Contexto y efectos de la victoria electoral del Sinn Féin en las legislativas

el Sinn Féin, que ahora es la fuerza política principal tanto en el norte como en el sur, no solo puede apoyarse en la reunificación económica instaurada de hecho por el protocolo, sino que también se ve por fin plenamente legitimado para reivindicar la aplicación de la disposición clave del acuerdo de Belfast, a saber, un referéndum sobre la reunificación formal de Irlanda

Por Thierry Labica / L’Anticapitaliste

El pasado 5 de mayo tuvieron lugar varias elecciones en el Reino Unido. Escocia, Gales e Inglaterra (o sea, Gran Bretaña) renovaban una parte de sus administraciones municipales (unos 150 consistorios de un total de 400, con unos 4.000 escaños de un total de 20.000). Ese mismo día, Irlanda del Norte elegía su parlamento autónomo (Stormont), surgido del proceso de transferencia de competencias basado en el acuerdo de Belfast de 1998 (también llamado acuerdo del Viernes Santo).

Por primera vez desde la partición Irlanda y la creación de Irlanda del Norte hace 101 años, el Sinn Féin, formación de izquierda, nacionalista republicana favorable a la reunificación de Irlanda, ha sido el partido más votado en esta elección, con un 29 % de los votos y 27 escaños (de un parlamento de 90). Esta elección tiene implicaciones importantes a diversas escalas, bien para Irlanda del Norte y el conjunto de la isla de Irlanda, bien para el Reino Unido posbrexit o, en el plano internacional, más allá del propio marco europeo.

En primer lugar, la victoria del Sinn Féin destaca en la medida en que la estructura política de Irlanda del Norte, desde su creación, pretendía descartar esta eventualidad: todo se concibió, desde su origen, para garantizar mayorías protestantes favorables a la permanencia de este territorio en el Reino Unido. Al convertirse en el partido más votado del miniestado, el Sinn Féin marca una evolución histórica tanto más significativa cuanto que tan dolo dos años antes, en 2020, el mismo partido había pasado a constituir la fuerza principal del sur de la isla, con motivo de las elecciones legislativas de la República de Irlanda; con cerca del 25 % de los votos, el Sinn Féin dirigido por Mary-Lou McDonald infligió también allí una derrota sin precedentes al tándem de partidos históricos de la derecha en el poder (Fianna Fáil y Fine Gael).

Estos resultados ponen de manifiesto por sí mismos los profundos cambios que experimenta la sociedad irlandesa tanto en el sur como en el norte, como muestran por ejemplo la legalización del aborto o del matrimonio homosexual, rompiendo con esa cultura tanto tiempo dominada por un conservadurismo católico romano particularmente poderoso. De importancia capital, asimismo, en la secuencia abierta por el acuerdo de Belfast, está el hecho de que existe en Irlanda una generación que, aunque muy consciente de la historia reciente de la isla, no ha conocido las circunstancias y los sufrimientos de treinta años de guerra civil. La audiencia del Sinn Féin actual no puede ser totalmente ajena a esta distancia histórica que aleja a este partido de sus lazos con el IRA y con el contexto de la lucha armada.

Estas inflexiones históricas profundas se cruzan desde hace algunos años con el contexto creado por el referéndum de 2016 sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea. El resultado electoral del norte de Irlanda a comienzos de mayo adquiere toda su importancia a la luz de una situación marcada por el bloqueo crónico en torno a la cuestión del estatuto de Irlanda del Norte en este marco.

Una reacción en cadena

Resumamos. Irlanda del Norte dejó de formar parte de la Unión Europea (UE), de su mercado único, de sus normas y estándares, junto con el resto del Reino Unido. Esto implica, por motivos de reglamentación comercial en materia de intercambios, la instauración de una frontera aduanera en la isla de Irlanda entre el norte y la República, que sigue siendo miembro de la UE. Sin embargo, por razones políticas y constitucionales, el establecimiento de esa frontera es impensable: chocaría con las disposiciones del acuerdo de Belfast y sería potencialmente un factor de reanudación de enfrentamientos del pasado que nadie desea volver a ver. Entre la UE y el gobierno de Boris Johnson se ha negociado una solución temporal: el protocolo sobre Irlanda del Norte. Según aquel arreglo, Irlanda del Norte permanece dentro del mercado único de la UE y los controles aduaneros tienen lugar en el mar de Irlanda, entre Gran Bretaña y la isla de Irlanda y no en el interior de esta, entre el norte británico y el sur.

