Yo, un inmigrante

Por Daniel Seijo

Hay pocas cosas tan ciertas, como que no existe forma de poner barreras al dolor y a la miseria. Ni las vallas y sus hombres armados, ni la sangre, ni los muertos, podrán detener a quién no conoce más esperanza, que la que su propia desesperación, dibuja al otro lado de una frontera, que no significa nada. Aquella mañana, cerca de 200 personas, se agolpaban en los montes marroquíes cercanos a la frontera española del Tarajal. Cansados pese a las jornadas dedicadas a recuperar el aliento, tras un viaje a través de un continente como el africano. Los nervios, el miedo y la ilusión debían agolparse en sus corazones, haciéndolos latir de una forma que quienes nunca hemos estado inmersos en un lucha semejante, me temo, jamás seremos capaces de comprender, pese a nuestros esfuerzos por intentarlo. Los últimos rezos antes de encarar el final del camino, las llamadas a casa y los preparativos, necesarios pese a las muy escasas pertenencias, debían de mezclarse en el ambiente, junto a las valiosas palabras de los compañeros que ya habían intentado antes, cruzar la frontera, para aferrarse a un sueño; el europeo, que sabían no los esperaba con los brazos abiertos. En ese momento, los consejos para evitar a la policía marroquí, a la que ya estaban acostumbrados a temer por las continuas redadas a la caza del emigrante, y las señales con los puntos de acceso a la parte española de la frontera, debieron de suponer las últimas palabras que se dijeron, justo antes de los deseos de buena suerte y los planes a realizar nada más cruzar al otro lado.

Pronto, uno de los equipos de vigilancia, salpicados a lo largo de la valla de Ceuta, detectó a los cerca de 200 inmigrantes, y los preparativos de quienes dicen defender la frontera, comenzaron a activarse. Las fuerzas marroquíes, no dudaron ni por un instante en rechazar a golpes a los emigrantes. Los palos, se reafirmaron como política oficial al otro lado de la valla, fruto de la desidia del país africano por los derechos humanos, en total consonancia con lo que de él esperan sus socios europeos. El caos comenzó a desatarse entre los emigrantes, nadie esperaba que alcanzar su sueño fuese a ser sencillo, y no existía la oportunidad de retroceder, cualquier paso en falso podía significar una breve estancia en las dependencias policiales marroquíes y una larga travesía por el desierto, camino a ninguna parte. Un grupo numeroso se dirigió en ese momento hacia el espigón que separa España de Marruecos, en un punto que en buenas condiciones, se podría cruzar a pie, no era el caso. La tensión fruto de la represión en territorio marroquí y la fragilidad de un sueño tan cercano, pero inalcanzable para sus exiguas fuerzas en ese momento, hizo que los emigrantes comenzasen a agolparse en un espacio cada vez más reducido. Aumentan los nervios y la cosa no iba a mejorar. Pronto, comenzaron a llegar agentes antidisturbios de la policía española a la punta del espigón, y sin motivo aparente, comienzan también los disparos de material antidisturbios, ante lo que cualquiera en sus cabales, identificaría inmediatamente, como una emergencia humanitaria. El pánico hace acto de presencia, los botes de humo y las pelotas de goma, se suman al apelotonamiento de los inmigrantes para convertir la situación en una polvorín que finalmente, terminaría estallando. Policía marroquí y española, parecen trabajar coordinados, pero inexplicablemente, la ayuda nunca llegará a los inmigrantes, que por aquel entonces, ya se empujan y caen al agua, fruto del pánico.

La línea que separa el continente africano de la “civilizada” Europa, parece desvanecerse ante los pasos de las botas militares y la trayectoria del material policial. Ni Salvamento Marítimo, ni Cruz Roja, habían sido requeridos en la actuación. Ese día, un total de 15 personas pierden la vida en la frontera; en unas aguas, las del Mediterráneo, que no discriminan entre nacionalidades a la hora de cobrarse su pago por la codicia humana. 5000 muertos solo en 2016, son la cara más desagradable, de un mar que baña las costas de realidades tan diferentes, de orillas tan lejanas en un mismo mundo. Las devoluciones en caliente de aquel día derribaban la legalidad y la frontera como excusa ante lo que solo debería pertenecer al ámbito de la humanidad. Nadie actuó para salvar a los emigrantes. Fueron tratados como el enemigo en una guerra ideológica, en donde la emigración, es vista por un sector de nuestra sociedad, como un mal que hay que detener, pese a que en el camino, se agolpen un sin fin de irregularidades.

