo mismo ser español en Génova que en Ferraz, en Ceuta que en Pamplona, en las trincheras de Vox que en Zarzuela… Aunque esto último se asemeje. Español es en estos momentos todo aquel que nace en el territorio que abarca dicho estado o aquel que realmente se siente como tal, a no ser que haya llegado a este país en patera, entonces queda claro que la decisión depende únicamente de las políticas de extranjería. Pero estas premisas a todas luces no inhabilitan el desafío lanzado por el soberanismo catalán, no existe una razón de peso, un proyecto común, una alternativa más allá del sentimiento y la fuerza. Tendríamos que ser muy inocentes o ignorantes para establecer como natural un estado u otro en única relación a estos criterios o simplemente deberíamos encontrarnos totalmente alienados por el sentimentalismo para considerar como punto final e inamovible el mapa sobre el que en la actualidad asentamos nuestras pisadas. No en vano el mal nacionalista siempre considera que es el otro el verdadero nacionalista, el chovinista, y resulta a su vez sencillo adentrarse en una competición de acusaciones de supremacismo y egoísmo cuando el único tablero que se maneja y se espera manejar es el del sistema capitalista que hoy nos ocupa.
Tenemos en estos momentos a un president fugado/exiliado por parte de Catalunya y a un monarca fugado/exiliado por parte del estado español, en ambos casos la corrupción, la ceguera política y el temor a la previsibilidad de la justicia han supuesto factores clave para que los dirigentes abandonasen sus reinos sin pensárselo demasiado. Las injusticias, los porrazos, las detenciones, todo ello afectó a Barcelona en su momento del mismo modo que afecta hoy a Madrid, cuando Ayuso ejerce una desobediencia política frente a la Ciencia y juega con la vida de los madrileños de un modo cruel tal y como algunos dirigentes del procés lo hicieron anteponiendo sus cálculos electorales a la realidad que vive el ciudadano. En ambos casos, el método resulta calcado, falsas declaraciones basadas en falsas promesas que solo el tiempo irá poco a poco destapando. Ayuso juega con la salud de los madrileños, Torra con el pan del que dice ser su pueblo. Ambos saben que los pasillos del palacio albergan a un emperador desnudo que camina poco a poco cada vez más solo, cada vez más acorralado.
Desde el Partido Popular de Mariano Rajoy, hasta Albert Rivera y los suyos, la amenaza de la «mano dura» contra Catalunya lleva siendo durante largo tiempo un recurso demasiado manido en la política española
No eran Pedralbes o La Bonanova los que ardían durante las protestas independentistas, ni tampoco son El Viso o Recoletos los barrios monitorizados y vigilados por la policía a causa del coronavirus, mientras los medios generalistas criminalizan o espectacularizan la vida de sus vecinos. Nunca son los barrios ricos los que ponen los muertos de los desafíos lanzados por nuestros políticos. La represión no es un tema que nazca aquel 1 de octubre, ni parece vaya a morir con ese fecha. Y sinceramente, por grandiosa que sea la empresa, hay que tener las tragaderas muy grandes para encararla con la derecha de este estado, lo mismo me vale para Carles Puigdemont, Isabel Díaz Ayuso, Ignacio Aguado o Joaquim Torra. El despropósito al que han llegado unos y otros es de tal magnitud que uno no llega a entender como la indignación no se centra en estos momentos en la única realidad tangible, esa que señala evidentemente que es el pueblo trabajador, la Catalunya y el Madrid obrero, el que una y otra vez está pagando el pato de mantener a estos gandules y patanes al frente de las instituciones. Y les duela a unos y a otros, están en sus puestos porque los han votado.
Resulta evidente que tres años después existen dos Cataluñas muy diferentes, como también lo es el hecho de que hoy a su vez existen dos ciudades de Madrid igualmente diferentes entre ellas. Existe un pueblo obrero, digno y trabajador, un pueblo que sufre en sus carnes las penurias y los errores de una clase política que lo manipula y lo utiliza y que a ciencia cierta cerrará en falso su discurso cuando los cálculos electorales no le favorezcan. Eso existe hoy en Madrid y en Barcelona, como también existe una clase política hermanada con la política más reaccionaria en Israel, Venezuela, Bielorrusia y Hong Kong, existen los recortes, la represión, la corrupción la mentira y el engaño, existe en ambas capitales un mismo patrón, un mismo sistema de explotación al frente de nuestras vidas y bajo su bota una misma clase social explotada, indistinguible sin la excusa de las fronteras. Un mismo rebaño adormecido. Quizás la única solución para unos y otros, pase en la actualidad por construir republica, por avanzar de forma clara y convencida cara al socialismo. Resulta sin duda necesario el salto a un nuevo marco social para dejar atrás el actual escenario, pero para ello deberá primar la solidaridad entre los pueblos y el respeto al camino decidido por ellos. Cualquier otra vía, supone de nuevo apostar por algún otro giro identitario y reaccionario.
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