Para los partidos unionistas y lealistas norirlandeses (que defienden la permanencia en el Reino Unido y la lealtad a la corona de Inglaterra), este protocolo es una afrenta en la medida en que instaura un estatuto intermedio, o híbrido, de la parte norte de la isla, fuera del territorio del Reino Unido. En señal de protesta y para obligar al gobierno de Johnson a revocar el acuerdo suscrito con la UE, el dirigente del principal partido unionista, Jeffrey Donaldson, decidió boicotear desde comienzos de febrero de 2021 la estructura de reparto del poder (en el ejecutivo) instituida por el acuerdo de Belfast. Donaldson practicó asimismo la política de silla vacía en las reuniones interministeriales entre el norte y el sur. De este modo bloquea desde hace más de un año el funcionamiento del ejecutivo autónomo y sigue impidiendo que Michelle O’Neill ejerza su mandato de primera ministra a raíz de las elecciones del 5 de mayo.

Tres factores contribuyen a debilitar la posición históricamente hegemónica de los unionistas. El primero se refiere al orden constitucional derivado del acuerdo de Belfast, que impone, entre otras cosas, este principio de reparto del poder. Pero hay que tener presente asimismo que más recientemente, en 2016, una mayoría clara del electorado norirlandés (56 %) votó a favor de permanecer dentro de la UE, cuando los unionistas defendieron la salida en versión Johnson. Y en tercer lugar, contrariamente a Theresa May, cuya supervivencia como primera ministra dependía de diez diputados unionistas tras su caída en picado en las elecciones legislativas de 2017 en el Reino Unido, Boris Johnson, por su parte, no necesita a ningún disputado unionista en el parlamento de Westminster para asegurar su mayoría absoluta. En otras palabras, los unionistas no pueden ejercer ninguna presión sobre el gobierno de Johnson en Londres, donde los tories ingleses (mucho más que británicos) son ampliamente mayoritarios desde diciembre de 2019. De ahí la aplicación de este otro recurso, a saber, el boicot y bloqueo prolongado del ejecutivo norirlandés.

Le Sinn Féin sale reforzado

Si bien Michelle O’Neill y el Sinn Féin se ven ahora impedidos de gobernar, los beneficios para ellos parecen evidentes: frente al DUP, derrotado en las elecciones, que exige que se incumplan los acuerdos suscritos con la UE y que se niega a someterse a la regla democrática más elemental, el Sinn Féin tiene la oportunidad de presentarse como organización razonable, respetuosa con la voluntad popular expresada en las urnas y en plena consonancia con ella (tanto en el referéndum sobre la UE como en las últimas elecciones legislativas), deseosa de hacer funcionar correctamente las instituciones y de ajustarse al marco constitucional que ha permitido poner fin a decenios de masacres.

Además, el Sinn Féin, que ahora es la fuerza política principal tanto en el norte como en el sur, no solo puede apoyarse en la reunificación económica instaurada de hecho por el protocolo, sino que también se ve por fin plenamente legitimado para reivindicar la aplicación de la disposición clave del acuerdo de Belfast, a saber, un referéndum sobre la reunificación formal de Irlanda (aunque hay que matizar que según el acuerdo de 1998, sigue siendo prerrogativa del poder británico decidir sobre la oportunidad de dicha consulta). Este podría comportar el fin de la inveterada dominación colonial británica sobre el norte de la isla.

Para la presidenta del Sinn Féin, M.-L. MacDonald, este objetivo podrá alcanzarse dentro de cinco a diez años, ya que, según explica, hay que proceder de manera ordenada, con el respeto más exquisito posible de las identidades arraigadas desde hace mucho tiempo (británicos, protestantes unionistas y lealistas), ya que se trata de reconocerlas e incluirlas, lejos de todo espíritu de revancha, dentro de un nacionalismo multicultural regional singular (que, sin embargo, podría provocar la reconducción pura y simple de los sectarismos históricos, esos terribles obstáculos a toda solidaridad de clase).

Estas posibilidades son inminentes, pero como cabía imaginar, nada es obvio en este asunto. En los días posteriores a la elección, la ministra de Asuntos Exteriores de Johnson, Liz Truss, hizo saber que el gobierno de Londres no tenía “más remedio” que desentenderse de diversas disposiciones del protocolo negociado con la UE, ya que se trata de preservar nada menos que la “paz interior”.

En el caso de mantener una actitud antidemocrática tan grosera y de una traición tan flagrante de las reglas acordadas tanto con la UE como en el marco del acuerdo de Belfast, es difícil no ver la posibilidad de un resurgimiento –sin duda siempre lamentable– de la violencia, si el orden democrático liberal cometiera la atrocidad de servir a intereses distintos de los de la antigua potencia colonial y de sus lameculos más indefectibles.

Ahí se ve cómo la crisis prolongada del Brexit saca a la luz las limitaciones del acuerdo de 1998, que en su momento permitió, sin embargo, que el eje imperialista anglo-estadounidense apareciera como mediador hábil y benevolente en conflictos ancestrales y aparentemente insolubles, y esto tan solo cinco años después de los acuerdos de Oslo, cuyas limitaciones aparecieron muchísimo más pronto, todo hay que decirlo.