Desconozco la responsabilidad exacta de los agentes que aquel día actuaron en defensa; supuestamente, de la frontera de un país que nos pertenece a todos. No soy consciente de la existencia de un protocolo o una línea de actuación que permita el uso de material antidisturbios, ante lo que a todas luces parece una situación más propicia para el equipo sanitario y los chalecos salvavidas. No voy a hablar aquí de culpables o inhumanidad, ya que la justicia no me lo permite, también en eso, los españoles jugamos con una fina línea que coarta nuestra libertad, que dibuja nuestra frontera. Aquel día 15 personas murieron intentando alcanzar un país que es el nuestro, personas que se aferraron ala vida, que escaparon de situaciones de miseria y guerra, para llegar a un territorio, que muchos de los que dicen amar su bandera, maltratan y desprecian en nuestro nombre. No voy a entrar en la actuación posterior de Fernández de Mesa, Martínez Vazquez o Fernandez Díaz…la mentira y las manipulaciones tienen un recorrido corto, pese a los premios y gratificaciones que este país pueden recibir quienes de tal modo actúan.

Los muertos de la tragedia del Tarajal, fueron enterrados de manera rápida y anónima, Los homenajes y las lágrimas se producían muy lejos de la frontera, en los hogares de las familias que un día vieron partir a quienes eran sus hermanos, sus hijos o sus padres. Para Occidente, aquellos cuerpos no eran más que otro número en una tumba sin nombre, un intento de asalto repelido ante la amenaza de una emigración descontrolada, un relato político, una muestra de nuestra decadencia y un símbolo de amenazas mayores ¿Hasta cuando va a seguir soportando el mundo nuestra prepotencia e inhumanidad?

En octubre de 2015, la jueza María del Carmen Serván archivó la causa, debido a que según su criterio, no existían pruebas suficientes para asegurar que la actuación de la Guardia Civil hubiera contribuido a la muerte de estas personas. Los testimonios de los testigos no identificados, los inmigrantes, no eran considerados válidos, y en palabras de la propia jueza “Los inmigrantes asumieron el riesgo de entrar ilegalmente en territorio español por el mar a nado, en avalancha, aprovechando la noche, vistiendo gran cantidad de ropa y haciendo caso omiso a las actuaciones disuasorias tanto de las fuerzas marroquíes como de la Guardia Civil”

Ciertamente, los inmigrantes, asumieron el riesgo de un “viaje” que puede llegar a atravesar ocho países, desiertos, zonas de guerra y todo ello en manos de mafias de dudosa fiabilidad y de un desmesurado amor por el dinero, como de un comprobado desprecio por las vidas que en ellos se depositan. Un riesgo muy diferente al de esos turistas que cada año rescatamos de sus viajes de aventuras o el de un escursionista o un deportista, que desoyendo las advertencias de las autoridades, decide continuar su camino sin importarle el evidente peligro. Los 15 muertos en aquella intervención en la frontera, decidieron entre la muerte lenta y la miseria o el peligro de una ruta, que no admite lugar para los formalismos y los trámites legales que en realidad, suponen poco más que un espejismo en el caso de la emigración africana a España.

La tragedia del Tarajal es la tragedia de la emigración, de los muertos, de sus familias, de la desigualdad y la pobreza, pero también la tragedia de un país que en aquel día se definió ante el mundo como una supuesta democracia más preocupada y volcada en la defensa de sus fronteras que en la de los seres humanos. Una tragedia para un país y un sistema que es el nuestro. Como un ciudadano más, hoy me sumo al grito del dolor de las familias que aquel día perdieron a los suyos y a su aliento, un aliento que todavía hoy, continua pidiendo justicia.

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