Voces de la calle | Los Idus de Marzo

Por Francisco Tomás González Cabañas

Lo que es más extraordinario aún es que un vidente le había advertido del grave peligro que le amenazaba en los idus de marzo, y ese día cuando iba al Senado, Julio César encontró al vidente y riendo le dijo: «Los idus de marzo ya han llegado»; a lo que el vidente contestó compasivamente: «Sí, pero aún no han acabado».

Plutarco

Eran los más famosos de los idus por estar marcados por varias observancias religiosas y por haberse producido en esa fecha el asesinato de Julio César en 44 a. C., considerado un punto de inflexión en la historia de la Antigua Roma, marcando la transición del período histórico conocido como República Romana al Imperio Romano.

“Muerte de Julio Cesar” de Vincenzo Camuccini

Si proyectáramos el tiempo, o lo subvirtiéramos considerando que en verdad nunca transcurre sino que nosotros transitamos en él, podríamos decir que estamos  próximos a experimentar (y esa proximidad en términos reales podría llevar, años, lustros o décadas) un cambio de sistema político, tanto por el rotundo como contundente rechazo que genera la política que nos han enquistado (mediante los políticos) y la particular perspectiva democrática que impera como absolutismo republicano, como por el avance de la insignificancia, o insustancialidad política, desde lo teórico, ideológico o la cosmovisión colectiva de la cosa pública.

En una obra que lleva un título de tal magnitud “El avance la insignificancia” el autor nos alerta:

Castoriadis apunta la preocupante actualidad de las señales: direcciones políticas empeñadas en demostrar su incompetencia y su impotencia, elección de líderes vendibles de cara a las temporadas electorales, vacuidad ideológica de los partidos, interferencia constante de lobbies, sindicatos burocratizados dedicados a la autoconservación, movimientos sociales minoritarios y fragmentados, sustitución del pensamiento creador por comentarios e interpretaciones, desintegración de roles tradicionales sin construcción de otros nuevos, desorientación y anomia, privatización y despolitización…. Para Castoriadis, la política no puede, sino ser el ejercicio del proyecto de autonomía que nació en la polis griega. A pesar de sus defectos, la polis constituye un hito en la historia de occidente en la medida en que crea esa apertura para el cuestionamiento de las instituciones sociales. Así, el autor concibe a la política como la creación ontológica de un ser que se da explícitamente las leyes de su existencia, con el objetivo de poner en marcha instituciones que permitan y favorezcan la autonomía humana. Desde esta visión, emerge y se afianza la crítica a la democracia procedimental que occidente glorifica y exporta: no se pueden separar los valores sustantivos de sus procedimientos, de la misma forma en que no pueden instaurarse regímenes democráticos esperando recibir de la historia individuos democráticos que los hagan funcionar. (Sahagún Padilla, Miguel Ángel; [2005]. Reseña de “El avance de la insignificancia” de Cornelius Castoriadis. Athenea Digital. Revista de Pensamiento e Investigación Social, primavera).

En consideraciones dadas sobre el mismo libro, el autor, brindaba una entrevista (por Jean Liberman, publicada en Le Nouveau Politis 434, número de marzo 1997) con apreciaciones como la siguiente: “Los individuos no tienen ninguna señal para orientarse en su vida. Sus actividades carecen de significado, excepto la de ganar dinero, cuando pueden. Todo objetivo colectivo ha desaparecido, cada uno ha quedado reducido a su existencia privada llenándola con ocio prefabricado. Los medios de comunicación suministran un ejemplo fantástico de este incremento de la insignificancia. Cualquier noticia dada por la televisión ocupa 24 o 48 horas y, enseguida, debe ser reemplazada por otra para «sostener el interés del público». La propagación y la multiplicación de las imágenes aniquilan el poder de la imagen y eclipsan el significado del suceso mismo”.

La proyección de la que hablábamos, trazando la hipótesis de que los Idus de Marzo, serán para nuestra época, como en la antigua Roma, la que nos conduzca a un cambio de sistema político, tiene correlación en demostrar cómo lo expresado por Castoriadis se profundiza exponencialmente a 20 años de haber fijado tales pensamientos. Ganar dinero es la única motivación en términos generales y cuantificables que posee el individuo, el ciudadano, que por tal fin no tiene reparos en transgredir o violar la normativa o ley. La prueba fehaciente de esto es precisamente el éxito rutilante del narcotráfico como negocio y el aumento de sus tasas en todo sentido (producción, traslado y consumo).

La democracia formal, inacabada, acotada, incierta que nos proponen bajo el condicionante que votemos cada cierto tiempo, como si esta aclamatoria de mayorías fuera realmente elegir algo (es en verdad optar, estando cautivos o condicionados, sería como decirle a alguien que tenemos preso, o contra su voluntad, bajo nuestro dominio que elija si lo azotamos con un cinto o con un látigo, convenciéndolo que por tal posibilidad es un ser libre) no tiene como finalidad generar una sociedad democrática, o individuos con comportamiento democráticos.

La propagación de la imagen que obtura la posibilidad del significante del suceso, que la traducibilidad se convierta, sistemática y alienante que denuncia Castoriadis, acusando a los medios, es también la metodología que utiliza la democracia para no ser democracia.

Las campañas políticas con sus múltiples reproducciones de lo mismo (el candidato en distintas poses, con distintas ropas, con distintos ciudadanos, en distintas geografías), bajo diferentes correas de transmisión (redes sociales, cartelería, afiches, volantes, publicidad audiovisual) y multiplicado en sus discursos que como pretende incluirlo todo, termina por no significar nada, vaciado el contenido, por extenso de su pretensión es el período más antidemocrático que nos ofrece la democracia.

Si uno puede tener cierta simpatía, o cierta apreciación positiva, esforzándose en creer por su puesto, ante un candidato, el período electoral no permitirá que, sin embargo, se ofrezca una crítica constructiva, en aras, que tal cuestionamiento significará hacerle juego al rival, o ser directamente un idiota útil. Bajo convertir al medio en un fin, la campaña electoral termina de acendrar, de galvanizar, que lo importante, lo único, es ganar a cualquier precio y como de lugar.

Los Idus de Marzos se aproximan. Hemos tenido, en occidente, desde el asesinato de Julio Cesar un sinfín de otros (Kennedy, Palme, Colosio, solo por citar caprichosamente, como toda cita, una lista que usted podrá agregar desde su país o ciudad) que reafirman ese postulado tan temerario como cierto, de que la última ratio es la violencia. La brecha entre lo viejo que no termina de nacer y lo nuevo que no termina de nacer se está achicando, acortando y con ello, crecen las expectativas de que algo mejor, a nivel colectivo nos suceda.

Tal vez podremos comprobar que a nivel individual existe algo mejor que el dinero, y que a nivel colectivo existe otra cosa mejor que lo democrático.

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