Dicho esto, la situación se halla en buena parte pendiente de lo que podría ser la actitud de EE UU en respuesta a las rupturas contractuales previstas (en el momento de escribir estas líneas) por parte del poder británico. El pasado mes de septiembre, Joe Biden ya había dicho claramente que estaba “particularmente satisfecho” con las disposiciones relativas a Irlanda e Irlanda del Norte y que, tanto desde su propio punto de vista como desde el de sus colegas republicanos, no le parecía aceptable ponerlas ahora en cuestión. Aunque las cosas todavía no están suficientemente complicadas para esto, hay que añadir dos componentes adicionales indirectos, pero importantes, a esta constelación de la relación de fuerzas.

Hacia un debilitamiento cualitativo del poder de Londres

El primero tiene que ver con el hecho de que, como es sabido, la cuestión de la reunificación de Irlanda (y el fin del Reino Unido, única salida real a la crisis del Brexit) no es el único problema nacional a que se enfrenta el poder londinense. El otro viene de Escocia, donde el partido nacionalista (SNP) ha reforzado un poco más su hegemonía con motivo de las elecciones locales de comienzos de mayo. Allí también, la cuestión prioritaria es la de un nuevo referéndum sobre la independencia (después del de 2014, en una época en que la población escocesa, muy mayoritariamente favorable a la permanencia en la UE, todavía no sabía que un voto inglés le impondría un repliegue obligado en el espacio imperial histórico del poder londinense). Sin duda cabe prever que estas dos dinámicas nacionales y nacionalistas irlandesa y escocesa se estimularán y reforzarán mutuamente.

Ahora bien, más Irlanda del Norte, más Reino Unido; más Escocia, más Gran Bretaña. Por cierto, el separatismo galés, aunque menos fuerte, no queda tan a la zaga en la medida en que la salida de la UE y el fin de los programas de fondos estructurales han privado también al País de Gales, desde el punto de vista financiero y político, de gran parte de la soberanía que pensaba haber adquirido. Para Londres, esta dislocación y pérdida de dominación regional (sobre las tres naciones pequeñas del Reino Unido) significarían la corrosión definitiva de su reputación de Estado fuerte y potencia imperial global. Resulta difícil imaginar cómo los adeptos tories (con un Partido Laborista cada vez más derechista pisándoles los talones) del renacimiento de una Gran Bretaña global posbrexit, deseosa de reafirmar su lugar en el mundo, podrían aceptar semejante fracaso en su patio trasero.

Queda finalmente un último componente, la propia República de Irlanda. ¿Desea realmente una reunificación que, a fin de ofrecer el marco inclusivo necesario, tendría que renunciar sin duda a su capitalismo agresivo, entre explosión (también allí) de las desigualdades, crisis catastrófica de la vivienda y transformación oficial en paraíso fiscal? Está claro que la burguesía irlandesa, como cualquier otra, preferirá la estabilidad del ambiente favorable a los negocios que no la emancipación nacional. Además, son numerosos los intelectuales y cronistas irlandeses que no han dejado de expresar, a lo largo de los años, su rechazo liberal y su condena del extremismo y del terrorismo, en el norte, del Sinn Féin y del IRA.

¿Es capaz el Sinn Féin contemporáneo, primera fuerza política en el sur y el norte de la isla, feminizado, rejuvenecido, liderado por dirigentes de talla, de presentar los términos de un renovado nacionalismo emancipador y progresista? Su dinámica política reciente merece atención y solidaridad. Queda por ver qué hará de esta fuerza política su mayor participación y legitimación en el orden institucional existente en el norte y el sur: ¿será el catalizador de las aspiraciones emancipatorias y los movimientos sociales de una nueva generación enfrentada a la brutalidad de un capitalismo irlandés en gran medida subalterno?

¿Logrará ponerse al servicio del resurgimiento ya iniciado de aspiraciones progresistas para el conjunto de la isla, frente a instituciones políticas y religiosas corruptas, envejecidas, hostiles desde siempre a los cambios bruscos que comportaría una reunificación efectiva, y por tanto decididas a mantener el control pase lo que pase? ¿O se hundirá el Sinn Féin en el marasmo de la normalización que se acomodara a una reunificación federal, por arriba, que mantuviera intacta la autonomía del Norte, adulara a sus beatos reaccionarios monárquicos en nombre del respeto de la diversidad cultural y se cuidara mucho de aguar la fiesta de los ricos y de su orden político a medida en el sur?

La nueva era, a veces anunciada precipitadamente, no es para hoy mismo. Sin embargo, el avance del Sinn Féin ayuda a trazar sus contornos.

Traducción: Viento Sur

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