«Una vez jugando me propusieron matrimonio», por Adaia Teruel

Texto y fotografías por Adaia Teruel @adaia_teruel

Son las tres de la mañana de un martesen el casino de A Coruña. Una chica está jugando la que puede ser la partida de su vida. Lleva más de doce horas en la misma silla, pero nada en su aspecto deja entrever cansancio. Su cara es de concentración. La mirada, perdida. Su contrincante toma un sorbo de Coca-Cola. Ella permanece impertérrita. Sólo se le mueven las pestañas y los dedos de la mano derecha, que masajean sin parar un par de fichas. La crupier reparte las cinco últimas cartas. La tensión en la mesa es intensa. Y ahora sí, Laura se levanta de la silla. No grita pero el bufido que sale de su boca lo dice todo. Esta joven desconocida acaba de proclamarse ganadora del campeonato nacional de póquer; es la tercera mujer en conseguirlo. Tiene veinticinco años y se llama Laura.

Laura jugando

“Mis padres no sabían dónde estaba. Ellos no querían que jugara. Llevaba un tiempo haciéndolo a escondidas. Ese día me habían sacado el móvil, retransmitían en directo la partida, lo hacen para que no te puedan decir las cartas. Cuando terminé, lo encendí y vi que tenía un mensaje de mi hermana. La llamé y ellos se pusieron al teléfono. No se habían movido de delante de la pantalla en toda la noche. Me pidieron perdón y acabamos los tres llorando. Ahora mi madre es mi fan número uno”.

Laura me dice que ese día de julio de 2014 cambió su vida. Que hubo un antes y un después de esta jugada y la pregunta que sigue es evidente. ¿Cómo acaba una chica licenciada en psicología, que trabaja de comercial, convirtiéndose en una de las mejores jugadoras de póquer a nivel nacional?

“A los nueve años empecé a jugar al ajedrez y lo seguí haciendo durante los diez años siguientes, hasta que me di cuenta que no era buena. Me saqué el título de arbitro y me pase a la organización. Entre semana trabajaba y los fines de semana me los pasaba de torneo en torneo. Un día yendo de camino a uno vi que se celebraba un campeonato de póquer en el casino de Barcelona. Me pasé los nueve días restantes curioseando por las mesas, con la intención de aprender un poco las reglas y jugar el último día. Quedé tercera. Y ya lo dicen, si la primera vez que juegas ganas, te enganchas; y yo me enganché”.

—¿Qué es para ti el póquer?

—A día de hoy es mi forma de ganarme la vida. Cuando empecé a jugar vi que despertaba algo dentro de mí, sentía la adrenalina. Venía del mundo del ajedrez, donde ganas o pierdes. El póquer es diferente. Ahora, simplemente me siento en la mesa y estoy cómoda; en mi salsa. El póquer es mi trabajo pero también es mi vida.. En la mesa sigo siendo aquella niña pequeña que se emocionaba jugando una mano.

Esta catalana, hija de una pintora y un comercial, empezó a trabajar con dieciséis años. “Mi padre me dijo que si quería estudiar tenía que pagármelo yo. Así que me saqué la carrera a distancia”. Pero Laura nunca ejerció de psicóloga, empezó a trabajar con su padre, que pronto iba a jubilarse y quien pensaba en legarle el puesto en la empresa. Pero llegó la crisis y a ella la despidieron. Fue entonces, después de unos años jugando por hobby, cuando decidió probar suerte como profesional. “Cuando se lo dije a mis padres no querían ni oír hablar del tema. Que no, que ni hablar, decían. Querían que hiciera algo de provecho. Era la única hija que había estudiado, tenían sus esperanzas puestas en mí. Pero yo me dije: “Es ahora o nunca”. Y aquí estoy”.

Laura no quiere hablar de cifras. Buscando por internet encuentro que ese día que cambió su vida también aumentó su cuenta corriente. Ganó quince mil euros en menos de doce horas.

“Es una vida muy dura. La gente idealiza el mundo del póquer, se piensa que es como en las películas. Puros, whisky y ludópatas. Pero hay gente muy joven, que se toma esto muy en serio. Estudian y trabajo duro. Los horarios son agotadores. Doce horas jugando se dice rápido. Tus ingresos no son fijos. Tienes meses buenos y otros, malos. Has de saber organizarte. No tienes vida social. Viajas mucho. El próximo mes voy a estar en casa sólo seis días. Es una vida dura pero no la cambiaría por nada del mundo”.

Fichas

La joven que charla conmigo es muy distinta de aquella otra que jugó esa partida en 2014. Y no es sólo porque habla con desparpajo, sonríe a cada rato y gesticula sin parar. Esta Laura ya no lleva gafas y pesa veinte kilos menos. Su aspecto físico ha cambiado pero Laura sigue vistiendo completamente de negro y luciendo un gran escote — a veces, mientras ella habla, me sorprendo mirándole la delantera—. No lleva maquillaje. Tampoco, joyas. Ni anillos, ni collares ni pendientes. Sus únicos adornos, un piercieng en la lengua y cuatro pulseras de plástico en la muñeca izquierda. “Son de torneos en los que he participado. Soy así, un poco friki. He llegado a llevar hasta trece, pero como se metían conmigo, hace unos días le dije a un amigo: “Te doy el honor de cortármelas”. Pero mira, ya vuelvo a tener estas cuatro”.

—¿Cómo es la rutina de un jugador de póquer?

—Cuando vuelvo a casa de un torneo me paso un día entero durmiendo. Necesito recuperarme. El resto del tiempo me pongo el despertador a eso de las once y lo primero que hago es sacar a mi perrita. Intento hacer algo de bicicleta. Me compré una estática y la tengo en casa porque con estos horarios cualquiera se apunta a un gimnasio. Lo hago más por un tema mental que otra cosa. Y poco más.  Como, me ducho y me voy para el casino. Juego entre cinco i seis horas diarias.

—¿Y on-line?

—No me gusta. Para mí lo mejor del póquer es la gente. Soy muy extrovertida, hablo con todo el mundo. Yo en casa, sola delante del ordenador, me aburro. Acabo tirada en el sofá, viendo cualquier chorrada en la tele o,simplemente, dormida.

Es una pregunta tópica pero hay que hacerla. ¿Es el póquer un mundo de hombres? “Totalmente. En Barcelona soy la única jugadora en la mesa. En los torneos de cada cien jugadores, sólo tres son chicas. Yo no me siento diferente por ser mujer pero a veces lo noto, hay quien te mira con cara de: “¡Una tía jugando al póquer!” Piensan que eres más débil. No creo que sea machismo, yo lo adjudico más a los estereotipos que todavía perduran en nuestra sociedad. Después, se llevan sorpresas, claro.

—¿Tienes alguna manía antes de jugar?

—No soy supersticiosa. No tengo ningún ritual. No uso gafas. Auriculares, sí, pero es para evitar que me den el coñazo. Algunos aprovechan las pausas para ligar —ríe—. Una vez jugando me propusieron matrimonio. Muchas de las cosas que la gente ve como paranormales son, básicamente, psicológicas. Hay quien dice: “Yo siempre pierdo con ases”. No es verdad. Pero es que la mente humana tiene memoria selectiva. Si dos veces has perdido teniendo ases,piensas que los ases te dan mala suerte y eso no es así. En el póquer hay un 20% de suerte, pero el 80% restante es habilidad. Una persona puede ganar un par de veces. La suerte del principiante, que dicen. Pero alguien que juegue bien, a la larga ganará. Saber de matemáticas ayuda, pero creo que lo que marca la diferencia es la personalidad. Saber aguantar la tensión, tener la mente fría, gestionar el estrés, saber cuando parar… Ahí esta la diferencia entre un buen y un mal jugador.

No quiero despedirme sin antes hacerle una última pregunta. ¿Hasta cuándo? Me gustaría pensar que este es un sueño que no va a terminar nunca, dice y luego añade: “Pero luego pienso: “¿Me veo con cincuenta años jugando?”. Me gustaría tener hijos, una familia, y con estos horarios… De momento me va bien, me gusta lo que hago, así que no me lo planteo”.

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